miércoles, 23 de marzo de 2016

La Concha de Santiago



El origen de la concha de Santiago se remonta a hace más de mil años. Sus antecendentes son incluso más remotos: el año 43, cuando el Apóstol Santiago fue degollado en Judea.

Tiempo después los discípulos que le habían acompañado en su regreso desde Galicia decidieron traerse de vuelta a Hispania el cadáver del santo a través del mar. Al llegar a la altura de las islas Cíes —en la entrada de la actual ría de Vigo— el barco que transportaba a los discípulos se dirigió a la costa, hacia un lugar llamado Bouzas. Advirtieron que en la orilla se estaba celebrando en ese momento una boda.



Lo cierto es que el padre de la novia —el Señor de la localidad de Maia— había decidido citar en su propiedad a la familia del novio, que había venido desde la localidad de Gaia.

Uno de los juegos que estaban celebrando durante la fiesta era el de “abofardar” que consistía en montarse a caballo y galopar mientras el jinete impulsa al aire una bofarda o lanza, para tratar de recogerla antes de que esta caiga en el suelo; algo muy difícil y que solo puede conseguirse después de mucha práctica. Cuando le tocó el turno al novio, el joven lanzó su caña de tal modo que esta se desvió hacia el mar. El caballista azuzó a su montura y se introdujo raudamente en el mar para no perder la bofarda pero el novio y la bofarda acabaron hundiéndose ante el espanto de todos los presentes.

Desaparecidos caballo y caballero, los testigos vieron asombrados cómo ambos reaparecían más lejos, al lado de una embarcación que se estaba acercando. Como se puede imaginar, se trataba del barco que transportaba a los discípulos y el cadáver de Santiago.


Una vez repuesto por el susto, el intrépido caballero se dispuso a saludar a los navegantes y se dio cuenta que tanto él como su caballo tenían muchas conchas de vieira encima. El estaba recubierto de vieiras desde los pies hasta el sombrero. Los discípulos de Santiago interpretaron semejante recibimiento como un milagro indudable e invitaron al novio a subir a bordo. Mientras los participantes en la boda esperaban expectantes, el joven y los discípulos estuvieron hablando de lo ocurrido. A resultas de ello el joven decidió convertirse al cristianismo. Los discípulos interpretaron que ese milagro debería de ser perpetuado de alguna forma por lo cual decidieron que todos aquellos que fueran a ir en peregrinación a venerar el cuerpo del apóstol, deberían de llevar una concha de vieira con ellos; así se creó el símbolo de la concha de Santiago.


El novio volvió a tierra y contó lo ocurrido a los invitados que habían visto los acontecimientos desde la orilla y esperaban intrigados. Varios de ellos se convertirían también al cristianismo tiempo después.

Por su parte, los navegantes notaron un viento que los alejaba de tierra y les dirigía hacia el norte. Continuaron así navegando hasta la ría de Arousa donde desembarcaron el cuerpo del Apóstol y lo transportaron hasta Iria Flavia (Padrón) donde lo sepultaron.

Las persecuciones a los cristianos en todo el Imperio motivaron que la tumba de Santiago fuera olvidada. Alrededor del año 813, un ermitaño llamado Pelayo fue a ver a Teodomiro, obispo de Iria Flavia, para contarle que había visto unas extrañas luces en un monte cercano a la ciudad.

El obispo mandó a unas personas investigar, y éstas acabaron por encontrar una tumba con un cuerpo degollado que tenía una cabeza debajo del brazo. Sospechando que pudiera corresponder a algún santo, desde entonces se comenzó a venerar la sepultura. El 24 de junio de 2011 el profesor Enrique Alarcón, de la Universidad de Navarra, anunció el descubrimiento de una inscripción con el nombre de Jacob (Santiago en hebreo) en el sepulcro del Apóstol, hecho que confirmaría la tradición.

Lo cierto es que la vieira gallega de la leyenda ha permanecido como el símbolo de la peregrinación a Compostela. La concha de Santiago que se puede ver en las enseñas del camino. Se puede ver la concha de Santiago en toda clase de representaciones, desde los edificios hasta indicaciones, además de la concha de santiago que todo peregrino debe de llevar consigo durante el trayecto.

Texto de Ignacio Suárez-Zuloaga



lunes, 21 de marzo de 2016

Centauros en Extremadura: galopando en las montañas



Todo el mundo conoce a los centauros, pero pocos saben que sus cascos retumbaron en los valles y sierras del norte de Extremadura, donde aún se les recuerda. Es más: somos de los pocos territorios en los que las imponentes centaúrides camparon a sus anchas, y aún se les canta y se les recita y hasta se les levantan estatuas y se les consagran días. ¿No lo creen? Pues pasen y lean…

El centauro, como bien saben, es una criatura con la cabeza, los brazos y el torso de un humano y el cuerpo y las patas de un caballo. Lo heredamos de la mitología grecoromana, y sus versiones femeninas (que son las que más abundan en Extremadura) reciben el nombre de centáurides. El retórico griego Filóstrato el Viejo nos habla de estos seres zoomorfos femeninos en términos leogiosos:

“Qué hermosas son las centáurides, aunque tengan cuerpo de yegua; porque algunas crecen de yeguas blancas, otras de yeguas castañas, y el pelaje de otras es manchado, pero todas brillan como las yeguas bien cuidadas”.

Varios autores romanos recogen la leyenda de que en un monte sagrado de  Lusitania, el viento fecundaba a las yeguas. Ese monte, en opinión de Silio Itálico, se localiza en tierra de Vettones, patria de uno de nuestros mitos señeros: la Serrana de la Vera.

Muchos ignoran que la leyenda de la Serrana, en el principio de sus tiempos, no contaba la historia  de  una bella joven seducida y engañada (esta imagen se construye después), sino que habla de un ser monstruoso de doble naturaleza, humana y animal, que habita en una cueva en la montaña.

De hecho, ya en el siglo XVIII el párroco de Piornal, don Pedro Vicente de Thegeda, recoge esa leyenda en la correspondencia al geógrafo Tomas López el 1 de septiembre de 1786:

“Ay una cueva, según tradición, que una bestia medio mujer de el medio cuerpo arriba y del medio cuerpo abajo, de bestia igual, habitaba en el verano, de tanta fortaleza que tiraba a la Barra con una piedra que pesa más de 100 arrobas  y ella misma se precipitó por no ser cogida; está la cueva a poniente, distante del pueblo 3 quartos de legua y para el yvierno tenía otra cueva para habitar, llamado el puerto de la Serrana”.

De hecho,  es un ser mítico en cuanto a que es mitad persona y mitad animal :

 “De la cintura parriba de persona humana era

De la cintura pabajo era estatura de yegua”



Pero si hacemos caso a los romances más antiguos, la Serrana es un ser de tamaño y constitución sobrehumanos, con cabeza y busto de mujer pero patas de yegua.

Esto de tener pezuñas bajo las largas faldas no puede dejar de recordarnos a las lamias castúas y a las “patas de cabra” que hasta hace bien poco atemorizaban (oh, sorpresa) a los cabreros y habitantes de esta misma comarca.

También es curioso, cuando menos, que ya en el Libro de las maravillas del Mundo des Juan de Mandeville (o Mandavila) de 1540 se  nos hable de unas peculiares mujeres, vestidas con largas faldas, que ocultan sus patas de asno, que atraen a los varones a la Isla de los Espejismos donde, después de emborracharlos y yacer con ellos, los degüellan mientras duermen y se los comen, lo que explica que en el suelo de la isla este plagado de calaveras y huesos.

Exactamente lo mismo que hacen las serranas extremeñas con los jóvenes que consiguen atrapar en su cueva.

- Bebe serranito bebe,   agua de esa calavera,

 que puede ser que algún día   otro de la tuya beba.

De hecho, no solamente actúa así la Serrana , sino que si pasamos “achancando” a la comarca vecina de Las Hurdes nos encontramos a la temida  Chancalaera, una mujerona engendrada por un pastor gigante que tenía a su servicio el rey “Batueco”. El pastor tuvo relaciones amorosas con una cierva (otros dicen que con una yegua), y de ahí nació La Chancalaera, un origen que comparte con la Serrana , quien en sus romances más antiguos confiesa que su padre era un pastor y su madre era una yegua.

El investigador hurdanófilo Félix Barroso recoge un romance de la comarca en el que se da buena cuenta de estos datos:

-¿De quién son tos esos huesos

que brillan junto a la hoguera?

-De hombres que yo he matado

por estas espesas sierras.

que tengo una maldición

y cien años de condena,

que mi padre era un pastor

y mi madre era una yegua,

y todo el que ve el mi rostro

tiene que morir por fuerza.

Si seguimos achacando unas montañas más llegamos al  Valle del Jerte , donde la Serrana se convierte en yegua por completo y cuando quiere, debido a una maldición que recoge el antropólogo Flores del Manzano de boca de L.G. , de la localidad de Cabrero, en el Valle del Jerte, quien afirmaba que su abuelo le contaba

 “…que La Serrana era una mujer de por aquí. Tenía un novio que no agradaba a sus padres, pero ella no hacía mucho caso. Una noche los sorprendieron y el padre la echó de casa y al salir la maldijo, por eso la serrana un día se convertía en juna culebra grande, otras veces se hacia una yegua, y cuando le convenía, se convertía en una doncella”.


Pero no solo de centaúrides vive el norte de Extremadura. Cuentan los extremeños del norte que habitaba por la zona de un ser gigante mitad caballo, mitad hombre, que  se entretenían en raptar doncellas  para gozarlas en su gruta, una cueva en la que nadie osaba penetrar en ella por el miedo que imponía el monstruo.

Cuentan que en una ocasión  desapareció inexplicablemente una joven hermosísima y muy querida por todos, y pensaron que el centauro la había cogido. Entonces se organizo una expedición de jóvenes valientes y arriesgados que se introdujo en la cueva.  Allí encontraron el esqueleto del monstruo, sobre un lecho de escobones, helechos y ramajos, pero no hallaron el menor indicio de la bella moza desaparecida.

Y así. con el tiempo, nos quedamos en estas tierras  huerfános de centauros, serranas y chancalaeras, aunque algunos afirmen que en las noches de luna, si se presta atención y el agua corre quieta, puede escucharse  el galopar lejano de los seres que habitaron, hace ya mucho tiempo, en las cuevas agrestes de nuestras sierras vígenes.





jueves, 17 de marzo de 2016

El sepulcro megalítico de Huerta Montero: La magia de los Muertos en el solsticio de invierno.



