viernes, 5 de diciembre de 2014

MAKILAKIXKI




Habitaba una casa un padre con sus tres hijos.
El hijo mayor tuvo que salir de criado a un lugar muy lejano.
Transcurrido el año de servicio en aquella casa, le dieron como sueldo un burro. Pero se trataba de un burro original. Bastaba que se le dijera: <<dame oro>>, para que el burro proporcionara oro inmediatamente.
Una noche, de vuelta ya hacia su hogar, se hospedo en una casa muy solitaria.
Antes de retirarse a su habitación previno al posadero:
—No se os ocurra decir al burro: <<dame oro>>.
Pero, tan pronto como el muchacho se encerró en su habitación, el posadero se acerco al burro para abusar de su secreto. <<Dame oro>> —se insinuó entre curioso y ávaro el amo—. Y el burro le proporciono, en el mismo instante, oro en abundancia. `
Inmediatamente, el astuto posadero escondió aquel burro, poniendo en su lugar otro muy parecido.
Cuando, a la mañana siguiente, salio el muchacho de su habitación y vio al burro no reparo en el cambió. Y así, alegre y Feliz, emprendió el camino de vuelta hacia su casa.
En cuanto llego a casa, le falto tiempo para contar a su padre y a sus hermanos la mina de oro que había descubierto en su burro. Inmediatamente, coloco en el suelo una amplia sabana y se dispuso a hacerles la demostración, situando al burro en el centro de la sabana en disposición de fabricar el oro apetecido.
<<Dame oro>> le dijo el muchacho al burro. El burro no dejo asomar el oro por ninguna parte. Insistió el muchacho, volviendo a repetirle la misma formula. Pero, he aquí, que el burro. en lugar de fabricar el oro apetecido, le cubrió la sabana de estiércol.
Mas tarde, se fue de criado el segundo hijo. Al cabo de un año, el amo le pagó sus servicios regalándole una mesa. También esta mesa tenía algo muy misterioso y particular.
Si se le decía <<prepara la comida>> la mesa obedecía, ofreciendo. en el acto. un servicio completo con la comida preparada.
De regreso hacia su hogar. también este muchacho se detuvo a pernoctar en la misma posada en la que le habían robado el burro a su hermano.
Antes de acostarse advirtió al posadero:
—No se os ocurra decir a la mesa: <<prepara la comida».
Pero, en cuanto el muchacho se retiro para dormir, el posadero se acerco cautelósamente a la mesa y pronuncio la frase mágica: <<prepara la comida». Y la mesa, al instante, le ofreció una comida suculenta.
El posadero, como la vez anterior, escondió aquella mesa poniendo en su lugar otra muy parecida.
A la mañana siguiente, el muchacho cogió la mesa y se puso en camino hacia su casa.
Al llegar a casa, el muchacho, que no disimulaba su alegría por la adquisición del mueble misterioso, quiso hacer, ante su familia, una demostración de los poderes ocultos de aquella mesa. Y así, se dirigió decidido a la mesa:
<<prepara la comida».
Pero la mesa se mantuvo estática y vacía sin preparar ninguna clase de comida.
Como es de suponer, el pobre muchacho se quedó muy triste y avergonzado por su fracaso.
Por fin, decidió irse de criado el menor de los hermanos.
Al cumplirse el ario de servicio, el amo le entrego un palo.
Pero el palo tenia unos poderes excepcionales. Bastaba prommciar delante de él la palabra <<makilakixki» para que empezara a sacudir golpes a todos los que estuviesen a su alrededor. Al único que respetaba, sin golpearlo, era a su joven propietario.
Quiso el azar que, también el hermano pequeño, de vuelta al hogar, viniera a pasar la noche en la misma posada en la que les habían robado a sus hermanos.
También en esta ocasión, antes de acostarse, había hecho el muchacho su particular advertencia al posadero:
—No os dirijáis —le había dicho- a mi palo llamándole <<¡makilakixki!>>.
—No te preocupes —le tranquilizo el posadero.
Pero, una vez mas, el dueño traiciono al muchacho y acercándose al palo, le grito con fuerza: <<¡Makilakixki!».
De pronto, obediente a la voz que le llamaba, comenzó a apalear a todas las cosas y personas que encontró a su alrededor empezando por el posadero y continuando por los criados.
No es para contar el lío que se organizó a cuenta del misterioso palo.
Corrió el posadero en busca del joven propietario para que frenara al palo castigador. Y fue entonces cuando el muchacho, aprovechándose del miedo del mesonero, le exigió que, o le devolvía el burro y la mesa que había robado a sus hermanos, o el palo continuaría repartiendo su castigo.
Y así fue como aquel pícaro mesonero devolvió el burro y la mesa que había robado.
El muchacho volvió feliz a su hogar con el palo, la mesa y el burro. Y, desde aquel momento, entro la felicidad en aquella casa.

