Sancho I de Leon (935 – 966) fue hijo del segundo matrimonio del rey Ramiro II de León (898 – 951) considerado uno de los mejores guerreros de la Alta Edad Media. El primer heredero de Ramiro II fue su primogénito Ordoño III (925 – 956) —hermanastro de Sancho— también fue un destacado guerrero. Lo cierto es que Ramiro y Ordoño debieron de enfrentarse a la levantisca nobleza liderada por Fernán González —primer conde de Castilla— que en el año 940 se sublevó contra Ramiro; pero se impuso la superioridad militar de padre e hijo, que capturaron y encerraron a Fernán en León.
Ese vacío de poder en tan importante territorio ofreció al rey Ramiro II la oportunidad de enviar a su hijo Sancho a gobernar simbólicamente Castilla. Ante el rechazo que provocaba el gobierno de un niño y la continua exigencia de que se liberase al muy querido conde, el rey Ramiro decidió liberar a Fernán con 3 condiciones: el conde debería renunciar a todos sus bienes, tendría que jurar a Ramiro II lealtad en público y aceptaría entregarle a su hija Urraca para casarla con su hijo y heredero Ordoño. Fernán aceptó, convirtiéndose en suegro de Ordoño.
Sancho era un chico gordo y de escasa voluntad. Desde niño había vivido la mayor parte del tiempo en la ciudad de Burgos con su tía Sancha de Pamplona —que era hermana de su madre y también la esposa del rebelde Fernán González y era la regente de verdad de su condado—; por lo tanto, vivió alejado de sus padres. La educación del joven era supervisada desde la distancia por su abuela Toda —la reina viuda y regente de Navarra— que se ocupaba directamente de los intereses de su hijo menor —y tío carnal de Sancho— el rey García Sánchez I de Pamplona.
En el año 953, dos años después de que Ordoño III accediera al trono de León, las ansias de independencia de Fernán González superaron la lealtad familiar hacia su yerno Ordoño; sublevándose de nuevo con la ayuda de las tropas navarras de su cuñado García Sánchez. Fernán González utilizó como excusa la defensa de los derechos al trono leonés del joven Sancho (al que controlaba por tenerlo en su castillo de Burgos). En la conspiración debió de influir la reina Toda de Navarra, quien claramente prefería que reinara su nieto Sancho en lugar de su hermanastro Ordoño III (hijo de la primera esposa de Ramiro de León). Ni a Fernán González ni a Toda les había parecido un impedimento que Urraca (hija de Fernán y nieta de Toda) fuera la nueva reina de León. Menudo lío de familia… pudiera ser que Urraca se llevara ya mal con Ordoño. Lo cierto es que cuando el rey de León se enteró de la sublevación de su suegro, se separó de Urraca y se casó con otra mujer. El ataque contra León de Fernán González y de los navarros no tuvo consecuencias, por lo que Sancho permaneció en Burgos.
Entre tanto, Sancho había desarrollado una obesidad mórbida. Comía constantemente y su gordura le había transformado en un auténtico inválido, pues no podía montar a caballo ni empuñar armas. En agosto del 955, tras fallecer el rey Ordoño por causas naturales, Sancho fue coronado Rey de León.
Una de las primeras cosas que hizo “el gordo” fue deshacer su relación de dependencia con su tío Fernán González y tratar de afirmar su autoridad como rey. Pero el conde de Castilla alegó que Sancho I no era un verdadero rey, pues ni siquiera era capaz de valerse por sí mismo, pues necesitaba ayuda para incorporarse de la cama y poder andar. Tampoco podía asegurar su descendencia, pues su gordura le impedía demostrar públicamente que había consumado el matrimonio. Astutamente, Fernán González ya había casado (por segunda vez al quedar viuda del anterior rey) a su hija Urraca con otro Ordoño —un hijo de Alfonso IV de León—. Este Ordoño era primo carnal de Sancho pues su padre había sido el hermano mayor de Ramiro II; y además tenía derecho a la corona, ya que el padre de Sancho la había obtenido por la abdicación de su hermano mayor Alfonso IV. El hecho de que el padre de Sancho “el gordo” hubiera dejado ciego y encerrado hasta la muerte al padre de Ordoño no propiciaba que éste le tuviera simpatía a su primo Sancho I.
