Lucas solía disfrutar de los recreos. El sonido de las risas, los gritos de entusiasmo y los juegos en el patio eran su refugio. Sin embargo, todo cambió cuando empezó el nuevo curso. Un grupo de chicos mayores, liderado por Matías, empezó a fijarse en él. Al principio fueron solo palabras hirientes, insultos que Lucas intentaba ignorar. "Eres un perdedor", "No sirves para nada", le decían. Pero con el tiempo, las palabras se convirtieron en empujones, zancadillas y burlas constantes.
Un día, mientras Lucas caminaba por el pasillo hacia su clase de matemáticas, Matías y su grupo lo rodearon. "¿A dónde crees que vas, fracasado?" le dijo Matías con una sonrisa malévola. Lucas intentó escapar, pero uno de los chicos lo empujó contra la pared. Sentía su corazón latir desbocado mientras los demás reían.
La situación no mejoraba. Lucas se sentía cada vez más solo y aterrorizado. No quería contarle a sus padres ni a los profesores, temiendo que eso empeorara las cosas. Pensaba que nadie podría entenderlo y que tal vez lo acusarían de ser débil. El dolor y la ansiedad se volvieron una constante en su vida. Ya no disfrutaba de los recreos; ahora se escondía en los baños o en la biblioteca, tratando de evitar a sus acosadores.
Un día, mientras se escondía en la biblioteca, la señora Carmen, la bibliotecaria, notó que algo no andaba bien. "Lucas, te veo muy seguido por aquí. ¿Está todo bien?" le preguntó con una mirada preocupada. Lucas, sintiéndose abrumado, no pudo contener más las lágrimas. Entre sollozos, le contó todo a la señora Carmen.
La bibliotecaria lo escuchó atentamente y le aseguró que no estaba solo. Juntos, decidieron hablar con la directora del colegio. La señora Martínez, la directora, tomó la situación muy en serio. Convocó a los padres de Lucas, a los padres de los chicos involucrados y a los profesores para una reunión. Se implementaron medidas para detener el acoso y se ofreció apoyo psicológico a Lucas y a los demás implicados.
Con el tiempo, y gracias al apoyo que recibió, Lucas comenzó a sentirse más seguro. Matías y su grupo fueron sancionados y recibieron orientación para entender el impacto de sus acciones. Lucas, poco a poco, recuperó su confianza. Aprendió la importancia de hablar y buscar ayuda cuando se enfrentaba a situaciones difíciles. El patio del colegio volvió a ser un lugar de juegos y risas, y aunque las cicatrices del pasado nunca desaparecerían del todo, Lucas sabía que había encontrado su voz y su fuerza.
El relato ilustra cómo el acoso escolar puede afectar profundamente a un niño y resalta la importancia de la intervención y el apoyo para superar estos desafíos.