martes, 26 de febrero de 2013

Entre pinos me vi un día



Cuando los leñadores creyeron que mi tronco ya era seco apuntaron amenazantes con su hacha, sentí el primer golpe y la herida desparramó trozos de corteza.

Una y otra vez alternaron el viaje con su herramienta, sin remordimiento tasajearon mi lineal figura y horadaron cerca de la raíz. El fin era inminente y pronto los fragmentos de mi otrora corpulenta estructura estarían apilados en un lado de la caballeriza. La rama vecina más cercana al espigado y redondo troncón se cimbraba quejumbrosa simulando un azoro poco usual.

Mi llanto chorreaba en forma de gotas de trementina pegajosa y tres veces me llegó el deseo de embarrar la cara y los cabellos del par de despiadados taladores, tan cuidadosos que limpiaban la transparente y melosa brea cuando se acumulaba en el grueso metal. Y las tres veces me quedé con las ganas, por supuesto. Al parecer no estaba tan maduro. Grité desaforado suplicando compasión pero de los nudos no salió un solo tono.

Acaso los únicos ruidos fueron los secos, sordos porrazos disminuyendo poco a poco el grosor de la viga: taz, taz, taz, podía oírse a diez potreros a la redonda pero no vislumbraba auxilio por ninguna parte.

Los minutos eran eternos. La escasa vida ahuyentaba los alientos, que parecían elevarse en una vegetal plegaria a la diosa de las coníferas, que cerró sus oídos aceptando mi impotencia. Qué descanso. El sudor mojaba la frente de los humanos y yo exhalaba dificultosamente aprovechando el tiempo en que desdoblaban el paliacate colorado y el instante en que lo guardaban en la bolsa trasera de su pantalón de mezclilla.

Y disfrutaba los minutos que tardaban en absorber el humo de unos tubos cilíndricos y blancos, apestosos como la boñiga de las vacas que habían hecho de mi poca sombra su lugar de momentáneo reposo en tanto que rumiaban placenteras. Antes, en la mocedad, mi cuerpo apenas tomaba forma y los humanos de corta edad me doblaban, groseros, casi hasta el suelo, pero la delgada vara que era mi tronco parecía chicle.

Me acuerdo complacido que en más de una vez devolví con furia un recto a sus espaldas en venganza por la crueldad con que me trataban. Y fui creciendo, anillo tras anillo, año tras año, en un olvidado rincón del potrero de la siembra. En los otoños mis agujas caían formando un colchón de suave hojarasca, todas las temporadas, empujadas por las otras, verdes y nuevas, prestas a estrenar con júbilo cada invierno.

La fría temporada en Wachochi trajo consigo, en la vuelta de los años, verdaderas avalanchas de limpios copos de nieve que acumulándose en mis ramas dormían de noche para seguir su destino en el más próximo mediodía: caer de súbito humedeciendo la tierra. Y fui produciendo wícharas, piñas pues, aportando cuando debía la semilla para nuevos congéneres, que brotaban insignificantes y flacuchos abrazando mi reducido pero compatible espacio.

Taz, taz, taz. La abertura en forma de ve empequeñecía con cada hachazo la esperanza de seguir plantado, pegado a una tierra que por años, décadas, me dio alimento. Los atinados golpes dejaban acumular una gruesa capa de cáscaras alrededor mío y presentía que el punto de apoyo debilitaba mi fuerza y doblaba mi estructura.

Cuando llegó el momento y las hachas dejaron de penetrarme percibí un preciso empellón y caí cuan largo era, al tiempo que quieto reposaba de la brutal estremecida. Creyendo que los hombres aquellos continuarían con su despiadada tarea resignado esperé minuto a minuto, día a día y nada.

Allí quedé tendido, con la fortaleza de antaño hecha trizas, viendo con cierta nostalgia cómo las ramas fueron secándose en un acto de solidaridad envidiable.

Que una parte de mí muriera y las demás decidieran hacer lo mismo tranquilizó mis angustias y convencido de mi utilidad como alimento para las estufas vecinas me abandoné en el llano de los olvidos.

jueves, 21 de febrero de 2013

El Cancho de los Muertos



Mierlo sabe que le quedan pocos minutos en este mundo tras la brutal paliza que acaba de recibir de sus atacantes mientras se retuerce de dolor notando que la sangre se le acumula en la garganta que le obliga a escupir para poder seguir respirando.

