miércoles, 6 de junio de 2018

Perdido en una mirada


Y entonces, la vio. Desde el mismo instante en el que sintió su mirada fija en él, supo que estaba perdido. Intentó gritar, pero las palabras se resistían a acudir a él. No podía huir, todos sus músculos estaban paralizados por esa mirada, que ahora se había clavado en lo más profundo de sus ojos y parecía buscar una vía de entrada a su mente. A su alrededor, caras borrosas de una calle concurrida, la muchedumbre ajena a la importancia de lo que estaban siendo testigos. Estaba perdido, desde aquel día que decidió olvidarla y creyó, ingenuo, que lo había conseguido. Se acercó a ella, hipnotizado por la intensa mirada de aquellos ojos que tanto había amado tiempo atrás, y que había vuelto a amar tan sólo hacía unos segundos. No fueron necesarias palabras de arrepentimiento, ni una súplica, ni una declaración de amor. Simplemente, no fueron necesarias las palabras. Nunca lo son cuando una mirada es suficiente para comunicar un sentimiento.  Finalmente, ambos se unieron en el beso que secretamente habían estado anhelando. Estaba perdido. Estaba perdido de nuevo, sólo que esta vez ya no le importó.



 Lara 


martes, 5 de junio de 2018

Destino, Tu




Por fin llegó el día esperado. Me dirigí a la estación del Norte, dispuesto a coger mi tren que partiría en cinco minutos, después de tanto tiempo, por fin la vería.
El viaje duraba ocho horas, partiría a las 12:00, y llegaría a las 20:00, allí nos encontraríamos. Mi cuerpo ya empezaba a notarlo, mi nerviosismo iba creciendo. Una vez dentro del tren situé mi asiento  y coloqué mi maleta. Ahora sólo me quedaba esperar, esperar a que ese tren me llevara a la felicidad, a mi querido amor.
Observé a las personas que me rodeaban, cada uno viajaba por un motivo distinto, había una madre con su pequeña hija, que no paraba de moverse de su asiento. Una pareja de ancianos, que conversaba muy animadamente. Un hombre leyendo un libro, otro escuchando música con sus auriculares, y otro dormido. Este último era mi acompañante, para bien o para mal.
La primera hora transcurrió lentamente. El hombre que se sentaba a mi lado roncó en varias ocasiones, lo que no fue de mi agrado. Al poco dejamos valencia atrás, el ambiente otoñal y la humedad empañaron  momentáneamente los cristales del tren. El cielo blanco amenazaba con lluvia, aunque de momento se mantenía respetuoso.
En las dos horas siguientes el tiempo pasó más rápidamente. Nos pusieron una película de comedia, lo que consiguió hacer ese tiempo mucho más ameno y arrancarnos, tanto a mí como al hombre de mi lado, (que ya se había despertado) unas sonrisas.
Poco después me enteraría de que se llamaba Cesar, y que viajaba por negocios.
El paisaje cambiaba conforme transcurría el tiempo, las montañas se veían a lo lejos y los campos de cosechas era lo que predominaba en el terreno. En los cristales empezaron a estrellarse, como si de meteoros se trataran, las primeras gotas de lluvia.
Me quedé ensimismado al ver como las gotas morían al encontrarse con el cristal, y cómo se deslizaban sobre él… entonces fue cuando el sueño me venció.

La mayor parte del viaje la pasé soñando, recuerdo tan sólo algunos fragmentos aleatorios del sueño… pero en todos aparecía ella.
Pronto ese tren me llevaría a Irene, en pocas horas mi sueño se haría realidad.
Al despertar comprobé varias cosas, el hombre que antes se sentaba a mi lado ya no estaba, seguramente habría bajado en alguna parada anterior. También comprobé que ya no llovía, el cielo ahora se mostraba azul y despejado, y el sol brillaba con intensidad.

Mi nerviosismo fue creciendo conforme más me acercaba a mi destino, casi era de noche cuando tan sólo faltaban unos minutos para mi llegada, creía que me explotaría el corazón.
Al fin llegué. Bajé del tren con mi maleta, andando lentamente y mirando a todas direcciones, al fin pude vislumbrar su silueta acercarse... lo que sentí en ese momento no se puede explicar con palabras. En aquel instante nos fundimos en un emotivo abrazo, una mágica mirada… y un beso.   


                                                                  Pepe Ortiz