- Mirad, ha venido a casa un criado del rey diciendo que su señor desea tomar a mi hija por esposa. Pero ya sabéis que, según cuenta la gente, nuestro rey es un horrible lagarto. Entonces yo no sé qué hacer. Si tú te casas con el rey, nos libraríamos de la pobreza. Mas, por otra parte, no quiero que mi hija sea la mujer de un monstruo.
- No te preocupes, padre. Lo importante es que vosotros salgáis de estos apuros, y luego Dios dirá.
La niña se fue al castillo del Rey Lagarto, acompañada por su madre que no quiso dejarla sola. Y, una vez en el palacio, salió un lagarto gigantesco y se casó con la niña. Y cuando llegó la noche, la niña pasó a la alcoba del lagarto. Entonces éste, tirando de sus dientes, se quitó la piel y se convirtió en un hermoso príncipe. La niña, al ver la transformación, se puso muy contenta. Pero el príncipe le dijo:
- Ten presente una cosa. Mañana volveré a ponerme la piel Y otra vez apareceré ante todos con mi forma de lagarto. Esta transformación es un secreto que no puedes contar a nadie, ¡óyeme bien!, a nadie; porque si hablas de ella te ocurrirá una desgracia.
Al día siguiente, la madre corrió muy preocupada a ver cómo estaba su hija, y cuál no sería su sorpresa cuando la encontró muy alegre y feliz.
- Pero bueno ... ¿Cómo es posible que te encuentres tan contenta después de pasar la noche con semejante bicho? Tú me ocultas algo. Anda, dime todo lo que te ha ocurrido.
Mas la niña, por mucho que insistió su madre, no contó nada. Y así pasaron los días... La hija cada vez más alegre y la madre cada vez más convencida de que su hija le ocultaba algo. Y tanto insistió y tanto preguntó la madre, que al fin un día la niña reveló el secreto. Y su madre le habló así:
- Mira, hija mía, de esta forma no podemos seguir. El príncipe tiene que presentarse ante todos tal como es, y no con esa horrible figura de lagarto. Vas a hacer lo que yo te diga. Esta noche cuando se quite la piel se la quemas, y verás como ya terminamos de una vez con esta historia.
Al llegar la noche la muchacha, cumpliendo el deseo de su madre, quemó la piel de lagarto. Pero, a la mañana siguiente, cuando se despertó, el príncipe dijo:
- Veo que has descubierto nuestro secreto. Ahora yo tengo que marcharme, y si quieres encontrarme otra vez, tendrás que ponerte en peregrinación en busca del Palacio Encantado. Y antes de dar con él deberás penar mucho y andar hasta romper siete pares de zapatos de hierro.
Tras decir aquellas palabras, el príncipe desapareció. La niña se quedó muy triste. Pero un día, sin hacer caso de las palabras de su madre, decidió emprender la peregrinación en busca de su marido. Se puso un par de zapatos de hierro, y se echó a andar por esos caminos de Dios.
Pasó el tiempo. La niña había roto ya seis de los siete pares de zapatos y, por más que preguntaba, nadie sabía dónde estaba el Palacio Encantado. Mas un día divisó una casa que se alzaba sobre una colina. La niña llegó hasta la puerta y llamó. Entonces salió una vieja muy vieja que le preguntó:
- ¿Qué buscas por estos descampados, hija mía?
- Busco a mi marido que está en el Palacio Encantado. Pero ya he roto seis zapatos de hierro y nadie ha sabido darme razón de él.
- Bueno. Mi hija es la luna que recorre el mundo. Cuando esta mañana venga a pasear yo le preguntaré, a ver si quiere ayudarte. Pero escóndete en esta tinaja no vaya a verte al entrar y te devore.
La niña, muy asustada, se escondió en una tinaja y allí pasó toda la noche. Al apuntar la aurora, volvió la luna a su casa y dijo:
- ¡A carne humana huelo! Madre, alguien se ha escondido aquí.
- Hija mía, no le hagas ningún mal. Es una pobre muchacha que anda por el mundo buscando el Palacio Encantado para encontrar a su marido. Sé buena y dile dónde se encuentra.
Tras oír estas palabras, la luna respondió que ella no conocía el lugar donde se encontraba el Palacio Encantado, pero que al otro lado de la montaña estaba la casa de su hermano el sol, y que como éste también viajaba mucho y con sus reflejos veía más que ella, acaso pudiera informarla. La niña se dispuso a partir, pero antes de salir la viejecita, dándole un huevo, le dijo:
- Toma este huevo, hija mía, y cuando llegues al Palacio Encantado, si tienes algún apuro, lo estrellas. Verás cómo te sirve de ayuda.
Conque la niña siguió andando, andando, sin otro alimento que las moras y bayas silvestres que encontraba hasta que, pasada la montaña, encontró una casa que era la del sol. Y cuando llamó a la puerta salió una vieja muy vieja, que era la madre del sol, y le preguntó qué buscaba por aquellos lugares. Y, después que la niña se lo hubo explicado, la viejecita le dijo que se escondiera en una tinaja para que su hijo no la devorase, y que ella la ayudaría.
Cuando, llegada la noche, el sol regresó a su casa, gruñó que olía a carne humana. Pero su madre le calmó contándole la historia de la niña y lo que ésta pretendía. Y el sol dijo que él no sabía dónde estaba el Palacio Encantado, pero que al otro lado de las montañas estaba la casa de su hermano el viento y éste, que se metía por todas partes, seguro que podría ayudarla. Y la viejecita, al despedirse de la niña, le dijo:
- Ten esta naranja, hija mía, y cuando encuentres el Palacio Encantado, si te surge alguna contrariedad, pártela y verás cómo te alegras de ello.
