lunes, 30 de enero de 2017

El desafío del duque de Medina Sidonia al rey de Portugal


En la frontera portuguesa de Valencia de Alcántara, entre el 1 de octubre y el 19 de diciembre de 1641, Don Gaspar Pérez de Guzmán (IX duque de Medina Sidonia) estuvo esperando a que se presentara a la cita su cuñado, el rey de Portugal. La razón era el desafío a muerte que el duque había propuesto al marido de su hermana para saldar una cuestión de honor.

El lío familiar entre los Medina Sidonia y los Braganza (la familia de Juan IV de Portugal) requiere de una previa ambientación para sacarle todo el jugo. Hacia 1632, con el fin de reducir el riesgo de una insurrección independentista en el reino de Portugal (que formaba parte de la Monarquía Hispánica desde 1580), el conde duque de Olivares —Primer ministro de Felipe IV— se propuso concertar un matrimonio entre el duque de Braganza y una mujer de una gran familia española. El razonamiento era que situar a una española de esposa del heredero del principal linaje que podría liderar una nueva dinastía lusa reduciría el riesgo de fractura.


Olivares eligió a Luisa de Guzmán, porque era pariente suya y miembro de las Casa de Medina Sidonia (la más poderosa de Andalucía y descendiente de reyes de Portugal) y porque era una mujer de carácter. El primer ministro de Felipe IV consideró que sería capaz de influir en el duque de Braganza, un hombre pacífico y religioso. El objetivo se cumplió, casándose en 1633. Cuando en 1640 un sector importante de la nobleza portuguesa le insistió al duque de Braganza sobre la necesidad de aprovechar el agotamiento de los ejércitos de la monarquía hispánica en Cataluña y en centro Europa para restaurar en él la monarquía de Portugal, el principal apoyo de los conspiradores fue precisamente la duquesa española; se le atribuye la frase “antes reina por un día que duquesa toda la vida”.
El carácter de Juan IV de Portugal se puede resumir en el apelativo de “el rey músico”, con el que ha pasado a la historia quien restauró la monarquía portuguesa con ayuda de Francia, Holanda e Inglaterra. Por lo tanto, la mujer elegida por su primo Olivares para evitar el problema de la posible secesión acabó siendo clave para que éste se concretara y afianzara durante la guerra peninsular más larga y devastadora de la historia: 28 años.

La declaración de independencia de su hermana y su cuñado dejó al duque de Medina Sidonia en una situación comprometida, pues era una especie de gobernador militar de Andalucía. Tres años antes, él y un primo suyo que era también subordinado militar al cargo de la defensa de la desembocadura del río Guadiana—el marqués de Ayamonte— aplastaron una sublevación portuguesa; pero esta vez los sublevados eran partidarios de un miembro de su familia. En lugar de tomar la iniciativa militar, el duque de Medina Sidonia empleó variadas excusas para justificar su ausencia de actividad militar en el Algarve portugués. Paralelamente negoció el apoyo de su cuñado y de Francia y Holanda para independizar Andalucía de la Monarquía Hispánica.

Como muchos otros castellanos, en Lisboa estaba preso un soldado llamado Sancho, que había sido tesorero del ejército de Andalucía, por lo que era conocido del duque de Medina Sidonia. Un fraile del entorno de la reina Luisa de Guzmán le propuso ser emisario entre el recientemente autoproclamado rey de Portugal y su antiguo jefe militar. Sancho llevó el mensaje hasta el duque de Medina Sidonia y fue encargado por éste para regresar a Lisboa con otro mensaje pero Sancho a donde se dirigió fue a Madrid, entregándole la carta al conde duque de Olivares.

Éste debió de convocar al duque de Medina Sidonia hasta tres veces para que acudiese a Madrid para explicarse, consiguiéndolo solo tras recordarle su parentesco y garantizarle el perdón del rey. El 10 de septiembre de 1641 el gobernador convertido en conspirardor confesó su implicación en el complot, echando las culpas a su primo Ayamonte. Éste último fue detenido y trasladado a Madrid. El duque de Medina Sidonia fue llevado ante Felipe IV, echándose a sus pies y rogando por su perdón, que el Rey le concedió. Todo esto se realizó en secreto pero, ante el comienzo de los rumores sobre ambos aristócratas, el 29 de septiembre Olivares le indicó a Medina Sidonia que lanzara una proclama con la que retaba a un duelo a muerte a su cuñado Braganza. Como condición adicional a su perdón se le ordenó no volver a pisar sus dominios hasta que se lo autorizasen expresamente.

Conforme a lo previsto, el 1 de octubre el duque de Medina Sidonia estaba con su séquito en Valencia de Alcántara preparado para batirse en duelo con su cuñado. Allí estuvo esperando durante ochenta días, enviando mensajes para recordarle la cita. Algo imposible de aceptar para el “rey músico”. El 19 de diciembre levantó el campo y se incorporó a la campaña contra los portugueses. Pero el siguiente mes de julio el duque se presentó en “su capital” de Sanlúcar de Barrameda en medio de los vítores de sus vasallos.

