viernes, 24 de julio de 2015

EL UNGÜENTO DE LA BRUJA




Al igual que sucede en Nafarroa, en las zonas del sur de Araba no se conservan tantas  leyendas como en el norte. Tal vez esto se deba también a que están menos pobladas y a que la  influencia de otras culturas ha sido más fuerte en esta zona.
Sin embargo, existen algunas leyendas de “moros y cristianos”, cuyas raíces se encuentran seguramente en la larga convivencia y las luchas que mantuvieron unos y otros.

    Hace muchos siglos, cuando los alaveses sostenían duras batallas contra los musulmanes que habían atacado sus tierras, tuvo un hecho singular en la zona de Zaitegi (Cigoitia).

    En una ocasión en la que los alaveses habían causado muchas bajas al ejército enemigo y esperaban que éste se rindiese o se retirase, se encontraron con la sorpresa de que, al día siguiente, el ejército musulmán era igual de numeroso que la víspera. De nuevo volvieron a luchar y a vencer, dejando el campo lleno de cadáveres, pero al amanecer el enemigo volvió a presentar batalla con el mismo número de soldados que los dos días anteriores.

    Una y otra vez ocurría lo mismo, hasta que, un día, un soldado alavés decidió averiguar la razón de hecho tan misterioso. Después de la batalla, y mientras sus compañeros dormían, el joven se quedó de centinela, sin perder de vista el campo enemigo.

    A medianoche apareció una sombra, que se agachó junto a uno de los soldados musulmanes que había muerto aquella misma tarde, cogió un poco de ungüento de un pucherillo de barro que llevaba, untó con los dedos las heridas del muerto y, al momento, éste se levantó como si acabase de dormir una siesta.

    El alavés no creía lo que veían sus ojos. Acercándose con sigilo, pudo comprobar que se trataba de una bruja que había sido expulsada de Araba debido a sus malas artes y que,  para vengarse, vivía con los enemigos y los resucitaba para que pudiesen vencer a los alaveses.

    Sin pensárselo dos veces, el joven cogió su lanza y atravesó con ella a la bruja y al musulmán recién resucitado. Los dos cayeron muertos. Cogió entonces el puchero y untó la herida de la vieja con un poco de ungüento para ver si realmente funcionaba. La bruja resucitó al instante y le dijo:

—¡No me mates otra vez, por favor! Yo te enseñaré a hacer este ungüento prodigioso.

    Pero el soldado, sin hacerle caso, le clavó la lanza y la mató definitivamente.

    Muy contento por lo que acababa de averiguar, el joven corrió a su campamento y les contó a los demás lo que había ocurrido. Los otros no podían creérselo; entonces, él les dijo:

—Matadme y luego me untáis bien las heridas con este ungüento. ¡Ya veréis!

    Naturalmente, sus compañeros no querían hacerlo, pero él insistió tanto que, al fin, lo mataron; después, lo untaron bien con el ungüento, y al punto resucitó.Rápidamente, utilizaron la pócima mágica para resucitar a todos los alaveses que habían muertos durante los días anteriores, y esta vez vencieron a los musulmanes para siempre.

    ¿Y qué pasó con el ungüento? Bueno..., se les acabó y no se les ocurrió guardar un poco para hacer más, así que la fórmula mágica se perdió, y aunque muchos han sido los que han intentado descubrirla, que nosotros sepamos, nadie lo ha conseguido..., todavía..

jueves, 23 de julio de 2015

EL PERRO PASTOR DE LEGAIRE






Cuenta una leyenda de la Sierra de Entzia, que en una de las chozas de las Campas de Legaire hace muchos años, cuando aún abundaban en nuestra tierra los lobos, vivía un pastor con su rebaño y un hermoso y hambriento perro de raza "pastor vasco rojillo" llamado Oski. 

Un día que el pastor tenía que bajar a Agurain para aprovisionarse de comida para una temporada, dejó al perro al mando del rebaño. Pasó el día en el pueblo y al volver con las provisiones, se encontró con un espectáculo aterrador, el rebaño que había dejado tranquilamente pastando se encontraba totalmente atemorizado, algunas de la ovejas se encontraban salvajemente heridas y otras yacían muertas, habían sido atacadas brutalmente por algún animal. 

El pastor al no ver a Oski, creyó que el causante de la barbarie era su hambriento perro, enfurecido cogió su escopeta y fue en su búsqueda, en ese preciso momento el can apareció entre las hayas cubierto de sangre, al verlo con la boca llena de sangre, éste interpretó que había sido su perro el causante de la masacre, el pastor fuera de sí y lleno de furia le disparo con su escopeta. 

