miércoles, 23 de marzo de 2016

La Concha de Santiago



El origen de la concha de Santiago se remonta a hace más de mil años. Sus antecendentes son incluso más remotos: el año 43, cuando el Apóstol Santiago fue degollado en Judea.

Tiempo después los discípulos que le habían acompañado en su regreso desde Galicia decidieron traerse de vuelta a Hispania el cadáver del santo a través del mar. Al llegar a la altura de las islas Cíes —en la entrada de la actual ría de Vigo— el barco que transportaba a los discípulos se dirigió a la costa, hacia un lugar llamado Bouzas. Advirtieron que en la orilla se estaba celebrando en ese momento una boda.



Lo cierto es que el padre de la novia —el Señor de la localidad de Maia— había decidido citar en su propiedad a la familia del novio, que había venido desde la localidad de Gaia.

Uno de los juegos que estaban celebrando durante la fiesta era el de “abofardar” que consistía en montarse a caballo y galopar mientras el jinete impulsa al aire una bofarda o lanza, para tratar de recogerla antes de que esta caiga en el suelo; algo muy difícil y que solo puede conseguirse después de mucha práctica. Cuando le tocó el turno al novio, el joven lanzó su caña de tal modo que esta se desvió hacia el mar. El caballista azuzó a su montura y se introdujo raudamente en el mar para no perder la bofarda pero el novio y la bofarda acabaron hundiéndose ante el espanto de todos los presentes.

Desaparecidos caballo y caballero, los testigos vieron asombrados cómo ambos reaparecían más lejos, al lado de una embarcación que se estaba acercando. Como se puede imaginar, se trataba del barco que transportaba a los discípulos y el cadáver de Santiago.


Una vez repuesto por el susto, el intrépido caballero se dispuso a saludar a los navegantes y se dio cuenta que tanto él como su caballo tenían muchas conchas de vieira encima. El estaba recubierto de vieiras desde los pies hasta el sombrero. Los discípulos de Santiago interpretaron semejante recibimiento como un milagro indudable e invitaron al novio a subir a bordo. Mientras los participantes en la boda esperaban expectantes, el joven y los discípulos estuvieron hablando de lo ocurrido. A resultas de ello el joven decidió convertirse al cristianismo. Los discípulos interpretaron que ese milagro debería de ser perpetuado de alguna forma por lo cual decidieron que todos aquellos que fueran a ir en peregrinación a venerar el cuerpo del apóstol, deberían de llevar una concha de vieira con ellos; así se creó el símbolo de la concha de Santiago.


El novio volvió a tierra y contó lo ocurrido a los invitados que habían visto los acontecimientos desde la orilla y esperaban intrigados. Varios de ellos se convertirían también al cristianismo tiempo después.

Por su parte, los navegantes notaron un viento que los alejaba de tierra y les dirigía hacia el norte. Continuaron así navegando hasta la ría de Arousa donde desembarcaron el cuerpo del Apóstol y lo transportaron hasta Iria Flavia (Padrón) donde lo sepultaron.

Las persecuciones a los cristianos en todo el Imperio motivaron que la tumba de Santiago fuera olvidada. Alrededor del año 813, un ermitaño llamado Pelayo fue a ver a Teodomiro, obispo de Iria Flavia, para contarle que había visto unas extrañas luces en un monte cercano a la ciudad.

El obispo mandó a unas personas investigar, y éstas acabaron por encontrar una tumba con un cuerpo degollado que tenía una cabeza debajo del brazo. Sospechando que pudiera corresponder a algún santo, desde entonces se comenzó a venerar la sepultura. El 24 de junio de 2011 el profesor Enrique Alarcón, de la Universidad de Navarra, anunció el descubrimiento de una inscripción con el nombre de Jacob (Santiago en hebreo) en el sepulcro del Apóstol, hecho que confirmaría la tradición.

Lo cierto es que la vieira gallega de la leyenda ha permanecido como el símbolo de la peregrinación a Compostela. La concha de Santiago que se puede ver en las enseñas del camino. Se puede ver la concha de Santiago en toda clase de representaciones, desde los edificios hasta indicaciones, además de la concha de santiago que todo peregrino debe de llevar consigo durante el trayecto.

Texto de Ignacio Suárez-Zuloaga



lunes, 21 de marzo de 2016

Centauros en Extremadura: galopando en las montañas



Todo el mundo conoce a los centauros, pero pocos saben que sus cascos retumbaron en los valles y sierras del norte de Extremadura, donde aún se les recuerda. Es más: somos de los pocos territorios en los que las imponentes centaúrides camparon a sus anchas, y aún se les canta y se les recita y hasta se les levantan estatuas y se les consagran días. ¿No lo creen? Pues pasen y lean…

El centauro, como bien saben, es una criatura con la cabeza, los brazos y el torso de un humano y el cuerpo y las patas de un caballo. Lo heredamos de la mitología grecoromana, y sus versiones femeninas (que son las que más abundan en Extremadura) reciben el nombre de centáurides. El retórico griego Filóstrato el Viejo nos habla de estos seres zoomorfos femeninos en términos leogiosos:

“Qué hermosas son las centáurides, aunque tengan cuerpo de yegua; porque algunas crecen de yeguas blancas, otras de yeguas castañas, y el pelaje de otras es manchado, pero todas brillan como las yeguas bien cuidadas”.

