martes, 12 de febrero de 2013

Motivo encendido





Hubo una vez una niña pequeñita, al acostarse todos los días le gustaba leer a escondidas, su mamá no le permitía tener la luz encendida mucho tiempo porque molestaba a su hermanita, entonces la niña encendía una pequeña linterna para poder leer y adoptaba distintas posturas en la cama, tapándose bien con las mantas, pues no quería que nadie viera que encendía una luz.


Cuando estaba suficientemente cansada se quedaba dormida, en ocasiones con la linterna encendida.

A los pocos días de encender aquella linterna para leer comenzó a escuchar una canción como si alguien tarareara, apenas se entendía y era una voz extraña que sonaba como si temblara en toda la habitación, así que de aquella lectura favorita la niña pasó a utilizar la linterna para dedicarse a investigar en las paredes de la habitación, en el techo y en otros rincones de dónde podía proceder aquel extraño sonido, sin salirse de su cama y sin destaparse para no despertar así a su hermanita.

Nunca averiguó de dónde venían aquellos sonidos de canción quebrada, pero cada día le inquietaban más…

Un buen día su madre descubrió bajo la almohada aquella linterna y aquella niña ya no pudo proseguir con sus investigaciones…

Y al poco tiempo, misteriosamente, aquellos cánticos también cesaron. Ya de más mayor un día conversando con su hermanita ésta le dijo:

-¿Sabes? cuando éramos pequeñas y nos íbamos a dormir hubo un tiempo en que yo tenía miedo a una luz que aparecía muchas noches sobre el techo, no sabía de dónde venía pero se movía y provocaba unas sombras y luces extrañas que me recordaban a los fantasmas y no podía dormir porque me daba miedo; creía que era algún monstruo que venía a atraparme y eso me asustaba; entonces para no sentir temor… me ponía a cantar.

Me temblaba la voz al hacerlo y me tapaba bien con la manta hasta la nariz, casi hasta los ojos, para que ese fantasma de luz no me descubriera ni me atrapara nunca; yo cantaba en voz bajita intentando superar ese miedo… Nunca supe de dónde nacía esa luz, pero asustaba mucho, de veras, de veras que sí, hermanita. Un buen día esa luz desapareció, yo dejé de cantar y ya pude dormir más tranquila. Nunca se lo he contado a nadie hasta ahora porque me daba vergüenza reconocer que por las noches dormía con miedo de que una luz desconocida apareciera en el techo.

La niña se le quedó mirando con sorpresa.

- ¿Sabes?, le dijo entonces a su hermanita. Yo de pequeña… es que tenía una linterna…

Así que ese día aquella niña comprendió algo importante: todos formamos parte de un todo, todos tenemos miedo a lo que desconocemos, hay muchos motivos por los que podemos molestar o tal vez todos sean un solo motivo, que disfrazamos de fantasma, de ruido, de noche, de dudas, de agobios, de huidas o insistencias, de oscuridad, tal vez un solo motivo y mil linternas y excusas para enfocarlo y mil tipos de canciones bajitas para disfrazar cuánto y cómo nos atemoriza.

Pero al fin y al cabo un solo miedo… miedo a no ser comprendidos. Sin embargo podemos vivir muchos años creyéndonos incomprendidos, incapaces, diferentes o ajenos a otros… hasta que un buen día nos paramos, conversamos suavemente, con la madurez de los años o el dolor de las distancias y nos sinceramos con un simple objetivo: entendernos y entonces, ¡Es increíble! de repente, sin esperarlo, surge lo absurdo.

Porque todos, desde ambos lados, siempre tenemos grandes y poderosas razones para hacer las cosas como las hacemos, y nos esforzamos en que nos entiendan y nos valoren y nos permitan seguir siempre  haciendo lo mismo, pero, al fin y al cabo, ¡es absurdo! jamás podremos evitar… tener TODOS el mismo motivo.

