viernes, 2 de diciembre de 2016

La maldición de los abencerrajes


En el siglo XV —el último siglo de existencia del reino nazarí de Granada— hubo numerosas luchas internas por detentar el poder. El reino había ido acumulando refugiados musulmanes procedentes de los territorios perdidos frente a los cristianos, por lo que estaba superpoblado; también existía el mal ambiente propio de un reino que llevaba mucho tiempo pagando parias (tributos) a los reinos cristianos para que no les atacasen. En ese contexto de decadencia, uno de los dos clanes más importantes era el de los abencerrajes (que en árabe quiere decir “hijos del sillero”) unos guerreros provenientes del norte de África que habían tenido cierto protagonismo en las luchas con los cristianos. La vinculación de este clan con algunos sultanes nazarís llegó a ser muy estrecha y algunos de ellos se convertirían en tropas de elite y guardia personal de los sultanes. Los abencerrajes llegaron a poseer un palacio propio dentro del recinto fortificado de La Alhambra.



En el año 1444 Mohamed “El cojo” consiguió destronar a su tío y convertirse en sultán de Granada. A partir de ese momento el nuevo sultán se dedicó a perseguir a quienes consideraba sus enemigos. Unos de ellos fueron los abencerrajes, que se acabaron refugiando en su fortaleza de Montefrío. Desde allí entraron en contacto con su antiguo enemigo: el rey Juan II de Castilla. Con la ayuda del rey castellano los abencerrajes atacaron a “El cojo” por diversos medios. Finalmente, en 1453 el sultán declaró que estaba dispuesto a dejar el poder; alegó estar cansado, enfermo y sin voluntad de seguir luchando contra una resistencia tan tenaz.


El día previsto para la abdicación de “El Cojo”, sus dos hiijos Muley Hacén y el Zagal llamaron a los principales miembros del clan de los abencerrajes para que vieran a su padre personalmente y proceder a la abdicación delante de todos.

Uno a uno, los convocados fueron invitados a entrar en el palacio. Una vez en el interior, los abencerrajes fueron inmovilizados y amordazados por la guardia de esclavos negros del sultán; tras ser alineados en el suelo los 36 principales abencerrajes, fueron torturados.

Finalmente serían arrastrados hasta una pila situada en el centro de la sala donde serían degollados uno a uno a la vista de los demás. En el palacio de La Alhambra hay una estancia llamada “Sala de los Abencerrajes” en recuerdo de ese episodio.

Hay granadinos que vienen sosteniendo que el tono rojizo de esa pila se debe a una fuerza extrasensorial que replica la sangre de los que allí murieron degollados hace más de cinco siglos.





También hay quien piensa que a raíz de la matanza, Muley Hacén quedó maldito. Las catástrofes que rodearon el resto de su vida desafían cualquier vaticinio, por muy negativo que éste hubiera sido. En los años siguientes se produjo la historia pasional de su enamoramiento de la cristiana Isabel Solis y de su enfrentamiento con su esposa y su hijo. Después acabaría siendo destronado por su propio hijo y, además, su hermano el Zagal también trataría de arrebatarle el poder, aunque en última instancia el propio Muley le dejaría su legitimidad y sus derechos al trono. Muley Hacen murió pidiendo que se le enterrara en el lugar más alto posible para estar cerca del cielo y lejos de los hombres. Según una crónica fue sepultado en el pico Mulhacén donde sus restos han sido buscados hasta ahora sin éxito.

La maldición de Muley Hacén no acabaría con su muerte. La mujer por la que se enfrentó a su mujer y su hijo y se acabaría desatando la guerra que precipitó la pérdida del reino, le acabó traicionando también. Su segunda esposa Zoraida renegó de su fe musulmana y volvió al cristianismo. Además, los dos hijos que tuvo con ella también volvieron a la fe de su madre.

Su hijo Boabdil moriría en el exilio de Fez, luchando para el rey de Marruecos, extinguiéndose el linaje de la familia real nazarí.

El Zagal, que también fue partícipe de la masacre, no tuvo mejor suerte. Después de suceder a su hermano debió de luchar contra su sobrino Boabdil y contra los Reyes Católicos. El Zagal finalmente vendió sus dominios a los Reyes Católicos y se exilió en Marruecos. Allí no pudo disfrutar de sus riquezas después de que el Sultán marroquí le dejara ciego y le arrebatara sus bienes, muriendo en la pobreza.

Esta es la triste historia de los abencerrajes y de sus enemigos.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Leyenda del Soldado Encantado




Érase una vez un estudiante de Salamanca que en verano se dedicaba a ir cantando por toda España para conseguir dinero para poder pagarse sus estudios.

