martes, 15 de marzo de 2016

Campanas sobrenaturales





Ahora que se acercan las campanadas más esperadas del año vienen a mi memoria esas otras campanas  misteriosas que, a lo largo de los siglos, causaron pavor y asombro en estas tierras extremeñas.

 Las campanas hablan y gritan y susurran sobre agonías, defunciones, ánimas, y partos, y alertan y avisan sobre  tormentas, granizos y tempestades, guerras y fiestas… De hecho, existía en Extremadura una exhaustiva reglamentación  sobre el tañer de las campanas, cuyos toques tanto religiosos como civiles están estrictamente regulados.

Como afirma el antropólogo Javier Marcos Arévalo  “cada cosa o cada día señalado tenía sus específicos toques, según la clase y la festividad, en invierno y en verano…”.

Las campanas han marcado  durante siglos los tiempos y las horas de los pueblos europeos. Ya en el siglo XVIII Juan Solano de Figueroa y Altamiranodescribía con atención la importancia de las campanas en Extremadura, símbolo cristiano cuya importancia nos la da su propia consagración y el hecho de que a muchas se las designe con nombres propios. De hecho,  el tañido de las campanas es una fuerza destructoras de las tormentas, pero solo desde el instante en que se consideran incluidas dentro de la esfera de lo sagrado tienen el poder de “alejar la truena”, ya que  «si la campana no está bautizá se toca de balde, no aprovecha».

 Es lo mismo que pensaba en el siglo XVI el jesuita Martín del Río, quien  creía que esta virtud de las campanas no se debía ni a su forma ni a su composición, sino al hecho de estar consagradas.

El ritual prescrito por la Iglesia para conjurar este tipo de tormentas lo describe Pedro Ciruelo en el mismo siglo. Decía Ciruelo que las campanas tañesen y los curas conjuradores se vistiesen con sus estolas y con candelas encendidas y que pusieran en el altar un misal, abierto por las páginas del «Te Igitur» del Evangelio. Si había alguna reliquia, ésta se colocaba sobre el altar y a la vez se cantaban diversos salmos, rezándose después la letanía de los santos.



Sin embargo ya en el siglo XII comienzan a aparecer grabados en las campanas determinados conjuros contra el granizo, la peste, los rayos y otras calamidades por el estilo. Afirma nuestro admirado escritor Jesus Callejo que era habitual que al menor indicio de tormenta se volteasen para «espantada»: “Así se estuvo haciendo durante siglos y así lo recomendaban hacer algunos prestigiosos hombres de la Iglesia hasta que una sentencia del Tribunal Supremo de 6 de marzo de 1905 prohibió en España «por razones de seguridad» tocar las campanas porque- se creía que el efecto causado era el contrario: se favorecía el desarrollo de estas tormentas”.

 En  La ermita del Cristo del Amparo de Jerte , según nos cuenta el historiador Jose María Domínguez Moreno , hasta no hace muchos años, se ejecutó un curioso ritual coincidiendo con la Cruz de mayo, fecha en la que solían comenzar los tañidos «por los buenos temporales». Al sonar la campana el cura procedía a bendecir los cencerros que allí amontonaban los cabreros, que luego pasarían a ser colgados del cuello de los ganados. «Ninguna cabra con esquila sagrá la mata el rayo. No cae donde ande una cabra con esquila.» . Pero lo más inquietante es que se afirma que poseía la virtud de tocar por sí sola al asomar la tormenta por los altos del cerro de Calamacho y Puerto de Tornavacas.

 Y aquí es donde comienza el miedo. Cuando las campanas comienzan a tocar solas, o movidas por manos invisibles …




Rescata  el periodista e investigador  Iker Jimenez la declaración ante el tribunal de la Inquisición de José Alonso Lechón, alguacil mayor de Villafranca de los Barros, que en el siglo XVII escuchó doblar solas las campanas de la ermita de la Coronada.