-. ¡Marchemos de aquí muchachos, este pobre desgraciado no lleva encima recompensa alguna! – Les escucha decir mientras con el ojo por el aun ve, observa que se alejan medio corriendo mientras el último se cuelga uno de los corderos recién paridos.

Su fiel perro pastor gime a su lado nervioso mientras le lame la cara en señal de intento de cura, pero no consiguiendo más que Mierlo se sienta aun peor.




Entre toses y gruñidos finalmente su cuerpo se encoje hasta quedar en posición fetal.

Es entonces cuando nota algo de alivio y esa tranquilidad hace que comience a recordar como ha llegado a esta situación sin pretenderlo.

3 días antes…


Como cada día, Mierlo se disponía a llevar a su pequeño rebaño por las laderas cercanas a cantocochino, cuando de repente algo distrae a Yako, su perro pastor, que sale corriendo y ladrando hacia unas jaras en la parte alta de la ladera que hay en frente.

-. Yako! Me cagüen la cuna que te arrulló!

Al poco el perro deja de ladrar pero no sale de las jaras, viendose Mierlo obligado a ir a por él.
Tras las jaras, sorprendido encuentra a una bella joven como dios la trajo al mundo.



-. Pero muchacha, que te ha pasado? – Le dice mientras se quita su cayado para cubrirla sus partes nobles.
-. ¡No me haga daño, por favor! – contesta la chica tirándose al suelo mientras tiembla débil y frágil como una brizna de hierba mecida por el viento.
-. Tranquila, tranquila…no es mi intención. Ven conmigo, tengo agua y comida más adelante escondida entre unas piedras.

Mierlo es la clásica persona que desprende sinceridad, tranquilidad y confianza tan solo con hablar, aunque su léxico sea torpe y muy rural, por lo que la chica se tranquiliza y le acompaña sin mediar más palabras.

Tras darle de comer y beber, la muchacha le explica lo ocurrido y de quien se trata.
Al parecer fue secuestrada por unos bandidos que se alojaban en las inmediaciones de unos riscos que hay a la vista desde cantocochino si se mira al Sur.



El jefe de la banda la quería para él como mujer, pero los dos a quien dejaron a cargo a la muchacha mientras él descendía al pueblo de Manzanares para sus quehaceres cotidianos de extorsión, se disputaron mediante rifa los beneficios de ella hasta que uno ganó. Pero el otro, al descubrir la trampa en el sorteo, le atestó una certera puñalada en el pecho dándole muerte al instante.
Con las manos aun manchadas de sangre y la mirada pedida, se abalanzó sobre la joven con insanas intenciones.
Justo en ese momento el caballo del jefe relinchó mientras saltaba este para caer sobre el mancillador, que golpeo con fuerza hasta casi dejar sin sentido.

Luego cogió a ambos, muerto y medio muerto y los subió con sus propias manos hasta lo alto de risco que gobernaba el lugar como gran monolito, pretendiendo lanzarlos para darles finiquito, con tan mala suerte que el medio muerto agarróle el pantalón de pana, consiguiendo hacer caer a los tres.
Luego vagó por los parajes durante la noche y parte del día hasta que la encontró él.

Acongojado por la terrible historia, acompaña a la muchacha al pueblo de Manzanares de donde es y luego a su casa.
Allí los padres le agradecen en suma la ayuda, sobre todo por darla ya por muerta tras tres días desaparecida y obligándole a pasar al día siguiente para recompensarle de alguna forma.

Accede a la propuesta y al día siguiente a la hora del almuerzo aparece dispuesto a recibir la supuesta generosa oferta de los padres de la joven.

La noticias del pastor salvador de la joven más guapa y solicita del pueblo corre como la pólvora llegando a oídos de todos.

Tras el generoso almuerzo, los padres le ofrecen la mano de la mucha, cosa que Mierlo, no gusta, ya que su idea de la recompensa era más material viendo lo espectacular de su casa y saliendo de esta decepcionado diciendo que se lo pensaría.

Mierlo no es que fuese materialista, pero ya tenía novia formal desde hacia años y aunque quizás no fuese tan bien agraciada como la muchacha, la quería.

Marchóse a su casa tranquilo pensando que tan sólo iba a ser una historia que pronto olvidarían todos, pero que equivocado estaba.

Al día siguiente de nuevo, como cada día, realiza el mismo trayecto con su rebaño y su perro Yako que nota más intranquilo de lo normal.

De repente el perro empieza a ladrar a su espalda, Mierlo se da la vuelta y comprueba que hay varios hombres con navaja en mano que poco a poco le terminan por rodear.
Uno de ellos hace ademán de pinchar al Yako pero este ágil escapa de su agresor ladrando mientras aleja a las ovejas para protegerlas de los malhechores.

