martes, 17 de enero de 2017

La conquista de Menorca y el Tratado de Cap de Pera.



A comienzos del siglo XIII las islas Baleares eran parte del Imperio Almohade, cuya capital estaba en Marruecos y que se extendía por toda la costa norte del Magreb y la mitad sur de la Península Ibérica.

Después de varios fracasos durante los reinados anteriores, el rey Jaime I de Aragón concibió la conquista de Mallorca como una gran expedición; solo posible con la participación de numerosos señores feudales, obispos y ciudades de la corona, así como las ciudades aliadas de Marsella, Génova y Pisa, órdenes militares y personas particulares —especialmente judíos— que invirtieron dinero en el proyecto. Sus intereses económicos por conseguir botín se reflejaron por escrito con el fin de regular como se iba a repartir la tierra y el botín que se consiguiera. El objetivo de acaparar todo el rendimiento posible propició que la conquista de Mallorca fuera extremadamente violenta; los participantes no permitieron que el rey pactara capitulaciones de rendición con los musulmanes porque esto impediría incautarse de sus propiedades. Por ello durante los tres años que duró la conquista de la isla de Mallorca, los musulmanes que habitaban la isla fueron matados, esclavizados, huyeron a Menorca o al norte de África.


Después de una campaña tan larga y dura el rey necesitaba volver a la Península con el fin de planificar la próxima campaña contra los almohades de Valencia. Por ello sus consejeros aconsejaron a Jaime I buscar otras alternativas a la invasión de la vecina Menorca. Esta isla estaba gobernada desde la ciudad de Medina Menurka (actual Ciudadela) por el gobernador Abdala Mohamed; éste era auxiliado por el almojarife —jefe militar y de recolección de impuestos— Utman Said. Éste joven había nacido en la Península y era un dirigente extremadamente brillante que había venido ocupando diversos cargos para varios emires almohades del norte de África; además, era un conocido poeta y el propietario de una importante biblioteca.

En 1231 los responsables de Menurka recibieron un mensaje del rey Jaime I; en él, el monarca aragonés les conminaba a rendirse para evotar ser invadidos yq eu se produjera un gran derramamiento de sangre y la pérdida de las pertenencias de los vencidos (como era habitual en aquella época). A partir de ahí se entablaron unas negociaciones. Por parte de los almohades Utman Said tuvo un especial protagonismo, insistiendo en la necesidad de alcanzar un acuerdo. Habiendo llegado el verano (la mejor época para una campaña militar) y no habiéndose alcanzado un acuerdo, el rey aragonés pensó que debía de aumentar la presión. Optó por inducirles a pensar que en cualquier momento iniciaría la conquista de Menorca y su oferta ya no sería válida. Por ello en junio ordenó que por las noches se encendieran unas trescientas grandes hogueras en la costa norte de Mallorca, de modo que desde Medina Menurka sus contendientes intuyeran que les quedaba muy poco tiempo. Para alimentar tantos fuegos ordenó que se cortasen grandes cantidades de ramas y madera, y se acumularan en las alturas que dan al canal de Menorca, en los alrededores del cap de pera (cabo de piedra, en catalán). Durante varias noches esa multitud de hogueras produjo la impresión de que miles de guerreros estaban acampados a la espera de cruzar el canal.


Finalmente, dadas las escasas probabilidades de recibir una ayuda desde África, los líderes musulmanes tomaron la decisión de actuar autónomamente del Imperio Almohade, buscando su propia solución. Cruzaron el canal hasta la Cala Ratjada y se dirigieron a la Torre de Miguel Nunis en Cap de Pera; allí se entablaron unas negociaciones que culminaron el 17 de junio de 1231 cuando en ese castillo se firmó el llamado Tratado de Cap de Pera. A resultas de éste los musulmanes menorquines dejaron de ser parte del Imperio almohade pasando a convertirse en un Reino Taifa vasallo del reino de Aragón, al que pasaban a pagar todos los años el tributo que antes mandaban a los almohades; también aceptaban tener en su capital un contingente de guerreros aragoneses. A cambio, gozaban de la independencia y de la protección de Aragón.

El nuevo rey taifa Abu Abdala Mohamed sería destronado tres años después por su almojarife Abu Utman Said. Éste formó una brillante corte de artistas y estableció un estricto cumplimiento de la ley islámica ejecutando a quienes bebían alcohol; también cumplió escrupulosamente el Tratado de Cap de Pera al que se había comprometido.

Al morir en 1276 el rey Jaime I en su testamento se estableció que la soberanía de Menorca pasó a su hijo Jaime II de Mallorca, desligándose por ello la isla de Menorca de la corona de Aragón. En 1282 falleció Abu Utman Said siendo sucedido por su hijo Abu Umar ben Said. Poco después de acceder al trono se produjo la inesperada visita del rey Pedro III de Aragón —del que ya no dependía jerárquicamente por ser ahora vasallo del reino de Mallorca—; Pedro III y sus caballeros se dirigía hacia la isla de Sicilia con una flota de invasión, pero debió de arribar a Menorca para refugiarse de una tormenta. El rey moro de Menorca les acogió hospitalariamente, comprometiéndose además a mantener la confidencialidad de los motivos de su viaje. Pero antes de que los aragoneses reembarcaran, envió un barco a Sicilia para alertarles de que iban a ser invadidos.


En 1285, después de haber rechazado una invasión francesa a la que había contribuido los mallorquines, el rey Pedro III ordenó a su heredero el príncipe Alfonso que invadiera Ibiza. Al año siguiente, siendo ya el rey de Aragón e Ibiza Alfonso III, éste invadió Mallorca para expulsar del trono a su tío. La última isla fuera de su control era Menorca.

