jueves, 19 de enero de 2017

Alcaide leal hasta la muerte




Durante el turbulento siglo XIII la lealtad al “señor natural” resultaba cada vez más rara. Las intrigas y ambiciones de los herederos de los monarcas y de los magnates motivaron continuos cambios de lealtades, perjurios, guerras civiles y asesinatos.

A finales del reinado de Alfonso X el Sabio, el príncipe Sancho se había sublevado contra su viejo padre. Fernando de la Cerda, hijo primogénito del rey Alfonso, había muerto en 1275 y su hermano Sancho alegaba que, según los usos y costumbres de Castilla, debía reinar el segundo hijo. Sin embargo, la legislación de las llamadas Siete Partidas, finalizada en 1265 por el propio Alfonso X y basada en el derecho romano, establecía que debía ser el hijo del primogénito (si lo hubiere) el heredero. Fernando había tenido un hijo, Alfonso de la Cerda, y el “Rey Sabio” defendía el derecho de éste a la corona.

Para el año 1282, Sancho había conseguido atraerse a una gran mayoría de la nobleza y tenía prácticamente acorralado a su padre en la ciudad de Sevilla.

Más tarde se dirigió a la cordobesa villa de Carcabuey, todavía leal a su padre. Pedro Nuño Tello, alcaide de su castillo, manifestó a Sancho la lealtad a su padre y su negativa a entregarle la plaza. Después de evaluar las posibilidades de atacar la fortaleza con los medios de que disponían, el príncipe llegó a la conclusión de que su mejor opción era provocar una salida de los defensores. Pedro de Mendieta, lugarteniente de Sancho, informó a su señor de que uno de sus vasallos, el caballero Álvaro Lara, había enamorado a la hija de Pedro Nuño Tello.

Además le dijo que, a pesar del bloqueo de la fortaleza, ambos se comunicaban ya que el galán se acercaba por las noches a la muralla y conversaban. Sancho llamó a Lara y le dijo que propusiese a su enamorada fugarse juntos pero si ella se negaba a abandonar a su padre él nunca volvería a verla. De esta forma pretendían provocar una salida de Nuño Tello en persecución de su hija, o incluso un canje (la hija a cambio de la entrega de Carcabuey). Lo cierto es que Lara convenció a su amada y una noche la joven se descolgó de la muralla donde le esperaba su amado con un caballo. Un vigía dio la alarma y la guardia se dispuso a perseguir a los jóvenes que ya cabalgaban hacia el campamento de Don Sancho.


Cuando ya estaban bajando el puente levadizo Don Pedro Nuño pensó que podía ser una trampa y ordenó que volvieran a subirlo. Uno de sus vasallos le interrumpió, avisándole de que quien había huido era su hija, por lo que había que perseguirles. Sin embargo, el alcaide se mantuvo en su decisión de permanecer en la fortaleza. Al día siguiente Don Pedro recibió una carta por la que se le instaba a ceder la plaza si quería volver a ver a su hija. En su contestación expresaba que se había sentido traicionado por ella, que ya no tenía hija, y que se mantenía firme en su decisión de defender la fortaleza. Poco después, Sancho levantaría su campamento y se retiraría, junto con el caballero Lara y su amada.

Al cabo de dos años, en 1484, muere el rey Alfonso y Sancho sucede a su padre. El nuevo rey concederá una amnistía a los nobles que habían sido leales a su padre. Sancho siente especial interés en atraerse a Nuño Tello y, admirado por su comportamiento, le envíó un mensajero ordenándole que acudiera a la Corte, le rindiera pleitesía y se reconciliaran.

Al recibir la misiva, Don Tello sintió una enorme amargura, al recordar la pérdida de su hija y la vil añagaza empleada por el rey para hacerle renunciar a su deber.


Escribió una carta al rey en la que le expresaba el dolor que le había provocado la huida de su hija y la deshonra de su familia, manifestándole además que como “con el espíritu no podría serle leal” había decidido suicidarse. Finalizaba su carta con un “le envío mi humanidad, única parte de mi que nunca supo rebelarse”.

