Al rey de Chipre, Pigmalión, no le gustaban las mujeres porque las consideraba quisquillosas e imperfectas, y llegó a la conclusión de que no quería casarse nunca y vivir sin ningún tipo de compañía femenina.
Con el paso del tiempo, el rey se sintió solo. A la vez, comenzó a esculpir una estatua de marfil muy bella y de rasgos perfectos. De tanto admirar su obra, se enamoró de ella. En una de las grandes celebraciones en honor a la diosa Venus que se celebraba en la isla, Pigmalión suplicó a la diosa que diera vida a su amada estatua.
La diosa, que estaba dispuesta a atenderlo, elevó la llama de su altar tres veces más alto que la de otros altares. Pigmalión no entendió la señal y se fue a su casa muy decepcionado. Al volver al hogar, contempló la estatua, ensimismado, durante horas. Después de mucho tiempo, el artista se levantó y besó a la estatua. Pigmalión ya no sintió los helados labios de marfil, sino que sintió una suave y cálida piel en sus labios. Volvió a besarla y la estatua cobró vida, enamorándose perdidamente de su creador.
¿SABÍAS QUÉ?
En la mitología griega, Galatea (en griego antiguo Γαλάτεια Galateia, ‘blanca como la leche’) es el nombre de dos personajes femeninos: una estatua que cobra vida gracias a la intervención de Venus y una nereida amada por Polifemo.
Galatea, Polifemo y Acis. Galatea rechazó al cíclope Polifemo en favor de Acis, un pastor siciliano, Polifemo, celoso, lo mató arrojándole un canto rodado. Desesperada por el dolor, Galatea transformó su sangre en el río Acis (en Sicilia).
Fuente: Wikipedia