miércoles, 1 de febrero de 2017

El rey lobo



Cuando tenía unos 20 años Mohamed ibn Mardanis —descendiente de una prestigiosa familia muladí (cuyos antepasados cristianos se habían convertido al Islam)— heredó de su padre el puesto de gobernador de la ciudad de Fraga (Huesca), en la frontera norte del decadente Imperio Almorávide. A su vez, Fraga estaba en frontera entre los gobiernos taifa de Zaragoza y de Lleida. La astucia del joven le permitió mantener su gobierno independiente de los reyezuelos de ambas ciudades, unas habilidades por las que los habitantes de Fraga le apodaron “El Lobo”. Sin embargo, unos cuatro años después de asumir el poder debió de firmar una capitulación con los aragoneses, por la que les entregaba la población a cambio de que a los musulmanes que se quedaran les fueran respetadas sus propiedades. El contacto habitual con los cristianos y su condición de muladí pudieron influir en sus relajadas costumbres: libertinaje sexual, vestidos cristianos, hábitos alimenticios que incluían el consumo de alcohol… Ibn Mardanis se hizo famoso a ambos lados de la frontera por su estilo de vida.

Su capacidad propició que en 1146 fuera elegido para suceder a su tío Abeniyad en el gobierno de la ciudad de Valencia, capital entonces de un territorio que iba desde Tortosa hasta Almería. Aprovechando que el Imperio Almorávide en Marruecos había sido conquistado por los almohades, y que se encontraba extremadamente débil en la Península, el ya llamado Rey Lobo se autoproclamó emir independiente, aceptando solo la autoridad del lejano califa de Damasco. Pero los almohades pronto desembarcaron en Algeciras para tomar las ciudades en las que los antiguos gobernadores de los almorávides se habían ido declarando independientes. Tras tomar Almería, los almohades amenazaron el territorio del Rey Lobo; su reacción fue comprar la colaboración militar de los reinos de Aragón y Castilla, y de la República de Génova. También enroló en su ejército a caballeros mercenarios, procedentes de buena parte de Europa.

A pesar de pagar cientos de kilos de oro a los cristianos, el Rey Lobo fue capaz de promover la economía de su territorio, exportando —a través de los genoveses— sus producciones de cerámicas, textiles y agrícolas a Italia. El desarrollo y la internacionalización de su economía llegó al extremo de que la moneda de oro que acuñó se convirtió en una de las más apreciadas de Europa.


En lugar de edificar mezquitas se dedicó a edificar palacios y jardines, los castillos de Larache y Monteagudo, mejores murallas para Murcia y la extensión de los regadíos. Se rodeó de una corte muy sofisticada y lujosa, adoptando modas y estilos cristianos, tanto en sus gustos personales como edificaciones. Los elevados impuestos que impuso en sus dominios y la instalación de guerreros cristianos en algunas poblaciones, así como la permisividad para con los mozárabes (cristianos que vivían en tierras musulmanas) provocaron que algunos de sus súbditos emigraran a tierras de los almohades.

Formó un poderoso ejército mixto en el que los más intrépidos caballeros cristianos eran su vanguardia. Con ellos conquistaría Jaen, Úbeda, Baeza y Carmona atacando grandes ciudades como Sevilla, Córdoba y Granada. Con el éxito llegó el exceso de confianza: el abandono de su esposa y el enfrentamiento con su suegro, lujuriosa vida personal y lujo desmedido, vestir como cristiano y hablar castellano y catalán, la entrega del Señorío de Albarracín al caballero Ruíz de Azagra… Algunos de los magnates musulmanes, incluida su familia política, se pasaron al bando de los almohades. En 1162 los almohades reconquistaron Jaén.

Sus numerosos enemigos musulmanes lanzarían sucesivas ofensivas hasta llegar a tomar su residencia favorita de Monteagudo y acabaron arrinconando al rey Lobo en su inexpugnable ciudad de Murcia en la que llegaría a resistir dos asedios de sus numerosos enemigos. Los almohades arrasaron de tal modo los dominios murcianos del Rey Lobo que éste, poco antes de morir en 1172, recomendó a su familia que pactaran la sumisión a los almohades cuando el muriera.

Para perpetuar su dinastía edificó un imponente panteón real sobre el cual se edificó tiempo después el Castillo de La Asomada; está situado en la cima del impresionante «morrón» del puerto de la Cadena, y está siendo excavado actualmente.


La desaparición de la controvertida personalidad del Rey Lobo supuso el fin de los ataques almohades contra el reino taifa de Murcia (a partir de entonces gobernado por la misma familia de los Mardanis, pero ya sometido a la autoridad del Imperio Almohade).

Pero esa decisión supuso enfrentarles a los cristianos. Inmediatamente de morir el rey Lobo, el rey Alfonso II de Aragón decidió la invasión del territorio de Valencia (gobernado por los hijos del rey Lobo), llegando hasta Xativa tres meses después; cinco años después los castellanos conquistaron Cuenca.

Ese singular personaje es posiblemente el más destacado de la historia de Murcia; pues hizo que su territorio alcanzase las más altas cotas de civilización, y llegó a disfrutar de un gran prestigio tanto en los reinos de la Península como en Italia.





lunes, 30 de enero de 2017

El desafío del duque de Medina Sidonia al rey de Portugal


En la frontera portuguesa de Valencia de Alcántara, entre el 1 de octubre y el 19 de diciembre de 1641, Don Gaspar Pérez de Guzmán (IX duque de Medina Sidonia) estuvo esperando a que se presentara a la cita su cuñado, el rey de Portugal. La razón era el desafío a muerte que el duque había propuesto al marido de su hermana para saldar una cuestión de honor.