Azotada por la nieve y la ventisca, cruzó la niña las montañas. Tanto, tanto caminó que, cuando llegó a la casa del viento, ya había roto el último de los siete pares de zapatos de hierro. Llamó a la puerta, y una vieja muy vieja, más vieja que la madre del sol, atendió a su llamada y escuchó su historia y prometió ayudarla. Y cuando el viento entró en casa rugiendo que olía a carne humana, su madre le replicó:
- Hijo mío, no te enfades. Es esta pobre peregrina que busca a su marido en el Palacio Encantado. ¿Tú la puedes llevar a él?
- Sí, madre. Si tú quieres, yo la llevaré.
- Bien, hija mía. Pronto encontrarás a tu marido. Pero si algún obstáculo surgiera entre tú y él, rompe esta nuez que ahora te doy y eso lo resolverá.
El viento, arrebatando a la niña de entre sus brazos, la llevó sobre los campos, sobre las montañas y sobre los ríos hasta depositarla a la puerta del castillo. Después, tras lanzar un rugido que hizo temblar a todos los árboles, emprendió el regreso a su hogar.
Junto a la puerta del castillo se agrupaba una gran multitud. La niña supo que, al cabo de tres días, el príncipe y señor del castillo celebraría su boda con una princesa extranjera. Y por eso, a las puertas del palacio se agrupaban juglares, mercaderes y mendigos, que habían venido al reclamo de las fiestas.
Al oír aquella noticia, la niña se estremeció; pero entonces recordó lo que había dicho la madre de la luna, y sacando el huevo lo estrelló contra el suelo. Y del huevo salió una gallina de oro, con todos sus polluelos de oro, tan bien hechos y tan reales que parecían tener vida. Arremolinose la gente en torno de aquella maravilla. Y al ruido del tumulto, salieron la prometida del príncipe y una hermana suya para enterarse de lo que pasaba. Y viendo aquel juguete tan precioso, la prometida dijo:
- Buena mujer, ¿cuánto quiere usted por su gallina y sus polluelos?
- No quiero otra cosa que pasar la noche con su prometido porque tengo que decirIe dos palabras.
Al oír esto, la prometida se enfadó mucho y dijo que aquello no lo podía consentir. Pero su hermana le susurró que no fuese tonta y aceptase, que ella pondría adormideras en el vaso de leche que tomaba el príncipe antes de dormir, y así aquella peregrina no podría decirle nada. Y como la novia del príncipe estaba encaprichada con aquel juguete, aceptó lo que dijo su hermana. Y cuando la niña entró en la habitación de su marido lo encontró durmiendo. Y por más que le gritó y zarandeó no consiguió despertarle en toda la noche. A la mañana siguiente la niña fue expulsada del castillo. Pero, una vez fuera, sacó la naranja que le había dado la madre del sol y la partió. Y la naranja partida se convirtió en una fuente con surtidores de oro, tan hermosa que todos los ojos se iban tras ella. Salió otra vez la novia del príncipe y otra vez se encaprichó de aquel juguete de la peregrina. De nuevo propuso comprarlo y de nuevo la niña respondió que sólo quería pasar la noche con el príncipe. Y otra vez la novia aceptó, y otra vez le puso en la leche las adormideras, y el príncipe cayó en un sueño tan profundo que la niña, por más que hizo, no consiguió despertar a su marido. Y cuando de mañana la niña se encontró de nuevo a las puertas del castillo estaba muy triste, pensando que al día siguiente su marido se casaría con la nueva prometida. Entonces se acordó de lo que le dijo la madre del viento, y partió la nuez. Y de la nuez salió un huso, una rueca y un ovillo de oro. Y la niña comenzó a hilar oro ante la puerta del castillo. Y al poco apareció la novia y le dijo:
- ¿Cuánto quieres que te dé por esa rueca, ese huso y ese ovillo?
- Sólo quiero pasar la noche con su novio, pues he de hacerle un par de preguntas.
La novia aceptó, pensando que todo sería como las noches anteriores. Pero el príncipe, que había notado algo raro en el sueño tan pesado de las pasadas noches, tiró el vaso de leche que le habían dejado en su habitación. Así que cuando entró la niña, se despertó y le preguntó que quién era.
- Soy la que perdió a su marido por quemar la piel de un lagarto y rompió siete pares de zapatos de hierro antes de volver a encontrarle.
Al oír aquellas palabras el príncipe reconoció a su mujer y la abrazó con gran alegría. Después la niña salió de la habitación y le dijo a la novia que ya había hablado las dos palabras con el príncipe y que, por consiguiente, se iba.
Al día siguiente se iba a celebrar la boda. El príncipe dijo que tenía que invitar a la peregrina, y aunque la novia no quería, el príncipe insistió en que tenía que ir. Y en el banquete sentó a la niña a su derecha, con gran escándalo de la novia. Y, una vez que terminaron de comer, el príncipe, levantándose, dijo:
- Ahora voy a contarles algo que me sucedió a mí. Hace mucho tiempo tenía yo un cofrecillo de oro, que era lo más bonito que uno podía imaginar. Pero un mal día lo perdí. Después encargué que me hicieran otro lo más bonito que pudieran, pero, aunque el segundo cofre era también muy bonito, no podía compararse con el primero. Y de pronto un día, después de mucho, mucho tiempo, encontré el cofrecillo que perdí. Y yo ahora les pregunto a ustedes: ¿con cuál de los dos cofres debo quedarme?
- «Con el primero, con el primero», respondieron los convidados a coro.
- Eso pienso yo también. Por ello, dejo a mi segunda novia, y me voy con esta peregrina, que es mi primera mujer.
Y, abandonando el castillo encantado, regresaron a su palacio, donde por muchos años vivieron con toda felicidad.