Amanece el 21 de diciembre en las afueras de Almendralejo. Las nieblas que envuelven a  la Vega de Harnina como un sudario blanco comienzan a deshilacharse. Allá, a los lejos, en el horizonte de Almendralejo, el sol de invierno intenta rasgar los jirones niebla con sus rayos dorados. Apenas lo consigue.
Por fin, la luz cobra fuerza. Los rayos del sol penetran en un corredor oculto en la colina. Lleva más de cuatro milenios intentando volver a hacerlo, año tras año.  La luz avanza por el corredor de piedra y desemboca en la cámara circular donde reposan los huesos de los antepasados. La luz del sol les da de nuevo en los ojos sin cuenca. El dios del sol acaricia, un solsticio de invierno más, a nuestros antepasados de la Edad del Cobre.
Unos antepasados que rezaron aquí hace 4650 años, y  los que se enterró aquí colectivamente durante cerca de un milenio. En total, reposan en su mágico suelo  109 individuos entre niños y adultos, de una edad máxima de 23 años, algunos de ellos en posición fetal.
En un segundo momento, hace unos 4.000 años, alguien coloca los huesos de otras 34 personas al fondo del sepulcro, formando una media luna en la que los huesos más grandes se centran y los más pequeños ocupan las esquinas. La edad media de los difuntos ha bajado hasta los  21 años. Los arqueólogos afirman que la reorganización de los huesos en forma de media luna pudo deberse a una ofrenda ritual en el momento de clausurar la tumba. Bonito gesto de despedida…
Los objetos personales que se encuentran en el sepulcro como parte de los ajuares funerarios  incluyen colmillos de jabalí, conchas marinas, ídolos placa y un silbato realizado en hueso de buitre decorado con forma humana. También se han encontrado ídolos falange, utilizados seguramente como amuletos que acompañaron a los difuntos en el tránsito hacia la otra vida.



Y es que para nuestros ancestros la tumba no solo es considerada un lugar de enterramiento… es el lugar donde moran los antepasados, donde rendir culto a aquellos que ya se fueron, a los que emprendieron antes que ellos el camino incierto hacia el Más Allá, a Aquellos que, por vivir en la Muerte, pueden ser mediadores entre los vivos y los dioses, pueden interceder por las súplicas de sus descendientes, pueden aplacar la ira de los que Todo lo Pueden.
De ahí la orientación de la tumba,  proyectada para que el sol penetre a través del corredor en la cámara el día más corto del año, para poder celebrar  una ceremonia que ofrendara la luz del nuevo sol a sus difuntos.
Pero la entrada de la vida se cerró a cal y canto, y la Casa de los Muertos se camufló en el paisaje de la Huerta Montero, y tuvieron que pasar cuatro milenios hasta que nuestros difuntos volvieron a sentir la caricia del sol en sus huesos. Fue concretamente en el año 1988, cuando un agricultor descubrió, accidentalmente, que su colina estaba hueca…
Ahora, como hace miles de años, nos seguimos reuniendo en el amanecer del solsticio para ver como los rayos penetran en el útero de la tierra.



Nuestros antepasados vivían cerca de donde fueron enterrados, en un poblado fortificado con varias líneas de muralla en el “Cabezo de San Marcos” y con una aldea a sus pies. Entre el poblado y el sepulcro es fácil descubrir vestigios mágicos de un lugar señalado ya por nuestros ancestros.



En algunas rocas cercanas a la Ermita de San Marcos todavía pueden reconocerse perfectamente Las Pulideras,  un tipo de grabados en la roca muy parecidos a las cazoletas. Son una serie de oquedades utilitarias, que se han localizado en superficies horizontales y que generalmente se han interpretado como talleres para el pulimento de instrumentos líticos.

Justo por encima de estas piedras grabadas se encontraba la Fuente Santa, ya perdida, un manantial de orígenes de remotos del que todo el mundo bebía en las romerías. El agua caía en un receptáculo “muy antiguo” que una vez colmado corría entre los riscos,  cuesta abajo, y en cascada caía a la  pradera formando una gran charca.




Cerca, muy cerca, dentro de los límites de lo que es ahora el Club Privado San Marcos, se encuentra otro elemento lítico ritual:  “La piedra resbaliza”. Estas piedras pulimentadas aparecen con frecuencia asociadadas siempre a cuevas o abrigos con arte rupestre del Calcolíto, y en este caso no es una excepción.  La piedra pulida por el uso durante cientos de generaciones, se utiliza ahora como entretenimiento, pero formó parte de un ritual de fertilidad por el que la piedra (elemento masculino) fecunda a la mujer que se desliza por ella.



Y a un tiro de piedra (nunca mejor dicho) nos encontramos con la cueva del moro. Las leyendas hablan del lugar donde los moros enterraron sus tesoros antes de huir ante la reconquista, incluso de un moro que allí se escondió durante cierto tiempo, pero las pequeñas  medidas del habitáculo desmienten estas  leyenda,  y dan algo más de verosimilitud a las que afirman que se llama así por su antigüedad, o como se dice en Extremadura, “del tiempo de los moros”…
Lo cierto es que la acumulación de rocas que forman la covacha es realmente antigua. Y testigos mudos de los milenios son las silenciosas cazoletas que aparecen granadas en el fondo de la covacha. Para el arqueólogo Francisco Blasco, responsable de las excavaciones, todo tiene su espíritu, especialmente para nuestros antepasados. Las cazoletasrepresentan a los difuntos y a los espíritus, o a divinidades menores, y la “cueva del moro” es un templo para rendir culto a los dioses o a los difuntos.
Sepulcros, fuentes, templos y piedras, ritos milenarios que aún hoy nos llaman a gritos desde el pasado ancestral de sus silencios.
Extremadura Secreta

martes, 15 de marzo de 2016

Campanas sobrenaturales





Ahora que se acercan las campanadas más esperadas del año vienen a mi memoria esas otras campanas  misteriosas que, a lo largo de los siglos, causaron pavor y asombro en estas tierras extremeñas.

 Las campanas hablan y gritan y susurran sobre agonías, defunciones, ánimas, y partos, y alertan y avisan sobre  tormentas, granizos y tempestades, guerras y fiestas… De hecho, existía en Extremadura una exhaustiva reglamentación  sobre el tañer de las campanas, cuyos toques tanto religiosos como civiles están estrictamente regulados.

Como afirma el antropólogo Javier Marcos Arévalo  “cada cosa o cada día señalado tenía sus específicos toques, según la clase y la festividad, en invierno y en verano…”.

Las campanas han marcado  durante siglos los tiempos y las horas de los pueblos europeos. Ya en el siglo XVIII Juan Solano de Figueroa y Altamiranodescribía con atención la importancia de las campanas en Extremadura, símbolo cristiano cuya importancia nos la da su propia consagración y el hecho de que a muchas se las designe con nombres propios. De hecho,  el tañido de las campanas es una fuerza destructoras de las tormentas, pero solo desde el instante en que se consideran incluidas dentro de la esfera de lo sagrado tienen el poder de “alejar la truena”, ya que  «si la campana no está bautizá se toca de balde, no aprovecha».

 Es lo mismo que pensaba en el siglo XVI el jesuita Martín del Río, quien  creía que esta virtud de las campanas no se debía ni a su forma ni a su composición, sino al hecho de estar consagradas.

El ritual prescrito por la Iglesia para conjurar este tipo de tormentas lo describe Pedro Ciruelo en el mismo siglo. Decía Ciruelo que las campanas tañesen y los curas conjuradores se vistiesen con sus estolas y con candelas encendidas y que pusieran en el altar un misal, abierto por las páginas del «Te Igitur» del Evangelio. Si había alguna reliquia, ésta se colocaba sobre el altar y a la vez se cantaban diversos salmos, rezándose después la letanía de los santos.



Sin embargo ya en el siglo XII comienzan a aparecer grabados en las campanas determinados conjuros contra el granizo, la peste, los rayos y otras calamidades por el estilo. Afirma nuestro admirado escritor Jesus Callejo que era habitual que al menor indicio de tormenta se volteasen para «espantada»: “Así se estuvo haciendo durante siglos y así lo recomendaban hacer algunos prestigiosos hombres de la Iglesia hasta que una sentencia del Tribunal Supremo de 6 de marzo de 1905 prohibió en España «por razones de seguridad» tocar las campanas porque- se creía que el efecto causado era el contrario: se favorecía el desarrollo de estas tormentas”.

 En  La ermita del Cristo del Amparo de Jerte , según nos cuenta el historiador Jose María Domínguez Moreno , hasta no hace muchos años, se ejecutó un curioso ritual coincidiendo con la Cruz de mayo, fecha en la que solían comenzar los tañidos «por los buenos temporales». Al sonar la campana el cura procedía a bendecir los cencerros que allí amontonaban los cabreros, que luego pasarían a ser colgados del cuello de los ganados. «Ninguna cabra con esquila sagrá la mata el rayo. No cae donde ande una cabra con esquila.» . Pero lo más inquietante es que se afirma que poseía la virtud de tocar por sí sola al asomar la tormenta por los altos del cerro de Calamacho y Puerto de Tornavacas.

 Y aquí es donde comienza el miedo. Cuando las campanas comienzan a tocar solas, o movidas por manos invisibles …




Rescata  el periodista e investigador  Iker Jimenez la declaración ante el tribunal de la Inquisición de José Alonso Lechón, alguacil mayor de Villafranca de los Barros, que en el siglo XVII escuchó doblar solas las campanas de la ermita de la Coronada.

 “Yendo este testigo el día ventidos de agosto del pasado mil y seiscientos y sesenta y cinco, a cosa de las once de la noche, poco más o menos, en compañía de su merced don Álvaro Gutiérrez Blanco, alcalde ordinario de la villa aquel año, llegando al final de la calle del Aceituno que salía al ejido de la ermita de Nuestra Señora de la Coronada, oyeron que una de las campanas de dicha ermita dio una campanada, y dentro de poco sonó otra campanada, y este testigo y su merced fueron a dicha ermita que está extramuros de la villa. Yendo a dar a ella sonó otra campanada, y habiendo todos juntos llegado vieron que las puertas que tiene estaban cerradas y se comprobó que no había persona alguna en el interior de la ermita… “.

 Aquel tañer fantasmal volvió a producirse, claro y nítido, y tras haber escrutado con paciencia y cierto temor órgano, sacristía y torre los allí presentes se cercioraron definitivamente de que nadie había podido hacer sonar las campanas cuatro veces. Fue entonces cuando se personó en la plazoleta una gran multitud y comenzó a latir con fuerza la palabra “milagro”, un milagro que ha quedado reflejado en una tabla que aún se conserva junto al altar.




En el norte de Extremadura, en Las Hurdes, y concretamente en la legendaria alquería de El Gasco existe una cueva donde el día del Ángel, el 1 de marzo, suenan unas misteriosas campanas. Y no debe ser mentira la historia, porque hace poco me contaba una anciana del lugar, arrullada por el rumor del agua que corría a los pies del pueblo, que una cuñada suya fue a por chaparro a un cancho de Pico Castillo y oyó tocar la misteriosa esquila…

Y es que lo curioso de estas campanas fantasmales es que a veces dejan de ser leyendas para convertirse en realidades…

Cuando las campanas suenan solas (Angel Briz)

Porque si hay un toque de campanas que pone los pelos de puntas es el toque de difuntos. Y más cuando no existe en los contornos una campana real que produzca el fúnebre sonido…

Una soleada mañana de verano, mientras ascendíamos con el coche las sinuosas curvas hurdanas que nos llevaban a la bella alquería de Aceitunilla, el investigador Félix Barroso me narraba, en primera persona, cómo fue testigo de estas campanadas fantasmales.

