viernes, 3 de marzo de 2017

El suspiro del moro



Tras entregar las llaves de La Alhambra a los Reyes Católicos, el sultán de Granada Boabdil se encaminó con su familia y vasallos hacia el señorío de las Alpujarras que se le había entregado para que allí viviese como su vasallo y controlara esa inhóspita y agreste parte de la Sierra Nevada. El antiguo sultán Boabdil encabezaba una gran comitiva de familiares, sirvientes y vasallos que -con todas sus pertenencias y unos ataúdes con los restos de sus antepasados- le iban a acompañar en su vida en el exilio.

Durante el trayecto hacia la sierra, a diferencia de algunos de sus acompañantes, Boabdil se abstuvo de mirar hacia la ciudad que abandonaba para siempre.
Pero al llegar a la última altura desde la que se divisa La Alhambra -un sitio situado en el actual municipio de Otura y que es conocido como El Suspiro del Moro– no se pudo resistir a la tentación y se volvió para mirarla. Entonces se puso a llorar desconsoladamente. Su madre, la sultana Aixa, que fue quien conspiró para que alcanzara el poder, le espetó cruelmente a su hijo: “Razón es que llores como mujer, pues no supiste defender tu reino como un hombre”.

Así Boabdil y su familia se retiraron a vivir en su señorío de Laujar de Andarax, en las Alpujarras almerienses. Pero allí no conseguiría alcanzar la paz que tanto ansiaba. Su esposa, la sultana Moraima enfermó y murió (se dijo que de pena). Un año después de la entrega de Granada le vendió el señorío a los Reyes Católicos por la importante cifra de 21.000 castellanos de oro. A continuación acudió al cementerio donde reposaban los restos de sus antepasados y los desenterró de nuevo para llevárselos consigo. Después se dirigió al puerto almeriense de Adra, donde embarcó junto con un millar de sus partidarios hacia Marruecos. A partir de entonces vivirá en Fez. Muere, tiempo después, combatiendo a favor del sultán de Marruecos. Y esta es la historia del suspiro del moro.

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