Al poco tiempo salió corriendo, buscando más ovejas heridas y se encontró con un enorme lobo muerto y se dio cuenta de su gran error, la sangre que traía el perro pastor era de la lucha que había mantenido con el lobo y no por haber atacado a sus ovejas. 

Cuando el pastor se dio cuenta de lo que había hecho con su fiel perro y que había sido el lobo quien había atacado al rebaño, cogió la escopeta instintivamente y aguantando el gatillo se apuntó con ella, en ese mismo momento antes de que se volara la cabeza, el pastor contempló como el perro, todavía atontado, por el tiro que le había dado de refilón en la cabeza se levantaba e iba hacia él dispuesto a olvidar la injusticia y perdonar su gran equivocación... y de paso seguir matando lobos..... 

miércoles, 22 de julio de 2015

LEYENDA DE ROLDAN Y EL GIGANTE FERRAGUT




Una de las leyendas más extendidas en el Camino de Santiago es la que nos cuenta la batalla entre Roldan y el gigante Ferragut.

Según nos cuenta la leyenda; cerca de la ciudad navarra de Nájera y en un cerro que lleva por nombre el Poyo de Roldan, sucedieron los hechos y fueron sus protagonistas Roldan sobrino del emperador franco Carlomagno y el gigante Ferragut.

Ferragut era un gigante musulman procedente de Siria, cuya principal caracteristica era su fuerza, valor e invulnerabilidad, no temiendo ni a nada ni a nadie.

Enterado Carlomagno de la existencia de este gigante, acudió con sus tropas a Najera, y una vez ambos ejercitos frente a frente, el gigante retó en singular combate a cualquier franco que quisiera combatir con él en singular combate. Carlomagno envió a varios de sus mejores paladines a combatir con Ferragut, pero uno tras otros fueron derrotados, sin que hubiera ningún combatiente en campo cristiano capaz de derrotarlo. Pidió permiso Roldan a su tio para combatir con el gigante y una vez obtenido el permiso empezó el singular combate.

Despues de un largo dia de lucha en los que ambos contendientes lucharon con especial esfuerzo, la batalla no estaba decidida. En la batalla rompieron sus espadas y lanzas y murieron sus caballos e incluso pelearon con piedras y puños, pero al finalizar el día la batalla no estaba decidida, por eso optaron por darse una tregua para seguir el combate al dia siguiente.

Durante el dia siguiente el combate continuó sin tregua, sin que ninguno de los contendientes pudiera dar como ganado el duelo, por lo que al atardecer decidieron un descanso para recuperar fuerzas, por lo que ambos se sentaron a descansar en el campo de batalla.

Durante el descanso los dos contricantes se pusieron a hablar sobre la fé de Roland, y la religión cristiana. En uno de los momentos de la conversación Ferragut confió a Roldan el secreto de su invulnerabilidad, este era que sólo podía ser herido en el ombligo.

Esta camaderia que en principios nos puede resultar chocante, es o era habitual entre caballeros tanto cristianos como musulmanes, y ambos aunque de distinta religión eran caballeros y como tal actuaban.

Una vez finalizado el descanso y vuelto al combate Roldan, conocedor del secreto del gigante Ferragut, se las ingenió para clavar su daga en el ombligo de su enemigo, matandolo y dando por finalizado el combate para las armas cristianas.

Esta leyenda unida al poema del Cantar de Roldan, donde se narra la muerte del héroe circuló por el camino de Santiago y en su parte navarra; por ser este, el lugar donde se desarrollaron los hechos. Las aventuras de Roldan o Rolando fueron un hito en el camino de Santiago, y los lugares citados en el poema eran muy visitados por parte de los peregrinos francos que realizaban el viaje y que no dudaban de ninguna manera de la veracidad de los hechos y de los lugares de leyenda. En el Palacio de los Reyes de Navarra en la localidad de Estella, único edificio románico civil que nos queda del antiguo Reino de Navarra, podemos encontrar un capitel donde se representa la lucha entre Roldan y el gigante Ferragut, capitel muy famoso en toda Navarra. En él podemos ver a Roldan montado a caballo en el momento de clavar su lanza en el ombligo de Ferragut que también va montado en su caballo.






martes, 21 de julio de 2015

LA MORA DE ZALDIARAN




Los peines de oro tienen una gran importancia en las leyendas vascas. Mari se peina con un
peine de oro y también las lamias lo utilizan para peinar sus largos cabellos dorados al borde de las
fuentes y los arroyos. Es menos corriente que el peine de oro lo utilicen las brujas y las humanas,
aunque también se dan estos casos.
    La siguiente leyenda nos habla de una mora misteriosa que es, seguramente, resultado de la
larga convivencia entre vascos y musulmanes en las zonas del sur de Euskal Herria. La mención de
esta mora la recoge J. M. de Barandiaran en su libro «El mundo en la mente popular vasca».

