En éste contexto de guerra civil se produce la llamada Leyenda del Caballo de Aliatar. Pero dadas las numerosas coincidencias históricas —y entendiendo las normales exageraciones de un relato caballeresco como éste— entendemos que hay mucho de historia creíble en esta leyenda. Pero sigamos con los personajes históricos, los lugares y el relato.
Además del apoyo de Los Abencerrajes, el joven sultán Boabdil contaba con la ayuda de su suegro Aliatar, el prestigioso y temido general musulmán que era el alcaide de la localidad de Loja. Esta bella ciudad era por aquel entonces especialmente estratégica, pues era la última que quedaba entre las avanzadillas de los cristianos y la capital del reino de Granada. Al ser considerada «la llave de la ciudad de Granada» Aliatar había reforzado extraordinariamente sus fortificaciones y había acumulado allí numerosos guerreros moros dispuestos a todo. Por su parte, el depuesto sultán Muley Hacen controlaba otras zonas del reino y trataba de buscar apoyos para reconquistar la capital que su hijo y su primera esposa le habían arrebatado.
El rey Fernando el Católico trataba de sacar partido de la guerra civil entre Muley Hacen y Boabdil. Para ello contaba como base de partida para su ejército con la fortaleza de Priego de Córdoba, cuya defensa estaba encomendada a la Orden de Calatrava. En ese lugar tan peligroso estaban destinados la flor y nata de sus caballeros. En el mes de julio de 1482 un impresionante ejército dirigido personalmente por el rey Fernando se dirigió desde Priego hacia Loja, con la gran caravana de tropas y auxiliares necesarios para montar el asedio a una fortaleza casi inexpugnable. Entre los importantes caballeros que acompañaban al rey en una expedición tan arriesgada estaban el Condestable de Castilla Pedro Fernández de Velasco, el Duque de Medinaceli y El Gran Maestre de los caballeros de Calatrava; tenían a su disposición unos 5.000 caballeros y 10.000 soldados de infantería, así como una potente artillería de asedio y los miles de paisanos necesarios para cavar trincheras, levantar muros, cortar leña y garantizar el avituallamiento de miles de combatientes y caballos.
Los castellanos empezaron a montar su campamento a orillas del río Genil, en una complicada zona de cuestas, olivares y barrancos; el sitio elegido no facilitaba el posicionamiento y la maniobra de la numerosa caballería castellana. Pero antes de que los cristianos estuvieran organizados apropiadamente, Aliatar y sus guerreros hicieron un ataque por sorpresa en el que derrotaron a los cristianos y les obligaron a replegarse desordenadamente. Entre los muertos figuró Rodrigo Téllez Girón, Gran Maestre de los calatravos y alcaide de la fortaleza de Priego. Esa victoria supuso una gran alegría para Boabdil, pues no solo le evitaba una invasión, sino que le reforzaba en su posición frente a su padre. También aumentó aún más el prestigio de Aliatar, que pasó de defender Loja a atacar la frontera castellana con su triunfante caballería mora.
A causa de la derrota de Loja la plaza fuerte de Baena adquirió mayor valor para los cristianos. Su alcaide era el caballero Don Pedro Manrique de Aguilar, que tenía como misión defender esa parte de la frontera de los moros que controlaban la fortaleza de Carcabuey. Un día de noviembre de 1482 un agitado colono cristiano se presenta ante el alcaide para alertarle que ha visto a un numeroso grupo de caballeros escondidos en los alrededores. Para cerciorarse de si eran bandidos cristianos o musulmanes de Carcabuey, Pedro Manrique salió en solitario para localizar al grupo. Al llegar a la zona indicada se vio rodeado por un grupo de unos 40 caballeros musulmanes comandados por Aliatar. Como ambos caballeros se conocían de combates anteriores, se saludaron. El alcaide moro le dijo a Manrique que le entregara sus armas y que le acompañara en calidad de rehén hasta Carcabuey; también le comentó que se había escondido allí para evitar que le capturase el conde de Cabra, que le había estado persiguiendo con muchos más caballeros.
Para evitar encontrarse con la mesnada del Conde de Cabra, Aliatar decidió coger la senda de las Navas; se trata de un recorrido muy estrecho, abrupto y peligroso que por causa de las lluvias se había vuelto muy resbaladizo. Para evitar despeñarse todos desmontaron de sus caballos y avanzaron al paso, cuidadosamente. El jefe moro Aliatar y Don Pedro marchaban en vanguardia del grupo, charlando sobre otros encuentros bélicos.
En un momento dado, ambos se adelantaron al resto del grupo, circunstancia que aprovechó Don Pedro para darle un empujón a Aliatar; éste cayó por el terraplén rodando hasta una zona con una vegetación muy densa. Don Pedro bajó detrás de él, le arrebató su puñal y se lo puso en el cuello, ordenándole que guardara silencio —pues de lo contrario lo mataba—. Cuando llegaron a su altura el resto de los musulmanes y comenzaron a buscarles entre la maleza, hizo aparición el conde de Cabra y sus caballeros; esto motivó que los guerreros musulmanes interrumpieran la búsqueda y huyeran.
Reunidos el conde de Cabra, Aliatar y Manrique se pusieron a hablar de lo ocurrido y de pasados encuentros; el caudillo moro se quejó de que sus acompañantes hubieran huido sin combatir, y comparó esa actitud cobarde con la nobleza de su caballo llamado «Leal» (que se había quedado en las inmediaciones, esperando a su dueño). Aliatar también se lamentó de que —al ser su prisionero— perdería para siempre a su querido caballo. La conversación se volvió tan sentimental que tanto Manrique como el conde de Cabra decidieron devolver la libertad a su prisionero, autorizándole a volver a Loja con su querido caballo. Todos montaron con el fin de salir del intrincado lugar en que se encontraban; Aliatar abría el camino para el gran grupo de caballeros. En un momento dado se encontraron con un río muy crecido y peligroso; pero cuando se disponían a cruzarlo por un determinado vado, el caballo Leal sorprendió a todos negándose a pasar por ahí y empeñándose en dirigirse a otro lugar para atravesarlo. Resultó ser mejor y por allí cruzaron todos; y a partir de ese momento lo denominaron “El vado del moro”.
Cuando llegaron al lugar en que debían de separarse para seguir hasta sus respectivas fortalezas, un Aliatar emocionado por el comportamiento de los cristianos le dijo a Don Pedro que le agradecía tanto su gesto que había decidido regalárselo como recuerdo de aquel día. Don Pedro le dio entonces el suyo, como intercambio. El alcaide musulmán volvió a su fortaleza y Manrique regresó a su casa montando a Leal. En los días siguientes Leal se negó a comer, muriendo de pena. ¿Cuanto hay de verdad y cuanto de exageración o de invención? ¿Es imaginable renunciar a un rescate tan jugoso como el de Boabdil por un gesto de caballerosidad? ¿Puede un caballo saber mejor que su jinete por donde cruzar un río?
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