viernes, 7 de abril de 2017

La batalla de Rande y el tesoro perdido.



La batalla de Rande y el tesoro que se suponía sumergido en sus aguas ha cautivado la imaginación desde hace más de tres siglos; unos hechos históricos que se han aclarado por recientes investigaciones que han transformado en historia unos hechos envueltos por la bruma de la leyenda.

A raíz de la coronación en 1700 de Felipe V de Borbón como rey de España se produce la Guerra de Sucesión entre la alianza franco-española y los países que apoyaban la candidatura del Archiduque de Austria: Austria, Inglaterra y los Países Bajos. Hacia finales de agosto de 1702, una gran flota anglo-holandesa compuesta por 50 navíos de guerra y 110 barcos de todo tipo transportaron un ejército de catorce mil soldados para conquistar el puerto de Cádiz. Esta ciudad estaba defendida solo por unos quinientos soldados. Como la victoria parecía probable y debía de servir como base para el control del Mediterráneo, la expedición iba acompañada por el Príncipe Jorge de Hesse-Darmstadt, comandante en Jefe del ejército aliado. En ese momento la Flota de Indias, formada por 13 galeones y 13 barcos mercantes se acercaba a la Península escoltada por 18 navíos de guerra franceses. Al sospechar que el enemigo pudiera estar acechándoles en su habitual destino –Cádiz– se dirigieron a Vigo, llegando a su bahía el 23 de septiembre.

Mientras tanto, el ejército anglo-holandés saqueó el Puerto de Santa María y Rota, consiguiendo que la población civil se indispusiera con la causa del Archiduque de Austria. Los quinientos soldados que defendían Cádiz en condiciones extremas fueron reforzados por miles de civiles voluntarios. Durante más de un mes de ataques perdieron los asaltantes dieciséis barcos de guerra, rechazándose todos sus ataques terrestres; por ello, el 30 de septiembre Rooke decidió abandonar el ataque a Cádiz, dirigiéndose a una decena de puertos del Algarve portugués para descansar y conseguir agua potable antes del viaje de regreso.

El almirante Rooke estaba tan desesperado que se envenenó con láudano, siéndole realizada una lavativa para que no muriese.

A mediados de octubre, cuando la gran flota anglo-holandesa ya iba de regreso, fue alcanzada por un barco inglés que venía del bloqueo del puerto de El Ferrol les transmitió la noticia de que la Flota de Indias se encontraba en Vigo. Esto cambió completamente la moral de los integrantes de la flota de Rooke, que decidió dirigirse allí. Los anglo-holandeses arribaron a la bahía de Vigo el 22 de octubre.

Cuando el comandante de la flota fondeada en Vigo conoció el ataque a Cádiz, tomó medidas preventivas. Los barcos españoles y franceses zarparon de Vigo adentrándose en la bahía interior defendida por los fuertes de Rande y Corbeiro. El Corregidor de Vigo movilizó más de mil carros y a cientos de labriegos para ayudar en la descarga de los barcos.
Los marinos desmontaron la artillería de muchos barcos, reforzando las defensas de las dos fortificaciones de cada orilla del Estrecho de Rande; en tanto que el jefe militar español reclutó unos dos mil paisanos para reforzar a los escasos soldados de los fuertes; pero estos carecían de armas de fuego y mucho solo contaban con aperos de labranza y armas blancas. Además, los franceses improvisaron una cadena para impedir que los barcos pudieran atravesar el estrecho. La noticia de la victoria de Cádiz llegó el 11 de octubre a Vigo, acelerándose los preparativos; por lo que para cuando llegó la flota de 185 navíos de todas las clases quedaban en los barcos mercancías propiedad de los mercaderes que optaron por esperar a que pasara el peligro para dirigirse a otros puertos. Casi toda la plata estaba en carretas de camino de Madrid. Algunas carretas con parte del tesoro fueron robadas por ladrones en el pueblo de Ribadavia (Orense). El 30 de octubre llegaron al Casón del Buen Retiro trescientas carretas con monedas y lingotes por valor de veinte millones de reales, correspondientes al “tercio Real” (la comisión de la Corona). Tal fue el griteróo de la gente ante el espectáculo de su llegada que el rey Felipe V se despertó así de su siesta.

