miércoles, 18 de enero de 2017

El duelo entre piratas de Ibiza



La isla de Ibiza, como casi todo el litoral Mediterráneo, fue asolada por ataques de piratas y corsarios entre los siglos XV y XIX. Los llamados `piratas de Ibiza´ eran barcos dedicados a capturar otros barcos amparados por una “patente de corso” de la corona española; tenían derecho a enarbolar su bandera y obtener cobijo en sus puertos a cambio de entregar una parte del botín a la autoridad que le “legitimaba”. Entre los siglos XV y XVIII los corsarios que atacaban las costas españolas mediterráneas solían ser mayoritariamente norteafricanos, autorizados por los gobernadores del imperio turco. Su impunidad llegó hasta el punto de que islas como Cabrera y Formentera llegaron a quedarse despobladas a causa de los secuestros de pobladores y la evacuación de los restantes; la población de Baleares y de las demás costas se refugiaba en pueblos fortificados en los montes del interior, manteniendo vigías en las torres costeras para avisarles de los navíos que aparecieran en el horizonte.

Con el declive de los ataques otomanos en el siglo XVIII les relevaron en el saqueo de las Baleares los ingleses y franceses. Los baleares también se dedicaron al corso, atacando a los barcos ingleses y franceses que comerciaban con la isla de Menorca (que estuvo casi todo el siglo XVIII en manos de esas potencias); también se fueron aventurando en las costas del norte de África asaltando a los barcos y poblaciones de argelinos y tunecinos. Por ello, comienzos del siglo XIX los combates en los mares de las islas Baleares eran generalmente entre barcos españoles, ingleses y franceses. Pero la supremacía en aquellos mares la tenía el bergantín Felicity, armado por el navegante italiano Michelle Novelly, tenía base en Gibraltar y pabellón inglés. Por su origen y su prepotencia, Novelly era conocido con el sobrenombre de “El Papa”.


En la mañana del 1 de junio de 1806, el bergantín Felicity se presentó ante Ibiza, dando varias lentas y amenazadoras pasadas delante de las murallas de la ciudad, pero sin llegar a ponerse a tiro de sus cañones.

En el puerto de Ibiza se encontraba a la espera de limpiar sus fondos, el jabeque —pequeña embarcación de estilo argelino dotada de velas latinas y remos—San Antonio y Santa Isabel. A pesar de tan religioso nombre, se trataba de una pequeña nave corsaria, propiedad del marino ibicenco Antonio Riquer. Al ver evolucionar el buque rival Riquer se dio cuenta que la ausencia de viento le daba ventaja a una nave movida a remo, por lo que convocó a sus hombres; rápidamente prepararon una buena cantidad de “frascos de fuego” (que contenían líquidos inflamables) y se pertrecharon de numerosas armas de fuego y ganchos de abordaje. Embarcaron en su jabeque y se dirigieron remando hacia el navío enemigo, mucho más grande y dotado de artillería muy superior. Su audacia les cogió por sorpresa a la tripulación de la Felicity, que sin suficiente viento para maniobrar no consiguió ponerse en posición para cañonearles a distancia. Riquer maniobró su embarcación, consiguiendo acercarse con ventaja a la Felicity, y lanzarle los “frascos de fuego”. Esto provocó un incendio en la Felicity y les permitió a los ibicencos abordar el bergantín, entablando una lucha con los tripulantes del navío que no se había tirado al mar huyendo del fuego. Todo el combate duró tan solo unos veinte minutos, con el balance de 11 muertos y 22 heridos ingleses, y 5 muertos y 22 heridos ibicencos; uno de los fallecidos fue el padre de Antonio Riquer. La lucha tuvo lugar ante la asombrada población local, que desde las murallas contempló entusiasmada como la embarcación más pequeña volvía remolcando a remo el temido barco corsario.


Las autoridades españolas recompensaron la hazaña de Antonio Riquer con el nombramiento de capitán de fragata de la Real Armada. La captura del Felicity —un buque mucho más apropiado para el combate— animó a Riquer a hacer más salidas en busca de corsarios enemigos; solo quince días después puso en fuga a otro bergantín inglés en las aguas de la Isla de Tabarca, en la costa de Santa Pola (Alicante). Dado que Menorca ya había sido recuperada por España y el tráfico inglés se redujo mucho, los ibicencos se dedicarían al corso hasta 1830, cuando los franceses dominan toda la costa de Argelia y se les acaban los enemigos susceptibles de ser asaltados.

Por suscripción pública, en 1915 se erigió debajo de la catedral de Ibiza un obelisco en recuerdo de Antonio Riquer y sus compañeros corsarios. En Ibiza se afirma que es uno de los pocos monumentos dedicados en el mundo a un corsario; no es del todo cierto, véanse los múltiples monumentos erigidos en Gran Bretaña a Francis Drake, que incluso fue ennoblecido. En cualquier caso, resulta muy curiosa la historia de los corsarios de Ibiza.





martes, 17 de enero de 2017

La conquista de Menorca y el Tratado de Cap de Pera.



A comienzos del siglo XIII las islas Baleares eran parte del Imperio Almohade, cuya capital estaba en Marruecos y que se extendía por toda la costa norte del Magreb y la mitad sur de la Península Ibérica.

Después de varios fracasos durante los reinados anteriores, el rey Jaime I de Aragón concibió la conquista de Mallorca como una gran expedición; solo posible con la participación de numerosos señores feudales, obispos y ciudades de la corona, así como las ciudades aliadas de Marsella, Génova y Pisa, órdenes militares y personas particulares —especialmente judíos— que invirtieron dinero en el proyecto. Sus intereses económicos por conseguir botín se reflejaron por escrito con el fin de regular como se iba a repartir la tierra y el botín que se consiguiera. El objetivo de acaparar todo el rendimiento posible propició que la conquista de Mallorca fuera extremadamente violenta; los participantes no permitieron que el rey pactara capitulaciones de rendición con los musulmanes porque esto impediría incautarse de sus propiedades. Por ello durante los tres años que duró la conquista de la isla de Mallorca, los musulmanes que habitaban la isla fueron matados, esclavizados, huyeron a Menorca o al norte de África.