-. Vamos pastocillo, enséñanos la bolsa, sabemos que los ricos te han recompensado por salvar a la preciosa muchacha. – le increpan mientas blande la navaja el que más cerca está de él.

-. No me dieron nada, tan solo la mano de la joven en premio – Dice sabedor de que sus palabras aunque sinceras no creerán en absoluto.

-. Tu decides pastorcillo; la bolsa o la vida – reitera amenazando con la gran navaja mientras se la pasa de mano en mano.

Mierlo sabedor que de que no le creen, sólo tiene una opción y es atacar sorprendiendo al navajero.

Con una certera patada, le quita la navaja de la mano y este corre a recogerla dejando un hueco en el círculo por el que Mierlo aprovecha para intentar escapar, pero son muchos los que allí están y una diestra zancadilla le hace besar el suelo, mientras el resto comienza a darle patadas en suelo.

¡Aaaaaagggh!

-. Triste muerte la mía Yako – Consigue decir al perro que ahora parece escuchar atento sus palabras mientras los dolores vuelven – Por salvar a una joven de su fatídico destino, el mío truncado y finiquitado. Espero que al menos mi muerte haya servido para que esta joven viva felices años con el joven que tenga la suerte de elegir.




miércoles, 20 de febrero de 2013

La pisada del diablo







A un kilómetro de la Silla de Felipe II, en el Pinar de Abantos y la Zona de La Herrería, se haya una oquedad sobre una roca que se asemeja a la huella de un talón. Cuenta la leyenda, que una niña muy devota de la Virgen María se topó allí con el diablo…

Frustrado por no vencer la fe de la muchacha, desquitó su ira de un salto, provocando una explosión en la piedra, única testigo de tan fatal encuentro. ¿Tan poderosa es la fe que no sólo nos hace mover montañas sino que puede derrotar a Satanás.

Camina despacio por miedo a resbalar entre la hojarasca mojada. Le tiemblan las piernas y le castañean los dientes. El frío cala en los huesos y tiene miedo. ¿Por qué no corre? ¡Ay! ¡Ahora se pone a rezar a María! Pobre crédula -Dios te salve María. Llena eres de Gracia […]- Sandeces. Si los cristianos conocieran las primeras versiones de sus ruegos no rezarían tanto. Veremos cuánto le dura la fe.

¿Qué haces pequeña por aquí? Ya ha oscurecido y no es momento ni lugar para pasear sola.
Señor, ¿de dónde sale? -¿Será un asalta caminos de esos que llaman?- Por favor, no me haga daño. En mi zurrón apenas llevo un trozo de pan.
Niña, no te preocupes que no soy ningún desalmado –sólo quiero divertirme- Conmigo no tienes nada que temer. Me llamo Pedro y vivo a un corto trecho al sur de aquí. ¿Cómo te llamas? ¿No te habrá comido la lengua el gato?
Me llamo Marta, por santa Marta de Betania, hermana de San Lázaro y Santa María Magdalena, pero todo el mundo me llama Martiña. Me lo puso mi abuela, que Dios la tenga en su Gloria.
-Esta insensata presume de nombre de santa- Martiña, es un nombre muy bonito. Y bien, Martiña, ¿a dónde te diriges?
Se me ha hecho de noche de vuelta de la ermita que está cerca del río, a media legua. La lluvia y el frío me han sorprendido y empezaba a tener miedo. Veo que lleva la Cruz de Santiago y la concha en la capa, ¿es usted peregrino?
Sí, linda niña. Cada año recorro los caminos hasta Santiago buscando su perdón. Si quieres puedo acompañarte hasta tu casa y para que nos olvidemos del frío te propongo un juego. ¿Qué pedirías si te concedieran un deseo?
No pediría nada para mí. Tengo un techo, comida, el calor de una familia y a la Madre del Cielo que vela por mí.
Pero imagina que yo pudiera ofrecerte todas las riquezas del mundo. Las joyas más hermosas y los mejores y más bellos vestidos, así como cualquier placer terrenal que desearas. A cambio, sólo te pediría que renunciaras a tu fe. ¿Qué contestarías? Vamos, no pongas esa cara que te pones muy fea. Sólo es un juego.
No, señor, no podríais tentarme. No vendería mi fe como hicieron los mercaderes en el Templo de Jerusalén, como bien sabéis. Nada podrías darme a cambio de mi fe.
-Bien, si la tentación no sirve, me serviré de la Razón-. ¿Y si en vez de un mago que concede deseos fuera yo el rey de los infiernos, y te probara que ni Dios, ni la Virgen ni nada en lo que creemos existe? ¿Acaso no me temerías? ¿Acaso no renunciarías a tu fe si yo te lo pidiera?
No, señor. Entonces tampoco lo haría. Quizás no ver a Dios pruebe algunos que no existe pero es que sólo los ciegos de corazón no ven a Dios.


