lunes, 14 de abril de 2014

"El alma del cura"





Un matrimonio tuvo un hijo al que llevaban mucho tiempo deseando. A poco de nacer, los padres sintieron curiosidad por conocer el destino del niño y decidieron consultar con un adivino de mucha fama en el lugar por lo atinado de sus predicciones.

El adivino estuvo muy ocupado llenando papeles con signos extraños y al final les dijo:

-Su hijo estará lleno de virtudes y vivirá feliz y contento hasta los veintiún años en que, por algún suceso que no logro ver con claridad, lo ahorcarán.

Los padres maldijeron el día en que se les ocurrió consultar con el adivino, pero ya no podían dejar de pensar en la predicción y el pensamiento les ensombrecía la existencia y no conseguían apartarlo de su mente.

El niño se crió estupendamente y, a medida que creció, resultó ser honrado y trabajador y buen hijo con sus padres, por lo que a éstos no hacía sino aumentarles la tristeza. Y ya estaba a punto de cumplir los veintiún años cuando una noche encontró a sus padres llorando en  silencio y, como ya había observado su tristeza anterior, esta vez les preguntó qué les ocurría. Entonces le contaron lo que el adivino había predicho.

Y el muchacho les dijo:

-Pues no os preocupéis más. Mi iré a correr mundo y cuando vuelva veréis que la profecía era mentira.

Y por más que los padres pretendieron disuadirle, el muchacho se empeñó en partir y sus padres hubieron de resignarse a no verlo más.

A la mañana siguiente, antes de salir, la madre le entregó un devocionario con este ruego:

-No te separes nunca de este libro, y en cada lugar adonde llegues, oye la primera misa que se diga. Prométemelo y que Dios te proteja.

Así lo hizo el muchacho y se puso en marcha. Y ese día era el día de Todos los Santos.

Pronto llegó a un pueblo donde decidió pasar la noche. Y habiendo tomado cama en la posada, preguntó al posadero:

-¿Cuándo es aquí la primera misa?

Y le dijo el posadero:

-La misa del alba es a las seis; pero como mañana es el día de Difuntos, la primera misa es a las doce de la noche. Es una misa misteriosa, pues no se sabe quién la dice ni nadie acude a ella.

Y dijo el muchacho, recordando su promesa:

-Pues yo voy a oír esa misa.

Así que habló con el cura del pueblo y le contó lo que le habían dicho. Y dijo el cura:

-Yo no creo lo que se dice en el pueblo e iré a decir la misa a las seis de la mañana, pero si es tu voluntad,  aquí te dejo las llaves de la iglesia para que puedas entrar en ella y esperar hasta la misa del alba.

El muchacho cogió las llaves y aguardó en la posada hasta un poco antes de las doce. Entonces se dirigió a la iglesia, abrió la puerta y se sentó en un banco a esperar.

A las doce en punto sonaron las campanas y vio que una losa se levantaba en el centro de la iglesia y de ella salía un cura. El cura se dirigió a la sacristía y a poco volvió a salir revestido para decir misa y con un cáliz en las manos. Entonces vio al muchacho y le hizo una seña para que se acercara y éste se fue a donde el cura y le ayudó a decir misa. Y terminada la misa le dijo al muchacho:

-Yo fui cura de este pueblo y, por mis culpas, era un ánima en pena hasta que tú, ayudándome a decir misa, me has sacado del Purgatorio. Desde ahora te ayudaré en todo lo que necesites. Que Dios guíe tus pasos.

El muchacho esperó a que el cura del pueblo llegara al alba, le devolvió las llaves y se marchó del lugar. Estuvo caminando todo el día y al caer la tarde vio las luces de un pueblo en la lejanía y se apresuró a dirigirse a él; pero en ese momento se le apareció el alma del cura y le dijo:

-Toma este caballo que te doy y esta bolsa con dinero y vuelve a casa porque tu madre no hace más que llorarte pensando que ya has muerto. No temas nada, que yo te defenderé.