El reino taifa menorquín era aliado del reino de Túnez y por ese cauce venía apoyando al rey de Francia. Por ello Alfonso III tenía decidido conquistar la isla cuanto antes. El 22 de noviembre de 1286 cien naves con unos veinte mil combatientes zarparon de Salou para transportar el ejército aragonés a Mallorca. Allí descansaron hasta el 17 de enero del año siguiente en que desembarcaron en Mahón (Menorca).

El rey taifa menorquín y sus tropas mercenarias tunecinas fueron derrotadas por los aragoneses, refugiándose en el castillo de Santa Agüeda, donde tres días después se rindieron. A cambio consiguiendo la autorización para marcharse con algunos de sus bienes, sus cincuenta concubinas y doscientos seguidores, así como con el cadáver de su padre Abu Utman Said. El barco genovés que transportaba la Familia Real de Menorca hacia África naufragó, pereciendo todos.


viernes, 2 de diciembre de 2016

La maldición de los abencerrajes


En el siglo XV —el último siglo de existencia del reino nazarí de Granada— hubo numerosas luchas internas por detentar el poder. El reino había ido acumulando refugiados musulmanes procedentes de los territorios perdidos frente a los cristianos, por lo que estaba superpoblado; también existía el mal ambiente propio de un reino que llevaba mucho tiempo pagando parias (tributos) a los reinos cristianos para que no les atacasen. En ese contexto de decadencia, uno de los dos clanes más importantes era el de los abencerrajes (que en árabe quiere decir “hijos del sillero”) unos guerreros provenientes del norte de África que habían tenido cierto protagonismo en las luchas con los cristianos. La vinculación de este clan con algunos sultanes nazarís llegó a ser muy estrecha y algunos de ellos se convertirían en tropas de elite y guardia personal de los sultanes. Los abencerrajes llegaron a poseer un palacio propio dentro del recinto fortificado de La Alhambra.



En el año 1444 Mohamed “El cojo” consiguió destronar a su tío y convertirse en sultán de Granada. A partir de ese momento el nuevo sultán se dedicó a perseguir a quienes consideraba sus enemigos. Unos de ellos fueron los abencerrajes, que se acabaron refugiando en su fortaleza de Montefrío. Desde allí entraron en contacto con su antiguo enemigo: el rey Juan II de Castilla. Con la ayuda del rey castellano los abencerrajes atacaron a “El cojo” por diversos medios. Finalmente, en 1453 el sultán declaró que estaba dispuesto a dejar el poder; alegó estar cansado, enfermo y sin voluntad de seguir luchando contra una resistencia tan tenaz.


El día previsto para la abdicación de “El Cojo”, sus dos hiijos Muley Hacén y el Zagal llamaron a los principales miembros del clan de los abencerrajes para que vieran a su padre personalmente y proceder a la abdicación delante de todos.

Uno a uno, los convocados fueron invitados a entrar en el palacio. Una vez en el interior, los abencerrajes fueron inmovilizados y amordazados por la guardia de esclavos negros del sultán; tras ser alineados en el suelo los 36 principales abencerrajes, fueron torturados.

Finalmente serían arrastrados hasta una pila situada en el centro de la sala donde serían degollados uno a uno a la vista de los demás. En el palacio de La Alhambra hay una estancia llamada “Sala de los Abencerrajes” en recuerdo de ese episodio.

Hay granadinos que vienen sosteniendo que el tono rojizo de esa pila se debe a una fuerza extrasensorial que replica la sangre de los que allí murieron degollados hace más de cinco siglos.





También hay quien piensa que a raíz de la matanza, Muley Hacén quedó maldito. Las catástrofes que rodearon el resto de su vida desafían cualquier vaticinio, por muy negativo que éste hubiera sido. En los años siguientes se produjo la historia pasional de su enamoramiento de la cristiana Isabel Solis y de su enfrentamiento con su esposa y su hijo. Después acabaría siendo destronado por su propio hijo y, además, su hermano el Zagal también trataría de arrebatarle el poder, aunque en última instancia el propio Muley le dejaría su legitimidad y sus derechos al trono. Muley Hacen murió pidiendo que se le enterrara en el lugar más alto posible para estar cerca del cielo y lejos de los hombres. Según una crónica fue sepultado en el pico Mulhacén donde sus restos han sido buscados hasta ahora sin éxito.

La maldición de Muley Hacén no acabaría con su muerte. La mujer por la que se enfrentó a su mujer y su hijo y se acabaría desatando la guerra que precipitó la pérdida del reino, le acabó traicionando también. Su segunda esposa Zoraida renegó de su fe musulmana y volvió al cristianismo. Además, los dos hijos que tuvo con ella también volvieron a la fe de su madre.

Su hijo Boabdil moriría en el exilio de Fez, luchando para el rey de Marruecos, extinguiéndose el linaje de la familia real nazarí.

El Zagal, que también fue partícipe de la masacre, no tuvo mejor suerte. Después de suceder a su hermano debió de luchar contra su sobrino Boabdil y contra los Reyes Católicos. El Zagal finalmente vendió sus dominios a los Reyes Católicos y se exilió en Marruecos. Allí no pudo disfrutar de sus riquezas después de que el Sultán marroquí le dejara ciego y le arrebatara sus bienes, muriendo en la pobreza.

Esta es la triste historia de los abencerrajes y de sus enemigos.