miércoles, 17 de mayo de 2017

La dieta real de Sancho I de Leon “el gordo”



Sancho I de Leon (935 – 966) fue hijo del segundo matrimonio del rey Ramiro II de León (898 – 951) considerado uno de los mejores guerreros de la Alta Edad Media. El primer heredero de Ramiro II fue su primogénito Ordoño III (925 – 956) —hermanastro de Sancho— también fue un destacado guerrero. Lo cierto es que Ramiro y Ordoño debieron de enfrentarse a la levantisca nobleza liderada por Fernán González —primer conde de Castilla— que en el año 940 se sublevó contra Ramiro; pero se impuso la superioridad militar de padre e hijo, que capturaron y encerraron a Fernán en León.

Ese vacío de poder en tan importante territorio ofreció al rey Ramiro II la oportunidad de enviar a su hijo Sancho a gobernar simbólicamente Castilla. Ante el rechazo que provocaba el gobierno de un niño y la continua exigencia de que se liberase al muy querido conde, el rey Ramiro decidió liberar a Fernán con 3 condiciones: el conde debería renunciar a todos sus bienes, tendría que jurar a Ramiro II lealtad en público y aceptaría entregarle a su hija Urraca para casarla con su hijo y heredero Ordoño. Fernán aceptó, convirtiéndose en suegro de Ordoño.

Sancho era un chico gordo y de escasa voluntad. Desde niño había vivido la mayor parte del tiempo en la ciudad de Burgos con su tía Sancha de Pamplona —que era hermana de su madre y también la esposa del rebelde Fernán González y era la regente de verdad de su condado—; por lo tanto, vivió alejado de sus padres. La educación del joven era supervisada desde la distancia por su abuela Toda —la reina viuda y regente de Navarra— que se ocupaba directamente de los intereses de su hijo menor —y tío carnal de Sancho— el rey García Sánchez I de Pamplona.

En el año 953, dos años después de que Ordoño III accediera al trono de León, las ansias de independencia de Fernán González superaron la lealtad familiar hacia su yerno Ordoño; sublevándose de nuevo con la ayuda de las tropas navarras de su cuñado García Sánchez. Fernán González utilizó como excusa la defensa de los derechos al trono leonés del joven Sancho (al que controlaba por tenerlo en su castillo de Burgos). En la conspiración debió de influir la reina Toda de Navarra, quien claramente prefería que reinara su nieto Sancho en lugar de su hermanastro Ordoño III (hijo de la primera esposa de Ramiro de León). Ni a Fernán González ni a Toda les había parecido un impedimento que Urraca (hija de Fernán y nieta de Toda) fuera la nueva reina de León. Menudo lío de familia… pudiera ser que Urraca se llevara ya mal con Ordoño. Lo cierto es que cuando el rey de León se enteró de la sublevación de su suegro, se separó de Urraca y se casó con otra mujer. El ataque contra León de Fernán González y de los navarros no tuvo consecuencias, por lo que Sancho permaneció en Burgos.

Entre tanto, Sancho había desarrollado una obesidad mórbida. Comía constantemente y su gordura le había transformado en un auténtico inválido, pues no podía montar a caballo ni empuñar armas. En agosto del 955, tras fallecer el rey Ordoño por causas naturales, Sancho fue coronado Rey de León.

Una de las primeras cosas que hizo “el gordo” fue deshacer su relación de dependencia con su tío Fernán González y tratar de afirmar su autoridad como rey. Pero el conde de Castilla alegó que Sancho I no era un verdadero rey, pues ni siquiera era capaz de valerse por sí mismo, pues necesitaba ayuda para incorporarse de la cama y poder andar. Tampoco podía asegurar su descendencia, pues su gordura le impedía demostrar públicamente que había consumado el matrimonio. Astutamente, Fernán González ya había casado (por segunda vez al quedar viuda del anterior rey) a su hija Urraca con otro Ordoño —un hijo de Alfonso IV de León—. Este Ordoño era primo carnal de Sancho pues su padre había sido el hermano mayor de Ramiro II; y además tenía derecho a la corona, ya que el padre de Sancho la había obtenido por la abdicación de su hermano mayor Alfonso IV. El hecho de que el padre de Sancho “el gordo” hubiera dejado ciego y encerrado hasta la muerte al padre de Ordoño no propiciaba que éste le tuviera simpatía a su primo Sancho I.

