lunes, 6 de julio de 2015

El hombre de la luna




 Ilargi o Ilazki, la Luna, es, según se lee en el «Diccionario ilustrado de mitología vasca» de J. M. de Barandiaran, de género femenino, al igual que el Sol.
    En fórmulas y plegarias se le llama “Ilargiko-amandre”, madre Luna, y cuando aparece 
encima de los montes orientales, le dicen: “Ilargi amandrea, zeruan ze berri?” (madre Luna, ¿qué noticias hay en el cielo?).
    Antiguamente, un día a la semana (el viernes) estaba dedicado a la Luna. El viernes es  
también el día en el que se reúnen los brujos. El mismo día, a la luz de la Luna y en las encrucijadas de los caminos, deben quemarse los objetos mágicos que hayan pertenecido a personas embrujadas.



  Hace mucho tiempo, vivía un ladrón en Antzuola. No era un ladrón importante, robaba cosas pequeñas: una gallina por aquí, un par de conejos por allá, tomates, lechugas...

    Una noche de invierno de ésas en las que hace mucho frío y el cielo está tan claro que 
pueden contarse las estrellas una a una, el ladrón decidió robar unas leñas recién cortadas 
que un vecino del pueblo tenía apiladas al lado de su puerta. El ladrón, aprovechando la oscuridad de la noche y que todo el mundo dormía, robó la pila de leña y se marchó 
presuroso a su casa. Iba muy contento porque nadie le había visto y su hazaña le había 
costado muy poco esfuerzo. En eso, se dio cuenta de que la Luna brillaba en el cielo y que, 
además, parecía seguirle. Enfadado con ella, le gritó:

—No necesito de ti, ¿me oyes? ¡Lárgate!

    Como la Luna seguía detrás de él sin hacerle caso, el hombre volvió a gritarle:

—¡Que te largues! ¿Me oyes? ¡Vete!

    El ladrón dejó la leña en el suelo y, cogiendo unas piedras, empezó a tirárselas a la Luna. De pronto, la Luna empezó a bajar y a bajar y, cuando se encontró cerca del hombre, lo agarró con su cuerno por la cintura y lo levantó. Después volvió a su lugar en el cielo.
    
    Desde entonces, el ladrón está allí y, en días de luna llena, puede verse perfectamente 
su cara si miramos con atención.
    

martes, 30 de junio de 2015

La Lechuza




 En un pueblo de Araba, cuyo nombre se ha olvidado, vivían dos hermanos muy diferentes en su manera de ser. Mientras uno era bueno y caritativo, el otro era avaro y estaba lleno de maldad. Mientras uno creía en Dios y en el bien, el otro no creía ni siquiera en el diablo, sólo creía en sí mismo y en las riquezas que día a día iba acumulando.
    Pasaron los años y el rico era cada vez más rico, pues nunca daba a nada a nadie y guardaba todo el dinero que ganaba, de forma que había amasado una enorme fortuna que guardaba en un arcón cerrado con siete candados. Todas las tardes abría el arcón del dinero y, muy satisfecho, contaba una a una las monedas que tenía ahorradas.
    El otro hermano, por el contrario, era cada vez más pobre. Su amor hacia los demás hacía que compartiese todo, o lo poco que tenía, y los necesitados del pueblo sabían que si llamaban a su puerta no se irían con las manos vacías.
    Un día, el hermano pobre se puso muy enfermo y, sintiendo que la muerte estaba cerca, envió a un amigo a casa de su hermano mayor para que le diese unas velas, porque en aquel entonces se creía que los muertos debían de tener una luz cerca para alumbrar el camino hacía el otro mundo. Sin una vela cerca, el muerto podía extraviarse y vagar eternamente sin encontrar el camino.
    Llegó el amigo a casa del rico y le pidió dos cirios para su hermano, pero el avaro
respondió:

—¡Que le den las velas aquéllos a los que ayudó! ¡Yo nunca doy nada, y no voy a cambiar ahora! Mi hermano nunca me pidió ni me dio, así que estamos en paz.

    Cuando el enfermo supo la respuesta de su hermano, dijo:

—¡Te maldigo, hermano! Morirás sin que nadie cierre tus ojos y tu alma vagará errante en el cuerpo de una lechuza para siempre jamás.

    Y, diciendo esto, el pobre murió.
    Pasaron muchos años. El avaro no había vuelto a pensar en su hermano, pero un día, mientras contaba sus monedas, se sintió mal. Al instante supo que iba a morir, y recordó las palabras de su hermano. Horrorizado, pidió perdón, pero en ese mismo momento entró una lechuza por la ventana y se puso a volar por encima de su cabeza. Entonces escuchó una voz que llegaba desde muy lejos y que decía:

—Nada tengo que perdonarte, porque nada me hiciste, pero tu alma vagará errante por los siglos de los siglos en el cuerpo de esta lechuza que te acompaña hoy, día de tu muerte,

    El cuerpo del hermano rico nunca fue encontrado, y es creencia que sigue vagando en forma de lechuza.
Por eso, cuando una lechuza aparece en el lugar en donde hay algún enfermo es un mal presagio, porque significa que pronto morirá.