Llegó a Granada en la víspera de San Juan, y comenzó a tocar su guitarra, cuando de repente vió a un soldado paseando por las calles de Granada. Nadie reparaba en él y el estudiante viendo que  necesitaba ayuda le pregunto que quien era y que si necesitaba algo.

Un encantamiento cayó sobre el soldado
El soldado le contó que estaba hechizado desde hacía 300 años. Un alfaquí le condenó a vigilar el tesoro de Boabdil y le concedió solo un día cada 100 años de libertad.

Le pidió que lo ayudase y a cambio le ofreció la mitad del tesoro que custodiaba, para ello tenía que buscar a una joven damisela cristiana y a un sacerdote en ayunas.

El estudiante aceptó y encontró lo que le pedía, pero el cura tenía, un apetito insaciable y cuando estaban dentro  del escondite de la Alhambra se llevó al la boca un dulce manjar, y de repente la joven, el estudiante y el cura se encontraron fuera de la torre. El hechizo no se pudo llevar a caba  por culpa del cura, aunque al joven le dio tiempo a llenar sus bolsillos de monedas y ésto le permitió pagar sus estudio y vivir una buena vida con la joven cristiana de la que se enamoró.

Cuenta la leyenda que el soldado encantando  sigue saliendo cada 100 años esperando que alguien le ayude a liberarse de su encantamiento. Quien sabe quizás en una visita a la Alhambra tengas la suerte de ver al soldado y puedas ayudarle.

La leyenda de La Puerta de la Justicia



Existen dos leyendas particularmente bellas en torno a esta puerta. Tan grande era su magnificencia y tan ufanos se sentían de ella, que aseguraban que si existía un caballero en la Tierra que fuese capaz, estando montado en su caballo, de tocar con la punta de su lanza la mano esculpida en lo más alto de su arco exterior, conquistaría el trono de la ciudad.

Considerada por el mundo conocido como una fortaleza inexpugnable, sumamente recia en su construcción, aseveraban que no caería bajo el ataque de mil ejércitos. De este modo, el día que la mano de su arco exterior llegara a tocar la llave del arco interior de esta puerta, sería porque había llegado el fin del mundo, pues la Alhambra estaría en ruinas.



De las cuatro puertas exteriores del recinto amurallado de la Alhambra, la más monumental es la Puerta de la Justicia, edificada en 1348.
Junto a ella puede observarse un baluarte circular de artillería cristiana desde el que desciende un muro en piedra labrada, ante el que se talló una de las obras maestras del Renacimiento granadino, el Pilar de Carlos V.
A mitad de la Explanada existe otro pilar, mucho más modesto, dedicado al escritor Washington Irving por la ciudad de Granada, con motivo del centenario de su muerte (1859).
La Puerta de la Justicia es también conocida como Puerta de la Explanada por el amplio espacio que se extendía ante ella. Su majestuosa figura preside todo el espacio y se ha convertido en uno de los símbolos de la Alhambra.
De hecho, aparte de su función estructural, esta Puerta posee uno de los valores simbólicos más destacados de la Alhambra: la mano en la clave del gran arco de fachada y la llave en la clave del arco de entrada (símbolos islámicos), contrastan con la imagen gótica de la Virgen y el Niño, de Roberto Alemán, emplazada por orden de los Reyes Católicos sobre la inscripción árabe fundacional de la puerta.
Cuatro columnas adosadas en cuyos capiteles aparece la profesión de Fe musulmana, enmarcan el portón de la entrada que ha conservado sus hojas de madera chapadas en hierro y demás herrajes originales, recientemente restaurados.
El interior, como es característico de estas construcciones defensivas, se desarrolla en doble recodo, salvando un pronunciado desnivel, cubierto sucesivamente por bóvedas de aristas y una cúpula, pintadas con ladrillo rojo fingido, una de las características de la arquitectura nazarí.
A la salida se construyó, a petición de los vecinos de la Alhambra en 1588, un Retablo, obra de Diego de Navas el Joven, en el lugar en que se celebró la primera Misa tras la conquista. La cara interior de la Puerta conserva parte de la preciosa decoración original de rombos cerámicos en las albanegas del arco de herradura.
Frente a ella se desarrolla una amplia calle antemuro, al pie de la muralla, reforzada tras la  conquista, mediante restos de lajas sepulcrales. Continuando brevemente el ascenso de la calle se desemboca en el punto de inicio del itinerario oficial de visita, la fachada de la Puerta del Vino, ante la Plaza de los Aljibes.