En el año 957 fue depuesto como rey Sancho I por las tropas de Fernán González, nombrando a su reciente yerno rey Ordoño IV. El depuesto Sancho se trasladó a Pamplona para que lo protegiera su abuela Toda, que era la reina regente. Sancho reclamó a su abuela y a su tío ayuda para recuperar el trono; pero dado que Sancho apenas podía ponerse en pié, sus familiares navarros pensaron que las posibilidades militares de Sancho contra Ordoño IV y Fernán González eran muy escasas. Sin embargo, no le abandonaron; concibiendo otro plan.

La reina Toda pidió ayuda al califa de Córdoba Abderramán III (el 1º califa omeya), que le envió a su médico personal, el judío Hasday Ibn Shaprut; éste, asombrado por la gordura del paciente, le aconsejó viajar a Córdoba para tratarse allí. Toda la familia decidió ir junta en ese largo viaje: Toda, su hijo -el rey de Pamplona- y Sancho se trasladaron a Córdoba donde Abderramán III les ofreció una fastuosa recepción en su nuevo palacio de Medina Azahara. Los navarros acordaron una alianza con el califa que incluyó el compromiso de que su médico Hasday Ibn Shaprut se ocupara de aplicarle a Sancho un drástico tratamiento.

A Sancho lo encerraron en una habitación, lo amarraron a una cama y le cosieron la boca, dejando una pequeña abertura para que ingiriera líquidos por una pajita. Durante cuarenta días lo alimentaron exclusivamente a base de líquidos —siete infusiones diarias en las que combinaban agua salada, agua de azahar, agua hervida con verduras, de frutas…—. El tratamiento le causó al sufrido Sancho frecuentes vómitos y diarreas que aceleraron su adelgazamiento. También le aplicaban baños para relajarle y hacerle sudar, así como frecuentes masajes para mitigar la flacidez de una piel que —a medida que Sancho perdía peso— iba recubriendo menores extensiones de grasa

Sancho permaneció en Córdoba haciendo amigos, adoptando costumbres musulmanas y aprendiendo la lengua árabe. Una vez hubo recuperado la salud y la movilidad, Abderramán III y Sancho comenzaron la segunda fase de su acuerdo: la reconquista del reino de León. La operación se presentaba propicia pues su primo Ordoño IV se había granjeado numerosos enemigos por la gran cantidad de violencias e injusticias que había cometido contra sus vasallos.

En el año 959 Sancho invadió su antiguo reino al frente de un ejército musulmán. Las ciudades se le fueron rindiendo hasta llegar a la capital, donde se volvió a coronar. Ordoño IV huyó a Asturias y luego a Burgos —donde dejó a su mujer e hijos al cargo de su suegro Fernán González— para luego pasar a tierra de moros; trató de conseguir que Abderramán III le ayudara, pero éste optó por mantener su alianza con Sancho I; por ello el depuesto Ordoño vivió solo y oscuramente durante el resto de su vida. Al año siguiente, un Sancho I completamente recuperado se casó, concibiendo dos hijos que aseguraban la sucesión del reino y ofrecían una estabilidad muy necesaria. Al igual que sus antecesores, debió de pelear contra musulmanes y nobles rebeldes, especialmente en Galicia.

