Una vez hubo un Zar que mandó decir que quien pudiese romper una piedra, de forma que saliese sangre, sería nombrado primer dignatario del reino.
De todas partes llegaron valientes muchachos, pero ninguno de ellos pudo romper la piedra; además no sabían cómo se podía matar una piedra.
En un pueblo vivía una honrada muchacha que cuidaba ovejas, y cuando oyó lo que había dicho el Zar, se vistió de hombre, fue a su presencia y le dijo:
-Señor, yo puedo matar la piedra.
Por todas partes se extendió la noticia de que había alguien que decía poder matar a la piedra, y muchísima gente vino a ver cómo lo hacía.
Cuando llegó el día señalado, el Zar y todos sus dignatarios salieron de la ciudad y se dirigieron a una explanada, y allí, ante todos, era donde la muchacha debía matar la piedra.
La joven sacó el cuchillo, se volvió al Zar y dijo:
-Señor, si quieres que mate la piedra, dale primero un alma, y si entonces no la mato, te ofreceré mi cabeza.
El Zar se sorprendió de lo que oía y dijo:
-Eres el más inteligente de mis súbditos, y voy a nombrarte primer dignatario; si además haces lo que voy a decirte, serás para mí como un hijo.
La joven respondió:
-Dime, señor, lo que deseas; haré todo lo que pueda para hacer lo que me ordenes.
El Zar dijo:
-Dentro de tres días volverás otra vez aquí; cuando llegues, cabalgarás y no cabalgarás, me harás un regalo y no me lo harás; todos, dignatarios o no, saldremos a recibirte y tú llevarás a la gente a donde te reciban y no te reciban.
La pastora volvió a su pueblo y pidió a los campesinos que capturaran tres o cuatro liebres y dos palomas. Los campesinos lo hicieron así.
Al llegar el tercer día, cuando la muchacha tenía que volver a presencia del Zar, puso a cada liebre en un saco distinto, se los dio a los campesinos para que los llevaran y les dijo:
-Soltad los animales cuando yo os diga.
Ella cogió las dos palomas, se montó en una cabra y se dirigió al encuentro del Zar; antes había mandado emisarios para que anunciasen su llegada.
El Zar, al enterarse de que la pastora se aproximaba, salió de la ciudad a recibirla, con todos los dignatarios y una multitud de curiosos. Cuando la joven estaba cerca del Zar, vio que había acudido mucha gente a recibirla y, al aproximarse aún más, ordenó a los campesinos que soltasen las liebres ante la multitud. Tan pronto como vieron correr los animales, la gente se lanzó en su persecución, intentando atraparlos.
La pastora, que iba montada en la cabra, andaba llevando al animal entre las piernas, y levantando alternativamente los pies cabalgaba sobre el animal.
Cuando llegó junto al Zar, sacó las dos palomas del pecho y se las entregó. En el instante en que el Zar abría las manos para recibirlas, la muchacha las soltó, y las palomas echaron a volar.
Entonces la pastora dijo:
-Ya veis, señor, que la gente me ha recibido y no me ha recibido; he cabalgado y no he cabalgado; te he traído un regalo y no te lo he traído.
El Zar respondió:
-Desde hoy serás como mi hijo.
Pero ella le dijo al oído:
-No soy hombre, sino mujer.
El Zar, que no estaba casado, la hizo su esposa; y de esta forma, la pastora, gracias a su inteligencia, se convirtió en Zarina.