El sol se filtraba tímidamente a través de las cortinas de la habitación, lanzando destellos dorados sobre el suelo. Para algunos, era el comienzo de una nueva aventura; para otros, un retorno a la rutina conocida. En cualquier caso, era el primer día de colegio.
María se levantó con una mezcla de emoción y nerviosismo revoloteando en su estómago. Se puso su uniforme recién planchado y se aseguró de tener todo lo necesario en su mochila: libros, lápices, cuadernos y una pequeña caja de lápices de colores que su madre le había regalado la noche anterior como sorpresa.
Bajó las escaleras y se sentó a desayunar con su familia. Su madre le dio un beso en la mejilla y le deseó suerte en su primer día. Con el estómago lleno y el corazón latiendo con fuerza, María salió de casa acompañada por su padre, quien la llevó hasta la puerta de la escuela.
El bullicio de niños y padres llenaba el aire cuando llegaron al patio. María buscó con la mirada a alguien conocido entre la multitud, pero no reconoció a nadie. Se sintió un poco perdida al principio, pero pronto un grupo de compañeros se acercó y la saludó con entusiasmo. Pronto, las presentaciones y las risas llenaron el aire, y María se dio cuenta de que no estaba sola.
El timbre sonó, marcando el inicio de las clases. María y sus nuevos amigos entraron al edificio, listos para enfrentarse a lo desconocido juntos. El primer día de colegio estaba lleno de posibilidades y promesas, y María estaba lista para abrazar cada momento con valentía y determinación.