viernes, 19 de octubre de 2018

ODAL – CUENTO TRADICIONAL DANÉS



Denmark – Hammermill por Jacob Surland (CC BY-NC 2.0)

Hace mucho tiempo vivió en Dinamarca un hombre que tuvo dos hijos antes de perder a su esposa por unas fiebres. Solo y ya demasiado anciano para buscarse una nueva compañera, intento sacar adelante a sus dos hijos y educarlos como buenamente pudo.

Uno de ellos, el más joven, tenía un espíritu tranquilo y valoraba profundamente lo poco que tenía, pero el mayor creció con un carácter hosco y no pensaba más que en sí mismo.

Un día, el padre se sintió terriblemente fatigado y, comprendiendo que su tiempo se terminaba, resolvió reunir a sus dos hijos para disponer de lo poco que tenía que legarles y decidir a cuál de ellos dejaría a cargo de la granja.

Por tradición, el puesto tendría que corresponder al hijo mayor, pero el anciano veía con preocupación como el muchacho dilapidaba todo cuanto se le daba y nada hacía para mejorar lo poco que tenían e intentar mantener la granja que le correspondía en herencia. El menor, sin embargo se esforzaba por labrar la tierra y, con muchos sudores y fatigas, garantizar al menos el sustento para su padre y hermano. Así que entendió, que la tradición no siempre se tenía que mantener inquebrantable y en este tipo de asuntos a veces era necesario fiarse más del sentido común.

Reunió a sus dos hijos en torno a la mesa y después de una parca comida, les invito a salir a la era. Allí, se metió la mano en el zurrón, extrajo una bolsa de tela que cantaba con sonido metálico y preguntó a su hijo mayor.

– Entre la bolsa con plata y la tierra de la granja, ¿qué consideras que tiene más valor?

El muchacho se echó a reír a carcajadas y respondió con aires presuntuosos que obviamente la plata era más valiosa, que aquel terruño nada valía y que obviamente sólo servía para venderlo y sacar con él un mal puñado de plata.

El padre frunció el ceño, pero nada respondió y repitió la misma pregunta al hijo menor. El muchacho miro la bolsa en manos de su padre y después la pequeña parcela de tierra. No era gran cosa, pero siempre daba su buen fruto si se la labraba con esmero así que respondió:

– El valor de la plata no es siempre el mismo, cambia en función de las guerras o la fama de los reyes. En manos de un hombre mesurado y sensato puede hacer grandes cosas, pero en manos de un necio, no durara más allá de un par de noches. Sin embargo, la tierra mantiene un valor constante. No es la tierra en sí la que encierra el valor, sino que este depende de la mano que la siembra y de la simiente y el mimo con que se la trate. Yo me quedaría con la tierra: con trabajo y tesón, garantizo un puñado de monedas seguro todas las temporadas y un sustento para los míos.

Al padre le parecieron sensatas las palabras del joven, y decretó que este sería el heredero y al hermano mayor le tendió la bolsa con la plata. Este último se marchó bufando, pensando que su padre le había hecho un desprecio al no dejarle la granja por herencia, pero con la bolsa de plata picada en su mano pronto se olvidó de ello.

Tras la muerte del padre, sucedió que, tal y como el hermano menor había predicho, la plata en manos del necio no duró mucho. El hermano mayo tuvo entonces que regresar junto su hermano menor, que con paciencia y tesón, ahora tenía no sólo una buena granja con un par de vacas y un puñado de jornaleros, sino que también tenía una bella esposa y el apoyo del clan vecino con el que se había unido por lazos de matrimonio.

Así que el joven egoísta, no tuvo más remedio que plegarse a la voluntad de su hermano y trabajar como un simple jornalero durante un buen tiempo, hasta que el joven matrimonio considero que había aprendido la lección y le permitieron compartir el trabajo y el beneficio de la granja.

jueves, 18 de octubre de 2018

¿POR QUÉ GRITAMOS CUANDO NOS ENFADAMOS? – INDIA


Time stands still …the Holy Ganges river at dawn. By Nick Kenrick (CC BY-NC-SA 2.0)



Un santón hindú estaba visitando el río Ganges con sus discípulos cuando se encontró a dos personas en la orilla gritándose con rabia. Se volvió hacia sus discípulos sonriendo y les preguntó:

– ¿Por qué gritamos a los demás cuando nos enfadamos?

Después de pensarlo un momento, uno de los discípulos respondió:

– Gritamos porque perdemos la calma.

– Pero, ¿por qué gritar cuando la otra persona está a nuestro lado? También podríamos decir lo que tuviéramos que decirle a la otra persona sin elevar la voz…

Los discípulos dieron algunas otras respuestas pero ninguna de ellas satisfacía a los demás.  Finalmente el maestro les explicó:

– Cuando dos personas están enfadadas, sus corazones se alejan mucho. Para cubrir esa distancia deben gritar para poder escucharse entre sí. Cuanto más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para cubrir esa gran distancia. Por tanto, ¿qué sucede cuando dos personas se enamoran? No se gritan sino que hablan dulcemente porque sus corazones están muy cerca. La distancia entre ellos es muy pequeña. Cuando se quieren aún más, ¿qué pasa? Susurran al estar sus corazones prácticamente unidos. Finalmente, no necesitan siquiera hablar o susurrar: sólo se miran a los ojos y no hace falta nada más. Eso es lo cerca que dos personas están cuando se aman plenamente

Antes de marcharse, el santón les dio un consejo:

– Así que, cuando discutáis, no dejéis que vuestros corazones se alejen ni digáis palabras que puedan distanciaros más de la otra persona  o llegará un día que la distancia entre vosotros sea tan grande que no os sea posible encontrar el camino de regreso.