martes, 5 de junio de 2018

Destino, Tu




Por fin llegó el día esperado. Me dirigí a la estación del Norte, dispuesto a coger mi tren que partiría en cinco minutos, después de tanto tiempo, por fin la vería.
El viaje duraba ocho horas, partiría a las 12:00, y llegaría a las 20:00, allí nos encontraríamos. Mi cuerpo ya empezaba a notarlo, mi nerviosismo iba creciendo. Una vez dentro del tren situé mi asiento  y coloqué mi maleta. Ahora sólo me quedaba esperar, esperar a que ese tren me llevara a la felicidad, a mi querido amor.
Observé a las personas que me rodeaban, cada uno viajaba por un motivo distinto, había una madre con su pequeña hija, que no paraba de moverse de su asiento. Una pareja de ancianos, que conversaba muy animadamente. Un hombre leyendo un libro, otro escuchando música con sus auriculares, y otro dormido. Este último era mi acompañante, para bien o para mal.
La primera hora transcurrió lentamente. El hombre que se sentaba a mi lado roncó en varias ocasiones, lo que no fue de mi agrado. Al poco dejamos valencia atrás, el ambiente otoñal y la humedad empañaron  momentáneamente los cristales del tren. El cielo blanco amenazaba con lluvia, aunque de momento se mantenía respetuoso.
En las dos horas siguientes el tiempo pasó más rápidamente. Nos pusieron una película de comedia, lo que consiguió hacer ese tiempo mucho más ameno y arrancarnos, tanto a mí como al hombre de mi lado, (que ya se había despertado) unas sonrisas.
Poco después me enteraría de que se llamaba Cesar, y que viajaba por negocios.
El paisaje cambiaba conforme transcurría el tiempo, las montañas se veían a lo lejos y los campos de cosechas era lo que predominaba en el terreno. En los cristales empezaron a estrellarse, como si de meteoros se trataran, las primeras gotas de lluvia.
Me quedé ensimismado al ver como las gotas morían al encontrarse con el cristal, y cómo se deslizaban sobre él… entonces fue cuando el sueño me venció.

La mayor parte del viaje la pasé soñando, recuerdo tan sólo algunos fragmentos aleatorios del sueño… pero en todos aparecía ella.
Pronto ese tren me llevaría a Irene, en pocas horas mi sueño se haría realidad.
Al despertar comprobé varias cosas, el hombre que antes se sentaba a mi lado ya no estaba, seguramente habría bajado en alguna parada anterior. También comprobé que ya no llovía, el cielo ahora se mostraba azul y despejado, y el sol brillaba con intensidad.

Mi nerviosismo fue creciendo conforme más me acercaba a mi destino, casi era de noche cuando tan sólo faltaban unos minutos para mi llegada, creía que me explotaría el corazón.
Al fin llegué. Bajé del tren con mi maleta, andando lentamente y mirando a todas direcciones, al fin pude vislumbrar su silueta acercarse... lo que sentí en ese momento no se puede explicar con palabras. En aquel instante nos fundimos en un emotivo abrazo, una mágica mirada… y un beso.   


                                                                  Pepe Ortiz
                                                                 

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