lunes, 30 de enero de 2017

El desafío del duque de Medina Sidonia al rey de Portugal


En la frontera portuguesa de Valencia de Alcántara, entre el 1 de octubre y el 19 de diciembre de 1641, Don Gaspar Pérez de Guzmán (IX duque de Medina Sidonia) estuvo esperando a que se presentara a la cita su cuñado, el rey de Portugal. La razón era el desafío a muerte que el duque había propuesto al marido de su hermana para saldar una cuestión de honor.

El lío familiar entre los Medina Sidonia y los Braganza (la familia de Juan IV de Portugal) requiere de una previa ambientación para sacarle todo el jugo. Hacia 1632, con el fin de reducir el riesgo de una insurrección independentista en el reino de Portugal (que formaba parte de la Monarquía Hispánica desde 1580), el conde duque de Olivares —Primer ministro de Felipe IV— se propuso concertar un matrimonio entre el duque de Braganza y una mujer de una gran familia española. El razonamiento era que situar a una española de esposa del heredero del principal linaje que podría liderar una nueva dinastía lusa reduciría el riesgo de fractura.


Olivares eligió a Luisa de Guzmán, porque era pariente suya y miembro de las Casa de Medina Sidonia (la más poderosa de Andalucía y descendiente de reyes de Portugal) y porque era una mujer de carácter. El primer ministro de Felipe IV consideró que sería capaz de influir en el duque de Braganza, un hombre pacífico y religioso. El objetivo se cumplió, casándose en 1633. Cuando en 1640 un sector importante de la nobleza portuguesa le insistió al duque de Braganza sobre la necesidad de aprovechar el agotamiento de los ejércitos de la monarquía hispánica en Cataluña y en centro Europa para restaurar en él la monarquía de Portugal, el principal apoyo de los conspiradores fue precisamente la duquesa española; se le atribuye la frase “antes reina por un día que duquesa toda la vida”.
El carácter de Juan IV de Portugal se puede resumir en el apelativo de “el rey músico”, con el que ha pasado a la historia quien restauró la monarquía portuguesa con ayuda de Francia, Holanda e Inglaterra. Por lo tanto, la mujer elegida por su primo Olivares para evitar el problema de la posible secesión acabó siendo clave para que éste se concretara y afianzara durante la guerra peninsular más larga y devastadora de la historia: 28 años.

La declaración de independencia de su hermana y su cuñado dejó al duque de Medina Sidonia en una situación comprometida, pues era una especie de gobernador militar de Andalucía. Tres años antes, él y un primo suyo que era también subordinado militar al cargo de la defensa de la desembocadura del río Guadiana—el marqués de Ayamonte— aplastaron una sublevación portuguesa; pero esta vez los sublevados eran partidarios de un miembro de su familia. En lugar de tomar la iniciativa militar, el duque de Medina Sidonia empleó variadas excusas para justificar su ausencia de actividad militar en el Algarve portugués. Paralelamente negoció el apoyo de su cuñado y de Francia y Holanda para independizar Andalucía de la Monarquía Hispánica.

Como muchos otros castellanos, en Lisboa estaba preso un soldado llamado Sancho, que había sido tesorero del ejército de Andalucía, por lo que era conocido del duque de Medina Sidonia. Un fraile del entorno de la reina Luisa de Guzmán le propuso ser emisario entre el recientemente autoproclamado rey de Portugal y su antiguo jefe militar. Sancho llevó el mensaje hasta el duque de Medina Sidonia y fue encargado por éste para regresar a Lisboa con otro mensaje pero Sancho a donde se dirigió fue a Madrid, entregándole la carta al conde duque de Olivares.

Éste debió de convocar al duque de Medina Sidonia hasta tres veces para que acudiese a Madrid para explicarse, consiguiéndolo solo tras recordarle su parentesco y garantizarle el perdón del rey. El 10 de septiembre de 1641 el gobernador convertido en conspirardor confesó su implicación en el complot, echando las culpas a su primo Ayamonte. Éste último fue detenido y trasladado a Madrid. El duque de Medina Sidonia fue llevado ante Felipe IV, echándose a sus pies y rogando por su perdón, que el Rey le concedió. Todo esto se realizó en secreto pero, ante el comienzo de los rumores sobre ambos aristócratas, el 29 de septiembre Olivares le indicó a Medina Sidonia que lanzara una proclama con la que retaba a un duelo a muerte a su cuñado Braganza. Como condición adicional a su perdón se le ordenó no volver a pisar sus dominios hasta que se lo autorizasen expresamente.