    Hace muchos siglos había en Zaldiaran, en Araba, una hermosa torre, de la que hoy, desgraciadamente, sólo quedan las ruinas.
    Don Pedro, señor de la torre, era respetado y amado por sus gentes debido a su valor y buen hacer en la defensa y administración de las tierras que gobernaba. Estaba casado con doña Assona, y su vida transcurría sin muchos sobresaltos.
    Pero, después de un largo período de paz, los navarros musulmanes Banu Qasi, que ocupaban las tierras del Ebro, penetraron en Araba, y el señor de Zaldiaran, al igual que otros muchos, tuvo que disponer a sus hombres para la lucha.
    Don Pedro se distinguía por su bravura al entrar en combate contra el enemigo; siempre iba a la cabeza de los suyos y no permitía que otro ocupase su lugar en los momentos de peligro. Pero, un día, durante un combate especialmente duro, un soldado musulmán le atravesó el costado con su lanza y el caballero cayó del caballo sin sentido. Cuando sus hombres lo vieron en el suelo, cubierto de sangre, creyeron que estaba muerto y emprendieron la retirada. Pronto llegó la mala noticia a la torre de Zaldiaran, y todos
lloraron con doña Assona la muerte de tan querido señor.
    Pero don Pedro no había muerto. Abrió los ojos e intentó moverse.

—No te muevas, la herida no se ha cerrado —oyó que le decía una voz de mujer.

    La que así hablaba era una joven, hermosa como un sueño, que le sonreía mientras pasaba un paño mojado por su frente. El caballero intentó hablar, pero tenía la boca seca.

—No hables. Estás en una fortaleza de los Banu Qasi y temo que tendrás que quedarte aquí durante mucho tiempo.

    El señor de Zaldiaran se curó, pero lo mantuvieron como rehén, al igual que a otros
caballeros alaveses cogidos prisioneros.
    Durante cuatro largos años estuvo don Pedro en aquella fortaleza sin poder comunicarse con los suyos, pero la joven que lo había cuidado, cuyo nombre era Zaida, era tan dulce y tan hermosa que no tardó en enamorarse de ella. De aquellos amores nacieron dos niños, y el caballero llegó a olvidar su casa y su esposa, doña Assona, que, en Zaldiaran, lloraba todavía su pérdida.
    Pero, al igual que llegó la guerra, llegó la paz, y los rehenes fueron liberados. Don Pedro sintió una gran necesidad de regresar a su hogar. Partió, pues, no sin antes prometer a su amada que regresaría para buscarlos a ella y a los niños. Zaida lo vio marchar con lágrimas en los ojos desde las almenas de la fortaleza.
    El regreso del señor de la torre fue una fiesta. Doña Assona no cabía en sí de felicidad; los parientes y amigos y todas las personas de la torre festejaron durante muchos días el regreso del que creían muerto.
    Don Pedro no volvió a acordarse de su otra mujer, la joven mora, y de los hijos que había dejado en la fortaleza de los Banu Qasi. Abandonó su torre de Zaldiaran y se fue a vivir a Gasteiz, donde ocupó un cargo importante al lado del conde de Araba. Pero Zaida no había olvidado y continuaba esperando el regreso de su enamorado. Esperó y esperó, y pasaron otros cuatro años. Entonces, decidió ir en su busca. Cogió a sus
hijos y se encaminó por tierras alavesas hasta llegar a la torre de Zaldiaran, pero allí ya no
vivía nadie.

—Ésta es su casa y algún día volverá, y nosotros estaremos aquí esperándole —pensó Zaida, y se sentó a esperarle en los escalones de la entrada.