martes, 19 de febrero de 2013

El Monasterio del Escorial “La puerta del infierno”






Esta leyenda dice que se eligió el emplazamiento del monasterio del Escorial para cerrar una puerta al infierno. El Monasterio del Escorial es una zona mística y cuando se construyó, había un perro negro que martirizaba a los constructores. Al parecer, el Escorial es una de las puertas del infierno y el perro su guardián. Uno de los episodios más enigmáticos que tuvieron lugar mientras se construía El Escorial ocurrió en el año 1577. Los monjes franciscanos aseguraban ver a un perro negro que daba portentosos saltos a la luz de la luna. Y sus aullidos de ultratumba eran claramente audibles. Se rumoreó que el perro era Can Cerbero, el mitológico monstruo que protegía el acceso al Averno.

Considerado el monasterio uno de los grandes lugares mágicos del mundo y donde por ejemplo su basílica tiene las medidas del Arca de Noé y el conjunto del monasterio tiene las medidas del Templo de Salomón”. Este monasterio se empezó a construir en el año 1562 y se financio su desarrollo con el oro y la plata traída de América. Quizás esa similitud con las medidas del Templo de Salomón sea debido al conocimiento que en el siglo XVI se tenia de dicho templo. En este lugar el entonces rey Felipe II consiguió reunir una de las colecciones de libros en  temas ocultos más importantes de Occidente. Mucho de leyenda, poco de historia, he aquí otro de los misterios de este lugar donde habitamos “EL ESCORIAL”.



Cuenta la leyenda que  Lucifer vivió en una cueva situada a los pies del Abantos, justo los días entre la expulsión de las cortes celestiales y su destierro al infierno. En esos días inciertos, el más bello de los ángeles rebeldes comenzó una andadura por toda la tierra y así crearse una serie de puertas para acceso a las tinieblas.

Erguido y firme subió a la cumbre y desde ahí la vista era hermosa, la gran meseta plana e inmensa, el cielo azul y se entristeció ante su gran pérdida, arrepentido y lleno de ira levanto su mano y arrojó una gran bola de fuego contra la tierra que abrió un agujero en el bosque de la herrería al pie de las dos machotas de Zarzalejo.

Allí quedaron abiertas una de las siete entradas al infierno y durante años la zona quedó maldita.

Hasta que un buen día un rey prudente pasó por allí… había pasado toda su vida leyendo y rezando, la mística se había apoderado de su alma y decidió que debía hacer el bien a la humanidad, a saber cerrar la puerta al infierno.

Llamó a los más ilustres arquitectos, a alquimistas y magos y comenzó su gran obra, la construcción de un enorme monasterio, una gran reja de granito que impidiera para siempre que el maldito demonio paseara de vez en cuando por la tierra.

Los verdaderos motivos quedaron ocultos y se dijo que el gran edificio tiene forma de parrilla para honrar a San Lorenzo, cristiano asado por los romanos en una parrilla y que, se cuenta dijo: “Dadme la vuelta que aun no estoy bien hecho”.

La verdad es que años más tarde a su construcción, el rayo de una terrible tormenta incendió parte de las dependencias del monasterio, hay quien vio la figura del diablo lanzando truenos contra las firmes paredes de la iglesia y que aun se oyen los ladridos del cancerbero infernal en los sótanos,




martes, 12 de febrero de 2013

Motivo encendido





Hubo una vez una niña pequeñita, al acostarse todos los días le gustaba leer a escondidas, su mamá no le permitía tener la luz encendida mucho tiempo porque molestaba a su hermanita, entonces la niña encendía una pequeña linterna para poder leer y adoptaba distintas posturas en la cama, tapándose bien con las mantas, pues no quería que nadie viera que encendía una luz.


Cuando estaba suficientemente cansada se quedaba dormida, en ocasiones con la linterna encendida.