Conforme a lo previsto, el 1 de octubre el duque de Medina Sidonia estaba con su séquito en Valencia de Alcántara preparado para batirse en duelo con su cuñado. Allí estuvo esperando durante ochenta días, enviando mensajes para recordarle la cita. Algo imposible de aceptar para el “rey músico”. El 19 de diciembre levantó el campo y se incorporó a la campaña contra los portugueses. Pero el siguiente mes de julio el duque se presentó en “su capital” de Sanlúcar de Barrameda en medio de los vítores de sus vasallos.

Esta infracción de las condiciones de su perdón motivó que fuera conminado a viajar inmediatamente a Burgos, de allí se le trasladó a Vitoria y luego se le encerró en el castillo de Coca. Como la conspiración era ya de dominio público, el Gobierno decidió celebrar el juicio contra él y Ayamonte. Al duque de Medina Sidonia se le condenó a entregar al rey un donativo descomunal — 200.000 ducados — así como la rica ciudad de Sanlúcar, capital de sus estados. También se le obligó a residir en Valladolid.

Peor parado resultó el marqués de Ayamonte. Confesó sus delitos a cambio de la promesa de no condenársele a muerte, pero esta promesa no se cumplió y se le sentenció a morir Aunque la condena no se cumplió inmediatamente, permaneciendo preso en el Alcázar de Segovia durante seis años. Ayamonte tuvo la mala suerte de que en Aragón se produjo por aquel entonces la conspiración secesionista del duque de Hijar, motivo por el que el nuevo valido de Felipe IV se olvidase de la promesa del anterior y decidió hacer con él un escarmiento para el resto de la nobleza, ejecutándose la condena de Ayamonte en 1648.




jueves, 26 de enero de 2017

El caballo de Aliatar




Como explicamos en la historia del enamoramiento entre el Sultán Muley Hacen y su prisionera Isabel de Solís (conocida como Zorayda) éste rey de Granada quiso favorecer a los hijos que tuvo con su amada segunda esposa. Ante la inminencia del cambio de heredero al trono de Granada, la despechada sultana Aixa defendió los derechos de su hijo Boabdil aliándose con el clan de los poderosos abencerrajes, que odiaban intensamente a Muley Hacen desde que éste —siendo todavía príncipe heredero, 29 años antes— hubiera masacrado a sus padres y parientes en una sala de su palacio de La Alhambra. En el invierno de 1482 Boabdil y sus aliados consiguieron controlar la ciudad de Granada (además de la parte del reino ocupada por sus partidarios).

En éste contexto de guerra civil se produce la llamada Leyenda del Caballo de Aliatar. Pero dadas las numerosas coincidencias históricas —y entendiendo las normales exageraciones de un relato caballeresco como éste— entendemos que hay mucho de historia creíble en esta leyenda. Pero sigamos con los personajes históricos, los lugares y el relato.

Además del apoyo de Los Abencerrajes, el joven sultán Boabdil contaba con la ayuda de su suegro Aliatar, el prestigioso y temido general musulmán que era el alcaide de la localidad de Loja. Esta bella ciudad era por aquel entonces especialmente estratégica, pues era la última que quedaba entre las avanzadillas de los cristianos y la capital del reino de Granada. Al ser considerada «la llave de la ciudad de Granada» Aliatar había reforzado extraordinariamente sus fortificaciones y había acumulado allí numerosos guerreros moros dispuestos a todo. Por su parte, el depuesto sultán Muley Hacen controlaba otras zonas del reino y trataba de buscar apoyos para reconquistar la capital que su hijo y su primera esposa le habían arrebatado.


El rey Fernando el Católico trataba de sacar partido de la guerra civil entre Muley Hacen y Boabdil. Para ello contaba como base de partida para su ejército con la fortaleza de Priego de Córdoba, cuya defensa estaba encomendada a la Orden de Calatrava. En ese lugar tan peligroso estaban destinados la flor y nata de sus caballeros. En el mes de julio de 1482 un impresionante ejército dirigido personalmente por el rey Fernando se dirigió desde Priego hacia Loja, con la gran caravana de tropas y auxiliares necesarios para montar el asedio a una fortaleza casi inexpugnable. Entre los importantes caballeros que acompañaban al rey en una expedición tan arriesgada estaban el Condestable de Castilla Pedro Fernández de Velasco, el Duque de Medinaceli y El Gran Maestre de los caballeros de Calatrava; tenían a su disposición unos 5.000 caballeros y 10.000  soldados de infantería, así como una potente artillería de asedio y los miles de paisanos necesarios para cavar trincheras, levantar muros, cortar leña y garantizar el avituallamiento de miles de combatientes y caballos.