                                     Cuentos y leyendas del País vasco




miércoles, 5 de noviembre de 2014

El califa Cigüeña


Por muy pocas monedas, el califa Chasid había comprado un cofrecito que contenía un polvo negruzco y una vieja carta escrita en latín. Su primer ministro, el gran visir, le aconsejó hiciera traducir el escrito, por si se tratara de algo interesante.

La carta, traducida, decía así: “¡Oh, hombre que has encontrado este cofre, agradécele a Alá! Si aspiras este polvo y luego dices la palabra mágica MUTABOR, podrás transformarte en cualquier animal y entender su lenguaje. Luego, si quieres volver a la forma humana, no tienes más que inclinarte tres veces hacia

Oriente y repetir la palabra mágica. Pero no rías durante la transformación. Si lo haces, olvidarás la palabra y quedarás animal por siempre jamás.”

Apenas se fue el traductor, el califa y su visir hicieron grandes proyectos para divertirse cuando se transformaran en algún animal.

Con estos pensamientos salieron a caminar por la plaza, y cuando vieron en un estanque un par de cigüeñas quisieron probar los poderes del polvo mágico y, sin pensarlo dos veces,» absorbieron un poco cada uno y dijeron: MUTABOR. Al instante se transformaron en dos hermosas cigüeñas. Siguieron su camino conversando ahora en la lengua “cigüeñina”, hasta que se encontraron con dos cigüeñas de verdad y, deteniéndose a cierta distancia, escucharon lo que aquéllas conversaban :

—¿Así que hoy vas a un baile? —le dijo la que parecía más vieja a la otra.

—Sí. Por eso quiero ensayar unos pasos antes que llegue la hora. —Y sin ningún reparo se puso a dar saltitos de aquí para allá. Tan cómica resultó la bailarina, que el califa y el visir no pudieron aguantar más y soltaron la risa, asustando así a las pobrecitas, que se fueron volando.

Justo en ese momento se acordaron de que no debían reir, y por más que hicieron no pudieron recordar la palabra mágica. Cigüeñas habían querido ser y cigüeñas se quedarían.

Víctimas del hechizo, vagaron tristemente por el campo, sin saber qué hacer, hasta que un día, desde lo alto de un campanario, vieron avanzar un gran cortejo; tambores y trombones llenaban los aires con sus sones y un hombre envuelto en rico manto escarlata era vitoreado por la multitud.

—¡Viva Mizra, el señor de Bagdad! —gritaban todos.

Las dos cigüeñas se miraron y comprendieron…

—¿Entiendes ahora, gran visir, por qué hemos sido encantados? Este Mizra es el hijo de mi peor enemigo: el mago Kaschnur. Ven, vamos a la tumba del Profeta; quizá en ese lugar sagrado podamos romper el hechizo.

En la primera noche de su viaje descansaron en un castillo abandonado, que en otros tiempos debió ser muy fastuoso, pues todavía quedaban restos de su esplendor.

Ya estaban para dormirse cuando fueron sobresaltados por un llanto muy quedo que llegaba de algún lugar cercano. Allí se dirigieron cautelosamente y encontraron una lechuza, de cuyos grandes ojos resbalaban abundantes lágrimas

—¡Oh —dijo el horrible animal—, vosotros sois mi salvación! —Y les contó su triste historia. Aquella lechuza era nada menos que una princesa de la India, a quien el pérfido mago Kaschnur había transformado, porque no quiso casarse con su hijo Mizra.

Al escuchar tan triste historia, el califa se conmovió y le preguntó qué podía hacer él para desencantarla.

—Cuando me trajo aquí el horrible mago me gritó: “Así quedarás por toda la vida. Sólo podrás volver a tu estado normal si alguien te pide en matrimonio.”

El califa no vaciló ni un instante y allí mismo, sin fijarse en la fea figura de la lechuza, le ofreció desposarla.

Agradecida la lechuza, les hizo saber que a ese mismo castillo solía venir el mago Kaschnur con otros malvados como él para contarse las últimas malas acciones cometidas, y que, precisamente, esa noche, al ocultarse la luna, tendría lugar una de esas reuniones.

Guiados por la lechuza, el califa y el visir llegaron hasta una ventanita desde donde podían ver una amplia sala ricamente amueblada. Allí estaban, sentados alrededor de una mesa, todos los magos y hechiceros, regocijándose de las tremendas maldades que habían cometido en los últimos tiempos.

Kaschnur contó, a su tiempo, lo que había hecho con el califa y el visir. Todos le festejaron la hazaña y rieron aún más cuando les dijo que la palabra que se habían olvidado era nada menos que MUTABOR.

El califa y el visir se miraron y repitieron la mágica palabra inclinándose tres veces hacia Oriente. La transformación fue inmediata, y cuál no sería su sorpresa cuando, al darse vuelta para agradecer a la lechuza el favor que les había hecho, vieron maravillados a una hermosa doncella…

Cuando el pueblo se enteró de la maldad de Kaschnur y del usurpador Mizra los desterró y devolvieron el poder al buen califa y al gran visir. Tres días después Chasid contraía enlace con la princesa hindú, en medio de la alegría de toda la nación.