domingo, 4 de agosto de 2024

La Noche de las Actas Perdidas


 

Era una noche de noviembre, fría y tormentosa, en el pequeño pueblo de San Andrés. La lluvia caía sin cesar, golpeando con furia los tejados y calles desiertas. El viento ululaba entre los árboles desnudos, como un alma en pena buscando consuelo.

El viejo ayuntamiento, una imponente edificación de piedra y madera, se alzaba en la plaza central. Sus muros habían presenciado innumerables eventos a lo largo de los siglos, pero ninguno tan inquietante como el que estaba a punto de suceder.

Esa noche, el concejal Juan Pérez tenía la tarea de revisar las actas del último año. Había recibido una llamada urgente del alcalde, preocupado por unos documentos que parecían haber desaparecido. Juan, conocido por su meticulosidad y compromiso con el trabajo, aceptó la tarea sin dudar.

Al llegar al ayuntamiento, se encontró con una atmósfera pesada, casi opresiva. El edificio estaba sumido en un silencio sepulcral, roto solo por el eco de sus propios pasos en el mármol pulido. Subió las escaleras hasta la sala de archivos, donde miles de documentos se almacenaban meticulosamente en estanterías que se extendían hasta el techo.

Encendió la luz, que parpadeó un par de veces antes de iluminar tenuemente la sala. Se dirigió al armario donde se guardaban las actas más recientes y comenzó a revisar una por una. A medida que avanzaba en su búsqueda, la sensación de ser observado se hizo cada vez más intensa. Miraba a su alrededor, pero no veía nada fuera de lo común.

De repente, un fuerte estruendo resonó en el pasillo. Juan se levantó de un salto, el corazón latiéndole con fuerza. Salió de la sala y caminó cautelosamente hacia la fuente del ruido. Las puertas de los despachos estaban cerradas y el pasillo vacío. Sin embargo, una corriente de aire helado le hizo temblar. Decidió volver rápidamente a la sala de archivos.

Al llegar, notó que algo había cambiado. Los documentos que había dejado ordenadamente en la mesa ahora estaban desparramados por el suelo. Se inclinó para recogerlos, y en ese momento, sintió una presencia detrás de él. Se giró de inmediato, pero no vio a nadie. La puerta estaba cerrada y las ventanas aseguradas.

Juan intentó calmarse y concentrarse en su tarea. Pasaron las horas, y la noche se hacía cada vez más densa y oscura. Finalmente, encontró la última acta que buscaba. Sintió un alivio momentáneo, pero cuando se dispuso a guardar los documentos, escuchó un susurro. Parecía un murmullo lejano, como si alguien estuviera pronunciando su nombre.

Las luces se apagaron de repente, dejándolo en completa oscuridad. Su respiración se aceleró y el pánico se apoderó de él. Buscó a tientas su teléfono móvil y encendió la linterna. La luz débil iluminó el rostro de una figura espectral, que lo observaba con ojos vacíos desde el otro lado de la mesa.

Juan gritó y salió corriendo de la sala. Bajó las escaleras a toda prisa, sin mirar atrás. Al llegar a la puerta principal, la encontró cerrada con llave. Desesperado, buscó la salida de emergencia y finalmente logró escapar al exterior. La lluvia seguía cayendo torrencialmente, empapándolo por completo mientras corría hacia su casa.

Al día siguiente, el alcalde encontró a Juan en su oficina, pálido y tembloroso. Le entregó las actas, pero no pudo explicar lo sucedido. El alcalde, incrédulo, revisó los documentos y se dio cuenta de que faltaba uno. Era el acta de una reunión secreta, un documento que contenía información comprometida sobre la corrupción en el ayuntamiento.

Nunca se supo qué ocurrió exactamente esa noche. Algunos dicen que el espíritu de un antiguo funcionario, que había muerto en circunstancias misteriosas, rondaba los pasillos del ayuntamiento, protegiendo los secretos del pasado. Otros creen que fue simplemente una alucinación provocada por el cansancio y el estrés.

Pero para Juan Pérez, la noche de las actas perdidas fue una experiencia que nunca pudo olvidar. A partir de ese día, evitó trabajar hasta tarde en el ayuntamiento y siempre miraba por encima de su hombro, temiendo que aquella presencia espectral volviera a aparecer.







sábado, 3 de agosto de 2024

El Amor Indomable


 

En un pequeño pueblo a las afueras de la gran ciudad, vivía don Julián, un hombre robusto y de corazón generoso, conocido por todos como el carnicero del barrio. Era querido por su comunidad no solo por la calidad de su carne, sino por su amabilidad y disposición a ayudar a quien lo necesitara.

Un día, al abrir su carnicería, don Julián encontró una caja de madera en la puerta. Al acercarse, escuchó unos suaves gemidos que despertaron su curiosidad. Con sumo cuidado, abrió la caja y descubrió dos pequeñas leonas, apenas unas crías. Alguien las había abandonado, y al parecer, el destino había decidido que don Julián fuera su nuevo protector.

Aunque sabía que criar leones no era tarea fácil, don Julián no dudó en llevarlas a casa. Las nombró Luna y Sol, por sus pelajes que le recordaban al brillo del día y la noche. Desde ese momento, su vida cambió radicalmente. Los días de don Julián se llenaron de risas y juegos mientras alimentaba y cuidaba a las dos cachorras, que crecieron rápidamente bajo su amor y protección.

Los años pasaron y Luna y Sol se convirtieron en majestuosas leonas adultas. A pesar de su imponente tamaño y fuerza, seguían siendo cariñosas y juguetonas con don Julián, quien se había convertido en su figura paterna. Sin embargo, la convivencia con dos leonas adultas en un barrio residencial comenzó a generar preocupaciones entre los vecinos, que temían por su seguridad.

Finalmente, las autoridades intervinieron y le exigieron a don Julián que trasladara a Luna y Sol a un parque zoológico donde pudieran vivir en un entorno más adecuado para su naturaleza salvaje. Aunque la decisión le rompió el corazón, don Julián entendió que era lo mejor para sus queridas leonas.

El día de la despedida fue agridulce. Don Julián llevó a Luna y Sol al zoológico local, donde fueron recibidas con gran expectación. Las leonas, a pesar de su nuevo entorno, nunca olvidaron a su querido protector. Cada vez que don Julián las visitaba, Luna y Sol corrían hacia él con el mismo entusiasmo de cuando eran cachorras, envolviéndolo con sus enormes patas en un abrazo lleno de amor y gratitud.

La escena de don Julián abrazado por sus leonas se convirtió en una leyenda local, un testimonio del vínculo inquebrantable que puede surgir entre humanos y animales. Las visitas de don Julián al zoológico se convirtieron en un evento esperado, no solo por él y sus leonas, sino por todos aquellos que querían presenciar aquel milagro de amor indomable.

Con el tiempo, Luna y Sol se adaptaron a su nueva vida, pero en sus corazones siempre guardaron un espacio especial para el hombre que les dio amor y hogar cuando más lo necesitaban. Y don Julián, aunque ya no las tuviera en su hogar, siempre llevó consigo el recuerdo de aquellos días felices y los abrazos cálidos de sus dos leonas adoradas.