viernes, 20 de enero de 2017

Alonso Pérez de Guzmán llamado Guzmán el Bueno



A finales del siglo XIII el Estrecho de Gibraltar era muy disputado por los tres reinos ribereños: el reino nazarí de Granada, el reino bereber de Fez (de los llamados “benimerines” que dominaban el Magreb) y el reino de Castilla. Alternativamente luchaban y se aliaban entre sí, apoyándose en renegados de todos los contendientes.

En 1275 se formalizó una alianza según la cual los benimerines apoyaban a los granadinos a cambio de la entrega de la fortaleza de Tarifa y algunas otros castillos. En sentido contrario, algunos famosos caballeros cristianos —entre ellos, Alonso Pérez de Guzmán— habían ido a luchar a África como mercenarios al servicio de los benimerines. Por esta razón los caballeros musulmanes y cristianos tenían un buen conocimiento unos de otros, pues muchos habían combatido juntos o entre sí a lo largo de los últimos años.

Poco a poco los benimeríes habían ido ampliando sus plazas y extendiéndose en Andalucía y comenzaron a ser un peligro para los granadinos. Por eso los nazaríes de Granada llegaron a la conclusión de que los castellanos habían pasado a ser un mal menor para ellos. Hacia 1292 los granadinos se aliaron con los castellanos para tomar varias fortalezas de los benimerines.

El rey Sancho IV de Castilla dirigió en persona el asedio a Tarifa. La lucha fue muy dura y en ella participó heroicamente su hermano, el Infante Juan de Castilla; durante uno de los asaltos éste fue gravemente herido en la cara por azufre hirviendo. Finalmente, el 21 septiembre de 1292 los castellanos consiguieron forzar su entrada por un postigo de la parte este de la fortaleza, que a partir de entonces se llamó “de Santiago” (el patrón de los caballeros castellanos, al que se le invocaba en el grito de guerra durante los asaltos).

El rey Sancho había prometido devolver Tarifa a los nazaríes, a cambio de que estos le ayudaran a conquistar Algeciras y otras plazas; pero una vez la fortaleza estuvo en su poder el rey de Castilla cambió de opinión, incumpliendo el compromiso. Ante el incumplimiento del pacto los granadinos respondieron recuperando su alianza con los benimerines. Dado que era seguro que antes o después la alianza de los reinos musulmanes iba a tratar de recuperar una fortaleza tan estratégica, el rey le encomendó la defensa de Tarifa a los caballeros más prestigiosos: la Orden de Santiago. En julio de 1293 el rey Sancho alcaide de Tarifa a Alonso Pérez de Guzmán, buen conocedor de los benimerines ya que había combatido a su servicio en África.

Antes de continuar la historia, conviene que entendamos las complicadas relaciones familiares de Sancho IV con su hermano menor, el infante Juan de Castilla. El rey Sancho IV ha pasado a la historia como “El Bravo” a causa de su fuerte carácter y agresividad que incluso le llevarían a rebelarse contra su padre, el rey Alfonso X el Sabio; cuando éste trató de legar algunos de sus territorios a otros miembros de la familia. Entre los principales beneficiarios de ese reparto era su hermano el infante Juan, a quien su padre había tratado de legar los reinos de Badajoz y Sevilla. El reparto motivó un perdurable y enconado enfrentamiento entre el primogénito Sancho y su hermano el infante Juan. Después de su heroico comportamiento en la conquista de Tarifa el infante Juan conspiró contra su hermano, por lo que acabó teniendo que exiliarse en Portugal. De allí Juan pasaría a Tánger, donde se puso al servicio del sultán benimerín. En su periplo por reinos extranjeros Juan llevaba consigo a Pedro Pérez de Guzmán, segundo hijo del alcaide de Tarifa. En 1294 el Infante Juan volvió a la Península para organizar el asedio de Tarifa, pero en esta ocasión a favor de los musulmanes granadinos y marroquíes.

El infante intentó convencer al alcaide Alonso Pérez de Guzmán para que entregara la plaza y el alcaide se negó. El infante Juan, aprovechándose de que tenía en su poder a Pedro —el segundo hijo del alcaide— le amenazó con matarlo si se obstinaba en no entregarle la plaza.


Desde lo alto de la torre albarrana Pérez de Guzmán le respondió que podían matar a su hijo y a otros cinco más si es que los hubiera tenido, pues en ningún casi le entregaría el castillo. Y se ha escrito que a continuación les gritó: “Si no tenéis un arma para consumar la iniquidad ahí tenéis la mía” lanzándoles su daga. Los sitiadores allí mismo degollaron a Pedro ante la mirada de su padre. Hay fuentes que añaden que —para amedrentarle— le lanzaron la cabeza de su hijo con una catapulta. En el mes de agosto se acercaron refuerzos cristianos a Tarifa, por lo que los musulmanes comandados por el infante Juan debieron de levantar el asedio, retirándose al reino de Granada.