El lío familiar entre los Medina Sidonia y los Braganza (la familia de Juan IV de Portugal) requiere de una previa ambientación para sacarle todo el jugo. Hacia 1632, con el fin de reducir el riesgo de una insurrección independentista en el reino de Portugal (que formaba parte de la Monarquía Hispánica desde 1580), el conde duque de Olivares —Primer ministro de Felipe IV— se propuso concertar un matrimonio entre el duque de Braganza y una mujer de una gran familia española. El razonamiento era que situar a una española de esposa del heredero del principal linaje que podría liderar una nueva dinastía lusa reduciría el riesgo de fractura.


Olivares eligió a Luisa de Guzmán, porque era pariente suya y miembro de las Casa de Medina Sidonia (la más poderosa de Andalucía y descendiente de reyes de Portugal) y porque era una mujer de carácter. El primer ministro de Felipe IV consideró que sería capaz de influir en el duque de Braganza, un hombre pacífico y religioso. El objetivo se cumplió, casándose en 1633. Cuando en 1640 un sector importante de la nobleza portuguesa le insistió al duque de Braganza sobre la necesidad de aprovechar el agotamiento de los ejércitos de la monarquía hispánica en Cataluña y en centro Europa para restaurar en él la monarquía de Portugal, el principal apoyo de los conspiradores fue precisamente la duquesa española; se le atribuye la frase “antes reina por un día que duquesa toda la vida”.
El carácter de Juan IV de Portugal se puede resumir en el apelativo de “el rey músico”, con el que ha pasado a la historia quien restauró la monarquía portuguesa con ayuda de Francia, Holanda e Inglaterra. Por lo tanto, la mujer elegida por su primo Olivares para evitar el problema de la posible secesión acabó siendo clave para que éste se concretara y afianzara durante la guerra peninsular más larga y devastadora de la historia: 28 años.

La declaración de independencia de su hermana y su cuñado dejó al duque de Medina Sidonia en una situación comprometida, pues era una especie de gobernador militar de Andalucía. Tres años antes, él y un primo suyo que era también subordinado militar al cargo de la defensa de la desembocadura del río Guadiana—el marqués de Ayamonte— aplastaron una sublevación portuguesa; pero esta vez los sublevados eran partidarios de un miembro de su familia. En lugar de tomar la iniciativa militar, el duque de Medina Sidonia empleó variadas excusas para justificar su ausencia de actividad militar en el Algarve portugués. Paralelamente negoció el apoyo de su cuñado y de Francia y Holanda para independizar Andalucía de la Monarquía Hispánica.

Como muchos otros castellanos, en Lisboa estaba preso un soldado llamado Sancho, que había sido tesorero del ejército de Andalucía, por lo que era conocido del duque de Medina Sidonia. Un fraile del entorno de la reina Luisa de Guzmán le propuso ser emisario entre el recientemente autoproclamado rey de Portugal y su antiguo jefe militar. Sancho llevó el mensaje hasta el duque de Medina Sidonia y fue encargado por éste para regresar a Lisboa con otro mensaje pero Sancho a donde se dirigió fue a Madrid, entregándole la carta al conde duque de Olivares.

Éste debió de convocar al duque de Medina Sidonia hasta tres veces para que acudiese a Madrid para explicarse, consiguiéndolo solo tras recordarle su parentesco y garantizarle el perdón del rey. El 10 de septiembre de 1641 el gobernador convertido en conspirardor confesó su implicación en el complot, echando las culpas a su primo Ayamonte. Éste último fue detenido y trasladado a Madrid. El duque de Medina Sidonia fue llevado ante Felipe IV, echándose a sus pies y rogando por su perdón, que el Rey le concedió. Todo esto se realizó en secreto pero, ante el comienzo de los rumores sobre ambos aristócratas, el 29 de septiembre Olivares le indicó a Medina Sidonia que lanzara una proclama con la que retaba a un duelo a muerte a su cuñado Braganza. Como condición adicional a su perdón se le ordenó no volver a pisar sus dominios hasta que se lo autorizasen expresamente.

Conforme a lo previsto, el 1 de octubre el duque de Medina Sidonia estaba con su séquito en Valencia de Alcántara preparado para batirse en duelo con su cuñado. Allí estuvo esperando durante ochenta días, enviando mensajes para recordarle la cita. Algo imposible de aceptar para el “rey músico”. El 19 de diciembre levantó el campo y se incorporó a la campaña contra los portugueses. Pero el siguiente mes de julio el duque se presentó en “su capital” de Sanlúcar de Barrameda en medio de los vítores de sus vasallos.

Esta infracción de las condiciones de su perdón motivó que fuera conminado a viajar inmediatamente a Burgos, de allí se le trasladó a Vitoria y luego se le encerró en el castillo de Coca. Como la conspiración era ya de dominio público, el Gobierno decidió celebrar el juicio contra él y Ayamonte. Al duque de Medina Sidonia se le condenó a entregar al rey un donativo descomunal — 200.000 ducados — así como la rica ciudad de Sanlúcar, capital de sus estados. También se le obligó a residir en Valladolid.

Peor parado resultó el marqués de Ayamonte. Confesó sus delitos a cambio de la promesa de no condenársele a muerte, pero esta promesa no se cumplió y se le sentenció a morir Aunque la condena no se cumplió inmediatamente, permaneciendo preso en el Alcázar de Segovia durante seis años. Ayamonte tuvo la mala suerte de que en Aragón se produjo por aquel entonces la conspiración secesionista del duque de Hijar, motivo por el que el nuevo valido de Felipe IV se olvidase de la promesa del anterior y decidió hacer con él un escarmiento para el resto de la nobleza, ejecutándose la condena de Ayamonte en 1648.