Amanece el 21 de diciembre en las afueras de Almendralejo. Las nieblas que envuelven a la Vega de Harnina como un sudario blanco comienzan a deshilacharse. Allá, a los lejos, en el horizonte de Almendralejo, el sol de invierno intenta rasgar los jirones niebla con sus rayos dorados. Apenas lo consigue.
Por fin, la luz cobra fuerza. Los rayos del sol penetran en un corredor oculto en la colina. Lleva más de cuatro milenios intentando volver a hacerlo, año tras año. La luz avanza por el corredor de piedra y desemboca en la cámara circular donde reposan los huesos de los antepasados. La luz del sol les da de nuevo en los ojos sin cuenca. El dios del sol acaricia, un solsticio de invierno más, a nuestros antepasados de la Edad del Cobre.
Unos antepasados que rezaron aquí hace 4650 años, y los que se enterró aquí colectivamente durante cerca de un milenio. En total, reposan en su mágico suelo 109 individuos entre niños y adultos, de una edad máxima de 23 años, algunos de ellos en posición fetal.
En un segundo momento, hace unos 4.000 años, alguien coloca los huesos de otras 34 personas al fondo del sepulcro, formando una media luna en la que los huesos más grandes se centran y los más pequeños ocupan las esquinas. La edad media de los difuntos ha bajado hasta los 21 años. Los arqueólogos afirman que la reorganización de los huesos en forma de media luna pudo deberse a una ofrenda ritual en el momento de clausurar la tumba. Bonito gesto de despedida…
Los objetos personales que se encuentran en el sepulcro como parte de los ajuares funerarios incluyen colmillos de jabalí, conchas marinas, ídolos placa y un silbato realizado en hueso de buitre decorado con forma humana. También se han encontrado ídolos falange, utilizados seguramente como amuletos que acompañaron a los difuntos en el tránsito hacia la otra vida.
Y es que para nuestros ancestros la tumba no solo es considerada un lugar de enterramiento… es el lugar donde moran los antepasados, donde rendir culto a aquellos que ya se fueron, a los que emprendieron antes que ellos el camino incierto hacia el Más Allá, a Aquellos que, por vivir en la Muerte, pueden ser mediadores entre los vivos y los dioses, pueden interceder por las súplicas de sus descendientes, pueden aplacar la ira de los que Todo lo Pueden.
De ahí la orientación de la tumba, proyectada para que el sol penetre a través del corredor en la cámara el día más corto del año, para poder celebrar una ceremonia que ofrendara la luz del nuevo sol a sus difuntos.
Pero la entrada de la vida se cerró a cal y canto, y la Casa de los Muertos se camufló en el paisaje de la Huerta Montero, y tuvieron que pasar cuatro milenios hasta que nuestros difuntos volvieron a sentir la caricia del sol en sus huesos. Fue concretamente en el año 1988, cuando un agricultor descubrió, accidentalmente, que su colina estaba hueca…
Ahora, como hace miles de años, nos seguimos reuniendo en el amanecer del solsticio para ver como los rayos penetran en el útero de la tierra.
Nuestros antepasados vivían cerca de donde fueron enterrados, en un poblado fortificado con varias líneas de muralla en el “Cabezo de San Marcos” y con una aldea a sus pies. Entre el poblado y el sepulcro es fácil descubrir vestigios mágicos de un lugar señalado ya por nuestros ancestros.
En algunas rocas cercanas a la Ermita de San Marcos todavía pueden reconocerse perfectamente Las Pulideras, un tipo de grabados en la roca muy parecidos a las cazoletas. Son una serie de oquedades utilitarias, que se han localizado en superficies horizontales y que generalmente se han interpretado como talleres para el pulimento de instrumentos líticos.
Justo por encima de estas piedras grabadas se encontraba la Fuente Santa, ya perdida, un manantial de orígenes de remotos del que todo el mundo bebía en las romerías. El agua caía en un receptáculo “muy antiguo” que una vez colmado corría entre los riscos, cuesta abajo, y en cascada caía a la pradera formando una gran charca.
Cerca, muy cerca, dentro de los límites de lo que es ahora el Club Privado San Marcos, se encuentra otro elemento lítico ritual: “La piedra resbaliza”. Estas piedras pulimentadas aparecen con frecuencia asociadadas siempre a cuevas o abrigos con arte rupestre del Calcolíto, y en este caso no es una excepción. La piedra pulida por el uso durante cientos de generaciones, se utiliza ahora como entretenimiento, pero formó parte de un ritual de fertilidad por el que la piedra (elemento masculino) fecunda a la mujer que se desliza por ella.
Y a un tiro de piedra (nunca mejor dicho) nos encontramos con la cueva del moro. Las leyendas hablan del lugar donde los moros enterraron sus tesoros antes de huir ante la reconquista, incluso de un moro que allí se escondió durante cierto tiempo, pero las pequeñas medidas del habitáculo desmienten estas leyenda, y dan algo más de verosimilitud a las que afirman que se llama así por su antigüedad, o como se dice en Extremadura, “del tiempo de los moros”…
Lo cierto es que la acumulación de rocas que forman la covacha es realmente antigua. Y testigos mudos de los milenios son las silenciosas cazoletas que aparecen granadas en el fondo de la covacha. Para el arqueólogo Francisco Blasco, responsable de las excavaciones, todo tiene su espíritu, especialmente para nuestros antepasados. Las cazoletasrepresentan a los difuntos y a los espíritus, o a divinidades menores, y la “cueva del moro” es un templo para rendir culto a los dioses o a los difuntos.
Sepulcros, fuentes, templos y piedras, ritos milenarios que aún hoy nos llaman a gritos desde el pasado ancestral de sus silencios.
Extremadura Secreta