La petición de los comandantes de los navíos para que el Corregidor de Vigo enviara a los ocho mil españoles que defendían las murallas de la ciudad no fue atendida. Por ello la numerosa y fogueada infantería anglo-holandesa desembarcó en ambas orillas y tomó al asalto los fuertes de Rande y Corbeiro. Al gran buque Torbay- de 80 cañones- le adosaron una gigantesca hacha en la proa, lanzándose a toda velocidad contra la cadena consiguió romperla, permitiendo el paso al resto de los atacantes. Desde ese momento el resultado de la batalla de Rande estaba decidido.

La gran superioridad de la flota atacante (60 contra 20) propició que en pocas horas todas las naves españolas y francesas fueran destruidas o capturadas; entre estas últimas estaba el gigantesco galeón Maracaibo, considerado el mayor del mundo. Una parte de su carga no había sido descargada y fue capturado casi intacto. Pero cuando, unos días después, el Maracaibo partió en dirección a Inglaterra naufragó, frente al islote apropiadamente llamado O Agoreiro, acompañado al fondo del mar por el navío de guerra inglés Monmouth (que lo estaba remolcando). Al hundirse ambos buques cientos de marinos ingleses nadaron hacia el Maracaibo para recoger lo que pudieran; la mayoría de ellos se ahogaron, a los marinos supervivientes sus oficiales les incautaron lo obtenido al ser embarcados.

Desde entonces se viene especulando sobre el valor que atesora el precio del galeón Maracaibo, todavía no encontrado. Los ingleses lo valoraron en un millón de libras.

En contra de los supuesto, los atacantes solo regresaron con plata por valor de 14.000 libras. La mayor parte del botín fueron las maderas y especias que los atacantes pudieron rescatar de los barcos incendiados deliberadamente por las tripulaciones cuando se rompió la cadena de defensa. Pero se produjo la paradoja de que los mercaderes ingleses, alemanes y holandeses fueron los principales perjudicados de esta historia. En primer lugar, porque la mayor parte de las mercancías no desembarcadas eran suyas. Y además porque —enterado el rey Felipe V de que ellos eran propietarios de buena parte de la plata y mercancías desembarcadas (en casi todos los casos registradas a nombre de españoles)— decidió confiscárselas por ser súbditos de los países enemigos. Por eso el cargamento de Indias de 1702 fue el que más aportó a la Corona en tres siglos de viajes oceánicos; recursos fundamentales para financiar los ingentes gastos de la Guerra de Sucesión.

La arribada a Inglaterra de la flota del almirante Rooke fue acompañada de una fuerte bajada de la Bolsa de valores de Londres así como de una investigación parlamentaria sobre el desastroso ataque a Cádiz. Después de agitados debates parlamentarios, la victoria militar en la batalla de Rande le procuró una felicitación del Parlamento, posibilitando que Rooke estuviera al mando de la flota que en 1704 tomó Gibraltar; razón por la que los llanitos le han erigido una estatua en la colonia gibraltareña.


jueves, 23 de marzo de 2017

Isabel de Portugal



Isabel de Portugal —o de Avis, el nombre de su dinastía— nació 24 de octubre de 1503 en el palacio de su padre, el rey Manuel de Portugal. Como una de las primeras princesas renacentista, recibió una formación intelectual además de la religiosa. A pesar del reducido territorio de Portugal, creció en una de las Cortes más bien informadas e influyentes, pues los grandes beneficios que obtenían los portugueses con las especias de las Indias hicieron que su padre fuera el rey más rico de Europa. Se convirtió en una de las princesas mas bellas de Europa, sensible e inteligente, lo tenía todo para triunfar en la vida. Se ha escrito que su ilusión era contraer matrimonio con su primo Carlos de Castilla. El destino y sus capacidades propiciaron que superara sus sueños más exagerados; pero el concurso de una serie de circunstancias motivaron que pagara un elevado precio personal por ello, pasando a la historia como una desgraciada. 

Quince años después muere su madre María de Castilla y al año siguiente su padre se casa con la infanta Leonor de Austria —hermana del rey Carlos I de Castilla y sobrina de sus dos anteriores esposas—. Es decir, que Leonor era prima carnal de su hijastra Isabel, pasando a ser también su madrastra. La nueva reina de Portugal estaba considera la princesa casadera más apetecible de Europa y se encontraba hasta entonces comprometida con el Infante Juan de Avis (el hermano de Isabel). Éste quedó desolado con que su prometida se convirtiera en su madrastra, hasta el punto de cambiar de carácter, convirtiéndose en un joven melancólico y muy religioso. En cuanto a Isabel, esta tenía diez años menos que su nueva madrastra, consiguiendo mantener una buena relación durante los años que convivieron en Lisboa.

Dos años después se muere el rey Manuel. Con la Guerra de las Comunidades casi acabada y los franceses expulsados de Navarra, Castilla volvía a ser una temible potencia. Nada más ser proclamado Rey en diciembre de 1521, su hermano Juan III pacta con su primo Carlos un doble matrimonio: éste se casaría con su hermana Isabel de Portugal, en tanto que Juan contraería matrimonio con Catalina de Austria (la hermana pequeña de Carlos y de Leonor). Desde que nació, Catalina había estado encerrada en Tordesillas haciéndole compañía a su madre la reina Juana la loca. Haberse pasado toda la vida en tan terrible ambiente hizo que Catalina no tuviera el buen carácter de Leonor (ni tampoco su belleza). Fue un mal cambio para Juan III, pero de ese modo se aseguraba evitar la guerra con su poderosísimo primo y vecino; el pacto también le obligaba a Juan a entregarle a Carlos una astronómica dote de oro. Garantizada la paz peninsular, Leonor de Austria regresó a Castilla con su hermano, debiendo dejar allí a su hija María —de solo seis meses de edad

La boda entre Juan y Catalina se celebró rápidamente. Pero Carlos no tenía prisa por casarse con Isabel de Portugal. Tardó casi tres años más hasta casarse por poderes, periodo en el que no se vieron. Se conocieron unos minutos antes de casarse, en los Reales Alcázares de Sevilla, el 1 de noviembre de 1525. La pareja se trasladó a La Alhambra de Granada, donde quedaron perdidamente enamorados, concibiendo allí a su heredero. Tan feliz fue la estancia de los recién casados en La Alhambra que encargaron la construcción de un palacio más a su gusto renacentista, en el que establecer su residencia permanente. Pero el comienzo de una nueva y peligrosísima guerra con Francia —que en esta ocasión había conseguido aliarse con dos potencias tan poderosas e incompatibles como el papado y los turcos— aconsejaron el traslado de la familia al Palacio Real de Valladolid. Allí tuvo Isabel un complicado embarazo; hasta que los médicos recomendaron que se trasladara a otro palacio menos frío en el que pasar el duro invierno de esa ciudad. Por ello se fue a vivir al Palacio de Pimentel.

El 21 de mayo de 1527 en ese palacio de Pimentel nació su hijo Felipe. La extraordinaria importancia de preservar la vida del recién nacido de las habituales bajas temperaturas de Valladolid (a pesar de ser ya primavera) aconsejaron que el bebé no saliera al aire libre; por lo que para bautizarlo se construyó una pasarela techada y cerrada que comunicase el palacio —por encima de la calle— con la vecina iglesia del convento de San Pablo. Estos primeros años de matrimonio con Carlos fueron muy felices, aunque su pasión le supuso dos embarazos sucesivos que la dejaron débil y enferma. Su precaria felicidad desapareció cuando su marido la dejó al mando del reino mientras viajaba a Italia para alejar al Papa de su alianza con Francia y convencerle para que le coronase —pues su antecesor en el cargo, su abuelo Maximiliano, nunca llegó a conseguir que el Papa lo coronase—. Antes de marcharse Carlos le deja embarazada a su esposa del tercer hijo; pero antes de que regresase coronado a Valladolid, el niño murió, dejando desolada a su madre.