Al finalizar el cerco la noticia de la actuación de Alonso pronto alcanzó la corte de Toledo. Alonso salió de Tarifa recibiendo toda clase de homenajes por su responsabilidad. El rey Sancho —no pudiendo acudir a recibirle— le escribió una carta en la que le decía: “Mereces ser llamado “El Bueno”, y ansí vos lo llamo, y vos ansí vos llamaredes de aquí en adelante”. Así el relato sobre Alonso Pérez de Guzmán se transformó en la historia de Guzmán el Bueno.


jueves, 19 de enero de 2017

Alcaide leal hasta la muerte




Durante el turbulento siglo XIII la lealtad al “señor natural” resultaba cada vez más rara. Las intrigas y ambiciones de los herederos de los monarcas y de los magnates motivaron continuos cambios de lealtades, perjurios, guerras civiles y asesinatos.

A finales del reinado de Alfonso X el Sabio, el príncipe Sancho se había sublevado contra su viejo padre. Fernando de la Cerda, hijo primogénito del rey Alfonso, había muerto en 1275 y su hermano Sancho alegaba que, según los usos y costumbres de Castilla, debía reinar el segundo hijo. Sin embargo, la legislación de las llamadas Siete Partidas, finalizada en 1265 por el propio Alfonso X y basada en el derecho romano, establecía que debía ser el hijo del primogénito (si lo hubiere) el heredero. Fernando había tenido un hijo, Alfonso de la Cerda, y el “Rey Sabio” defendía el derecho de éste a la corona.

Para el año 1282, Sancho había conseguido atraerse a una gran mayoría de la nobleza y tenía prácticamente acorralado a su padre en la ciudad de Sevilla.

Más tarde se dirigió a la cordobesa villa de Carcabuey, todavía leal a su padre. Pedro Nuño Tello, alcaide de su castillo, manifestó a Sancho la lealtad a su padre y su negativa a entregarle la plaza. Después de evaluar las posibilidades de atacar la fortaleza con los medios de que disponían, el príncipe llegó a la conclusión de que su mejor opción era provocar una salida de los defensores. Pedro de Mendieta, lugarteniente de Sancho, informó a su señor de que uno de sus vasallos, el caballero Álvaro Lara, había enamorado a la hija de Pedro Nuño Tello.

Además le dijo que, a pesar del bloqueo de la fortaleza, ambos se comunicaban ya que el galán se acercaba por las noches a la muralla y conversaban. Sancho llamó a Lara y le dijo que propusiese a su enamorada fugarse juntos pero si ella se negaba a abandonar a su padre él nunca volvería a verla. De esta forma pretendían provocar una salida de Nuño Tello en persecución de su hija, o incluso un canje (la hija a cambio de la entrega de Carcabuey). Lo cierto es que Lara convenció a su amada y una noche la joven se descolgó de la muralla donde le esperaba su amado con un caballo. Un vigía dio la alarma y la guardia se dispuso a perseguir a los jóvenes que ya cabalgaban hacia el campamento de Don Sancho.


Cuando ya estaban bajando el puente levadizo Don Pedro Nuño pensó que podía ser una trampa y ordenó que volvieran a subirlo. Uno de sus vasallos le interrumpió, avisándole de que quien había huido era su hija, por lo que había que perseguirles. Sin embargo, el alcaide se mantuvo en su decisión de permanecer en la fortaleza. Al día siguiente Don Pedro recibió una carta por la que se le instaba a ceder la plaza si quería volver a ver a su hija. En su contestación expresaba que se había sentido traicionado por ella, que ya no tenía hija, y que se mantenía firme en su decisión de defender la fortaleza. Poco después, Sancho levantaría su campamento y se retiraría, junto con el caballero Lara y su amada.

Al cabo de dos años, en 1484, muere el rey Alfonso y Sancho sucede a su padre. El nuevo rey concederá una amnistía a los nobles que habían sido leales a su padre. Sancho siente especial interés en atraerse a Nuño Tello y, admirado por su comportamiento, le envíó un mensajero ordenándole que acudiera a la Corte, le rindiera pleitesía y se reconciliaran.

Al recibir la misiva, Don Tello sintió una enorme amargura, al recordar la pérdida de su hija y la vil añagaza empleada por el rey para hacerle renunciar a su deber.


Escribió una carta al rey en la que le expresaba el dolor que le había provocado la huida de su hija y la deshonra de su familia, manifestándole además que como “con el espíritu no podría serle leal” había decidido suicidarse. Finalizaba su carta con un “le envío mi humanidad, única parte de mi que nunca supo rebelarse”.

Los vasallos de Don Pedro Nuño Tello, emocionados, siguieron las instrucciones de su señor y enviaron el cuerpo y la carta al rey. Y esta es la leyenda de Carcabuey, o del alcaide de Carcabuey.