Varios autores romanos recogen la leyenda de que en un monte sagrado de  Lusitania, el viento fecundaba a las yeguas. Ese monte, en opinión de Silio Itálico, se localiza en tierra de Vettones, patria de uno de nuestros mitos señeros: la Serrana de la Vera.

Muchos ignoran que la leyenda de la Serrana, en el principio de sus tiempos, no contaba la historia  de  una bella joven seducida y engañada (esta imagen se construye después), sino que habla de un ser monstruoso de doble naturaleza, humana y animal, que habita en una cueva en la montaña.

De hecho, ya en el siglo XVIII el párroco de Piornal, don Pedro Vicente de Thegeda, recoge esa leyenda en la correspondencia al geógrafo Tomas López el 1 de septiembre de 1786:

“Ay una cueva, según tradición, que una bestia medio mujer de el medio cuerpo arriba y del medio cuerpo abajo, de bestia igual, habitaba en el verano, de tanta fortaleza que tiraba a la Barra con una piedra que pesa más de 100 arrobas  y ella misma se precipitó por no ser cogida; está la cueva a poniente, distante del pueblo 3 quartos de legua y para el yvierno tenía otra cueva para habitar, llamado el puerto de la Serrana”.

De hecho,  es un ser mítico en cuanto a que es mitad persona y mitad animal :

 “De la cintura parriba de persona humana era

De la cintura pabajo era estatura de yegua”



Pero si hacemos caso a los romances más antiguos, la Serrana es un ser de tamaño y constitución sobrehumanos, con cabeza y busto de mujer pero patas de yegua.

Esto de tener pezuñas bajo las largas faldas no puede dejar de recordarnos a las lamias castúas y a las “patas de cabra” que hasta hace bien poco atemorizaban (oh, sorpresa) a los cabreros y habitantes de esta misma comarca.

También es curioso, cuando menos, que ya en el Libro de las maravillas del Mundo des Juan de Mandeville (o Mandavila) de 1540 se  nos hable de unas peculiares mujeres, vestidas con largas faldas, que ocultan sus patas de asno, que atraen a los varones a la Isla de los Espejismos donde, después de emborracharlos y yacer con ellos, los degüellan mientras duermen y se los comen, lo que explica que en el suelo de la isla este plagado de calaveras y huesos.

Exactamente lo mismo que hacen las serranas extremeñas con los jóvenes que consiguen atrapar en su cueva.

- Bebe serranito bebe,   agua de esa calavera,

 que puede ser que algún día   otro de la tuya beba.

De hecho, no solamente actúa así la Serrana , sino que si pasamos “achancando” a la comarca vecina de Las Hurdes nos encontramos a la temida  Chancalaera, una mujerona engendrada por un pastor gigante que tenía a su servicio el rey “Batueco”. El pastor tuvo relaciones amorosas con una cierva (otros dicen que con una yegua), y de ahí nació La Chancalaera, un origen que comparte con la Serrana , quien en sus romances más antiguos confiesa que su padre era un pastor y su madre era una yegua.

El investigador hurdanófilo Félix Barroso recoge un romance de la comarca en el que se da buena cuenta de estos datos:

-¿De quién son tos esos huesos

que brillan junto a la hoguera?

-De hombres que yo he matado

por estas espesas sierras.

que tengo una maldición

y cien años de condena,

que mi padre era un pastor

y mi madre era una yegua,

y todo el que ve el mi rostro

tiene que morir por fuerza.

Si seguimos achacando unas montañas más llegamos al  Valle del Jerte , donde la Serrana se convierte en yegua por completo y cuando quiere, debido a una maldición que recoge el antropólogo Flores del Manzano de boca de L.G. , de la localidad de Cabrero, en el Valle del Jerte, quien afirmaba que su abuelo le contaba

 “…que La Serrana era una mujer de por aquí. Tenía un novio que no agradaba a sus padres, pero ella no hacía mucho caso. Una noche los sorprendieron y el padre la echó de casa y al salir la maldijo, por eso la serrana un día se convertía en juna culebra grande, otras veces se hacia una yegua, y cuando le convenía, se convertía en una doncella”.


Pero no solo de centaúrides vive el norte de Extremadura. Cuentan los extremeños del norte que habitaba por la zona de un ser gigante mitad caballo, mitad hombre, que  se entretenían en raptar doncellas  para gozarlas en su gruta, una cueva en la que nadie osaba penetrar en ella por el miedo que imponía el monstruo.

Cuentan que en una ocasión  desapareció inexplicablemente una joven hermosísima y muy querida por todos, y pensaron que el centauro la había cogido. Entonces se organizo una expedición de jóvenes valientes y arriesgados que se introdujo en la cueva.  Allí encontraron el esqueleto del monstruo, sobre un lecho de escobones, helechos y ramajos, pero no hallaron el menor indicio de la bella moza desaparecida.

Y así. con el tiempo, nos quedamos en estas tierras  huerfános de centauros, serranas y chancalaeras, aunque algunos afirmen que en las noches de luna, si se presta atención y el agua corre quieta, puede escucharse  el galopar lejano de los seres que habitaron, hace ya mucho tiempo, en las cuevas agrestes de nuestras sierras vígenes.