    Pero don Pedro no volvió.
    Pasaron los años y los siglos. Un día, una pastora que andaba con su rebaño por los alrededores de las ruinas de la torre vio algo que la dejó asombrada: allí, en los escalones de lo que una vez había sido la entrada principal, estaba sentada una señora, y dos niños jugaban tranquilamente a su lado. Llevaban ropas extrañas y la señora se peinaba sus largos cabellos negros con un peine de oro que brillaba al sol. La pastora se acercó llena de curiosidad, pero, en cuanto la vieron, los tres desaparecieron entre las ruinas. La joven
cogió el peine de oro que la extraña dama había perdido en la huida. Llamó, pero nadie le respondió, así que se guardó el peine y fue a recoger el rebaño para volver a casa.
    No había andado ni veinte pasos cuando oyó una voz que le decía:

—Dame mi peinedere.

    Al girarse, vio que la dama misteriosa le seguía. Sintió miedo y echó a correr, pero la dama también echó a correr, repitiendo sin cesar:

—Dame mi peinedere, dere, dere.

    La pastora tiró el peine al suelo y siguió corriendo sin volver la vista atrás.
    Desde entonces, muchos han sido los que han querido ver a Zaida y a sus hijos, aunque, que se sepa, hasta hoy nadie lo ha conseguido.

lunes, 20 de julio de 2015

EL CARBONERO Y LA MUERTE




La muerte suele ser protagonista de algunas leyendas, en las que suele adoptar el aspecto de un personaje o de un genio con el que se habla normalmente, como si fuera un ser humano.En un tiempo en el que la media de vida era más corta que la actual y en la que no había  preocupación más importante que la muerte, era lógico que las gentes sencillas explicaran ciertos  fenómenos luminosos o atmosféricos como señales del Más Allá. De ahí los relatos sobre aparecidos,  almas errantes, animales que de hecho eran espíritus que no habían encontrado el descanso, voces,  luces, etc.
R. Mª de Azkue recoge en su «Euskalerriaren Yakintza» numerosos ejemplos de prácticas  relacionadas con la muerte, de las cuales más de una subsiste aún en nuestros tiempos.


    Hace mucho, mucho tiempo vivía en Elbatea, en el valle del Baztan, un carbonero tan mísero que apenas si tenía un mendrugo de pan negro que llevarse a la boca. Vivía en el monte, en una chabola que él mismo había construido con ramas y pajas, y pasaba los días soñando con una vida mejor y renegando por su mala fortuna.

    Una noche llamaron a su puerta.

—¿Quién es? —preguntó.
—Soy Dios —respondió una voz.
—¿Y qué quieres? —preguntó de nuevo el carbonero.
—Cobijo para esta noche.

    El carbonero no se lo pensó dos veces.

—¡Márchate! —gritó muy enfadado—. ¡No te daré cobijo ni hoy ni nunca! No eres justo. A unos les das mucho y a otros, como yo, nos dejas morir de hambre. ¡Vete, te digo!

    Al poco rato volvieron a llamar a su puerta, y el hombre se sobresaltó.

—¿Será otra vez Dios? —pensó temeroso, y luego preguntó—: ¿Quién es?
—Soy la Muerte —le respondió una voz tenebrosa.
—¿Y qué quieres?
—Cobijo para esta noche.

    El carbonero abrió la puerta y se encontró con un personaje vestido de negro, cuya
mirada no tenía fin.

—¡Pasa! —le invitó el hombre con una sonrisa—. A ti sí te daré cobijo porque tú eres
igual para todos. Lo mismo te llevas al rico que al pobre. Pasa, pasa...

    La Muerte entró en la chabola, y juntos compartieron lo poco que el carbonero tenía.

    A la mañana siguiente, la Muerte se dispuso a proseguir su camino.

—¿Deseas que haga algo por ti? —preguntó al carbonero antes de despedirse.
—Bueno —respondió éste—, la verdad es que me gustaría vivir un poco mejor, dormir en una cama mullida y no tener que pensar cada día si tendré algo que comer. ¡Esto no es vida!
—Escucha bien —dijo la Muerte fijando en él su mirada sin fin—: cuando entres en la habitación de un enfermo y me veas sentada a la cabecera de la cama, ten por seguro que morirá. Si, por el contrario, me ves a los pies, el enfermo sanará con cualquier cosa que tú le des.

    Y la Muerte desapareció sin decir ni media palabra más.

    Pocos días después, el carbonero tuvo noticias de que la esposa del rey estaba muy enferma y que éste había prometido grandes riquezas a quien fuera capaz de curarla.

