A un kilómetro de la Silla de Felipe II, en el Pinar de Abantos y la Zona de La Herrería, se haya una oquedad sobre una roca que se asemeja a la huella de un talón. Cuenta la leyenda, que una niña muy devota de la Virgen María se topó allí con el diablo…
Frustrado por no vencer la fe de la muchacha, desquitó su ira de un salto, provocando una explosión en la piedra, única testigo de tan fatal encuentro. ¿Tan poderosa es la fe que no sólo nos hace mover montañas sino que puede derrotar a Satanás.
Camina despacio por miedo a resbalar entre la hojarasca mojada. Le tiemblan las piernas y le castañean los dientes. El frío cala en los huesos y tiene miedo. ¿Por qué no corre? ¡Ay! ¡Ahora se pone a rezar a María! Pobre crédula -Dios te salve María. Llena eres de Gracia […]- Sandeces. Si los cristianos conocieran las primeras versiones de sus ruegos no rezarían tanto. Veremos cuánto le dura la fe.
¿Qué haces pequeña por aquí? Ya ha oscurecido y no es momento ni lugar para pasear sola.
Señor, ¿de dónde sale? -¿Será un asalta caminos de esos que llaman?- Por favor, no me haga daño. En mi zurrón apenas llevo un trozo de pan.
Niña, no te preocupes que no soy ningún desalmado –sólo quiero divertirme- Conmigo no tienes nada que temer. Me llamo Pedro y vivo a un corto trecho al sur de aquí. ¿Cómo te llamas? ¿No te habrá comido la lengua el gato?
Me llamo Marta, por santa Marta de Betania, hermana de San Lázaro y Santa María Magdalena, pero todo el mundo me llama Martiña. Me lo puso mi abuela, que Dios la tenga en su Gloria.
-Esta insensata presume de nombre de santa- Martiña, es un nombre muy bonito. Y bien, Martiña, ¿a dónde te diriges?
Se me ha hecho de noche de vuelta de la ermita que está cerca del río, a media legua. La lluvia y el frío me han sorprendido y empezaba a tener miedo. Veo que lleva la Cruz de Santiago y la concha en la capa, ¿es usted peregrino?
Sí, linda niña. Cada año recorro los caminos hasta Santiago buscando su perdón. Si quieres puedo acompañarte hasta tu casa y para que nos olvidemos del frío te propongo un juego. ¿Qué pedirías si te concedieran un deseo?
No pediría nada para mí. Tengo un techo, comida, el calor de una familia y a la Madre del Cielo que vela por mí.
Pero imagina que yo pudiera ofrecerte todas las riquezas del mundo. Las joyas más hermosas y los mejores y más bellos vestidos, así como cualquier placer terrenal que desearas. A cambio, sólo te pediría que renunciaras a tu fe. ¿Qué contestarías? Vamos, no pongas esa cara que te pones muy fea. Sólo es un juego.
No, señor, no podríais tentarme. No vendería mi fe como hicieron los mercaderes en el Templo de Jerusalén, como bien sabéis. Nada podrías darme a cambio de mi fe.
-Bien, si la tentación no sirve, me serviré de la Razón-. ¿Y si en vez de un mago que concede deseos fuera yo el rey de los infiernos, y te probara que ni Dios, ni la Virgen ni nada en lo que creemos existe? ¿Acaso no me temerías? ¿Acaso no renunciarías a tu fe si yo te lo pidiera?
No, señor. Entonces tampoco lo haría. Quizás no ver a Dios pruebe algunos que no existe pero es que sólo los ciegos de corazón no ven a Dios.
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