jueves, 21 de agosto de 2014

"La muñeca de dulce"




Érase una vez un rey que sólo tenía una hija. Los reyes y la princesa solían pasear por los alrededores del palacio casi todas las tardes y en uno de sus paseos se encontraron con una gitana que se ofreció a leerle la buenaventura a la princesa. Los tres aceptaron, divertidos por la ocurrencia, pero la gitana, después de mirar la mano de la princesa, les advirtió que se cuidaran mucho del día en que cumpliera los dieciocho años porque ese día sería asesinada.

Los reyes, a medida que la princesa cumplía años, se iban inquietando al recordar la profecía de la gitana y tan grande llegó a ser su preocupación que resolvieron enviar a la princesa a un castillo que tenían y que estaba en lo más oculto del bosque y la pusieron al cuidado de un ama que tenía una hija de la misma edad que la princesa.

Allí vivieron las tres tan contentas y sin preocupaciones y fue pasando el tiempo hasta que se acercó la fecha en que la princesa debía cumplir los dieciocho.
Un día estaba la princesa asomada a una ventana del castillo cuando vio que de una cueva no lejana que desde allí se divisaba salían cuatro hombres y decidió averiguar qué hacían allí. Conque, ni corta ni perezosa, porque era una muchacha traviesa y desenvuelta y un poco cabeza loca, buscó una cuerda, se descolgó de la ventana al suelo y se encaminó a la cueva.

Una vez que entró en ella, vio que sólo había un muchacho que estaba cocinando; la cueva era una cueva de ladrones y el muchacho que estaba cocinando era el hijo del capitán; entonces esperó a que el muchacho saliera y tiró toda la comida que había preparado al suelo, por travesura, puso patas arriba todo lo que había en la cueva y se volvió al castillo.

Al día siguiente, uno de los ladrones, visto lo que había sucedido, se quedó en la cueva al acecho.

A todo esto, la princesa le contó a la hija del ama lo sucedido y determinaron acudir a la cueva las dos juntas, pero le encargó que no dijera nada a su madre de cuanto le había contado.

Conque llegaron la princesa y la hija del ama a la cueva y el ladrón las estaba esperando; las recibió muy cordialmente y se ofreció a enseñarles toda la cueva. La princesa sospechó en seguida que el ladrón llevaba malas intenciones y le dijo:

-Con gusto, pero antes vamos a poner la mesa y a probar ese guiso que tenéis ahí.

El ladrón se entretuvo en poner la mesa el tiempo suficiente para que ellas escaparan y volvieran corriendo al castillo. Y así el ladrón quedó burlado.
En vista de lo cual, al otro día decidió quedarse en la cueva el capitán de los ladrones.

Llegó la princesa sola y el capitán la atendió con gran finura y le propuso enseñarle toda la cueva hasta lo más escondido, donde guardaban sus tesoros, pero ella, que sospechó sus intenciones, le dijo:

-Luego lo veremos, pues ahora lo que quiero es mostrarte yo mi castillo.

El capitán se dijo que ésa sería una buena ocasión de conocer el castillo para poder volver más adelante a robar en él y decidió acompañarla. Como la princesa entraba y salía a escondidas de los guardianes y de los criados, cuando llegó al pie del castillo empezó a trepar por la cuerda y le dijo al capitán que la siguiera; éste empezó a subir detrás, mas en el momento en que la princesa alcanzó su ventana, cortó la cuerda y el capitán cayó quedando muy malherido y se volvió a rastras a la cueva jurando vengarse.

Entonces la princesa se disfrazó de médico y fue a la cueva para ofrecer sus servicios. Y como el capitán estaba tan magullado, le hicieron pasar en seguida.
Pidió que lo dejaran a solas con él y le dio tales friegas con ortigas que a poco lo deja en carne viva. Y al marcharse le dijo:

-¡Yo soy Rosa Verde, para que te acuerdes!

Dejó correr la princesa unos días y se disfrazó de barbero y fue a la puerta de la cueva a ofrecer sus servicios.

Y como el capitán llevaba varios días sin moverse de la cama tenía ya la barba muy crecida, así que le hicieron pasar. Y la princesa le enjabonó, abrió una navaja de afeitar mellada y le  produjo tal cantidad de cortaduras que le dejó la cara hecha un cristo.

Y al marcharse le dijo:

-¡Yo soy Rosa Verde, para que te acuerdes!

Al cabo de una semana, llegó el día en que la princesa cumplía dieciocho años y sus padres la fueron a recoger para tenerla custodiada en palacio y rodearon el palacio de guardias. Y en esto, llegó a la puerta del palacio el capitán de los ladrones disfrazado de caballero y anunció que deseaba casarse con la princesa.

Los padres la llamaron y ella, que reconoció al capitán, dijo que sí, que ella también quería casarse con él. Y allí mismo los casó el capellán.

La princesa, que sabía que el capitán había vuelto para vengarse y recelaba de él, mandó al confitero de palacio hacer una muñeca de dulce que fuera una réplica exacta de ella; y cuando llegó la hora de acostarse, acostó a la muñeca en la cama, le ató una cuerda a la cabeza para que dijera sí o no según ella deseara y se metió debajo de la cama a esperar.

Y le gritó al capitán:

-¡Ya puedes pasar!

Entró el capitán cerrando la puerta detrás de sí con cerrojo, se acercó a la cama y dijo:

-¿Te acuerdas, Rosa Verde, de que nos esparciste la comida por la cueva?