    El hombre se presentó en palacio, pero los soldados no quisieron dejarlo pasar. Tanto y tanto insistió que, finalmente, consiguió ver a la reina.
   
    La Muerte se hallaba sentada a los pies de la cama, así pues el carbonero pidió unas
cuantas hierbas inofensivas, hizo una tisana que la enferma bebió y enseguida sanó.

    El rey colmó de riquezas y poderes a su nuevo médico oficial, lo nombró consejero y le brindó su amistad más sincera. El antiguo carbonero se convirtió en un hombre famoso
y respetado, encantado con su nueva vida.

    Un día, poco tiempo después, paseando por los jardines de su propio palacio, vio que
la Muerte se dirigía hacia él.

—¡Vaya! —exclamó sorprendido—. ¿Cómo tú por aquí?
—Vengo a llevarte conmigo —le respondió la Muerte.
—¡Oh! ¡No me hagas eso! —suplicó el antiguo carbonero—. Me dejaste vivir muchos años en la miseria y ahora, que soy rico, vienes a buscarme...

    La Muerte miró al hombre con su mirada sin fin e hizo una mueca que quería ser una
sonrisa.

—Tú mismo dijiste que yo era igual para todos, ahora te ha tocado el turno. ¡Ven!

    Y la Muerte se llevó al carbonero, porque ella no hace diferencias entre los seres
humanos.

martes, 14 de julio de 2015

LA YEGUA BLANCA




Según cuenta J. M. de Barandiaran en su obra Diccionario ilustrado de la mitología vasca, el caballo era un animal muy apreciado por los antiguos vascos, que incluso determinó algunas formas de expresión o símbolos de su vida espiritual. Ciertos genios subterráneos eran representados en forma de caballo.

En la región de Atharratze existe la creencia de que de la cueva de Laxarrigibele, cerca de Alzai, sale un genio en forma de caballo blanco. Existen varios relatos en los que aparecen caballos, casi siempre blancos, aunque también se dan casos de “suzko zaldiak” o caballos de fuego.

La siguiente narración se cuenta en la zona de Lapurdi.



Erase una vez un hombre que tenía tres hijas. Un día algo le molestó detrás de una oreja, y pidió a su hija más pequeña que mirase lo que era. La hija, Anderkina, encontró un piojo. El hombre ordenó que metiesen el piojo en un puchero pero, al poco tiempo, el piojo engordó tanto que reventó el puchero. Entonces metieron al piojo en una barrica, y también reventó la barrica. Entonces mataron al piojo y pusieron su piel colgando de una ventana.

El hombre hizo saber que daría la mano de una de sus hijas a quien adivinase a qué animal pertenecía la piel. Como era rico, no faltaron los pretendientes, pero ninguno supo dar la respuesta correcta

Finalmente, un día apareció un hombre extraño vestido con un traje de oro y, plantándose delante de la casa, gritó:

—¡Ésa es la piel de un piojo!

El padre, encantado de poder contar con un yerno tan listo, le pidió que eligiese por esposa a una de sus tres hijas, pero el hombre extraño vestido con un traje de oro contestó que lo haría después de la cena.

Algo más tarde, la joven Anderkina salió al jardín para coger unas flores con las que adornar la mesa. Al pasar por delante del establo oyó una voz que la llamaba. Sorprendida, miró y sólo vio a la yegua blanca de su padre.

—No te asombres —le dijo la yegua—. Sólo quiero advertirte que el hombre vestido con un traje de oro es el diablo, y es a ti a quien elegirá como esposa. ¡Acuérdate de lo que voy a decirte! Cuando tu padre te ofrezca dinero, dile que no lo quieres, que quieres la yegua blanca.

Y, en efecto, después de la cena, el diablo pidió a la hija más pequeña por esposa, y anunció que debían partir inmediatamente. Tal y como la yegua había dicho, el padre de la joven le ofreció todo el dinero que deseara, pero Anderkina le pidió la yegua blanca.

Al ira montarse en la carroza del diablo, la joven pidió que la dejasen hacer el viaje montada en la yegua, y así se hizo. Habían recorrido ya un trecho cuando la yegua pateó el suelo y la tierra se abrió en dos.

—¡Entra ahí durante siete años! —gritó la yegua.

Al instante, la carroza y el diablo desaparecieron en el interior de la tierra, quedando Anderkina y la yegua en la superficie.

—Tendrás paz durante siete años —le dijo el animal a la joven, y los dos continuaron el viaje.

Tras mucho caminar, divisaron un castillo.