“Me hallaba un día recogiendo unas antiguas canciones  junto a un hurdano que me estaba cantando el  Romance de la bastarda, un romance medieval que es una maravilla. Cuando llegamos a la estrofa que dice  “¿Por quién doblan las campanas?, ¿Quién se ha muerto? ,¿Quién se ha muerto?”. En ese momento la voz del hombre se apaga por completo y suenan nítidamente campanas doblando a muerto… Lo extraño– me contaba Félix, pensativo- es que ahí, en Martilandrán, no hay iglesia ni ermita ni leche que le dieron”.

Las campanadas fantasmales se grabaron, pero cuando le puso la cinta para que la escuchase, el hurdano le apremió para que le diera la cinta “que la iba a tirar a la lumbre porque habían entrado las mengas (brujas) en su casa”.




Pero no desesperen si escuchan campanas y no saben dónde, porque  todavía hoy hay quien continúa buscando la campana de oro que tañía en el castillo árabe que existía, hace mucho tiempo, en el Cerro del Castillejo, en Madrigalejo. Cuenta la leyenda que el señor del castillo desobedeció a los Reyes Católicos, y éstos decretaron destruir el castillo piedra a piedra, y construir con ellas la iglesia del pueblo.

En el traslado de las piedras, la carreta que transportaba la campana de oro volcó, y la campana salió rodando cerro abajo hasta caer en las aguas del río Ruecas, donde por mucho que se buscó y rebuscó, jamás apareció.

Con el tiempo, el lugar pasó a llamarse “la tabla de la campana”, y hoy en día aún hay quien la sigue buscando esperanzado en el fondo del río, y se afirma en voz baja, que si se aguza bien el oído y se introduce la cabeza en el agua, se pueden escuchar sus tañidos entre el nadar sincopado de los peces…







martes, 8 de marzo de 2016

Cómo reconocer a un ánima




Durante estos días, en algunos pueblos extremeños, al anochecer, pueden verse  a grupos de hombres envueltos en capas que a la luz de faroles y al sonido de campanas, recorren las puertas pidiendo limosna para los muertos. Son las cofradías de ánimas.

Y existen porque en esta tierra siempre se ha creído mucho en los difuntos, sobre todo en las ánimas del purgatorio, en aquellos que esperan en ese limbo perdido entre el cielo y el infierno (que se han cargado ahora de un plumazo) a que una buena persona termine de pagar sus cuentas (metafóricas y materiales) para poder salir de allí y poder “pisar la gloria”.

En estas situaciones, aquellos a los que se les aparece el muerto (el familiar, el amigo, la novia o el vecino), acompañados del alma del difunto, deben ir a cumplir lo que esa alma solicita, que normalmente es realizar los funerales pendientes, rezar unas misas o dar unas limosnas a tal o cual santo.

Pero la forma en la que se aparecen es variada. Aunque es cierto que en muchos casos se aparecen como las personas que fueron, otras muchas adquieren los más curiosos aspectos.

El arqueólogo Noé Conejo me contaba cómo su abuela de Almendral le narraba cómo las personas que hacían promesas a Santos, Vírgenes, o al propio Cristo, muriendo sin cumplirla, se aparecían a familiares con tal de que ellos cumplieran dicha promesa, evitando así las penas del purgatorio.

La forma  en que se aparecían era variada,  desde su forma real hasta ser una columna de luz que iluminaba toda la habitación. Le comentó su abuela que una vez a alguien del pueblo se le había aparecido  dicha luz y que acudiendo rápidamente al sacerdote, éste le comentó que lo más seguro es que se tratara de un Alma del Purgatorio. Y efectivamente, un novenario de Ánimas benditas y la columna de luz no volvió a aparecerse. Mano de santo, y nunca mejor dicho.



 Pero otras veces a forma de aparecerse era menos icónica y gloriosa. Por El Cerezal y Asegur, las ánimas tienen sus propios horarios y lugares preferidos. Suelen aparecer durante las horas nonas, y tan sólo se aparecen aquéllas que aún no han purgado sus pecados, preferentemente en los huertos, en la cocina y en la calle.

Cuenta el investigador hurdano Félix Barroso que si una persona desea que se le aparezcan las ánimas, debe buscar a una mujer llamada María para que rece nueve avemarías y unos cuantos padrenuestros.

En Las Hurdes, cuando las ánimas no tienen miedo a decir las cosas a la cara, se aparecen en forma de sábana hueca. Hay que fijarse bien en la limpieza de la sábana, porque tienen tantas manchas negras como pecados ha cometido en su vida.


Y aunque es cierto que a estas alturas de la película poco miedo nos va a dar un fantasma sabanero, hay que recordar que existen apariciones aún más rocambolescas y tragicómicas.

Porque cuando las ánimas tienen miedo a transmitir alguna cosa, se aparecen en forma de objetos blancos: una mariposa blanca, un gato blanco, una paloma… o hasta una gallina.



Una de las últimas apariciones fantasmales tuvo lugar en Las Hurdes, en 1965, cuando un matrimonio  vieron asombrados como su humilde casa se iluminaba repentinamente con una extraña y sobrenatural claridad, como si hubiese amanecido en plena noche.

Cuenta el periodista Iker Jimenez que el resplandor fue mitigándose hasta quedar concentrado en el piso bajo, en un viejo corral que hacía varios años que estaba abandonado. Al entrar observaron una rolliza gallina blanca que corría de un lado a otro de la pared, hasta que, al verlos, se quedó parada en medio de la estancia mirándolos muy fijamente. De la gallina surgió una voz ronca y desagradable que se identificó lastimeramente como la Tía Cristina, una mujer ya fallecida y a la que se tenía por bruja en la zona. Mientras la voz se iba tornando en llanto, la gallina proseguía:



-      “Debo tres perras a San Antonio, protector contra los espantos, y no puedo entrar en la buena ventura”.

Dichas estas palabras, un fogonazo impresionante envolvió al ave y esta “salió disparada hacia arriba”, desapareciendo al instante y quedando un halo luminoso en el corral. Sobra decir que, una vez que se entregaron las perras a San Antonio, la misteriosa gallina no volvió a aparecerse jamás.

Y es que al parecer hasta para entrar en el cielo, a veces, hay que comprar la entrada.

lunes, 7 de marzo de 2016

La extraña muerte de Fernando el Católico: Entre caníbales, adivinos, y afrodisiacos mortales.

La cantárida o mosca española, el Viagra de la época (Jimber)


Ahora que se cumplen los 500 años del fallecimiento de Fernando el Católico es buen momento para recordar cómo y dónde murió el rey más famoso de España. Sus circunstancias bien valen un escrito.

El viajecito por Extremadura comenzaba entretenido para su majestad, porque fue en Plasencia donde el rey Fernando el Católico vio por primera vez en su vida a unos caníbales. El militar y escritor Gonzalo Fernandez de Oviedo lo cuenta así:

“… pocos días antes de que el católico rey Fernando pasase de esta vida, le traje yo a Plasencia seis indios de los que comen carne humana”…

Poco imaginaba Fernando que unos días después de este singular encuentro moriría, sin salir ya de Extremadura, en un pequeño pueblecito cacereño. Y es que en aquellos días de 1516, de camino a Guadalupe y procedente de Plasencia, se agravó una extraña enfermedad que padecía el monarca en las cercanías de una pequeña localidad, por lo que tuvo que ser llevado a la Casa de Santa María, una propiedad que el convento de Guadalupe tenía por esos lares.

Si hacemos caso a la leyenda se trató de un caso de profecía cumplida, porque un adivino había anunciado muchos años antes que don Fernando moriría en Madrigal. El rey, por si caso, se cuidó mucho de poner nunca los pies en Madrigal de las Altas Torres, localidad abulense donde había nacido su primera y regia esposa Isabel de Castilla. Imagínense la cara de pánico que se le debió quedar cuando comienza a ponerse enfermo y lo llevan a pueblecito llamado… Madrigalejo.

Aquí pasó los últimos días de su vida, acompañado de una parte de su séquito, y de su segunda esposa, la reina Germana de Foix, que tras un largo viaje desde tierras aragonesas, acudió con tiempo de ver al rey aún con vida.

El rey Fernando murió en la madrugada de 23 de enero de 1516 en la Casa de Santa María, un enorme complejo que ocupaba toda una manzana a la salida del pueblo y que fue abandonada y desmantelada por la desamortización en el siglo XIX. Sólo una estancia se salvó del derribo, la que ocupó el rey en el momento de su muerte, convertida con el paso del tiempo en pajar y almacén hasta que en 1980, fue  declarada Monumento Nacional.


Muerte por sobredosis… de Viagra medieval


Lo cierto es que Fernando el católico ya había estado antes por estos lares, pero acompañado de su inseparable esposa, la reina Isabel la Católica. Pero Isabel muere en 1504, y Fernando es consciente de que necesita tener un descendiente para que pueda ocupar los tronos de Castilla y Aragón, ya que su hija Juana estaba un poquito loca y su heredero, el príncipe Juan, un poquito muerto. Así que, sacrificándose y teniendo en su cabeza el lema de “todo por la patria”, decide casarse con la pizpireta Germana de Foix, de tan solo 18 añitos.

La diferencia de edad era nada menos que de 36 años, por lo que pronto el pobre Fernando descubre que necesita algo de ayuda no ya para engendrar varón, sino al menos para intentarlo. Y como en este mundo nada es nuevo (y menos si hablamos de sexo), el rey, su esposa y sus adláteres recurrieron a los antepasados medievales de la Viagra.

El principal afrodisiaco de la época  consistía en las criadillas o  testículos de toro, un remedio muy conocido en nuestra tierra desde la antigüedad, y que aún se consume en algunos lugares, pues se creía que la fuerza y la virilidad de ese animal se transmitía a quien los comía (“de lo que se come se cría”, se afirma en estos lares, y nunca mejor dicho).  De hecho, la “publicidad” de la época afirmaba que una buena turma  “face desfallecerse una muxer debajo del varón“. Ahí es nada.

Pero no fue por nuestra gastronomía testicular por lo que murió el rey, sino por otro afrodisiaco que aún se vende en las herboristerías de algunos países africanos (doy fe de ello) y que se ha utilizado durante siglos para potenciar lo impotente: La cantárida. De hecho, le hemos puesto el apellido, y en el mundo se la conoce como “mosca española”.