Y la muñeca asintió con la cabeza.

-¿Te acuerdas, Rosa Verde, de que me tiraste del castillo abajo?

Y la muñeca volvió a asentir.

-¿Te acuerdas, Rosa Verde, de las friegas de ortigas que me diste?

Y otra vez asintió la muñeca.

-¿Te acuerdas, Rosa Verde, del barbero que me arruinó la cara?

Y por cuarta vez asintió.

-Pues ahora vas a morir -y la muñeca negó con la cabeza.

Entonces el capitán sacó su puñal del cinto y se lo clavó en el corazón. Y saltó un chorro de almíbar a la cara del capitán y éste creyó que era la sangre y al sentir que era tan dulce, dijo:

-¡Ay, mi Rosa Verde! ¡Que yo no sabía que fueras tan dulce y ahora es cuando me pesa haberte matado! ¡Perdóname, Rosa Verde! -y lo decía lleno de sincero dolor.

Entonces la princesa salió de debajo de la cama, se abrazó a él y le dijo:

-Eres mi marido y te perdono si tú olvidas lo que yo te hice.

Y como él estuvo de acuerdo, volvieron a abrazarse para hacer las paces y vivieron felices durante muchos, muchos años.

miércoles, 20 de agosto de 2014

"La misa de las ánimas"



Pues eran un padre y una madre y ambos eran muy pobres y tenían tres hijos pequeños. Pero es que, además de ser tan pobres, el padre tuvo un día que dejar de trabajar porque se puso enfermo y sólo quedaba la madre para buscar el sustento de todos y entonces la madre, no sabiendo qué hacer, tuvo que salir a pedir limosna. Así que salió y anduvo todo un día de acá para allá pidiendo limosna y cuando ya caía la tarde había conseguido recoger una peseta.

Entonces fue a comprar comida, porque quería preparar un cocido para que comieran los niños y ella y su marido, pero resultó que aún le faltaban veinte céntimos, y como no podía conseguir lo que faltaba, pensó:

-¿Para qué quiero esta peseta si no puedo llevar comida para todos? Pues lo que voy a hacer es pagar una misa con esta peseta que he sacado.

Y una vez que lo pensó se dijo:

-¿Y para quién diré la misa?

Así que le estuvo dando vueltas al asunto y al cabo del rato dijo:

-Le voy a encargar al cura que diga una misa por el alma más necesitada.

Conque se fue a ver al cura, le entregó la peseta y le dijo:

-Padre, hágame usted el favor de decirme una misa por el alma más necesitada.

Se fue entonces para su casa y no dejaba de pensar en su marido y en sus hijos que la esperaban; y en el camino se cruzó con un señor muy puesto que le preguntó:

-¿Dónde va usted, señora?

Y ella le contestó:

-Voy para mi casa. Mi marido está muy enfermo y somos muy pobres y tenemos tres hijos. Llevo todo el día pidiendo, pero no me dieron lo bastante para comer todos y como no me llegaba me fui a ver al señor cura para encargarle una misa por el alma más necesitada.

Entonces aquel señor sacó un papel y escribió en él un nombre y le dijo a la mujer:

-Vaya usted a donde dicen estas señas y dígale a la señora que le dé a usted colocación en la casa.

La mujer no se lo pensó dos veces y se encaminó a donde le había dicho aquel señor a solicitar la colocación.

Llegó a la casa que le habían dicho y llamó a la puerta hasta que salió una criada que le preguntó:

-¿Qué quiere usted?

Y ella contestó:

-Pues que quiero hablar con la señora.

Conque la criada se fue adentro a buscar a la señora y le contó que en la puerta había una pobre que pedía hablar con ella. Y la señora bajó a la puerta y le dijo la mujer:

-He visto en la calle a un señor que me habló y me dijo que usted me daría una colocación en la casa.

Y le dijo la señora:

-¿Y quién era ese señor?

Entonces la pobre, que estaba en la puerta, miró dentro de la casa y vio que en la sala había un retrato del que la había enviado allí y dijo:

-Ese señor que está en el retrato es el que me ha enviado aquí.

Y la señora dijo:

-Ése es el retrato de mi hijo, que murió hace ya cuatro años.

-Pues ése es el que me ha enviado aquí —contestó la mujer sin dudarlo.

Entonces la señora le preguntó:

-¿Y cómo es que se lo encontró usted?

Y ya le dijo la mujer pobre:

-Pues mire usted, que mi marido y yo somos muy pobres y tenemos tres hijos que mantener. Y como ahora mi marido está muy enfermo y no tenemos qué comer, yo salí esta mañana a pedir limosna y sólo junté una peseta y con eso no tenía bastante para comprar un cocido para todos y se la di al cura para que dijera una misa por el alma más necesitada. Luego volvía de la iglesia y me encontré a su hijo. A él le conté lo mismo que le he contado a usted y me escribió este papel y me dijo que viniera aquí.

Entonces la señora le dijo a la mujer que entrara y le dio colocación. Además le dio pan para que se lo llevara a sus hijos y le encargó que volviera al día siguiente y los demás días para servir en la casa. Y a los cinco días la señora tuvo una revelación y se le apareció su hijo y le dijo:

-Madre, no me llores más y no vuelvas a rezar por mí, que ya estoy glorioso y en presencia de Dios.

Y era que con aquella misa había acabado de pagar sus culpas en el purgatorio y había subido al cielo.