sábado, 9 de febrero de 2019

EL ENIGMA – CUENTO WOLOF Y MANDINGA



Babacar era un comerciante de cacahuetes que vivía en Thiès, una ciudad de interior en el Oeste de Senegal. Tenía los mejores cacahuetes tostados del lugar, unos cacahuetes deliciosos y crujientes que vendía envasados en botellas, como es típico en el país.

Un día, cuando Babacar estaba vendiendo cacahuetes en el mercado, un brujo se acercó a él atraído por la calidad de la mercancía. El comerciante, experimentado en el arte del waxaale (regatear en los mercados), negoció y negoció duramente hasta que vendió al brujo, quien no llevaba dinero encima (amul xaalis), un kilo de sus mejores cacahuetes a cambio de cuatro burros.

¡Qué buen negocio!, pensaba Babacar. ¡Gracias a estos burros podría transportar los cacahuetes fácilmente y venderlos en los mercados de otras ciudades! Tras cerrar el trato, el brujo llevó a los burros a casa de Babacar, se despidió con una media sonrisa y desapareció.

Al día siguiente, nuestro comerciante se dispuso a cargar a cada burro con grandes sacos de cacahuetes para iniciar su travesía por las ciudades de la zona. Le acompañaría su perro, que le era de utilidad en los viajes tan lejos de casa y podría defenderle. ¡Llegaría hasta Sandaga, el gran mercado de Dakar, la capital del país, y así vendería más cacahuetes que nunca! ¡In šāʾ Allāh!

Sin embargo, al empezar con la tarea ¡los burros se volvieron locos! Uno de ellos se abalanzó sobre los cacahuetes, otro se puso a rasgar los sacos y un tercero empezó a atacar al perro de Babacar mientras que el último burro empezó a morder la oreja del primero. ¡Qué caos!

Tras intentar sin éxito poner orden, Babacar se dio cuenta de que los burros que le había vendido el brujo eran un tanto peculiares: uno devoraba cacahuetes, otro se alimentaba de sacos, el siguiente comía perros y otro era caníbal. El trato con el brujo no había sido tan bueno al fin y al cabo. Resignado, Babacar comenzó su viaje teniendo que parar cada pocos pasos: temía por su perro, sus burros, sus sacos o sus cacahuetes la mayor parte del tiempo. ¡Qué gran inconveniente!¡Tardaría una eternidad en llegar a su destino!

Ya llevaba un día entero caminando y apenas había salido de Thiès cuando se encontró en su camino a un hombre con una jaula llena de pájaros de todos los tamaños, colores y plumajes. Babacar, conocedor de la costumbre senegalesa de comprar pájaros enjaulados para liberarlos y con ello atraer la buena suerte, decidió pagar por el más vistoso de ellos. Eligió a un precioso pájaro de color celeste con marcas rojas en las mejillas, como si estuviera ruborizado, que destacaba sobre el resto. Aquello le costó más francos CFA de lo que esperaba pero pensó que haber escogido un pájaro tan fascinante merecería la pena. ¡Y vaya si lo hizo! Se trataba de un cordon bleu, que tras ser liberado se posó sobre el hombro de Babacar y le dijo al oído:

– ¡Jërë-jëf! ¡Muchas gracias, amigo! Te estoy muy agradecido por haberme liberado de mi cautiverio. Como veo que estás en apuros, te daré la solución al problema que tienes. Para avanzar has de situar a tus burros en fila india: primero pondrás al burro que se come a sus semejantes, luego al que ataca a los canes, en tercer lugar a aquel que adora los cacahuetes y por último al que devora sacos. A los dos primeros los cargarás con los sacos y a los dos últimos con las botellas. Tú irás primero y tu perro seguirá a la comitiva. Pero, sobre todo, no te olvides de almacenar los cacahuetes en un granero cuando llegues, ¡se acerca la estación de lluvias!

Y dicho esto el cordon bleu alzó el vuelo y Babacar pudo seguir su camino sin más percances, alegrándose de haber devuelto la libertad a un pájaro tan inteligente.



¿SABÍAS QUÉ?



El wolof es la lengua más hablada en Senegal y se habla de forma nativa por la etnia wolof (40 % de la población), sino también por la mayoría de los senegaleses como segunda lengua ( el francés es el idioma oficial ). Palabras en wolof: waxaale (regatear), amul xaalis (sin dinero), jërë-jëf (gracias).
In šāʾ Allāh(Si Alá así lo quiere) es un término árabe para indicar la esperanza en que un acontecimiento ocurra en el futuro, si tal es la voluntad de Dios. Senegal es un país musulmán en el que se utilizan algunas expresiones populares en árabe.
El franco CFA del África Occidental es la moneda de curso legal de ocho países: Benín, Burkina Faso, Costa de Marfil, Guinea-Bissau, Malí, Níger, Senegal y Togo.
El cordon bleu o azulito de Senegal (Uraeginthus bengalus) es un pájaro muy reconocible por su hermoso plumaje de color azul y mancha roja en la cara.
Senegal, como muchos países de África, tiene dos estaciones o “épocas”: la estación seca, desde noviembre hasta febrero, y la estación de lluvias, desde marzo hasta octubre. Durante la estación de lluvias hay que tener cuidado con los mosquitos, que pueden transmitir graves enfermedades.

viernes, 8 de febrero de 2019

EL MÚSICO QUE FUE A TOCAR AL INFIERNO – CUENTO MEXICANO



Hace mucho tiempo, un músico de origen humilde se casó en Laguna Grande, Zacatecas. Cuando tuvo descendencia, el pobre señor se vio en aprietos para mantener a su familia, pues se dedicaba a tocar el arpa. A veces, cuando no había fiestas o eventos en los que tocar, trabajaba en el campo o pastoreando el ganado.