Sin embargo, la cantárida no es una mosca, sino un pequeño escarabajo de color verde esmeralda metalizado del que se obtiene un alcaloide denominado cantaridina,  que aplicado en dosis controladas dilata los vasos sanguíneos, produciendo en el hombre una erección prolongada.

En Extremadura la hemos utilizado con alegría desde hace siglos, y las brujas y hechiceras hacían de ella una compañera inseparable para sus polvos del querer y otros polvos igual de sospechosos.

Según  afirma el periodista César Cervera, Jerónimo Zurita, cronista del Reino de Aragón, estaba convencido de que el Rey sufrió una grave enfermedad ocasionada por un

«feo potaje que la Reina le hizo dar para más habilitarle, que pudiese tener hijos. Esta enfermedad se fue agravando cada día, confirmándose en hidropesía con muchos desmayos, y mal de corazón: de donde creyeron algunos que le fueron dadas hierbas».

Nadie dudaba de que el cóctel de afrodisíacos, en especial por la cantárida, era el culpable de la mala salud de Fernando, y que su abuso le provocó graves congestiones que derivaron en la hemorragia cerebral que le llevó a la tumba. De hecho, algunos cronistas han apuntado que la noche anterior a su muerte había ingerido una dosis muy elevada del «feo potaje»…

Por muy feo que fuera el potaje, lo cierto es que la erección espontánea que produce la cantárida la convirtió en el afrodisíaco de referencia hasta el siglo XVII,  cuando cayó en desuso dado el número de envenenamientos mortales que se produjeron. Pero como el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma Viagra, volvió a ponerse de moda a mediados del siglo XVIII, cuando entró a formar parte de los ingredientes de unos bombones afrodisiacos conocidos en Francia como “caramelos Richelieu”. Estos cardenales…

sábado, 5 de marzo de 2016

Del Imbolc celta a los trisantos de febrero: Cuando la diosa Brigantia se convirtió en Santa Brígida




Paseando la semana pasada por las salas del Museo Nacional de Escocia me topé con un ara de apariencia romana con un nombre que me llamó la atención; Brigantia. Y recordé que ya mismo, en algunos pueblos extremeños, celebraríamos nuestra fiesta celta vestida de ropajes cristianos: Santa Brígida.

Y es que Santa Brígida es, como bien recoge el historiador  Jose María Dominguez Moreno, uno de “los trisantos de febrero”

Los trisantos de febrero:

Santa Brígida el primero,

el segundo Candelero

y el tercero gargantero.

Estos “trisantos” engloban en nuestras tierras la festividad celta de Imbolc, que marcaba el inicio del resurgir de la vida  Se celebraba en torno al 1 de Febrero, durante la luna llena que tiene lugar entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera.

Imbolc era la fiesta de la luz que reflejaba la esperanza de la primavera y cómo los días eran cada vez más largos. El fuego y la purificación son un aspecto muy importante de esta festividad puesto que Brighid es la diosa de la salud y está asociada a la curación, a los manantiales y al fuego sagrado. Por eso, el encendido de velas y fuegos representa la vuelta del calor y del creciente poder del Sol en los meses venideros. De hecho, La diosa Brigit (o Brighid) y su trasunto Santa Brígida se representan con un fuego en las manos. Y por si fuera poco, en estos días se encienden en los pueblos las fiestas rituales de las Candelas.



Imbolc era el día en que Brighid recorría la tierra y recogía la leña que necesita para el resto del invierno. Como afirman los compañeros de Oscec si el invierno aún había de durar, sería un día soleado, para que Brighid pudiera salir a por la leña que necesite para el resto del invierno. Si hacía un día malo es porque Brighid no necesitaba más leña y porque el invierno ya no duraría mucho.

La Iglesia Católica no tardó en sustituir a la diosa Brigit por la abadesa santa Brígida de Kildare, cuya fiesta (al parecer, su muerte) también se celebra el 1 de febrero, una noche es en la que Santa Brígida recorre la tierra.

Antes de acostarse, todos dejan una cinta o pañuelo en la ventana para que, al pasar, las bendiga. El padre de familia apaga entonces el fuego y rastrilla las cenizas. Por la mañana los surcos en las cenizas son las huellas del paso de Santa Brígida y entonces se recogen los pañuelos que ahora tienen poder de curación y protección (¿No nos recuerda eso a San Blas y a sus cordones protectores de gargantas, otros de los trisantos de febrero?)


De hecho, la vida de la Santa  no tiene desperdicio para quien sepa leer entre líneas, pues cuenta el maestro e investigador Jose Luis Rodriguez Plasencia que algunas tradiciones presentan a Brígida bastarda de un druida, que tuvo una visión según la cual estaría llamada a ser una gran diosa; o incluso como alumna aventajada de los druidas.

Brígida nació al amanecer, mientras que su madre caminaba sobre un umbral, es decir, estando entre lugares y tiempos. En la tradición celta este es un periodo de espacio sagrado cuando las puertas entre los mundos se abren y pueden ocurrir eventos mágicos.

Otra leyenda cuenta que de niña no podía ingerir alimentos ordinarios, y era alimentada con la leche de una vaca blanca con las orejas rojas. Los animales blancos con orejas rojas se encuentran frecuentemente en la mitología celta como bestias del otro mundo.

En Irlanda, esta festividad está ahora consagrada a Santa Brígida, el día 2 de Febrero,

En el oeste de la península ibérica, todos los pueblos de origen céltico también compartían este culto y las festividades del calendario celta, siendo conocida con el nombre de Brigantia

El culto a Brigantia no ha desaparecido de nuestras tierras. O al menos, no del todo., Sabemos por Rodriguez Plasencia que tuvo ermita en Calzadilla de los Barros,  en Talarrubias, en Villarta de los Montes, en Usagre y en Fregenal de la Sierra. En  Monesterio también hubo una ermita de Santa Brígida, (también llamada, mire que curioso, de la Candelaria, otra trisanta), y en Lobón hubo una capilla dedicada la santa irlandesa (de la que ya no quedan ni los restos) pero de la que partían las cacerías de lobos que se organizaban en la localidad.


La diosa cristianizada todavía recibe culto en Peñalsordo, (en la zona más elevada del pueblo) en Montemolín (cuya ermita ahora es llamada de San Blas, otro trisanto). Santa Brígida es además patrona de Zafra, y según afirma el antropólogo Javier Marcos Arévalo, sus fiestas (tanto la de Santa Brígida como la de la Candelaria) dan una especial relevancia social a las mujeres.

En algunos pueblos de la provincia de Cáceres, como Cambroncino o Aldeanueva del Camino, aunque no hay ermitas dedicadas a la santa se conservaba hasta hace poco la costumbre de tocar las campanas de la iglesia el día de Santa Brígida, con el objeto de propiciar los buenos temporales.

Quizás a partir de ahora, cuando suenen las campanas o subamos a una ermita perdida encomendada a Santa Brígida, podamos ver, mirándola a los ojos, a la diosa que se oculta tras la santa, y descubrir, bajo nuestros hábitos cristianos, nuestra piel celtíbera y pagana.



viernes, 4 de marzo de 2016

El fantasma de la Vieja Cuaresma



 Anda (y nunca mejor dicho)  por estos días La Patarrona recorriendo pueblos extremeños. La Patarrona  es una vieja  con muchas muchas piernas  que amenaza a los niños con ponerles un grano en la cara si no cumplen sus exigencias. La Patarrona comenzó a caminar en Italia y Cataluña con siete patas y terminó en Extremadura con solo cinco. Empezó siendo una vieja desagradable y  terminó convertida en una simpática bruja. Nació cuaresmera y la hicimos carnavalera.

A nuestra Patarrona se la llama en otros lugares La Vieja Cuaresma, y cada pierna de la anciana es una semana que queda para la Pascua. Pero, en algunos lugares de Extremadura, como en Fuente del Arco, La Vieja Cuaresma tiene una leyenda más triste, aunque vestida con los mismos ropajes de bruja anciana.

 Acudimos a Fuente del Arco siguiendo el rastro de las leyendas que el filólogo y escritor Manuel Vilches nos relata en su libro La Tierra de Jayón, y concretamente  una de ellas: La cueva Cuaresma.

 Nada más salir del pueblo, camino de esa joya que es  la ermita del Ara, nos encontramos a la derecha una elevación conocida como El Cerrajón, en la que aún se dibuja lo que queda de la misteriosa “la Cueva Cuaresma”,  con aires brujeriles y reducida  a barrenazos  desde los años veinte, pero aún visible en la cresta.

Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, (tanto que ni los más ancianos del lugar recordaban haberla conocido), una anciana tenía por  costumbre recluirse en aquella covacha durante el período de Cuaresma, los 40 días de ayuno y abstinencia previos al domingo de Pascua.

Cuentan que esta vieja en otro tiempo fue joven, y tan devota y mística que  decidió encerrarse las cuaresmas en la cueva  para estar más cerca de Dios y más lejos de los hombres. Pero el pueblo, que no perdona al que va por libre, comenzó a murmurar de la muchacha, llegando primero a decir que andaba amancebada en la cueva con un bandolero, y más tarde a afirmar que el bandolero no era tal, sino el mismo demonio al que había entregado su alma y su cuerpo a cambio de conocimientos brujeriles.

Tal era el rechazo que le demostraban sus vecinos cuando decidía bajar el pueblo, que un año, al llegar la Pascua,  decidió no volver a bajar, y habitar por siempre en la cueva.




El tiempo pasó, los años pasaron lentos e inexorables, la juventud dio paso a la vejez. Y un día, en el pueblo, alguien comentó que la Vieja Cuaresma había muerto. Y cuenta Vilches, con muy buena pluma, que en se afirmaban en las calles

… “que al filo silencioso de la medianoche podía verse su espectro enlutado vagar sin rumbo fijo por los peñascos escarpados del Cerrajón, envuelto en un pálido resplandor de luna, que por los alrededores del cerro a esa hora podía oírse, con espantosa claridad, un monótono llanto procedente del interior de la cueva, un llanto extraño y prolongado, una especie de aullido agudo y sin final, infinitamente triste, como el lento delirio de una alimaña agonizante”.

Desde entonces, y aunque nadie la ha visto, los mayores atemorizan a los niños cuando andan por la zona.

 “¡Por allí viene la Vieja Cuaresma, ¿No la veis?!”— gritaba siempre alguien.

Y los niños huían cerro abajo, en desbandada, sin atreverse a mirar si era cierto o no.

Y cuentan los campesinos que cuando volvían al pueblo al atardecer, llegando al cruce de senderos de la Cruz de Guardao, y al pasar  frente a la boca de la cueva, las cargas de leña, como por arte de magia, se deshacían sobre el lomo cansino de las bestias, desmoronándose y cayendo al suelo.