Los castellanos empezaron a montar su campamento a orillas del río Genil, en una complicada zona de cuestas, olivares y barrancos; el sitio elegido no facilitaba el posicionamiento y la maniobra de la numerosa caballería castellana. Pero antes de que los cristianos estuvieran organizados apropiadamente, Aliatar y sus guerreros hicieron un ataque por sorpresa en el que derrotaron a los cristianos y les obligaron a replegarse desordenadamente. Entre los muertos figuró Rodrigo Téllez Girón, Gran Maestre de los calatravos y alcaide de la fortaleza de Priego. Esa victoria supuso una gran alegría para Boabdil, pues no solo le evitaba una invasión, sino que le reforzaba en su posición frente a su padre. También aumentó aún más el prestigio de Aliatar, que pasó de defender Loja a atacar la frontera castellana con su triunfante caballería mora.

A causa de la derrota de Loja la plaza fuerte de Baena adquirió mayor valor para los cristianos. Su alcaide era el caballero Don Pedro Manrique de Aguilar, que tenía como misión defender esa parte de la frontera de los moros que controlaban la fortaleza de Carcabuey. Un día de noviembre de 1482 un agitado colono cristiano se presenta ante el alcaide para alertarle que ha visto a un numeroso grupo de caballeros escondidos en los alrededores. Para cerciorarse de si eran bandidos cristianos o musulmanes de Carcabuey, Pedro Manrique salió en solitario para localizar al grupo. Al llegar a la zona indicada se vio rodeado por un grupo de unos 40 caballeros musulmanes comandados por Aliatar. Como ambos caballeros se conocían de combates anteriores, se saludaron. El alcaide moro le dijo a Manrique que le entregara sus armas y que le acompañara en calidad de rehén hasta Carcabuey; también le comentó que se había escondido allí para evitar que le capturase el conde de Cabra, que le había estado persiguiendo con muchos más caballeros.

Para evitar encontrarse con la mesnada del Conde de Cabra, Aliatar decidió coger la senda de las Navas; se trata de un recorrido muy estrecho, abrupto y peligroso que por causa de las lluvias se había vuelto muy resbaladizo. Para evitar despeñarse todos desmontaron de sus caballos y avanzaron al paso, cuidadosamente. El jefe moro Aliatar y Don Pedro marchaban en vanguardia del grupo, charlando sobre otros encuentros bélicos.

En un momento dado, ambos se adelantaron al resto del grupo, circunstancia que aprovechó Don Pedro para darle un empujón a Aliatar; éste cayó por el terraplén rodando hasta una zona con una vegetación muy densa. Don Pedro bajó detrás de él, le arrebató su puñal y se lo puso en el cuello, ordenándole que guardara silencio —pues de lo contrario lo mataba—. Cuando llegaron a su altura el resto de los musulmanes y comenzaron a buscarles entre la maleza, hizo aparición el conde de Cabra y sus caballeros; esto motivó que los guerreros musulmanes interrumpieran la búsqueda y huyeran.

Reunidos el conde de Cabra, Aliatar y Manrique se pusieron a hablar de lo ocurrido y de pasados encuentros; el caudillo moro se quejó de que sus acompañantes hubieran huido sin combatir, y comparó esa actitud cobarde con la nobleza de su caballo llamado «Leal» (que se había quedado en las inmediaciones, esperando a su dueño). Aliatar también se lamentó de que —al ser su prisionero— perdería para siempre a su querido caballo. La conversación se volvió tan sentimental que tanto Manrique como el conde de Cabra decidieron devolver la libertad a su prisionero, autorizándole a volver a Loja con su querido caballo. Todos montaron con el fin de salir del intrincado lugar en que se encontraban; Aliatar abría el camino para el gran grupo de caballeros. En un momento dado se encontraron con un río muy crecido y peligroso; pero cuando se disponían a cruzarlo por un determinado vado, el caballo Leal sorprendió a todos negándose a pasar por ahí y empeñándose en dirigirse a otro lugar para atravesarlo. Resultó ser mejor y por allí cruzaron todos; y a partir de ese momento lo denominaron “El vado del moro”.

Cuando llegaron al lugar en que debían de separarse para seguir hasta sus respectivas fortalezas, un Aliatar emocionado por el comportamiento de los cristianos le dijo a Don Pedro que le agradecía tanto su gesto que había decidido regalárselo como recuerdo de aquel día. Don Pedro le dio entonces el suyo, como intercambio. El alcaide musulmán volvió a su fortaleza y Manrique regresó a su casa montando a Leal. En los días siguientes Leal se negó a comer, muriendo de pena. ¿Cuanto hay de verdad y cuanto de exageración o de invención? ¿Es imaginable renunciar a un rescate tan jugoso como el de Boabdil por un gesto de caballerosidad? ¿Puede un caballo saber mejor que su jinete por donde cruzar un río?