viernes, 28 de septiembre de 2018

LA CASA DEL SOL Y LA LUNA – NIGERIA


Hace muchos muchos años, el Sol y el Agua eran grandes amigos y vivían juntos en la tierra. El Sol visitaba al Agua muy a menudo, pero el Agua nunca visitaba a su amigo el Sol. Esto sucedió durante tanto tiempo, que por fin el Sol decidió preguntarle al Agua si había algún problema.

– Me he dado cuenta – le dijo un día el Sol – que yo siempre vengo a visitarte mientras que tú nunca vienes a mi casa. ¿Me puedes decir por qué?

– Está bien – dijo el Agua – el problema no es que no quiera visitarte. El problema es que tu casa no es suficientemente grande para mi. Si viniera a visitarte con toda mi familia, terminaría sacándote de tu propia casa.

– Entiendo – dijo el Sol – de todas maneras, querría que vinieras a visitarme.

– Muy bien – respondió el Agua – si quieres que venga a visitarte, lo haré. Después de todo tú me has visitado muchas veces. Pero, para que esto sea posible, tienes que construir un jardín muy grande; y tiene que ser muy grande porque en mi familia somos muchos y ocupamos mucho espacio.

– No te preocupes, te prometo que construiré un jardín lo suficientemente grande para que tú y tu familia me visitéis.

Los dos amigos estaban muy felices. El Sol fue inmediatamente a su casa, donde le esperaba su novia la Luna. El Sol le contó a la Luna la promesa que le había hecho al Agua, y al día siguiente comenzó a construir un enorme jardín para recibir al Agua.

Cuando terminó de construirlo, el Sol le dijo al Agua que ella y su familia estaban invitadas a su casa. Al día siguiente el Agua y sus allegados, los peces y animales acuáticos, llamaron a la puerta de la casa del Sol y la Luna.

– ¡Aquí estamos! – dijo el invitado. ¿Está todo listo? ¿Podemos entrar sin problemas?

– Podéis pasar cuando queráis – respondió el Sol.

El Agua comenzó a fluir en el jardín del Sol y la Luna. En pocos minutos el nivel del Agua llegaba a las rodillas del Sol y de la Luna, así que el Agua invitada preguntó:

– ¿Podemos continuar fluyendo? ¿Hay suficiente espacio?

– Seguro, no te preocupes – respondió el Sol. – Que pase todo el que quiera.

El Agua continuó fluyendo dentro del jardín, alcanzando la altura de la cabeza de un hombre.

– Está bien – dijo el Agua – ¿todavía quieres que todos mis allegados sigan entrando?

El Sol y la Luna se miraron a los ojos y convinieron en que no había nada que hacer, así que le dijeron el Agua que entrase. Tuvieron que trepar hasta el techo porque quedaba poco espacio sobre el agua. El Agua preguntó otra vez si podían seguir fluyendo y el Sol y la Luna insistieron en que no había ningún problema. Y la casa se llenaba cada vez más. Entró tanta Agua que pronto rebasó el nivel del techo y el Sol y la Luna tuvieron que salir y establecerse en el cielo, donde permanecen desde entonces.

Fuente –  Relato Ibio-Efik. UNESCO, Año Internacional del agua dulce 2003



jueves, 27 de septiembre de 2018

LA SUERTE – MARRUECOS




Una mujer encontró un día una bolsa llena de monedas mientras barría la puerta de su casa. Dejó la escoba y se marchó al zoco para comprar un cordero. A pesar del calor, del polvo y del olor desagradable de los animales, recorrió lentamente el corral en el que se hallaban. Al final eligió un carnero de cuernos muy largos. Le tocó el vellón de lana para ver si estaba tan gordo como pretendía el vendedor. Se puso a regatear el precio, fingió marcharse, volvió, regateó nuevamente y terminó pagando. Regresó a su casa llevando el carnero de una cuerda y lo ató a una estaca en el jardín que se encontraba detrás de su casa.

Unos días más tarde, un chacal pasó por allí. Se relamió pensando en el carnero. «Alá es muy generoso al ofrecerme tal festín», se dijo. Tras saltar el cerco, se lanzó sobre el carnero y se lo comió. La mujer vio desde su ventana al chacal en plena comilona. Le gritó, pero era demasiado tarde.

Luego fue a ver al cadí para ver si obtenía alguna reparación.

—Dime de qué se trata —le dijo el juez.

—Estaba yo barriendo delante de mi puerta…

—Tienes mucha razón. Hay que mantener limpio el hogar y sus alrededores —le dijo el cadí.

—… cuando me encontré una bolsa llena de monedas.

—Era tu día de suerte.

—Con el dinero me compré un carnero.

—Era el de la Aid el Kebir.

—Unos días más tarde, un chacal, maldito sea, se lo comió.

—Era su día de suerte y no el tuyo —dijo el cadí sonriendo.

La mujer, sintiéndose desairada, se marchó sin agregar palabra.