Aunque hay quien afirma que el fantasma de la Vieja Cuaresma no baja de la cueva, y que quien deshace las cargas de los burros es el espíritu del Guardado, un borrachín bocazas al que una vecina asesinó en ese mismo lugar mientras dormía, atravesándolo con una aguja de coser serones por poner su nombre y su honra en boca de todo el pueblo.

Sea  como sea, y aunque el paisaje es precioso, y la cueva ya no es tanta cueva y la Cruz del pobre Guardado acaban de encalarla, no andaba yo sola por la zona una vez anochecido. Y menos en Cuaresma. Por si acaso.


jueves, 3 de marzo de 2016

El duende Martinico




El duende Martinico es un ser de la mitología española principalmente de la andaluza y castellana

El Martinico no es un duende malo, todo lo contrario, su aspecto es de un ser pequeño, regordete, narigudo y hay quien dice que hasta con una pequeña chepa, casi siempre va vestido con un hábito de monje de color rojo.

En Castilla estos duendes forman parte de determinadas casas, y cada vez que alguna familia se va a vivir a ella, se encarga de gastarle bromas continuamente, cambiándoles las cosas de sitio, escondiéndola, haciendo ruidos,

Duende Martinico en el grabado "Duendecillos" de los Caprichos de Francisco de Goya. Crédito Wikipedia
Duende Martinico en el grabado “Duendecillos” de los Caprichos de Francisco de Goya. Crédito Wikipedia

apagando las luces (velas, candelabros, etc…) a pesar de ello, si ven que alguien de la familia tiene problemas hacen todo lo posible por ayudarlo. En ocasiones, se encariñan tanto de una familia que cuando estos se mudan, Martinico se hace un atillo y se traslada con ellos.

En Aragón es el encargado de los sueños, por lo que cuando los niños tienen ganas de dormir se suele decir “ya viene el Martinico”

En Andalucía se encuentras distintas historias:

En Córdoba, se dice que habitaba una casa y que se enamoró de la dueña a la que pretendía sin obtener sus favores. El hermano de la dueña quería heredar todo lo de esta y durante muchos años intentó asesinarla, Martinico cada vez que veía al hermano acercarse a la casa, provocaba un gran estruendo haciendo que todos los vecinos salieran a la calle.


La dueña cansada de Martinico y de su insistencia se cambia de casa, un día mientras salía de misa el hermano la asesinó. Nunca se pudo saber quién había sido el asesino, por lo que heredó todo lo de su hermana y se trasladó a vivir a la casa en la que estaba Martinico, esa noche, mientras dormía, notó que le faltaba el aire y como algo le oprimía el cuello, poco a poco su cuerpo se iba incorporando  hasta quedar colgado de una viga. Al día siguiente cuando los vecinos y autoridades entraron en la casa, lo encontraron muerto y en un rincón de la habitación al Martinico que les esperaba para decirles que por fin había habido justicia, y que no había sido un suicidio, sino una ajusticiamiento. Martinico desapareció.

En Granada, en el Albaicín, cuentan que el duende Martinico era el guardián de los aljibes y de los depósitos de agua, y con él se asustaba a los niños para evitar que ensuciaran el agua que servía para beber en la ciudad. evitándose de este modo infecciones.

También en Granada, en Benamaurel, en un documento de la Biblioteca Virtual de Andalucía (1) en formato vídeo, nos cuenta la leyenda de Martinico, así como que cada vez que fallecía un niño sin bautizar este se convertía en el Martinico de la casa, y que la única manera de poder hacer desaparecer al duende en la casa era pagando una bula a la iglesia.

En Baza, también de Granada, se cuenta una historia idéntica.

miércoles, 2 de marzo de 2016

La proximidad del Edén. Cuento de Navidad



El señor ministro frunció sus pobladas cejas y se rascó sin cuidado el mentón: que no le gustaba, que no. Llevaba una hora dándole vueltas al asunto y no podría explicar por qué le daba tanta importancia. Pero lo que estaba claro era que aquel expediente que había sobre su mesa no le gustaba. Las Naciones Unidas, ni más ni menos que la ONU, en concreto la Unesco, en colaboración con Google Earths iba a hacer un catálogo virtual de ciudades antiguas. Un gran montaje virtual que permitiría visitas en tres dimensiones, paseos en el tiempo y experiencias a escala real con los cinco sentidos. En el catálogo estaría la Roma imperial, antes del incendio de Nerón; la Atenas del siglo de Solón; la Ciudad Prohibida y, tal y como eran a mediados del siglo XV, el Machu Pichu inca y la ciudadela de La Alhambra. Estos dos últimos representarían ante el mundo a toda la Comunidad Iberoamericana de Naciones, España y Portugal incluidas.

—¡No te jode! —soltó el ministro.


Que no le gustaba al señor ministro, don Piadoso Barojo -descendiente del escritor vizcaíno que estableció que La Alhambra era un quiosco-, no le gustaba que España tuviera por representante a La Alhambra y que La Alhambra apareciese además sin el palacio de Carlos V.

—¡Tal y como era en tiempo de los moros! ¡No te jode! —se repetía el ministro— ¡Y El Escorial, coño? ¿Es que estos guiris de Naciones Unidas no saben que esta gran nación de Occidente tiene espíritu escurialense! ¡Y que además El Escorial está en Madrid que es donde deben estar las cosas, carajo!

Gutiérrez, su jefe de gabinete, lo miraba sin atreverse a decir nada. Todavía recordaba con alguna vergüenza las escenas de la última visita a Granada de don Piadoso Barojo. Lo llevaron a un restaurante en el que le habían preparado un menú de especialidades nazaríes. Ni siquiera las probó. De malos modos, ordenó un par de huevos fritos y una botella de Viña Ardanza. Después lo llevaron a visitar La Alhambra: puso gesto de aburrimiento y rechazo ante las explicaciones que le ofrecía un profesor universitario, elegido por las autoridades locales como guía para la ocasión, justo por su amenidad y sabiduría. La máxima tensión se vivió en el Salón de Comares, cuando don Piadoso encendió un cigarrillo provocador. Los guardias del monumento hicieron ademán de amonestarlo y apenas los vio venir, Gutiérrez se apresuró a encender otro para llevarse él la bronca. Después ordenó a los escoltas del ministro que hicieran lo mismo. Cuando don Piadoso vio que había seis o siete personas fumando en aquel Sancta Santorum, arrojó la colilla en la mismísima estrella de ocho puntas que señala el lugar del trono en el centro del salón. Y cuando vio el nerviosismo de los guardias se encaró con el jefe de seguridad del monumento:

—¿Es que esos azulejos horteras no son un puto cenicero? —le dijo—. Pues no se me ocurre un uso mejor.

Y lo peor todavía estaba por llegar: la Asociación de la Prensa de Granada le hizo entrega de una reproducción de la Fuente de los Leones:

—La guardaré en mi museo particular de los horrores —exclamó don Piadoso.

Su madre era descendiente de judíos centroeuropeos. Algunos fueron asesinados por los nazis y él pensaba poner aquella fuentecita de moros antijudíos junto a una reproducción en miniatura de las duchas de gas de Auschwitz. Cuando el profesor intentó explicarle que los doce leones representaban a las doce tribus de Israel, se quedó algo sorprendido, pero no le dejó terminar las explicaciones.

—¿Me está usted llamando ignorante? —le espetó con aquel vozarrón al que Gutiérrez tanto temía.

El mismo que usó aquella mañana para gritarle:

—Gutiérrez, póngame ahora mismo con la ministra de Exteriores.

En dos minutos estaba establecida la conexión telefónica con doña Camino Juaristi.

—Hola, Camino. ¿Cómo estás?… ¿En Nueva York?… Ahí te quería yo ver.

—Pues aquí me tienes, Piadoso —dijo doña Camino—, siempre a tu servicio y al de España.

—Vamos al grano —dijo don Piadoso—. Que la Unesco quiere poner un monumento musulmán a representar a España.

—Estoy al día, Piadoso —dijo doña Camino—. Pero no sólo a España…

—Pero sobre todo a España —elevó don Piadoso la voz—. Pues eso hay que cambiarlo.

—Es difícil, Piadoso. Hay alguna posibilidad con la Sagrada Familia…

—¿La modernez esa de los catalanes? Ni hablar. ¡Hay que poner a El Escorial!

—A tus órdenes, Piadoso —doña Camino sabía que lo que estaba recibiendo era una orden—. Lo intentaremos.

—¿Y los portugueses qué dicen? —preguntó don Piadoso.

—A los portugueses les parece bien —explicó doña Camino—. Son gente deliciosa y el ministro me dijo que La Alhambra tem muita galhardia.

—¡Ay, Camino! —exclamó don Piadoso— ¿No serás tú también iberista?

—No, padre.

—¿Por qué me llamas padre?

—¡Ay, perdona, Piadoso! ¿Cómo voy a ser yo iberista, si soy católica? España y Portugal son hermanas y, por lo tanto, toda unión es incestuosa.

—Y además republicana, federal y con la capital lejos de Madrid. Así que el iberismo tiene todos los pecados. Todos, hija.

—¿Por qué me llamas hija?

—Disculpa. ¿Prefieres que te llame ‘tía’, cómo llaman los sociatas a sus mujeres? —Piadoso casi nunca reía, pero eso era para él toda una gracia— . Volviendo a lo de La Alhambra ¿qué podemos hacer?

—Un informe riguroso de un historiador de prestigio —dijo doña Camino— que compare ambos monumentos y se decida por El Escorial. Tal vez Césareo Mortal pueda escribirnos un libro de esos que él hace en diez días.

—No va a poder ser —dijo don Piadoso—. Lo voy a nombrar ministro de cultura de aquí a tres días.

—¿Tú lo vas a nombrar? —se extrañó doña Camino—. Será el presidente del gobierno quien…

—Yo soy el sucesor in pectore —dijo don Piadoso.

—¡No sabes cómo me alegro! —mintió doña Camino—. Aquí estamos siempre a tus órdenes.

—Entonces quedamos en eso, Camino. Yo encargo el informe comparativo. Tú ve preparando una nota diplomática por si La Alhambra es la elegida.

—¿Qué digo?

—Que la designación de La Alhambra es parte de la pertinaz conspiración etarro-alqaedica, que comenzó con la invasión sarracena de España en el 711.

—Me gusta mucho lo de ‘pertinaz conspiración’ —dijo sumisa doña Camino—. Tomo nota, Piadoso.



II.