Los vasallos de Don Pedro Nuño Tello, emocionados, siguieron las instrucciones de su señor y enviaron el cuerpo y la carta al rey. Y esta es la leyenda de Carcabuey, o del alcaide de Carcabuey.

miércoles, 18 de enero de 2017

El duelo entre piratas de Ibiza



La isla de Ibiza, como casi todo el litoral Mediterráneo, fue asolada por ataques de piratas y corsarios entre los siglos XV y XIX. Los llamados `piratas de Ibiza´ eran barcos dedicados a capturar otros barcos amparados por una “patente de corso” de la corona española; tenían derecho a enarbolar su bandera y obtener cobijo en sus puertos a cambio de entregar una parte del botín a la autoridad que le “legitimaba”. Entre los siglos XV y XVIII los corsarios que atacaban las costas españolas mediterráneas solían ser mayoritariamente norteafricanos, autorizados por los gobernadores del imperio turco. Su impunidad llegó hasta el punto de que islas como Cabrera y Formentera llegaron a quedarse despobladas a causa de los secuestros de pobladores y la evacuación de los restantes; la población de Baleares y de las demás costas se refugiaba en pueblos fortificados en los montes del interior, manteniendo vigías en las torres costeras para avisarles de los navíos que aparecieran en el horizonte.

Con el declive de los ataques otomanos en el siglo XVIII les relevaron en el saqueo de las Baleares los ingleses y franceses. Los baleares también se dedicaron al corso, atacando a los barcos ingleses y franceses que comerciaban con la isla de Menorca (que estuvo casi todo el siglo XVIII en manos de esas potencias); también se fueron aventurando en las costas del norte de África asaltando a los barcos y poblaciones de argelinos y tunecinos. Por ello, comienzos del siglo XIX los combates en los mares de las islas Baleares eran generalmente entre barcos españoles, ingleses y franceses. Pero la supremacía en aquellos mares la tenía el bergantín Felicity, armado por el navegante italiano Michelle Novelly, tenía base en Gibraltar y pabellón inglés. Por su origen y su prepotencia, Novelly era conocido con el sobrenombre de “El Papa”.


En la mañana del 1 de junio de 1806, el bergantín Felicity se presentó ante Ibiza, dando varias lentas y amenazadoras pasadas delante de las murallas de la ciudad, pero sin llegar a ponerse a tiro de sus cañones.

En el puerto de Ibiza se encontraba a la espera de limpiar sus fondos, el jabeque —pequeña embarcación de estilo argelino dotada de velas latinas y remos—San Antonio y Santa Isabel. A pesar de tan religioso nombre, se trataba de una pequeña nave corsaria, propiedad del marino ibicenco Antonio Riquer. Al ver evolucionar el buque rival Riquer se dio cuenta que la ausencia de viento le daba ventaja a una nave movida a remo, por lo que convocó a sus hombres; rápidamente prepararon una buena cantidad de “frascos de fuego” (que contenían líquidos inflamables) y se pertrecharon de numerosas armas de fuego y ganchos de abordaje. Embarcaron en su jabeque y se dirigieron remando hacia el navío enemigo, mucho más grande y dotado de artillería muy superior. Su audacia les cogió por sorpresa a la tripulación de la Felicity, que sin suficiente viento para maniobrar no consiguió ponerse en posición para cañonearles a distancia. Riquer maniobró su embarcación, consiguiendo acercarse con ventaja a la Felicity, y lanzarle los “frascos de fuego”. Esto provocó un incendio en la Felicity y les permitió a los ibicencos abordar el bergantín, entablando una lucha con los tripulantes del navío que no se había tirado al mar huyendo del fuego. Todo el combate duró tan solo unos veinte minutos, con el balance de 11 muertos y 22 heridos ingleses, y 5 muertos y 22 heridos ibicencos; uno de los fallecidos fue el padre de Antonio Riquer. La lucha tuvo lugar ante la asombrada población local, que desde las murallas contempló entusiasmada como la embarcación más pequeña volvía remolcando a remo el temido barco corsario.


Las autoridades españolas recompensaron la hazaña de Antonio Riquer con el nombramiento de capitán de fragata de la Real Armada. La captura del Felicity —un buque mucho más apropiado para el combate— animó a Riquer a hacer más salidas en busca de corsarios enemigos; solo quince días después puso en fuga a otro bergantín inglés en las aguas de la Isla de Tabarca, en la costa de Santa Pola (Alicante). Dado que Menorca ya había sido recuperada por España y el tráfico inglés se redujo mucho, los ibicencos se dedicarían al corso hasta 1830, cuando los franceses dominan toda la costa de Argelia y se les acaban los enemigos susceptibles de ser asaltados.

Por suscripción pública, en 1915 se erigió debajo de la catedral de Ibiza un obelisco en recuerdo de Antonio Riquer y sus compañeros corsarios. En Ibiza se afirma que es uno de los pocos monumentos dedicados en el mundo a un corsario; no es del todo cierto, véanse los múltiples monumentos erigidos en Gran Bretaña a Francis Drake, que incluso fue ennoblecido. En cualquier caso, resulta muy curiosa la historia de los corsarios de Ibiza.