Todos formamos parte de un todo. Realmente, creemos que no, pero estamos equivocados, en realidad TODOS nos pasamos el mismo tiempo sufriendo de diferentes maneras… por lo mismo.

lunes, 11 de febrero de 2013

El sombrero rojo


Hubo una vez un hombre con un sombrero rojo. Lucía orgulloso siempre su sombrero. No hablaba, simplemente nunca se olvidaba de ponerse su sombrero rojo al salir de casa.

Saludaba cortésmente a la gente, en general, nunca se dirigía hacia ellos ni levantaba su sombrero para saludar. Simplemente les dedicada un breve gesto con la mano y proseguía su camino. Iba siempre orgulloso y altivo con su sombrero rojo.

Un buen día se encontró con un paseante que llevaba un sombrero azul. – Hay que ver qué mal gusto tienen algunos, – pensó, y prosiguió su camino, sin apenas mirarle. El hombre del sombrero azul miró de reojo al del sombrero rojo y pensó a su vez – Ya me gustaría a mí poder llevar un sombrero tan rojo y bonito como ese.

El hombre del sombrero rojo prosiguió caminando. A los pocos minutos, se encontró con una mujer que lucía una pamela verde. ¡Qué Pamela tan horrorosa! – pensó el hombre del sombrero rojo. La mujer de la pamela verde pensó: – ya me gustaría a mí poder lucir un sombrero aunque lo llevaría de otro color.

Continuó paseando el hombre del rojo sombrero y lo siguiente que encontró fue un cartero con su gorra gris de trabajo, un policía, con su gorra azul marino de autoridad, un marinero con su recién estrenada gorrita blanca, un caballero vestido de negro con su bombín a juego, el paseo continuó al menos dos horas más y a cada persona que se encontraba con un sombrero de color distinto al suyo se decía:- ¡Qué sombrero más feo! mientras que los demás siempre pensaban igual: – ya me gustaría a mi poder llevar un sombrero como ese.

Regresando ya a su casa el hombre del sombrero rojo vio a una niña que llevaba puesto un gorro rojo de lana y se dijo: – vaya, por fin alguien con buen gusto, me voy a parar a saludar, esta niña se merece mi saludo. La niña al ver al hombre del sombrero rojo pensó para sí:- vaya un hombre con un sombrero del mismo color que mi gorro de lana, pero… pobrecillo, ¡qué tonto! lleva sombrero en vez de gorro de lana, con el frío que hace, ¡se le quedarán las orejas heladas, hay que ser bobo! y sin mirarle siquiera prosiguió su camino.

El hombre del sombrero rojo, quedó triste y desconcertado. ¿Por qué no me ha saludado? se decía mientras proseguía camino a su casa.

Al llegar a casa la mujer del hombre del sombrero rojo le dijo:

- Te veo triste ¿qué te pasa? ¿No ha ido bien el paseo?

- Sí, – dijo el hombre, lo que sucede es que he querido saludar a una niña y ni ha querido mirarme, no sé porqué, ha pasado de largo como si no existiera.

- Y ¿llevaba un sombrero del mismo color que el tuyo? – dijo la mujer que sabía bien a qué tipo de gente saludaba su marido.

-Sí, sí, era rojo, bueno no era un sombrero, era un gorro de lana pero supongo que eso da lo mismo, ¡Era de color rojo!

-¡No da lo mismo! dijo la mujer toda digna, un sombrero no es lo mismo que un gorro, ¿porqué te has parado a saludar a esa niña? ¡Te has puesto en evidencia! ¡Un gorro de lana! ¡Qué vergüenza! ¡No estaba a tu altura!

El hombre entonces quedó más desconcertado aún.

-No lo comprendo -Se dijo- Llevaba el mismo color que el mío… si no está a mi altura… ¿Por qué soy yo el que se sintió inferior al no ser saludado.

 En esta vida no todas las cosas son sombrero, pero sí todas las personas son persona.