viernes, 25 de enero de 2019

PROMETEO – MITOLOGÍA GRIEGA



Hace mucho, mucho tiempo, en la era de los mitos, las leyendas y los héroes, un titán, Prometeo, hijo de Jápeto y Asia, engañó a Zeus, el más poderoso de todos los dioses que habitaban el monte Olimpo (Grecia).

Prometeo, el astuto y perspicaz titán, benefactor de la humanidad, decidió robar el fuego que guardaba el dios Hefesto en el monte Olimpo (y que Zeus les había arrebatado previamente a los hombres como castigo a otro engaño de Prometeo), para así entregárselo a los humanos y que estos pudieran calentarse del frío universal.

Al enterarse de esta nueva afrenta por parte del titán, Zeus, ciego de ira, decidió vengarse. Para ello, creó una mujer, Pandora, que entregó, junto a una caja repleta de todos los males, a Epimeteo, hermano de Prometeo. Pandora, predestinada a abrir la caja, condenó a los humanos a sufrir todos los males contenidos en esta. Y con ello, Zeus, castigaba a la humanidad y a su protector, Prometeo.

Pero no sólo ese castigo tenía preparado Zeus para el astuto y desdichado Prometeo. Con la ayuda de Hefesto, Zeus encadenó a un acantilado a Prometeo, y envió a un águila gigante a comerse su hígado.  Prometeo, inmortal debido a su condición de titán, veía como su hígado crecía todas las noches, y como todos los días volvía el águila a comérselo.

Sólo el gran Heracles (Hércules), semidiós hijo de Zeus y la reina humana Alcmena, pudo abatir al águila con una flecha y así liberar a Prometeo de su castigo eterno. Zeus, orgulloso de la heroicidad de su hijo, decidió que el castigo de Prometeo había acabado, aunque le obligó a portar el resto de sus días un anillo con la roca a la que estuvo encadenado.

jueves, 24 de enero de 2019

LAS PESCADORAS – CUENTO INDIO



Un grupo de pescadoras, después de concluida la faena, se pusieron en marcha hacia sus respectivas casas. El trayecto era largo y, cuando la noche comenzaba a caer, se desencadenó una torrencial tormenta. Llovía tanto que era necesario refugiarse bajo techo, así que, cuando divisaron a lo lejos una casa, comenzaron a correr hacia ella.

Llamaron a la puerta y les abrió una hospitalaria mujer que era la dueña de la casa y se dedicaba al cultivo y venta de flores. Al ver totalmente empapadas a las pescadoras, les ofreció una habitación para que tranquilamente pasaran allí la noche. Era una amplia estancia donde había una gran cantidad de cestas con hermosas y muy variadas flores, dispuestas para ser vendidas al día siguiente.

Las pescadoras estaban agotadas y se fueron a dormir. Sin embargo, no lograban conciliar el sueño y empezaron a quejarse del aroma de las flores:
“¡Qué peste! No hay quién soporte este olor. Así no hay quién pueda dormir”.

Entonces, una de ellas tuvo una idea y se la sugirió a sus compañeras:
-No hay quien aguante esta peste, amigas. Si no le ponemos remedio, no vamos a poder pegar ojo en toda la noche. Cojed las canastas de pescado y utilizadlas como almohada, así conseguiremos evitar este desagradable olor.
Las mujeres siguieron la sugerencia de su compañera. Cogieron las cestas malolientes de pescado y apoyaron las cabezas sobre ellas. Apenas había pasado un minuto y ya todas ellas dormían profundamente.