Unos días más tarde, un chacal pasó por allí. Se relamió pensando en el carnero. «Alá es muy generoso al ofrecerme tal festín», se dijo. Tras saltar el cerco, se lanzó sobre el carnero y se lo comió. La mujer vio desde su ventana al chacal en plena comilona. Le gritó, pero era demasiado tarde.
Luego fue a ver al cadí para ver si obtenía alguna reparación.
—Dime de qué se trata —le dijo el juez.
—Estaba yo barriendo delante de mi puerta…
—Tienes mucha razón. Hay que mantener limpio el hogar y sus alrededores —le dijo el cadí.
—… cuando me encontré una bolsa llena de monedas.
—Era tu día de suerte.
—Con el dinero me compré un carnero.
—Era el de la Aid el Kebir.
—Unos días más tarde, un chacal, maldito sea, se lo comió.
—Era su día de suerte y no el tuyo —dijo el cadí sonriendo.
La mujer, sintiéndose desairada, se marchó sin agregar palabra.
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