Así iba subsistiendo el músico, hasta que vino una sequía como nunca: casi no llovió ese año, a las presas se les empezó a terminar el agua, los pastos se secaron y el ganado se moría de hambre. La gente tampoco tenía para comer y se empezó a saber que a fulanito lo habían matado para robarle, que a zutanito le faltaban no sé cuántas vacas, que a menganito lo asaltaron en su casa. Aquello era un completo caos.

El pobre músico se encontraba en una situación desesperada. Él no quería matar ni robar; no, él no quería llegar a esos extremos, pero un día le dijo a su esposa:

—Mira, vieja, si en este momento el mismo diablo me contratara para ir a tocar a los infiernos, allá iría yo con tal de conseguir dinero para comprar comida.

—Deja de pensar tonterías —le dijo la mujer— necesitas cenar lo que sea, porque estás delirando y ha de ser de pura hambre.

—Pues, mientras calientas la cena, voy a la tienda a comprar el petróleo. (En aquel entonces, no había luz eléctrica y en las casas se empleaban aparatos de petróleo).

Ya estaba oscureciendo cuando el señor vio que a lo lejos venía un jinete vestido de negro, montado en un caballo negro también. El jinete se acercaba y se acercaba, y cuando estuvieron a un paso el uno del otro, el jinete preguntó:

—¿No sabe usted de alguien del pueblo que sepa tocar el arpa? Porque esta noche voy a dar una fiesta y ando buscando a alguien que vaya a tocar.

El músico, muy animado, le contestó:

—Yo sé tocar el arpa y, si usted no tiene inconveniente, puedo ir a tocar a su fiesta.

—Bueno, pues a las doce de la noche pasaré a por ti, prepárate y espérame en la puerta de tu casa.

Y, sin esperar respuesta, el jinete negro se alejó rápidamente. Muy contento,  llegó a su casa el músico y se preparó. A las doce en punto, el hombre salió por la puerta de su casa. También en ese momento, muy puntual, el jinete llegaba al lugar de la cita y, sin detener siquiera al caballo, le pidió que se montara en él. Hecho esto, el jinete espoleó a su caballo, que inmediatamente se elevó y voló cruzando el cielo como una exhalación. En unos cuantos segundos, ya estaban frente a una enorme puerta de acero muy bien hecha. Dos criados se acercaron y abrieron el portón. El lugar estaba muy iluminado, pero no se veía de qué lugar salía aquella luz.

El jinete y el músico se dirigieron a un salón lleno de gente muy elegante. Al parecer, sólo esperaban a que llegara el jinete para comenzar la fiesta.

El músico acomodó su instrumento y comenzó a tocar. Con esto se inició el baile, que duró horas. La gente no se cansaba de bailar, pero el músico sí de tocar. Cuando ya se iba a tomar un ligero descanso, se le acercó una vieja señora que le parecía familiar pero, según creía, ¡esa señora había muerto hace tiempo!  Todo eso le hacía sentir un temblor por todo el cuerpo, pero el músico lo disimuló como pudo.



La viejita le dijo que no se pusiera nervioso, que sólo iba a ayudarle:

—Nada malo va a pasarte —le dijo— no tengas miedo. Si te ofrecen vino, no lo tomes porque es lumbre. Si te dan cigarros, no los aceptes porque en vez de tener tabaco tienen veneno de serpiente. ¿Ves a tus familiares y compadres allá, detrás de esa mesa? Hace ya tiempo que están aquí con nosotros, pero aún no los míos… Por favor, cuando vuelvas a la tierra, dile a mis familiares que estoy arrepentida de la vida que llevé, que por favor me perdonen.

Tras esto, se cortó un pedazo del vestido que llevaba puesto y le pidió que se  lo enseñara a sus familiares para que le creyeran.

Terminada la fiesta, el jinete le dio al músico un saco repleto de dinero y le llenó el arpa de monedas de oro. Luego, en el mismo caballo negro, volaron como una exhalación y el jinete dejó al músico frente a la puerta de su casa. Al amanecer, la esposa fue a pedirle dinero para la compra, pero como el músico estaba muy agitado, sólo le dijo que tomara el dinero que quisiera del arpa.

Así lo hizo su esposa y, sobre el instrumento, encontró el pedazo del vestido con que habían enterrado a Doña Panchita, una antigua vecina. Cuando quiso sacar dinero del arpa, empezaron a salir serpientes, lagartijas, arañas y alacranes de él. Al final, encontró unas cuantas monedas, lo mínimo que un músico ganaba por tocar una noche.

El tiempo pasó, volvieron las lluvias y las siembras dieron buenas cosechas, pero el músico siguió atormentado por el recuerdo de aquella noche en el infierno. Sólo cuando murió pudo descansar en paz.