Era día laborable, pero Navidad y en Navidad no se sabe si es lunes o jueves. La abogada Amparo Larios, una mujer bella, de piel blanca, pelo negro, labios rojos y ademanes serios, había sucumbido a la depresión de las fiestas y llevaba toda la mañana intentando levantarse sin conseguirlo. Con pantalones de chandal y una sudadera gruesa, con la capucha puesta cuando iba al baño para no verse el pelo sucio, acurrucada en la cama, se negó a ducharse y a atender las tres primeras llamadas de móvil. La cuarta arrojó un nombre misterioso: Cipriano. Si el nombre aparecía en la pantallita del teléfono era porque ella lo había registrado alguna vez. Luego conocía a un Cipriano, pero no se acordaba. Tenía nombre de procurador de los tribunales, pero no caía. Llevaba varias marchas nocturnas acumuladas. Primero fue la cena del bufete, después amigos reaparecidos que vuelven a casa por Navidad y, por fin, el enésimo desengaño amoroso que exigía ser ahogado en alcohol de Sarita Valdés, su socia, su amiga, la mitad de su vida… Cuarenta. Cuarenta años y seis meses de edad. Un novio con consulta montada, barriga, caspa, canas y gafas de sol que se prolongó demasiados años, un amor imposible pero grande hacia un neurótico insoportable, un amante rockero muerto o desaparecido, una separación sin divorcio ni matrimonio previo, mucho trabajo, demasiado alcohol, poco sexo y sin glamour, y cuarenta, sobre todo, cuarenta tacos que le habían caído como un chapuzón inesperado.

Entre la noche de la cena de hermandad entre abogados y el mediodía del martes —cuando llamó Cipriano— Amparo Larios quería recordar haber consumido varios platos de foie, algunos solomillos en salsa de Cabrales, litros de crianza, tapas miles en fritanga y gin-tonics incontables. Sólo el recuerdo de lo comido bastaría para explicar por qué se sentía tan mal, pero además una resaca de vino y ginebra sin aspirina le producía monstruos en su cabeza. Sonó el móvil y respondió sin mirar la pantallita. Al menos, iba a enterarse de quien era Cipriano. Pues no. Era el director de la sucursal de Caja Granada que le mandaba un regalo navideño: dos entradas para una representación de zarzuela. Se hundió en la almohada y siguió sudando. Sólo Sarita podría sacarla de aquel estado y en ese momento oyó la puerta, los taconazos y la voz alegre de Sarita.

—¿Dónde está mi reina?

Antes de que Amparo pudiera responder, ya Sarita había entrado en su dormitorio y se había sentado en su cama.

—¿Y si hubiera estado con un tío? —le dijo Amparo, a modo de reproche por entrar sin llamar.

—Pues me lo tiro yo también —rió Sarita—, que falta me hace. ¡Uy! ¡Qué mala cara tienes!

—Esa afirmación es performativa —dijo Amparo.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Que si alguien te dice que tienes mala cara, se te pone mala cara.

—No digas tonterías, Amparo —dijo Sarita—. Te traigo Alka Setzer del antiguo. El que lleva aspirina y bicarbonato y está tan rico. Es que al nuevo le han quitado la aspirina y sabe dulzón. Menos mal que el chico de la farmacia me ha guardado siete cajas del antiguo.

—¿Siete cajas? Se te van a caducar.

Sarita empezó a reír a carcajadas.

—Es que me he acordado de un chiste de abuelitos —explicó.

—Sé que no te callarás hasta que no me lo cuentes —dijo Amparo mientras se incorporaba de la cama—. Así que venga cuéntalo ya.

—Un viejecito le dice a otro: “Mi secreto es la carne de membrillo”… ¿Ya sabes tú para qué? ¿No Amparo? —Sarita estiró el dedo índice, sin parar de reír.

—Hasta ahí llego —dijo Amparo que ya estaba riendo por contagio.

—Entonces —siguió Sarita— , el otro viejecito se va a la tienda y dice: “Por favor, me pone dos kilos de carne de membrillo”. El tendero se extraña: “¿Dos kilos?… Oiga que se le va a poner dura”. “¡Entonces pongame cuatro!”.

Amparo rió a carcajadas, pero de pronto se le cortó la risa:

—¡Ya sé quién es Cipriano! —exclamó.

—¿Cipriano de Bérgèrac? —Sarita no paraba de reír.

—No. Escúchame —dijo Amparo—. Con mi ex tenía un acuerdo de fidelidad. Él podía tirarse a una mujer, pero tenía que ser negra. A cambio yo podía beneficiarme a un tío: pero tenía que ser un arquitecto milanés de treinta y cinco años. Bueno pues en Madrid conocí a un arquitecto que no era de Milán, pero era de San Sebastián y tenía treinta y cinco. Así que me dije que era casi una infidelidad permitida. Me metí en su habitación del hotel. Hice lo que pude, pero no hubo manera. El pobre lo pasó fatal, buscó mil excusas y me mandó un ramo de flores y un sms en el que decía que mi cuerpo olía a madera y a canela. Bueno, pues aquel tipo se llamaba Cipriano y me ha llamado esta mañana.

Amparo buscó una lata de color azul, sacó de ella un pequeño puro y lo encendió. No era el primero del día. Con la misma mano con que lo sostenía, abrió el teléfono móvil y pulsó la tecla de rellamada. Cipriano estaba en Granada. Había venido a terminar un informe sobre La Alhambra, el palacio de Carlos V y El Escorial. Se alojaba en el hotel Alhambra Palace. Con la desaprobación de Sarita, que movía la cabeza mientras Amparo hablaba por el móvil, quedaron a las seis y media.



III.- Tomando café con un negacionista

Amparo no se retrasó demasiado. Tomó el autobús en Plaza Nueva y se bajó en la misma puerta del hotel. Sentado en la cafetería, frente al ventanal, estaba Cipriano contemplando el atardecer del solsticio. Amparo no lo hubiera reconocido por la calle. Simplemente lo había olvidado. Cuando se levantó para saludarla con dos besitos, lo examinó con suspicacia: rondaba los cuarenta, pero los llevaba mal. Una chaqueta verde de lana, una camisa con la marca bordada —una silueta de hombre y caballo jugando al polo—, unos pantalones de pana gruesa mal entallados y unos zapatos demasiado brillantes. Ya no era un arquitecto de San Sebastián, sino un madrileño de la calle Génova. Por lo demás, rasgos angulosos y atractivos, estatura suficiente, crema hidratante bronceadora, pelo negro bien cortado, ojeras mal disimuladas y peso justo si no escaso.

La conversación siguió por los senderos previsibles. Casado, pero no feliz. Arquitecto, pero no artista. Donosti en el corazón, pero Madrid en los zapatos. Sin hijos, pero con ganas. Tenis los miércoles por la noche, footing, mucho trabajo, coche deportivo pero no todoterreno, golf…

—¿Te gusta el golf, Amparo?

—No.

—¿Tenéis campos de golf en Granada?

—Demasiados para lo aconsejable por razones ecológicas.

—¿No te creerás las tonterías de los ecologistas?

Aquí empezaron los problemas. Amparo: emisiones de CO2 a la atmósfera, Cipriano: las manchas del sol. Amparo: protocolo de Kioto, Cipriano: perforaciones petrolíferas en Alaska para no depender de los moros. Amparo: Al Gore y el fraude de Bush en Florida, Cipriano: “El ecologista impertinente” y menos impuestos. La primera llamada de Sarita Valdés, tuvo la puntería de la campana del ring. Amparo pidió disculpas y se levantó de la mesa para hablar.

—Aquí estoy tomando café con un negacionista.

—Mientras sea café —dijo Sarita—. ¿Y qué es lo que niega, el pobre?

—La crisis ecológica.

—Mientras no niegue que está casado.

—Negarlo no lo ha negado, pero sí ha renegado. Ya sabes, la historia esa de los tíos que quieren follarte: no me va bien, no me entiende, estamos en un período de reflexión… Pero, apenas me he levantado para hablar contigo, ha sacado su móvil y se ha puesto a hablar.

—¿Con su mujer?

—No lo sé, pero me apuesto lo que quieras, por la cara de hipócrita que pone.

—¿Te ha invitado a cenar?

—Todavía no, pero calculo que faltan diez minutos para que lo haga.

Fueron quince, pero Cipriano prefería una cena tranquila a una representación de zarzuela. A pesar de que a él la zarzuela, como todo lo español le gustaba mucho.

—Siempre andamos con modas extranjeras y no nos damos cuenta de lo que tenemos aquí.

“Otro tópico como ese y yo me voy” —pensó Amparo. Quedó claro que él pagaría y que Amparo elegiría restaurante, porque al fin y al cabo aquella era su ciudad. Tuvieron suerte. Era noche de cenas de empresa y amigos, pero Amparo Larios llamó a su amiga María Angustias y consiguió una mesa en un precioso restaurante, bajo la plaza de San Nicolás, enfrente de La Alhambra. Cipriano ojeó la carta sin entusiasmo. Los problemas se replantearon enseguida.

—Tomaré una ensalada.

—¿La andalusí? —preguntó Amparo.

—La menos moruna que haya.

—¿Te apetece probar un vino de la tierra?

—¿No hay ningún rioja? Ya me extrañaba a mí que hubiera vino en un restaurante moro —Cipriano se rió como si de verdad tuviera gracia.

—Estás en un restaurante andalusí —le subrayó Amparo—, no moro. Además mis antepasados hacían y bebían vino.

—¿Tus antepasados? —se extrañó Cipriano—. ¿Es que eran árabes?

—No eran árabes, ni moros, eran andalusíes —Amparo lo repitió de manera cansina pero rotunda—. ¿Ves la Alhambra? ¿Quién la hizo?

—Los árabes —dijo Cipriano—. Y si los dejamos, vuelven y se la quedan.

—Pues no. La hicieron mis antepasados y no los de Bin Laden.

Amparo entró en debate. Negó la invasión árabe: “nos invadió el Corán, no los árabes”. Negó la Reconquista:

—¿De verdad te crees que desembarcaron como en Normandía, que los españoles nos fuimos a Covadonga y que ocho siglos después volvimos a Granada?

Cipriano trató de llevar el tema a lo arquitectónico.

—Sin duda, el palacio de Carlos V es lo más valioso de La Alhambra.

—El palacio de Carlos V es un parche —dijo Amparo.

—¿Conoces El Escorial? —preguntó Cipriano por conciliar.

—No, ni el Valle de los Caídos, ni pienso conocerlos.

Había que salir de aquella conversación. Los dos se dieron cuenta. O eso o cada uno a su casa. Amparo no podía luchar contra tanto tópico. Cipriano no podía ni siquiera contar que había terminado un informe para don Pío Barojos en el que decía literalmente: “Una vez más, torticeramente —había pensado mucho este adverbio— la ONU prefiere la Alhambra a El Escorial como representante de la Nación española, una vez más la morisma antes que el Imperio”.

Después de la cena, se marcharon a un pub, la música era estridente, no se podía conversar y se podía bailar. Así que se acabó el debate, bebieron y bailaron hasta el amanecer. A la salida, Amparo estiró los brazos como una bailarina. Se sentía nueva. Él aprovechó la ocasión para clavarle un beso en la boca. Aquel tío no le parecía gran cosa, pero ella aceptó acompañarlo al hotel. Por un lado, no estaba mal para lo que lo había; de otro, qué mejor cosa se podía hacer en la madrugada del 22 de diciembre y, sobre todo, siempre había querido conocer las habitaciones del Alhambra Palace. “Para lo que hay no está tan mal —se repitió Amparo”.