Sisando II —obispo de Iria Flavia residente en Santiago de Compostela— y el conde Gonzalo Fernández (quien había ayudado a Fernán González a echar a Sancho del trono) se rebelaron contra Sancho. Pero éste, dotado de un vigor que nunca antes había tenido, derrotó y encarceló al obispo Sisando; al que sustituyó por el obispo Rosendo de Mondoñedo. A continuación el rey Sancho se dirigió contra el otro rebelde, el conde Gonzalo Fernández. Decidieron encontrarse para limar diferencias, y durante la charla el conde Gonzalo le dio al rey Sancho una manzana como gesto de reconciliación; éste se la comió y horas después enfermó.

Ante la sospecha de haber sido envenenado, y con el fin de curarse en su palacio, el rey Sancho se puso en camino hacia León. Pero no llegó a su destino; pues tres días después —a finales de noviembre de 966— falleció en el monasterio de Castrelo de Miño (Orense). Se puede decir que la comida marcó la vida de Sancho I de Leon “el gordo”.

viernes, 7 de abril de 2017

La batalla de Rande y el tesoro perdido.



La batalla de Rande y el tesoro que se suponía sumergido en sus aguas ha cautivado la imaginación desde hace más de tres siglos; unos hechos históricos que se han aclarado por recientes investigaciones que han transformado en historia unos hechos envueltos por la bruma de la leyenda.

A raíz de la coronación en 1700 de Felipe V de Borbón como rey de España se produce la Guerra de Sucesión entre la alianza franco-española y los países que apoyaban la candidatura del Archiduque de Austria: Austria, Inglaterra y los Países Bajos. Hacia finales de agosto de 1702, una gran flota anglo-holandesa compuesta por 50 navíos de guerra y 110 barcos de todo tipo transportaron un ejército de catorce mil soldados para conquistar el puerto de Cádiz. Esta ciudad estaba defendida solo por unos quinientos soldados. Como la victoria parecía probable y debía de servir como base para el control del Mediterráneo, la expedición iba acompañada por el Príncipe Jorge de Hesse-Darmstadt, comandante en Jefe del ejército aliado. En ese momento la Flota de Indias, formada por 13 galeones y 13 barcos mercantes se acercaba a la Península escoltada por 18 navíos de guerra franceses. Al sospechar que el enemigo pudiera estar acechándoles en su habitual destino –Cádiz– se dirigieron a Vigo, llegando a su bahía el 23 de septiembre.

Mientras tanto, el ejército anglo-holandés saqueó el Puerto de Santa María y Rota, consiguiendo que la población civil se indispusiera con la causa del Archiduque de Austria. Los quinientos soldados que defendían Cádiz en condiciones extremas fueron reforzados por miles de civiles voluntarios. Durante más de un mes de ataques perdieron los asaltantes dieciséis barcos de guerra, rechazándose todos sus ataques terrestres; por ello, el 30 de septiembre Rooke decidió abandonar el ataque a Cádiz, dirigiéndose a una decena de puertos del Algarve portugués para descansar y conseguir agua potable antes del viaje de regreso.

El almirante Rooke estaba tan desesperado que se envenenó con láudano, siéndole realizada una lavativa para que no muriese.

A mediados de octubre, cuando la gran flota anglo-holandesa ya iba de regreso, fue alcanzada por un barco inglés que venía del bloqueo del puerto de El Ferrol les transmitió la noticia de que la Flota de Indias se encontraba en Vigo. Esto cambió completamente la moral de los integrantes de la flota de Rooke, que decidió dirigirse allí. Los anglo-holandeses arribaron a la bahía de Vigo el 22 de octubre.