Isabel de Portugal llegó a estar más de cuatro años gobernando el reino en ausencia de su esposo. Nada más reencontrarse con Carlos volvió a quedar embarazada, sufriendo un aborto. Meses después se queda embarazada de su niña, que se llamó Juana. Su marido debió de marchar a la guerra dejándola de nuevo a cargo del reino. Al poco de regresar la volvió a dejar embarazada, pero el bebé no logró sobrevivir.
Pero el regreso del Emperador supuso un nuevo embarazo que la reina-regente afrontó en un estado de enorme debilidad; ante la gravedad de la situación de su esposa, esta vez Carlos se quedó con ella para acompañarla en su séptimo embarazo. Pero el apoyo moral de su marido no fue suficiente para evitar que Isabel de Portugal sufriera un aborto en el cuarto mes de embarazo. Muy debilitada física y anímicamente, unos días después moría en el toledano Palacio de Fuensalida el 1 de mayo de 1539. Por la mente del Emperador pudo pasar cierto complejo de culpa por sus largas ausencias y los esfuerzos de su esposa por cumplir sus obligaciones de reina en su ausencia. Prueba del amor de Carlos por Isabel es que no tuvo hijos bastardos mientras estuvo casado con ella (algo que si tuvo de soltero y de viudo) y que no volvió a casarse.

Carlos no se encontró con fuerzas para acompañar el cadáver de su esposa hasta Granada —la ciudad en que fueron tan felices y donde tenían un palacio en el que nunca llegaron a residir—. El Emperador se recluyó en el toledano Monasterio de Sisla, encargando al príncipe Felipe organizar el traslado del féretro a la Capilla Real de la Catedral de Granada, para sepultada junto al cuerpo de los Reyes católicos.Le acompañó en el viaje su caballerizo de la reina Francisco de Borja, duque de Gandía y esposo de la mejor amiga de la fallecida. Después de dos semanas de viaje, al irse a introducir el féretro en el sepulcro, se procedió a abrir el féretro para identificar a la persona que iba a ser allí enterrada; para ello se le pidió a Francisco de Borja que realizara la identificación. Al verla tan descompuesta por el calor y los días transcurridos, dijo ante el escribano: “He traído el cadáver de nuestra Señora en rigurosa custodia desde Toledo, pero jurar que es ella misma, cuya belleza tanto admiraba, no me atrevo”.Tras fallecer su esposa Francisco de Borja reconoció ese momento como el de su completa conversión al cristianismo.

Años después su hijo Felipe II abordaría la obra del monasterio de El Escorial. Al planear la iglesia encargó al escultor Pompeio Leoni dos grupos escultóricos: de sus padres y hermanos, y de el mismo con sus propios hijos. Estos fueron colocados en las dos galerías de columnas que flanquean la nave central. También trasladó a El Escorial el féretro de sus padres desde la Capilla Real de Granada, por lo que Isabel de Portugal y su marido el Emperador reposan juntos hoy en El Escorial.

Isabel de Portugal superó cualquier sueño que hubiera sido capaz de imaginar. Se casó con el más importante Emperador desde tiempos de Carlomagno. Gobernó en su nombre sus reinos de las Españas durante sus múltiples ausencias; bajo su reinado la Monarquía Hispánica se convirtió en un imperio global. Consiguió que su marido le fuera fiel (éste no tuvo hijos bastardos durante el matrimonio, los tuvo antes y después) y decidió no volverse a casar a pesar de que la razón de Estado lo hubiera aconsejado. Se rodeó de personas fieles y de talento, siendo muy querida. A pesar de su naturaleza delicada tuvo siete embarazos y sacó adelante tres vástagos. El mayor fue el rey sobre cuyos dominios no se ponía el sol; consiguió la unión de España con Portugal y de él descienden las Casas Reales de España y Francia. Su hija María fue Emperatriz consorte, dando continuidad a la Casa de Austria. En tanto que la pequeña casó con un príncipe portugués, su nieto Sebastián se convirtió en el más legendario monarca de aquel país. Pero el destino propició que pagase un tremendo precio personal por sus éxitos, pues no disfrutó del marido con el que tan bien compenetrada estaba, ni residir en el palacio que para ella él le edificó en Granada, muriendo con solo treinta y cuatro años.