Jugaron un buen rato en la cama, hasta que Cipriano descubrió el tatuaje de Amparo: una serpiente que llevaba grabada justo donde la espalda pierde su honesto nombre. Entonces Amparo se colocó de espaldas y se montó sobre él para que disfrutara de la danza de la serpiente, para no verle la cara y para no olerle el aliento. Esta vez parecía que Cipriano no iba a fallar, pero de pronto se quedó quieto. Amparo volvió la cabeza muy preocupada, por un instante pensó lo peor, pero no. Cipriano no se había muerto, porque respiraba fuerte, estaba a punto de empezar a roncar y tenía un hilillo de baba cayéndole por la comisura de los labios.



IV.- El secreto de las comunicaciones

Excitada, desvelada y recién duchada, Amparo Larios no pensaba irse de allí tan rápido. Corrió las cortinas y se extasió con las vistas. Terminaba la noche mayor, empezaba el día más corto del año, Sierra Nevada estaba espléndida y allí hacía un calorcito muy agradable. “Hasta que no se me seque el pelo no me voy” —se dijo Amparo. Cipriano ya roncaba sin pudor y era mejor no volver a verlo nunca. Así que abrió su teléfono móvil, buscó su nombre en la agenda y modificó el último número. Era inevitable: la Constitución garantiza el secreto de las comunicaciones, pero Amparo leyó los mensajes que Cipriano había enviado y recibido aquella noche. Su mujer le decía en uno: “Aunque tú no estés, tu hijo crece en mi vientre esta noche también”. “Estoy rendido —escribía él a las once de la noche—. Acabo de enviar el informe sobre la Alhambra al ministro y al periódico. Ahora me voy a dormir, pensando en ti y en nuestro hijo. Te quiero”. Amparo compuso un gesto de asco. Recogió el bolso y se disponía a salir cuando vio el ordenador portátil de Cipriano sobre la mesa. La intimidad tiene el mismo rango constitucional que la vida o la libertad, pero Amparo lo conectó. No había contraseña de acceso y el aparato le formuló la siguiente pregunta: “Tiene usted dos mensajes sin enviar en la bandeja de salida. ¿Desea enviarlos ahora”. No. Puesta a delinquir, habría que leerlos antes. Los dos contenían un informe titulado: “La Alhambra versus El Escorial”. Uno iba dirigido a don Piadoso Barojos, el otro a Neofreedom un conocido periódico digital, creacionista, negacionista, centralista, confesional y, sólo según su director, don Cesáreo Mortal, también liberal. Amparo leyó algunas frases sueltas del informe y se horrorizó. Entonces, con más crispación que malicia, buscó en internet un artículo sobre La Alhambra que le había gustado cuando lo leyó. Se llamaba “El Edén sobre la Tierra” y era de un tal Serrano, un viejo conocido suyo. El artículo comenzaba con un verso de Ibn Zamrak grabado en las paredes de La Alhambra: “Sabrás mi ser si mi hermosura miras”. Marcó el texto completo, tenía una extensión similar a la del informe de Cipriano. Lo copió y lo pegó en los dos mensajes abiertos. Borró el informe de Cipriano. Y los envió.

En la mañana del 22 de diciembre, sólo Gutiérrez atendía en el ala noble del Ministerio. Don Piadoso Barojos estaba ya en su caserío, dedicado al vino con huevos fritos. La televisión estaba puesta y retransmitía como siempre el sorteo extraordinario de Navidad. Gutiérrez abrió el correo del ministro y leyó el encabezamiento del informe de Cipriano: “El Edén sobre la Tierra”. “Sabrás mi ser si mi hermosura miras”. No siguió leyendo porque justo en ese momento los niños de San Ildefonso cantaban el número agraciado con el premio gordo. Un rato después, pasada la emoción, comprobó los muchos décimos que él jugaba. Y, enseguida, siguiendo las instrucciones de don Piadoso, imprimió el informe de Cipriano en papel con membrete del Ministerio, lo marcó con el sello oficial del ministro, trazó un garabato a modo de firma y lo mandó en valija diplomática a la sede de la Unesco en París.

Días más tarde, en la ciudad del Sena, los funcionarios de Naciones Unidas leyeron el texto remitido por el gobierno de España y se entusiasmaron por aquel giro inesperado. La comisión encargada de la selección no dudó en dar el visto bueno a la construcción de La Alhambra virtual, como símbolo de la cultura hispana. Aquel año, el informe de Cipriano mereció además el premio Unesco a la Alianza de Civilizaciones.

En la mañana del 22 de diciembre, sólo un administrativo atendía los correos electrónicos en la redacción de Neofreedom. El resto del personal perseguía a los agraciados en el sorteo. El administrativo leyó el título “El Edén sobre la Tierra” raro para hablar de El Escorial, pero remitido por Cipriano Hidalgo, no cabía duda sobre su ortodoxia. Lo colgó en la página web y allí estuvo más de una semana antes de que don Cesáreo Mortal lo leyese con escándalo. Él casi nunca leía, le bastaba con publicar un libro al mes, pero había recibido una llamada telefónica de un tal Serrano que exigía la retirada inmediata de un texto de su autoría, plagiado letra a letra por Cipriano.

—Por supuesto, me reservo las acciones legales oportunas, contra su periódico —le dijo Serrano—. Por daños morales.

Y en efecto, una querella criminal por plagio fue presentada días después en el juzgado de guardia de Granada. En el encabezamiento, junto al nombre del querellante y del procurador, constaba que la dirección letrada la ejercería una abogada llamada Amparo Larios.



V.- Entra cuando quieras en mi ordenador.

El primer Cipriano Hidalgo del que tenemos noticia vivió la Guerra de Sucesión. Yo soy el decimotercer Cipriano y el decimocuarto llevaba ocho meses en el vientre de una mujer. Prodigios de la sangre española y de la hidalguía vizcaína: nuestro primogénito siempre es varón y se llama Cipriano, y va para trescientos años, que sepamos. Te cuento esto, querida Amparo, para que entiendas cómo yo quería a ese niño aún antes de nacer: con el amor de la sangre, que es más profundo, pero más tranquilo que el otro, el que experimenté por ti.

¿Cómo iba yo a renunciar a la invitación de don Piadoso Barojos para redactar un informe sobre El Escorial, mi gran afición como arquitecto, el tema de mi proyecto de graduación, y el emblema de España? ¿Acaso no era mi padre un patriota? ¿Y mi abuelo que murió con la boina roja de los requetés sobre su pecho? ¿Acaso no lo sería mi hijo? El caso es que en Granada terminé de perfilar mis mejores argumentos contra La Alhambra, obra de la morisma, y a favor de El Escorial, emblema del Imperio, por el que se llega a Dios. Terminé mi trabajo a mediodía del 21 de diciembre y se lo envié enseguida por correo electrónico tanto al ministro como al periódico digital con el que entonces colaboraba. Bueno eso creía yo, que los había enviado, pero al parecer algo ocurrió con la conexión inalámbrica del hotel y los mensajes se quedaron sin enviar en la bandeja de salida.

Me apresuré a llamarte aquel mismo día. Tú eras la otra gran razón para visitar Granada. Te había conocido cinco años antes en Madrid y me gustaste tanto que apagaste mi masculinidad. Te metiste en mi cama con tanta pasión, tanto cariño y tanta gracia que me pusiste nervioso como a un colegial.

—No la llames —me dijo un amigo sabio con el que jugaba al tenis—. No la llames porque vas a ser padre y, por lo que cuentas, esa tía es una bomba contra la familia.

Durante aquel 21 de diciembre recordé, al menos, cinco veces la advertencia de mi amigo: las cinco veces en que hablé con mi mujer. Eran ya tres días lejos de casa, encerrado en la biblioteca de La Alhambra y, a veces, en la soledad del hotel, colgaba el teléfono aliviado porque mi voluntad se imponía y no te llamaba.

El caso es que a las siete llegaste a mi hotel y que te vi aún más bella de lo que recordaba. Pero a pesar de los cambios, si me hubiese cruzado contigo en cualquier calle te habría reconocido: por tu olor a ébano y a canela. Eso sí, apenas empezamos a hablar me di cuenta de que eras ecologista, socialista, andalucista, iberista, europeísta, y cualquier otra cosa menos nacional-católica como yo. Pero todo eso lo eras de manera provocadora, divertida y seductora. Tenías cuarenta pero eras joven, ya sentarías la cabeza. En el restaurante donde cenamos ya noté que estaba enamorado de ti. Bueno, al menos eso creía yo, tal vez no fuese amor en el sentido grande del término pero, en todo caso, yo también había cumplido los cuarenta y a esa edad los matices se esfuman. Maldita la edad en la que uno no puede pasar un día con una mujer sin pensar en como será el resto de la vida con ella.

Dejamos de hablar para bailar. Me sentí envuelto por tus brazos largos, recogiendo tu cintura y embriagado otra vez por tu olor. El beso largo en la puerta del pub fue inolvidable. Con los años uno sabe cuando un beso tiene amor y aquel lo tenía. Así que había llegado el momento de hablarte en serio de mí, de hablar en serio contigo. Lo primero sería contarte que iba a ser padre y que eso, por ahora, me parecía tan grande que acaso bastase para suspender aquella noche de ensueño. “Llegas demasiado tarde, princesa”-pensé decirte como conclusión, pero no te lo dije. Te dije que quería quedarme en Granada unos días más. No me entendías y te reías. Te dije que te amaba y te reíste más fuerte. Siempre reías y así era imposible hablar de lo que yo quería hablar: del futuro.

Y dejamos de bailar para chuparnos enteros en aquella habitación. Tardé mucho rato en descubrir tu tatuaje. Te hizo tanta gracia mi demora que lo celebraste cabalgándome como una princesa india, de espaldas, para que yo pudiera disfrutar de los detalles de aquel pequeño dragón azulado que se movía como una serpiente. Después me tumbó la ginebra y me dormí.

La decisión maduró en el sueño y la tomé en firme aquella misma mañana: me quedo. Así, de una vez, ya estaba bien de darle tantas vueltas a las cosas. No estabas a mi lado, pero daba igual, te llamaría y te lo diría: me quedo en Granada. Y si me preguntabas hasta cuándo pensaba responderte que hasta que el destino quisiera. El gran amor llega sólo una vez y yo lo acababa de vivir contigo. Mi hijo, dentro de algunos años, lo entendería.