A los pocos días de encender aquella linterna para leer comenzó a escuchar una canción como si alguien tarareara, apenas se entendía y era una voz extraña que sonaba como si temblara en toda la habitación, así que de aquella lectura favorita la niña pasó a utilizar la linterna para dedicarse a investigar en las paredes de la habitación, en el techo y en otros rincones de dónde podía proceder aquel extraño sonido, sin salirse de su cama y sin destaparse para no despertar así a su hermanita.

Nunca averiguó de dónde venían aquellos sonidos de canción quebrada, pero cada día le inquietaban más…

Un buen día su madre descubrió bajo la almohada aquella linterna y aquella niña ya no pudo proseguir con sus investigaciones…

Y al poco tiempo, misteriosamente, aquellos cánticos también cesaron. Ya de más mayor un día conversando con su hermanita ésta le dijo:

-¿Sabes? cuando éramos pequeñas y nos íbamos a dormir hubo un tiempo en que yo tenía miedo a una luz que aparecía muchas noches sobre el techo, no sabía de dónde venía pero se movía y provocaba unas sombras y luces extrañas que me recordaban a los fantasmas y no podía dormir porque me daba miedo; creía que era algún monstruo que venía a atraparme y eso me asustaba; entonces para no sentir temor… me ponía a cantar.

Me temblaba la voz al hacerlo y me tapaba bien con la manta hasta la nariz, casi hasta los ojos, para que ese fantasma de luz no me descubriera ni me atrapara nunca; yo cantaba en voz bajita intentando superar ese miedo… Nunca supe de dónde nacía esa luz, pero asustaba mucho, de veras, de veras que sí, hermanita. Un buen día esa luz desapareció, yo dejé de cantar y ya pude dormir más tranquila. Nunca se lo he contado a nadie hasta ahora porque me daba vergüenza reconocer que por las noches dormía con miedo de que una luz desconocida apareciera en el techo.

La niña se le quedó mirando con sorpresa.

- ¿Sabes?, le dijo entonces a su hermanita. Yo de pequeña… es que tenía una linterna…

Así que ese día aquella niña comprendió algo importante: todos formamos parte de un todo, todos tenemos miedo a lo que desconocemos, hay muchos motivos por los que podemos molestar o tal vez todos sean un solo motivo, que disfrazamos de fantasma, de ruido, de noche, de dudas, de agobios, de huidas o insistencias, de oscuridad, tal vez un solo motivo y mil linternas y excusas para enfocarlo y mil tipos de canciones bajitas para disfrazar cuánto y cómo nos atemoriza.

Pero al fin y al cabo un solo miedo… miedo a no ser comprendidos. Sin embargo podemos vivir muchos años creyéndonos incomprendidos, incapaces, diferentes o ajenos a otros… hasta que un buen día nos paramos, conversamos suavemente, con la madurez de los años o el dolor de las distancias y nos sinceramos con un simple objetivo: entendernos y entonces, ¡Es increíble! de repente, sin esperarlo, surge lo absurdo.

Porque todos, desde ambos lados, siempre tenemos grandes y poderosas razones para hacer las cosas como las hacemos, y nos esforzamos en que nos entiendan y nos valoren y nos permitan seguir siempre  haciendo lo mismo, pero, al fin y al cabo, ¡es absurdo! jamás podremos evitar… tener TODOS el mismo motivo.

Todos formamos parte de un todo. Realmente, creemos que no, pero estamos equivocados, en realidad TODOS nos pasamos el mismo tiempo sufriendo de diferentes maneras… por lo mismo.

lunes, 11 de febrero de 2013

El sombrero rojo


Hubo una vez un hombre con un sombrero rojo. Lucía orgulloso siempre su sombrero. No hablaba, simplemente nunca se olvidaba de ponerse su sombrero rojo al salir de casa.

Saludaba cortésmente a la gente, en general, nunca se dirigía hacia ellos ni levantaba su sombrero para saludar. Simplemente les dedicada un breve gesto con la mano y proseguía su camino. Iba siempre orgulloso y altivo con su sombrero rojo.

Un buen día se encontró con un paseante que llevaba un sombrero azul. – Hay que ver qué mal gusto tienen algunos, – pensó, y prosiguió su camino, sin apenas mirarle. El hombre del sombrero azul miró de reojo al del sombrero rojo y pensó a su vez – Ya me gustaría a mí poder llevar un sombrero tan rojo y bonito como ese.

El hombre del sombrero rojo prosiguió caminando. A los pocos minutos, se encontró con una mujer que lucía una pamela verde. ¡Qué Pamela tan horrorosa! – pensó el hombre del sombrero rojo. La mujer de la pamela verde pensó: – ya me gustaría a mí poder lucir un sombrero aunque lo llevaría de otro color.