Desapareció el alma del cura y el muchacho estuvo dudando entre seguir buscando un poco de aventura o regresar ya a su casa, pero como estaba impresionado por la aparición del cura decidió seguir su consejo y se puso de vuelta. Y éste era el día en que cumplía los veintiún años.

E iba por el camino con el caballo al paso, tranquilamente, en mitad del silencio de la noche, que ya había caído, cuando le pareció escuchar voces y, desmontando, decidió averiguar a quién pertenecían. Llevó el caballo de las riendas hasta donde se oían las voces y a poco escuchó con claridad:

-Esto te toca a ti, esto te toca a ti, esto a ti y todo esto es para mí -decía uno.

-Este reparto no me parece bien -dijo otro.

-Pues bien o mal, así es -dijo otro.

Porque eran cuatro ladrones que se estaban repartiendo el botín obtenido con sus asaltos en ese día.

El muchacho se acercó tanto a ellos que los ladrones lo sintieron, mas al escuchar los cascos del caballo pensaron que sería la guardia que los había descubierto y echaron a correr abandonándolo todo.

Así que el muchacho fue a ver lo que allí había y encontró cuatro sacos llenos de oro y objetos valiosos; y dejó los objetos, pero tomó el oro, lo cargó en las alforjas y se alejó tan contento pensando en la buena fortuna que había tenido justo el día en que cumplía los veintiún años.

Mas no bien hubo avanzado un tanto cuando los cuatro ladrones le salieron al paso diciendo:

-¡Alto ahí! ¡Ése es el que nos ha robado!

Y uno sujetó el caballo, otro le echó a tierra, otro le golpeó, otro le ató y entre todos le colgaron de la rama de un árbol, le arrebataron cuanto llevaba encima, además del caballo, y le dejaron expuesto a las fieras del bosque.

El muchacho se dispuso a morir y ya estaba encomendando su alma a Dios y pensando también en sus pobres padres cuando escuchó el galope de un caballo que se detuvo ante él, y en él venía el alma del cura, que le descolgó y le dijo:

-Monta este caballo y no pares hasta llegar a tu casa, que ya ha pasado tu día, pero tus padres te están llorando.

Conque el muchacho emprendió el galope y al alborear llegó a casa de sus padres, que ya le daban por muerto; y en cuanto le vieron llegar, cambiaron su llanto por lágrimas de alegría y ya no volvieron a sentir tristeza por el resto de sus días.



sábado, 12 de abril de 2014

"El alfiletero de la anjana"



En Cantabria hay unas hadas llamadas anjanas, que poseen grandes poderes y que premian a los buenos y castigan a los malos. Y también hay una especie de brujos que sólo piensan en hacer daño a la gente y se llaman ojáncanos, porque tienen un solo ojo en medio de la frente. Los ojáncanos viven en cuevas y son enemigos de siempre de las anjanas.

Un día, una anjana perdió un alfiletero que tenía cuatro alfileres con un brillante cada uno y tres agujas de plata con el ojo de oro.

Una pobre que andaba pidiendo limosna de pueblo en pueblo lo encontró, pero la alegría le duró poco porque en seguida pensó que, si intentaba venderlo, todos pensarían que lo había robado. Así que, no sabiendo qué hacer con él, resolvió guardarlo. Esta pobre vivía con un hijo que la ayudaba a buscarse el sustento, pero un día su hijo fue al monte y no volvió, porque lo había cogido un ojáncano.

Desconsolada al ver que pasaban los días y que su hijo no volvía, la pobre siguió pidiendo limosna y guardaba el alfiletero en el bolsillo. Pero no sabía que al hijo le había cogido el ojáncano y lo creyó perdido y muerto y lo lloró amargamente, pues era su único hijo.

Un día que andaba pidiendo, pasó ante una vieja que cosía. Justo al pasar la pobre, a la vieja se le rompió la aguja y le dijo a la pobre:

-¿No tendrá usted una aguja por casualidad?