Me duché con agua fría, para estar seguro de lo que hacía. En el móvil, te escribí un mensaje que decía: “no puedo olvidar el olor de tu piel. Me quedo en Granada sólo para estar contigo otro día. Llámame apenas te despiertes”. A la hora de comer todavía no me habías respondido. Busqué tu nombre en las páginas amarillas y me fui a tu despacho. Allí no había nadie. Empecé a llamarte y tu teléfono seguía desconectado o fuera de cobertura, estarías durmiendo. Tomé una copa de brandy y después otra. Podría volver a Madrid para Nochebuena, explicárselo todo a mi mujer y volverme contigo. Para siempre. O no. Tú decidirías. Tú elegirías riendo como siempre. A eso de las cinco por fin contestaron a mis llamadas. Una señora muy amable, de Sevilla creo, me explicó que me había equivocado de número.

—Discúlpeme —le dije—. Habrá saltado la línea.

—Imposible, mi alma —respondió ella más triste que amable—, porque tengo once llamadas perdidas desde tu número y un precioso mensaje de amor que deberías intentar reenviar al número correcto.

Avanzó la tarde y me dio tiempo a soñar despierto que vivía contigo y que un niño de diez años venía a conocerme. Era mi hijo y su rostro era el de la foto de mi primera comunión, yo lo abrazaba y pensaba si no me habría equivocado aquella noche en la que decidí quedarme contigo en Granada como estaba predicho por un amigo sabio y augur. Un par de cigarrillos más tarde me quedé dormido. Por la mañana, dejé la habitación, me monté en mi Seat Toledo y llegué a Madrid en menos de cuatro horas.

La Unidad de Delitos Informáticos de la Guardia Civil analizó los mensajes recibidos por el ministro y por el periódico, y llegó a la conclusión indubitada de que habían sido enviados desde mi ordenador portátil, sin trampa ni violencia alguna, a las ocho y media de la mañana del 22 de diciembre. Cuando yo dormía y tú aún estabas en la habitación de aquel hotel. Tu nombre reapareció en el encabezamiento de una querella por plagio interpuesta contra mí por un tal Serrano, autor de un artículo titulado “El Edén sobre la Tierra”.

Por supuesto ya no escribo en Neofreedom y don Piadoso anda preguntando que dónde estoy para estrangularme. Pero trabajo para Google Earth como diseñador de espacios virtuales. Es por eso por lo que ahora conozco mucho mejor La Alhambra, estaría dispuesto a suscribir el artículo e, incluso, a darte la razón en lo que me dijiste: que La Alhambra es la prueba de que otra España era posible. La verdad es que estaría dispuesto a todo por ti. Aunque ahora tengo un chalet con césped en Las Rozas, un perro, una mujer rubia y dos hijos. El mayor, Cipriano, va a cumplir tres años. Dicen que se parece a mí y eso, entre otras cosas, me hace moderadamente feliz.



VI. Anexo.- El Edén sobre la Tierra. (Artículo publicado por José Luis Serrano en el suplemento dominical de La Vanguardia)

“Sabrás mi ser, si mi hermosura miras”. Acaso todo lo que haya que saber sobre La Alhambra esté dicho con este verso de Ibn Zamrak inscrito en sus paredes y acaso lo más importante por saber es que La Alhambra habla. El verso es pronunciado por La Alhambra y eso es lo principal. Lo secundario es lo que el verso significa: que no busquemos el ser de La Alhambra en su interior profundo o en sus materiales o en el mérito de su construcción. Dice que miremos a su hermosura porque en su belleza está su esencia. La Alhambra es forma pura, belleza, geometría.

“No pase quien no sepa geometría” esto se decía en el dintel de la Academia de Platón. No hace falta saber geometría para entrar en La Alhambra y sentir el bienestar de la proporción áurea. Pero además hace siglos que La Alhambra conmueve a cualquiera que sepa leerla de manera geométrica. La Alhambra cumple con rigor cada uno de los preceptos áureos: el segmento total es a la parte mayor, como la parte mayor a la menor. La divina proporción: si nuestra altura es 1, la distancia desde nuestro ombligo a nuestros pies será 0,61803399. El salón de Comares es ciento cincuenta veces menor que la pirámide de Keops. Si en lugar del sistema métrico decimal usamos los misteriosos codos sacerdotales de los egipcios, la proporción será aún más justa. Eso sí, nunca exacta, siempre hay un error milimétrico cometido a propósito por los aljarifes para reservar a Dios la perfección. Cuando La Alhambra fue construida, en el siglo gótico, la sección áurea estaba ya presente en el arte sacro de Egipto, en el Partenón, en el arco de Septimio Severo o en la muralla china y después muchos otros espacios del mundo la han respetado. Son los sitios más bellos del planeta pero, más que cualquiera de ellos, La Alhambra regala un bienestar a sus visitantes inconmensurable y declarado por casi todos. Pocas arquitecturas pueden presumir de regalar felicidad como hace La Alhambra.

Además está la sensación que todo visitante experimenta en La Alhambra de que es más grande que su tamaño real. Si nos acercamos a La Alhambra desde arriba, con el programa Google-Earth, comprobaremos la desproporción entre los dos palacios nazaríes y el de Carlos V. Sin embargo, dentro nos parecerá que La Alhambra es más extensa aunque menos aparatosa que su vecino impuesto. Algo hay en La Alhambra: acaso algún conocimiento perdido, tal vez el quinto elemento de la epínomis de Platón, el misterioso éter, o la luz. El caso es que el juego de las perspectivas, los ejes de simetría radiales y la ubicación del lugar producen tal vez el mejor ejemplo de arquitectura para la vida. Cualquier niño que visite La Alhambra no dudará en responder que sí, que le gustaría vivir allí. Es eso, un sitio para vivir. Tal vez su más grave problema de mantenimiento provenga de que, a diferencia de las catedrales góticas coetáneas, La Alhambra no está hecha para ser visitada, sino para ser vivida.

Y para ser vista. Para ser vista desde abajo: como ciudad elevada, como acrópolis. En este sentido, La Alhambra no es un monumento, sino una red urbana elevada. Esta es la principal tesis de Oleg Grabar autor de uno de los libros que mejor se leen todavía sobre La Alhambra. Más que con la arquitectura islámica o árabe, La Alhambra enlaza con una tradición de geometrías sagradas y de teologías políticas que pasan por los recuerdos imaginarios del palacio de la reina de Saba, la Acrópolis de Atenas y, sobre todo, el templo de Jerusalén. Si miramos, por ejemplo, la torre de Comares desde el estanque, y miramos después la única reconstrucción imaginaria del templo de Salomón hecha por el arqueólogo Gressman, pensaremos que estamos viendo el mismo edificio.

Y en el otro palacio de La Alhambra, tenemos la fuente con sus doce leones y doce son las tribus de Israel, las horas del reloj y las casas del zodiaco. Según el libro de los Reyes, doce eran también los bueyes que sostenían el mar de bronce en el templo de Jerusalén. La fuente que hoy está en el suelo de la sala de los Abencerrajes encaja al milímetro sobre los leones y es probable que formase la clepsidra, el reloj de agua. El palacio de los Leones adquiere así también una connotación hebrea y milenaria. Sabemos que debajo o cerca estuvo el palacio de José Nagrela, visir de Badis en la primera mitad del siglo XI. Este palacio fue descrito por el gran Gabirol en un soberbio poema plagado de alusiones crípticas a la Biblia. Por si fuera poco, el otro gran tratadista de La Alhambra, Antonio Enrique, muestra con claridad como el Palacio de los Leones recrea el Iram de las Columnas, una civilización perdida que estableció la geometría sagrada con laberintos de columnas que enlazan el cielo y la tierra, una civilización atlante que reaparece siglos después en el ómphalos del gran templo de Córdoba. La mezquita y La Alhambra -explica Antonio Enrique- tienen por vértice a Híspalis, la ciudad tartésica construida corriente arriba del río Tetis y en torno al monolito que señalaba el centro del mundo, el betilo que después se llamó Giralda.

Así que van cayendo los tópicos: La Alhambra no es un monumento, sino una ciudad. La Alhambra no se puede visitar, sólo se puede ver o vivir. La Alhambra no es sólo islámica, ni procede de Arabia, ni menos aún de la arquitectura del Magreb. En todo caso es al revés, las formas de La Alhambra han cruzado el Estrecho y han inundado el mundo árabe-beréber. La Alhambra no es piedra, sino tierra, emanación de la Tierra.

Ha quedado el refrán que dice “eres más andaluz que La Alhambra”, pero su arquitectura tampoco es réplica directa de la califal. La Alhambra es la manifestación arquitectónica única e irrepetible de la casa de Nasr. Su fundador Alhamar, también el Rojo, fue aclamado como vencedor por el pueblo cuando volvía de ayudar a los cristianos en la conquista de Sevilla: -No me aclaméis -dijo él- porque sólo Dios es vencedor: La Galib illy Allah. Este es el lema que inunda las paredes de La Alhambra. Un lema derrotista: ni Dios gana. Una dinastía que nació para morir y que es hasta la fecha la que más ha durado de las hispanas. Doscientos cincuenta y dos años, todavía algunos más que la de los Borbones.

La Alhambra contiene pues elementos islámicos, persas, egipcios, hebreos, grecorromanos y góticos. Sobre todo góticos. Cuando visité la catedral de Burgos por primera vez pensé que era una Alhambra con imágenes. Recordé lo que sostiene el Tratado de la Alhambra Hermética que La Alhambra pertenece a un gótico invertido. Todo partiría de dos cuadrados entrelazados -la estrella de ocho puntas, la estrella de Tartessos, la estrella de Salomón, la suhá, la estrella de la buena suerte, el más antiguo símbolo de lo andaluz- que están donde deben: en lo más alto, en la cúpula del salón de Comares. Desde el centro de esa estrella una línea recta imaginaria caía hasta la cabeza del sultán. La altura de esta línea es igual al radio del perímetro de los cuatro lados del salón. El séptimo cielo, la cuadratura del círculo, el ojo de Alá, la célula que se va a reproducir de manera clónica y hacia la tierra.

Es por eso por lo que desde aquí, desde lo más alto del salón del trono hay que volver a verlo todo. El visitante debe imaginarse a sí mismo colgado, con la espalda apoyada en esta estrella, como un águila, como un halcón peregrino. Como las ochenta catedrales góticas que se construyeron al mismo tiempo, a finales del siglo XIII, La Alhambra se posa sobre la tierra, no la oprime, no la derrota. Es por eso por lo que La Alhambra nos parece una nave, tal vez una nave rota que surca a la deriva. No está en la tierra, surca la tierra, flota. Trata a la tierra como si fuese agua. Pero, a diferencia de las catedrales coetáneas donde se experimenta la asunción del cuerpo por el vértice, en La Alhambra el visitante experimenta la ascensión por medios propios, el estiramiento del tiempo. Situados en el centro de la catedral miraremos hacia arriba, situados en lo alto del salón del trono miraremos hacia abajo. En la catedral gótica experimentaremos la lejanía del paraíso. En La Alhambra experimentaremos la extrema proximidad del Edén.