lunes, 17 de noviembre de 2025

Un viaje inolvidable a Praga



 


Era primavera cuando decidimos embarcarnos en un viaje que no solo nos llevaría a una de las ciudades más bellas de Europa, sino que también nos uniría como nunca antes. Praga, con sus torres góticas, sus puentes centenarios y su encanto intemporal, nos esperaba.

El grupo estaba formado por amigos y familia: Ana y Luis, que llevaban años soñando con visitar el Castillo de Praga; Clara, que buscaba inspiración para sus pinturas; y mi hermano Javier, siempre dispuesto a descubrir nuevos sabores en cada rincón.

Aterrizamos en una tarde luminosa. La ciudad nos recibió con una brisa suave y el murmullo de las calles adoquinadas. Nos alojamos en un pequeño hotel cerca de la Plaza de la Ciudad Vieja. Desde la ventana se divisaban las agujas de la Iglesia de Nuestra Señora de Tyn, como guardianas eternas de un tesoro oculto.

El primer día lo dedicamos a vagar sin rumbo. Cruzamos el Puente de Carlos al atardecer, con el Moldava reflejando el cielo anaranjado y los músicos callejeros regalando melodías que parecían surgir de otro tiempo. Allí, Clara se detuvo en silencio, intentando capturar la escena con su libreta, mientras todos nosotros quedábamos hechizados por la magia del momento.

Subimos hasta el Castillo de Praga, donde las vistas eran tan vastas que parecía que el mundo se extendía infinito. En la catedral de San Vito, Ana se emocionó; recordó a su abuelo, que siempre le hablaba de las leyendas de la ciudad. Nos quedamos un rato contemplando los vitrales, como si quisiéramos congelar el instante.

Por las noches, compartimos cenas en tabernas típicas, probando el goulash, el cerdo asado y la inevitable cerveza checa. En una de esas noches, Luis propuso brindar “por los viajes que se van, y por los que vendrán”. Mientras alzábamos las copas, sentimos que ese viaje nos estaba regalando algo más que paisajes: nos daba recuerdos que nos acompañarían siempre.

El último día, ya de regreso al aeropuerto, alguien dijo en voz baja: “Praga nos ha cambiado”. Y todos, en silencio, supimos que era verdad.

A veces, viajar no solo es conocer un lugar nuevo, sino encontrarse a uno mismo en los ojos de quienes te acompañan. Praga fue eso para nosotros: un abrazo hecho de historia, belleza y compañía.

Y así, con el corazón lleno y las maletas un poco más pesadas de lo que trajimos, supimos que ese viaje quedaría grabado para siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario