En la tranquilidad de mis últimos años, me encontré enfrentando un cambio de vida radical para sobrevivir en un mundo que había evolucionado mucho más allá de lo que conocía. Aunque la vejez suele ser asociada con la paz y la reflexión, para mí, fue un momento de adaptación y resiliencia.
A medida que envejecía, me di cuenta de que la tecnología estaba cambiando todo a mi alrededor. Las formas en que las personas se comunicaban, trabajaban y vivían habían evolucionado enormemente. Mis nietos me alentaron a aprender sobre computadoras, smartphones y redes sociales. Al principio, me sentí abrumada y fuera de lugar, pero sabía que necesitaba mantenerme al día para sobrevivir en este mundo en constante cambio.
Me inscribí en clases de informática para personas mayores, donde aprendí lo básico: navegar por Internet, enviar correos electrónicos y usar aplicaciones de mensajería. Poco a poco, fui adquiriendo confianza y explorando más. Me familiaricé con las redes sociales y comencé a conectarme con amigos y familiares en línea.
El siguiente paso fue buscar oportunidades para trabajar desde casa. Me di cuenta de que había numerosas posibilidades en línea, desde vender artesanías hasta ofrecer tutorías en línea. Me decidí por compartir mi experiencia y conocimientos a través de clases en línea sobre cocina, algo que había sido una pasión durante toda mi vida
Adaptarme a esta nueva forma de vida fue todo un desafío. Aprendí a equilibrar mi tiempo entre el mundo virtual y el mundo real. La soledad a menudo acechaba, pero mantenerme ocupado con proyectos en línea y mantenerme conectado con mis seres queridos me ayudó a superar esos momentos difíciles.
A pesar de los desafíos, este cambio de vida en la vejez me brindó una nueva perspectiva y una mayor apreciación por la adaptabilidad y la capacidad de aprender a cualquier edad. Aunque el mundo ha cambiado mucho, encontré formas de sobrevivir y prosperar, y eso me llenó de gratitud y alegría en esta etapa final de mi vida.