La pobre lo pensó durante unos momentos y al fin le contestó:

-Sí que tengo, que acabo de encontrar un alfiletero que tiene tres, así que tome usted una -y se la dio a la vieja.

Siguió la pobre su camino y pasó delante de una muchacha muy guapa que estaba cosiendo y le sucedió lo mismo y le dio la segunda aguja del alfiletero.

Y más tarde pasó junto a una niña que estaba cosiendo y ocurrió lo mismo y la pobre le dio la tercera aguja.

Entonces ya sólo le quedaban los alfileres del alfiletero, pero sucedió que un poco más adelante se encontró con una mujer joven que se había clavado una espina en el pie y la mujer le preguntó si no tendría un alfiler para ayudarla a sacarse la espina y, claro, la pobre le dio uno de sus alfileres. Y todavía volvió a encontrarse con otra muchacha que lloraba con desconsuelo porque se le había roto la falda de su vestido, con lo que la pobre empleó sus tres últimos alfileres en recomponer la falda y con esto se quedó con el alfiletero vacío.

Al final, su camino la llevó al río, pero no tenía puente por donde atravesarlo, de manera que empezó a caminar por la orilla con la esperanza de encontrar un vado, cuando en éstas oyó al alfiletero que le decía:

-Apriétame a la orilla del río.

La pobre hizo lo que el alfiletero le decía y de repente apareció un sólido madero cruzando el río de lado a lado y la pobre pasó sobre él y alcanzó la otra orilla. Entonces el alfiletero le dijo:

-Cada vez que desees algo o necesites ayuda, apriétame.

La pobre siguió su camino, pero tuvo la mala suerte de no encontrar casa alguna donde poder llamar y empezó a sentir hambre. Entonces se acordó del alfiletero y se dijo: «¿Y si el alfiletero me diese algo de comer?».

Apretó el alfiletero y en sus manos apareció un pan recién horneado, por lo que, muy contenta, se lo comió mientras proseguía su camino. Luego, al poco tiempo, alcanzó a ver una casa a la que se dirigió sin demora para pedir limosna, pero en la casa sólo había una mujer que estaba llorando la pérdida de su hija porque se la había arrebatado un ojáncano.

Compadecida, la pobre le dijo que ella misma iría al bosque a ver si podía encontrar a su hija.

En seguida se acordó del alfiletero y, no sabiendo por dónde empezar a buscar, lo apretó fuertemente y apareció una corza con un lucero en la frente. La corza echó a andar y la pobre se fue tras ella hasta que el animal se detuvo ante una gran piedra y allí se quedó esperando.

Desconcertada, la pobre volvió a apretar el alfiletero y apareció un martillo. Cogió el martillo y golpeó la piedra con todas sus fuerzas y ésta se rompió en pedazos y apareció la cueva del ojáncano. Entonces se adentró en ella acompañada de la corza y, aunque la cueva estaba en la más completa oscuridad, el lucero en la frente de la corza les iluminaba el camino.

Y recorrieron la cueva por todos sus rincones hasta que en uno de ellos la pobre vio a un muchacho dormido y reconoció que era su hijo, al que el ojáncano había robado hacía tiempo, y le despertó y se abrazaron con inmensa alegría los dos y, en seguida, se apresuraron a salir de la cueva con la ayuda de la corza.

Volvieron a la casa de la mujer que lloraba la pérdida de su hija, pero entonces la pobre vio que ya no lloraba y reconoció por su porte que era una anjana.

Y la anjana le dijo:

-Ésta es tu casa desde ahora. No dejes volver más al bosque a tu hijo sin cuidado. Y ahora aprieta por última vez el alfiletero.

La pobre lo apretó y aparecieron cincuenta ovejas, cincuenta cabras y seis vacas. Y así que terminaron de contarlas vieron que la corza, la anjana y el alfiletero habían desaparecido.