Cuentan en la región de Ataun que, cierto día, los gentiles se divertían en el collado de Argaintxabaleta. En eso, un joven gentil observó que una nube luminosa se acercaba rápidamente hacia donde ellos estaban. Sorprendido y asustado ante semejante fenómeno, fue a avisar a los demás.
—¡Mirad! ¡Mirad!—gritó.
Todos dejaron de bailar, y durante largo rato contemplaron la nube misteriosa, sin saber qué hacer ni qué decir. Finalmente, decidieron ir a pedir consejo al más viejo y sabio de los gentiles.
El anciano nunca salía de la cueva en la que vivía, nadie sabía cuántos años tenía y algunos ni siquiera lo conocían. Condujeron al sabio hasta el borde del collado y le mostraron la nube, pero el viejo gentil estaba ciego y no podía ver.
—¡Abridme los ojos con dos palancas! —ordenó.
Inmediatamente, dos gentiles cogieron sendas palancas y, valiéndose de ellas, le abrieron los ojos. El anciano observó la nube durante mucho tiempo, mientras los demás, nerviosos, esperaban.
—Ha nacido Kixmi —dijo finalmente—, y ha llegado el fin de nuestra raza. ¡Echadme al precipicio!
Y los suyos lo echaron peñas abajo. Después, emprendieron una carrera veloz seguidos por la nube y, al llegar al valle de Araztaran, se metieron debajo de una gran piedra que desde entonces es conocida por el nombre de “Jentilarri” (“Piedra de los gentiles”), y desaparecieron para siempre.
En el lenguaje de los gentiles, Kixmi significaba “mono”, palabra que éstos utilizaban para designar a Cristo. Así explicaban nuestros antepasados el fin del paganismo y la llegada del cristianismo a Euskal Herria.