Después de una campaña tan larga y dura el rey necesitaba volver a la Península con el fin de planificar la próxima campaña contra los almohades de Valencia. Por ello sus consejeros aconsejaron a Jaime I buscar otras alternativas a la invasión de la vecina Menorca. Esta isla estaba gobernada desde la ciudad de Medina Menurka (actual Ciudadela) por el gobernador Abdala Mohamed; éste era auxiliado por el almojarife —jefe militar y de recolección de impuestos— Utman Said. Éste joven había nacido en la Península y era un dirigente extremadamente brillante que había venido ocupando diversos cargos para varios emires almohades del norte de África; además, era un conocido poeta y el propietario de una importante biblioteca.

En 1231 los responsables de Menurka recibieron un mensaje del rey Jaime I; en él, el monarca aragonés les conminaba a rendirse para evotar ser invadidos yq eu se produjera un gran derramamiento de sangre y la pérdida de las pertenencias de los vencidos (como era habitual en aquella época). A partir de ahí se entablaron unas negociaciones. Por parte de los almohades Utman Said tuvo un especial protagonismo, insistiendo en la necesidad de alcanzar un acuerdo. Habiendo llegado el verano (la mejor época para una campaña militar) y no habiéndose alcanzado un acuerdo, el rey aragonés pensó que debía de aumentar la presión. Optó por inducirles a pensar que en cualquier momento iniciaría la conquista de Menorca y su oferta ya no sería válida. Por ello en junio ordenó que por las noches se encendieran unas trescientas grandes hogueras en la costa norte de Mallorca, de modo que desde Medina Menurka sus contendientes intuyeran que les quedaba muy poco tiempo. Para alimentar tantos fuegos ordenó que se cortasen grandes cantidades de ramas y madera, y se acumularan en las alturas que dan al canal de Menorca, en los alrededores del cap de pera (cabo de piedra, en catalán). Durante varias noches esa multitud de hogueras produjo la impresión de que miles de guerreros estaban acampados a la espera de cruzar el canal.


Finalmente, dadas las escasas probabilidades de recibir una ayuda desde África, los líderes musulmanes tomaron la decisión de actuar autónomamente del Imperio Almohade, buscando su propia solución. Cruzaron el canal hasta la Cala Ratjada y se dirigieron a la Torre de Miguel Nunis en Cap de Pera; allí se entablaron unas negociaciones que culminaron el 17 de junio de 1231 cuando en ese castillo se firmó el llamado Tratado de Cap de Pera. A resultas de éste los musulmanes menorquines dejaron de ser parte del Imperio almohade pasando a convertirse en un Reino Taifa vasallo del reino de Aragón, al que pasaban a pagar todos los años el tributo que antes mandaban a los almohades; también aceptaban tener en su capital un contingente de guerreros aragoneses. A cambio, gozaban de la independencia y de la protección de Aragón.

El nuevo rey taifa Abu Abdala Mohamed sería destronado tres años después por su almojarife Abu Utman Said. Éste formó una brillante corte de artistas y estableció un estricto cumplimiento de la ley islámica ejecutando a quienes bebían alcohol; también cumplió escrupulosamente el Tratado de Cap de Pera al que se había comprometido.

Al morir en 1276 el rey Jaime I en su testamento se estableció que la soberanía de Menorca pasó a su hijo Jaime II de Mallorca, desligándose por ello la isla de Menorca de la corona de Aragón. En 1282 falleció Abu Utman Said siendo sucedido por su hijo Abu Umar ben Said. Poco después de acceder al trono se produjo la inesperada visita del rey Pedro III de Aragón —del que ya no dependía jerárquicamente por ser ahora vasallo del reino de Mallorca—; Pedro III y sus caballeros se dirigía hacia la isla de Sicilia con una flota de invasión, pero debió de arribar a Menorca para refugiarse de una tormenta. El rey moro de Menorca les acogió hospitalariamente, comprometiéndose además a mantener la confidencialidad de los motivos de su viaje. Pero antes de que los aragoneses reembarcaran, envió un barco a Sicilia para alertarles de que iban a ser invadidos.


En 1285, después de haber rechazado una invasión francesa a la que había contribuido los mallorquines, el rey Pedro III ordenó a su heredero el príncipe Alfonso que invadiera Ibiza. Al año siguiente, siendo ya el rey de Aragón e Ibiza Alfonso III, éste invadió Mallorca para expulsar del trono a su tío. La última isla fuera de su control era Menorca.

El reino taifa menorquín era aliado del reino de Túnez y por ese cauce venía apoyando al rey de Francia. Por ello Alfonso III tenía decidido conquistar la isla cuanto antes. El 22 de noviembre de 1286 cien naves con unos veinte mil combatientes zarparon de Salou para transportar el ejército aragonés a Mallorca. Allí descansaron hasta el 17 de enero del año siguiente en que desembarcaron en Mahón (Menorca).

El rey taifa menorquín y sus tropas mercenarias tunecinas fueron derrotadas por los aragoneses, refugiándose en el castillo de Santa Agüeda, donde tres días después se rindieron. A cambio consiguiendo la autorización para marcharse con algunos de sus bienes, sus cincuenta concubinas y doscientos seguidores, así como con el cadáver de su padre Abu Utman Said. El barco genovés que transportaba la Familia Real de Menorca hacia África naufragó, pereciendo todos.