Continuó paseando el hombre del rojo sombrero y lo siguiente que encontró fue un cartero con su gorra gris de trabajo, un policía, con su gorra azul marino de autoridad, un marinero con su recién estrenada gorrita blanca, un caballero vestido de negro con su bombín a juego, el paseo continuó al menos dos horas más y a cada persona que se encontraba con un sombrero de color distinto al suyo se decía:- ¡Qué sombrero más feo! mientras que los demás siempre pensaban igual: – ya me gustaría a mi poder llevar un sombrero como ese.

Regresando ya a su casa el hombre del sombrero rojo vio a una niña que llevaba puesto un gorro rojo de lana y se dijo: – vaya, por fin alguien con buen gusto, me voy a parar a saludar, esta niña se merece mi saludo. La niña al ver al hombre del sombrero rojo pensó para sí:- vaya un hombre con un sombrero del mismo color que mi gorro de lana, pero… pobrecillo, ¡qué tonto! lleva sombrero en vez de gorro de lana, con el frío que hace, ¡se le quedarán las orejas heladas, hay que ser bobo! y sin mirarle siquiera prosiguió su camino.

El hombre del sombrero rojo, quedó triste y desconcertado. ¿Por qué no me ha saludado? se decía mientras proseguía camino a su casa.

Al llegar a casa la mujer del hombre del sombrero rojo le dijo:

- Te veo triste ¿qué te pasa? ¿No ha ido bien el paseo?

- Sí, – dijo el hombre, lo que sucede es que he querido saludar a una niña y ni ha querido mirarme, no sé porqué, ha pasado de largo como si no existiera.

- Y ¿llevaba un sombrero del mismo color que el tuyo? – dijo la mujer que sabía bien a qué tipo de gente saludaba su marido.

-Sí, sí, era rojo, bueno no era un sombrero, era un gorro de lana pero supongo que eso da lo mismo, ¡Era de color rojo!

-¡No da lo mismo! dijo la mujer toda digna, un sombrero no es lo mismo que un gorro, ¿porqué te has parado a saludar a esa niña? ¡Te has puesto en evidencia! ¡Un gorro de lana! ¡Qué vergüenza! ¡No estaba a tu altura!

El hombre entonces quedó más desconcertado aún.

-No lo comprendo -Se dijo- Llevaba el mismo color que el mío… si no está a mi altura… ¿Por qué soy yo el que se sintió inferior al no ser saludado.

 En esta vida no todas las cosas son sombrero, pero sí todas las personas son persona.


miércoles, 6 de febrero de 2013

El Espejo





Diego era un niño de siete años, vivía en un barrio de una gran ciudad, tenía muchos amigos y una gran familia. Era hijo único, por lo que en casa no tenía con quien divertirse, su madre era ama de casa y su padre trabajaba mucho y solía llegar tarde, pero eso sí, no faltaba a ningún desayuno con él y su madre.

Mamá era todo ternura y papá era un poco más frío pero no por ello le quería menos. Era un día de febrero cuando se levantaron los tres y ocurrió algo que él nunca había visto, ¡mamá llevaba un ojo morado!

Él preguntó

- ¿Qué te ha pasado mamá?-

Pero papá irrumpió rápidamente y le dijo

- Nada Diego, es normal.

Pero todos los desayunos empezaron a hacerse extraños por la apariencia de mamá y por el silencio. Un día mamá despertó con el labio partido y Diego preguntó

- ¿Qué te ha pasado mamá?

De nuevo irrumpía papá

-Nada Diego, es normal.

Pasaban los días y mamá levantaba con golpes en el cuerpo, en las mejillas… y Diego quería saber

- ¿Qué te pasa por las noches mamá? Mamá callaba y papá decía

- Diego, no pasa nada, es normal.

Un día papá apareció en casa antes de lo normal, había discutido con unos socios y llevaba el labio partido, los ojos hinchados y morados y el brazo no paraba de sangrar.

Diego no preguntó, lo cogió de la mano y de la otra cogió a mamá, los llevó al espejo y le dijo a papá

- No te preocupes, no es nada, es normal.

Desde aquella mañana, el monstruo en el que se había convertido papá al maltratar a mamá cesó y todas las mañanas mamá levantaba con buena cara, desde entonces papá era el que preparaba el desayuno y se volvía a reír y a disfrutar del desayuno como antes de los golpes.