 “Yendo este testigo el día ventidos de agosto del pasado mil y seiscientos y sesenta y cinco, a cosa de las once de la noche, poco más o menos, en compañía de su merced don Álvaro Gutiérrez Blanco, alcalde ordinario de la villa aquel año, llegando al final de la calle del Aceituno que salía al ejido de la ermita de Nuestra Señora de la Coronada, oyeron que una de las campanas de dicha ermita dio una campanada, y dentro de poco sonó otra campanada, y este testigo y su merced fueron a dicha ermita que está extramuros de la villa. Yendo a dar a ella sonó otra campanada, y habiendo todos juntos llegado vieron que las puertas que tiene estaban cerradas y se comprobó que no había persona alguna en el interior de la ermita… “.

 Aquel tañer fantasmal volvió a producirse, claro y nítido, y tras haber escrutado con paciencia y cierto temor órgano, sacristía y torre los allí presentes se cercioraron definitivamente de que nadie había podido hacer sonar las campanas cuatro veces. Fue entonces cuando se personó en la plazoleta una gran multitud y comenzó a latir con fuerza la palabra “milagro”, un milagro que ha quedado reflejado en una tabla que aún se conserva junto al altar.




En el norte de Extremadura, en Las Hurdes, y concretamente en la legendaria alquería de El Gasco existe una cueva donde el día del Ángel, el 1 de marzo, suenan unas misteriosas campanas. Y no debe ser mentira la historia, porque hace poco me contaba una anciana del lugar, arrullada por el rumor del agua que corría a los pies del pueblo, que una cuñada suya fue a por chaparro a un cancho de Pico Castillo y oyó tocar la misteriosa esquila…

Y es que lo curioso de estas campanas fantasmales es que a veces dejan de ser leyendas para convertirse en realidades…

Cuando las campanas suenan solas (Angel Briz)

Porque si hay un toque de campanas que pone los pelos de puntas es el toque de difuntos. Y más cuando no existe en los contornos una campana real que produzca el fúnebre sonido…

Una soleada mañana de verano, mientras ascendíamos con el coche las sinuosas curvas hurdanas que nos llevaban a la bella alquería de Aceitunilla, el investigador Félix Barroso me narraba, en primera persona, cómo fue testigo de estas campanadas fantasmales.

“Me hallaba un día recogiendo unas antiguas canciones  junto a un hurdano que me estaba cantando el  Romance de la bastarda, un romance medieval que es una maravilla. Cuando llegamos a la estrofa que dice  “¿Por quién doblan las campanas?, ¿Quién se ha muerto? ,¿Quién se ha muerto?”. En ese momento la voz del hombre se apaga por completo y suenan nítidamente campanas doblando a muerto… Lo extraño– me contaba Félix, pensativo- es que ahí, en Martilandrán, no hay iglesia ni ermita ni leche que le dieron”.

Las campanadas fantasmales se grabaron, pero cuando le puso la cinta para que la escuchase, el hurdano le apremió para que le diera la cinta “que la iba a tirar a la lumbre porque habían entrado las mengas (brujas) en su casa”.




Pero no desesperen si escuchan campanas y no saben dónde, porque  todavía hoy hay quien continúa buscando la campana de oro que tañía en el castillo árabe que existía, hace mucho tiempo, en el Cerro del Castillejo, en Madrigalejo. Cuenta la leyenda que el señor del castillo desobedeció a los Reyes Católicos, y éstos decretaron destruir el castillo piedra a piedra, y construir con ellas la iglesia del pueblo.

En el traslado de las piedras, la carreta que transportaba la campana de oro volcó, y la campana salió rodando cerro abajo hasta caer en las aguas del río Ruecas, donde por mucho que se buscó y rebuscó, jamás apareció.

Con el tiempo, el lugar pasó a llamarse “la tabla de la campana”, y hoy en día aún hay quien la sigue buscando esperanzado en el fondo del río, y se afirma en voz baja, que si se aguza bien el oído y se introduce la cabeza en el agua, se pueden escuchar sus tañidos entre el nadar sincopado de los peces…







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