Cuando el comandante de la flota fondeada en Vigo conoció el ataque a Cádiz, tomó medidas preventivas. Los barcos españoles y franceses zarparon de Vigo adentrándose en la bahía interior defendida por los fuertes de Rande y Corbeiro. El Corregidor de Vigo movilizó más de mil carros y a cientos de labriegos para ayudar en la descarga de los barcos.
Los marinos desmontaron la artillería de muchos barcos, reforzando las defensas de las dos fortificaciones de cada orilla del Estrecho de Rande; en tanto que el jefe militar español reclutó unos dos mil paisanos para reforzar a los escasos soldados de los fuertes; pero estos carecían de armas de fuego y mucho solo contaban con aperos de labranza y armas blancas. Además, los franceses improvisaron una cadena para impedir que los barcos pudieran atravesar el estrecho. La noticia de la victoria de Cádiz llegó el 11 de octubre a Vigo, acelerándose los preparativos; por lo que para cuando llegó la flota de 185 navíos de todas las clases quedaban en los barcos mercancías propiedad de los mercaderes que optaron por esperar a que pasara el peligro para dirigirse a otros puertos. Casi toda la plata estaba en carretas de camino de Madrid. Algunas carretas con parte del tesoro fueron robadas por ladrones en el pueblo de Ribadavia (Orense). El 30 de octubre llegaron al Casón del Buen Retiro trescientas carretas con monedas y lingotes por valor de veinte millones de reales, correspondientes al “tercio Real” (la comisión de la Corona). Tal fue el griteróo de la gente ante el espectáculo de su llegada que el rey Felipe V se despertó así de su siesta.

La petición de los comandantes de los navíos para que el Corregidor de Vigo enviara a los ocho mil españoles que defendían las murallas de la ciudad no fue atendida. Por ello la numerosa y fogueada infantería anglo-holandesa desembarcó en ambas orillas y tomó al asalto los fuertes de Rande y Corbeiro. Al gran buque Torbay- de 80 cañones- le adosaron una gigantesca hacha en la proa, lanzándose a toda velocidad contra la cadena consiguió romperla, permitiendo el paso al resto de los atacantes. Desde ese momento el resultado de la batalla de Rande estaba decidido.

La gran superioridad de la flota atacante (60 contra 20) propició que en pocas horas todas las naves españolas y francesas fueran destruidas o capturadas; entre estas últimas estaba el gigantesco galeón Maracaibo, considerado el mayor del mundo. Una parte de su carga no había sido descargada y fue capturado casi intacto. Pero cuando, unos días después, el Maracaibo partió en dirección a Inglaterra naufragó, frente al islote apropiadamente llamado O Agoreiro, acompañado al fondo del mar por el navío de guerra inglés Monmouth (que lo estaba remolcando). Al hundirse ambos buques cientos de marinos ingleses nadaron hacia el Maracaibo para recoger lo que pudieran; la mayoría de ellos se ahogaron, a los marinos supervivientes sus oficiales les incautaron lo obtenido al ser embarcados.

Desde entonces se viene especulando sobre el valor que atesora el precio del galeón Maracaibo, todavía no encontrado. Los ingleses lo valoraron en un millón de libras.

En contra de los supuesto, los atacantes solo regresaron con plata por valor de 14.000 libras. La mayor parte del botín fueron las maderas y especias que los atacantes pudieron rescatar de los barcos incendiados deliberadamente por las tripulaciones cuando se rompió la cadena de defensa. Pero se produjo la paradoja de que los mercaderes ingleses, alemanes y holandeses fueron los principales perjudicados de esta historia. En primer lugar, porque la mayor parte de las mercancías no desembarcadas eran suyas. Y además porque —enterado el rey Felipe V de que ellos eran propietarios de buena parte de la plata y mercancías desembarcadas (en casi todos los casos registradas a nombre de españoles)— decidió confiscárselas por ser súbditos de los países enemigos. Por eso el cargamento de Indias de 1702 fue el que más aportó a la Corona en tres siglos de viajes oceánicos; recursos fundamentales para financiar los ingentes gastos de la Guerra de Sucesión.

La arribada a Inglaterra de la flota del almirante Rooke fue acompañada de una fuerte bajada de la Bolsa de valores de Londres así como de una investigación parlamentaria sobre el desastroso ataque a Cádiz. Después de agitados debates parlamentarios, la victoria militar en la batalla de Rande le procuró una felicitación del Parlamento, posibilitando que Rooke estuviera al mando de la flota que en 1704 tomó Gibraltar; razón por la que los llanitos le han erigido una estatua en la colonia gibraltareña.