—¿Qué te parece si nos detenemos aquí? —preguntó la yegua—. En este castillo vive un joven caballero con el que te casarás.

Como había profetizado la yegua blanca, el joven caballero se enamoró de Anderkina, y poco después se casó con ella en medio de grandes festejos.

—Es hora de que yo me marche —le dijo la yegua a la recién casada después de la boda—, pero, antes, quiero darte esta xirula como regalo. Tócala cuando tengas algún problema, y yo acudiré enseguida.

Anderkina se encontró con una pequeña flauta de oro en las manos, pero cuando levantó la vista del instrumento, el caballo había desaparecido.

La joven y el caballero vivieron felices y tuvieron dos hijos. Pero un día el marido tuvo que ir a la guerra. Anderkina y sus hijos se quedaron en el castillo esperando su vuelta.

Habían transcurrido ya siete años, y una mañana, el diablo se presentó ante la mujer.

—¡Sigúeme! —le ordenó—. Ahora tendré tres almas en lugar de una.

Anderkina no tuvo más remedio que seguirle con sus dos niños. Anduvieron un largo trecho y penetraron en un bosque muy oscuro.

—Aquí es donde vais a morir —le informó el diablo.

—Deja que antes toque la xirula para mis hijos —le rogó ella—. Será nuestra despedida.

El diablo aceptó la petición, y entonces Anderkina se llevó la flauta de oro a los labios. Había tocado un par de notas cuando apareció la yegua blanca.

—¡Ah! ¡Aquí estás de nuevo! —exclamó la yegua al ver al diablo—. ¡Ya no harás más daño a nadie!

Y golpeando la tierra con sus pezuñas, gritó:

—¡Tierra! ¡Ábrete y trágate al diablo para siempre!

La tierra se abrió y se tragó el diablo.

—Ahora puedes regresar a tu casa, querida amiga —dijo la yegua blanca—. Ya no me necesitarás nunca más.

El maravilloso animal desapareció, y Anderkina volvió al castillo con sus hijos. Allí esperaron el regreso del caballero, a quien relataron lo ocurrido y vivieron felices hasta el final de sus días.




lunes, 6 de julio de 2015

El hombre de la luna




 Ilargi o Ilazki, la Luna, es, según se lee en el «Diccionario ilustrado de mitología vasca» de J. M. de Barandiaran, de género femenino, al igual que el Sol.
    En fórmulas y plegarias se le llama “Ilargiko-amandre”, madre Luna, y cuando aparece 
encima de los montes orientales, le dicen: “Ilargi amandrea, zeruan ze berri?” (madre Luna, ¿qué noticias hay en el cielo?).
    Antiguamente, un día a la semana (el viernes) estaba dedicado a la Luna. El viernes es  
también el día en el que se reúnen los brujos. El mismo día, a la luz de la Luna y en las encrucijadas de los caminos, deben quemarse los objetos mágicos que hayan pertenecido a personas embrujadas.



  Hace mucho tiempo, vivía un ladrón en Antzuola. No era un ladrón importante, robaba cosas pequeñas: una gallina por aquí, un par de conejos por allá, tomates, lechugas...

    Una noche de invierno de ésas en las que hace mucho frío y el cielo está tan claro que 
pueden contarse las estrellas una a una, el ladrón decidió robar unas leñas recién cortadas 
que un vecino del pueblo tenía apiladas al lado de su puerta. El ladrón, aprovechando la oscuridad de la noche y que todo el mundo dormía, robó la pila de leña y se marchó 
presuroso a su casa. Iba muy contento porque nadie le había visto y su hazaña le había 
costado muy poco esfuerzo. En eso, se dio cuenta de que la Luna brillaba en el cielo y que, 
además, parecía seguirle. Enfadado con ella, le gritó:

—No necesito de ti, ¿me oyes? ¡Lárgate!

    Como la Luna seguía detrás de él sin hacerle caso, el hombre volvió a gritarle:

—¡Que te largues! ¿Me oyes? ¡Vete!

    El ladrón dejó la leña en el suelo y, cogiendo unas piedras, empezó a tirárselas a la Luna. De pronto, la Luna empezó a bajar y a bajar y, cuando se encontró cerca del hombre, lo agarró con su cuerno por la cintura y lo levantó. Después volvió a su lugar en el cielo.
    
    Desde entonces, el ladrón está allí y, en días de luna llena, puede verse perfectamente 
su cara si miramos con atención.