En el año 957 fue depuesto como rey Sancho I por las tropas de Fernán González, nombrando a su reciente yerno rey Ordoño IV. El depuesto Sancho se trasladó a Pamplona para que lo protegiera su abuela Toda, que era la reina regente. Sancho reclamó a su abuela y a su tío ayuda para recuperar el trono; pero dado que Sancho apenas podía ponerse en pié, sus familiares navarros pensaron que las posibilidades militares de Sancho contra Ordoño IV y Fernán González eran muy escasas. Sin embargo, no le abandonaron; concibiendo otro plan.
La reina Toda pidió ayuda al califa de Córdoba Abderramán III (el 1º califa omeya), que le envió a su médico personal, el judío Hasday Ibn Shaprut; éste, asombrado por la gordura del paciente, le aconsejó viajar a Córdoba para tratarse allí. Toda la familia decidió ir junta en ese largo viaje: Toda, su hijo -el rey de Pamplona- y Sancho se trasladaron a Córdoba donde Abderramán III les ofreció una fastuosa recepción en su nuevo palacio de Medina Azahara. Los navarros acordaron una alianza con el califa que incluyó el compromiso de que su médico Hasday Ibn Shaprut se ocupara de aplicarle a Sancho un drástico tratamiento.
A Sancho lo encerraron en una habitación, lo amarraron a una cama y le cosieron la boca, dejando una pequeña abertura para que ingiriera líquidos por una pajita. Durante cuarenta días lo alimentaron exclusivamente a base de líquidos —siete infusiones diarias en las que combinaban agua salada, agua de azahar, agua hervida con verduras, de frutas…—. El tratamiento le causó al sufrido Sancho frecuentes vómitos y diarreas que aceleraron su adelgazamiento. También le aplicaban baños para relajarle y hacerle sudar, así como frecuentes masajes para mitigar la flacidez de una piel que —a medida que Sancho perdía peso— iba recubriendo menores extensiones de grasa
Sancho permaneció en Córdoba haciendo amigos, adoptando costumbres musulmanas y aprendiendo la lengua árabe. Una vez hubo recuperado la salud y la movilidad, Abderramán III y Sancho comenzaron la segunda fase de su acuerdo: la reconquista del reino de León. La operación se presentaba propicia pues su primo Ordoño IV se había granjeado numerosos enemigos por la gran cantidad de violencias e injusticias que había cometido contra sus vasallos.
En el año 959 Sancho invadió su antiguo reino al frente de un ejército musulmán. Las ciudades se le fueron rindiendo hasta llegar a la capital, donde se volvió a coronar. Ordoño IV huyó a Asturias y luego a Burgos —donde dejó a su mujer e hijos al cargo de su suegro Fernán González— para luego pasar a tierra de moros; trató de conseguir que Abderramán III le ayudara, pero éste optó por mantener su alianza con Sancho I; por ello el depuesto Ordoño vivió solo y oscuramente durante el resto de su vida. Al año siguiente, un Sancho I completamente recuperado se casó, concibiendo dos hijos que aseguraban la sucesión del reino y ofrecían una estabilidad muy necesaria. Al igual que sus antecesores, debió de pelear contra musulmanes y nobles rebeldes, especialmente en Galicia.
Sisando II —obispo de Iria Flavia residente en Santiago de Compostela— y el conde Gonzalo Fernández (quien había ayudado a Fernán González a echar a Sancho del trono) se rebelaron contra Sancho. Pero éste, dotado de un vigor que nunca antes había tenido, derrotó y encarceló al obispo Sisando; al que sustituyó por el obispo Rosendo de Mondoñedo. A continuación el rey Sancho se dirigió contra el otro rebelde, el conde Gonzalo Fernández. Decidieron encontrarse para limar diferencias, y durante la charla el conde Gonzalo le dio al rey Sancho una manzana como gesto de reconciliación; éste se la comió y horas después enfermó.
Ante la sospecha de haber sido envenenado, y con el fin de curarse en su palacio, el rey Sancho se puso en camino hacia León. Pero no llegó a su destino; pues tres días después —a finales de noviembre de 966— falleció en el monasterio de Castrelo de Miño (Orense). Se puede decir que la comida marcó la vida de Sancho I de Leon “el gordo”.