domingo, 9 de septiembre de 2018

El avaro que perdió su oro



El granjero salió del bosque y llegó al claro que estaba en el linde de la maleza. En aquella soledad encontró a un anciano que tiritaba lastimeramente. Sólo una harapienta capa le cubría el cuerpo del crudo frío invernal. Sus cabellos grises estaban” insertados como plumas alrededor de la cabeza, y su barba era larga y desaliñada. Con manos trémulas se secó las lágrímas, pero siguió gimiendo.

El buen granjero se apiadó de él y le dijo, bondadosamente:

-Dime, amigo mío, ¿qué te sucede?

-¡Algo terrible! ¡Espantoso! -exclamó el viejo, entre sollozos- Vendí mi casa, mis tierras y todo lo que tenía, y oculté en este agujero el oro que me dieron por ellos. Y ahora, ha desaparecido …, desaparecido …, ¡desaparecido!

Y, nuevamente, las lágrimas le resbalaron por las mejillas.

-Temo que estás sufriendo el castigo del avaro -dijo sabiamente el granjero-. Has permutado tus cosas buenas y útiles por un montón de oro inservible, que no puedes comer ni usar como ropa. ¡Aquí tienes! -agregó-. Mira esta piedra. ¡Entiérrala y piensa que es tu pedazo de oro! ¡Nunca notarás la diferencia!

Y el granjero siguió su camino, abandonando al lloroso viejo.

sábado, 8 de septiembre de 2018

El asno que intentaba cantar



Bajo el temprano sol matinal, la hierba, impregnada de rocío, brillaba como quebradizo cristal. El asno se frotó repetidas veces el hocico en el rocío. Las gotitas de agua se adhirieron por un momento a sus correosas y negras fosas nasales y luego resbalaron como relucientes abalorios. Sus flacas patas apenas lograban sostenerlo. Se balanceó varias veces, mareado, y poco le faltó para caer.

Tal fue el lamentable estado en que el granjero lo encontró, lamiendo aún el rocío de la hierba. Era evidente que el pobre animal estaba enfermo o hambriento. Pero no prestaba la menor atención a los tiernos brotes de los abrojos que tanto le gustaban.

-Todo fue por culpa de la música -explicó melancólicamente el asno, cuando el granjero le preguntó cuál era la causa de su enfermedad-. ¡Todo fue por la música!

-¿La música? -exclamó el granjero, asombrado-. ¿Qué tiene que ver la música con eso?

-Pues verás -replicó el asno-. Oí que las cigarras modulaban tan bellas canciones, que quise cantar de manera igualmente hermosa. Pensé que sería magnífico deleitar a un gran público. Cuando les pregunté cómo lo hacían, me dijeron que sólo vivían del rocío de la hierba. Hace una semana que sólo como rocío. ¡Y, sin embargo, lo único que hago es rebuznar!

-¡Estúpido asno! -exclamó el granjero, riendo. Y luego, alcanzándole un puñado de abrojos, agregó-: ¿Crees, pobre tonto, que si yo tratara de comer solamente abrojos, aprendería a rebuznar?