Esta infracción de las condiciones de su perdón motivó que fuera conminado a viajar inmediatamente a Burgos, de allí se le trasladó a Vitoria y luego se le encerró en el castillo de Coca. Como la conspiración era ya de dominio público, el Gobierno decidió celebrar el juicio contra él y Ayamonte. Al duque de Medina Sidonia se le condenó a entregar al rey un donativo descomunal — 200.000 ducados — así como la rica ciudad de Sanlúcar, capital de sus estados. También se le obligó a residir en Valladolid.

Peor parado resultó el marqués de Ayamonte. Confesó sus delitos a cambio de la promesa de no condenársele a muerte, pero esta promesa no se cumplió y se le sentenció a morir Aunque la condena no se cumplió inmediatamente, permaneciendo preso en el Alcázar de Segovia durante seis años. Ayamonte tuvo la mala suerte de que en Aragón se produjo por aquel entonces la conspiración secesionista del duque de Hijar, motivo por el que el nuevo valido de Felipe IV se olvidase de la promesa del anterior y decidió hacer con él un escarmiento para el resto de la nobleza, ejecutándose la condena de Ayamonte en 1648.




jueves, 26 de enero de 2017

El caballo de Aliatar




Como explicamos en la historia del enamoramiento entre el Sultán Muley Hacen y su prisionera Isabel de Solís (conocida como Zorayda) éste rey de Granada quiso favorecer a los hijos que tuvo con su amada segunda esposa. Ante la inminencia del cambio de heredero al trono de Granada, la despechada sultana Aixa defendió los derechos de su hijo Boabdil aliándose con el clan de los poderosos abencerrajes, que odiaban intensamente a Muley Hacen desde que éste —siendo todavía príncipe heredero, 29 años antes— hubiera masacrado a sus padres y parientes en una sala de su palacio de La Alhambra. En el invierno de 1482 Boabdil y sus aliados consiguieron controlar la ciudad de Granada (además de la parte del reino ocupada por sus partidarios).

En éste contexto de guerra civil se produce la llamada Leyenda del Caballo de Aliatar. Pero dadas las numerosas coincidencias históricas —y entendiendo las normales exageraciones de un relato caballeresco como éste— entendemos que hay mucho de historia creíble en esta leyenda. Pero sigamos con los personajes históricos, los lugares y el relato.

Además del apoyo de Los Abencerrajes, el joven sultán Boabdil contaba con la ayuda de su suegro Aliatar, el prestigioso y temido general musulmán que era el alcaide de la localidad de Loja. Esta bella ciudad era por aquel entonces especialmente estratégica, pues era la última que quedaba entre las avanzadillas de los cristianos y la capital del reino de Granada. Al ser considerada «la llave de la ciudad de Granada» Aliatar había reforzado extraordinariamente sus fortificaciones y había acumulado allí numerosos guerreros moros dispuestos a todo. Por su parte, el depuesto sultán Muley Hacen controlaba otras zonas del reino y trataba de buscar apoyos para reconquistar la capital que su hijo y su primera esposa le habían arrebatado.


El rey Fernando el Católico trataba de sacar partido de la guerra civil entre Muley Hacen y Boabdil. Para ello contaba como base de partida para su ejército con la fortaleza de Priego de Córdoba, cuya defensa estaba encomendada a la Orden de Calatrava. En ese lugar tan peligroso estaban destinados la flor y nata de sus caballeros. En el mes de julio de 1482 un impresionante ejército dirigido personalmente por el rey Fernando se dirigió desde Priego hacia Loja, con la gran caravana de tropas y auxiliares necesarios para montar el asedio a una fortaleza casi inexpugnable. Entre los importantes caballeros que acompañaban al rey en una expedición tan arriesgada estaban el Condestable de Castilla Pedro Fernández de Velasco, el Duque de Medinaceli y El Gran Maestre de los caballeros de Calatrava; tenían a su disposición unos 5.000 caballeros y 10.000  soldados de infantería, así como una potente artillería de asedio y los miles de paisanos necesarios para cavar trincheras, levantar muros, cortar leña y garantizar el avituallamiento de miles de combatientes y caballos.

Los castellanos empezaron a montar su campamento a orillas del río Genil, en una complicada zona de cuestas, olivares y barrancos; el sitio elegido no facilitaba el posicionamiento y la maniobra de la numerosa caballería castellana. Pero antes de que los cristianos estuvieran organizados apropiadamente, Aliatar y sus guerreros hicieron un ataque por sorpresa en el que derrotaron a los cristianos y les obligaron a replegarse desordenadamente. Entre los muertos figuró Rodrigo Téllez Girón, Gran Maestre de los calatravos y alcaide de la fortaleza de Priego. Esa victoria supuso una gran alegría para Boabdil, pues no solo le evitaba una invasión, sino que le reforzaba en su posición frente a su padre. También aumentó aún más el prestigio de Aliatar, que pasó de defender Loja a atacar la frontera castellana con su triunfante caballería mora.

A causa de la derrota de Loja la plaza fuerte de Baena adquirió mayor valor para los cristianos. Su alcaide era el caballero Don Pedro Manrique de Aguilar, que tenía como misión defender esa parte de la frontera de los moros que controlaban la fortaleza de Carcabuey. Un día de noviembre de 1482 un agitado colono cristiano se presenta ante el alcaide para alertarle que ha visto a un numeroso grupo de caballeros escondidos en los alrededores. Para cerciorarse de si eran bandidos cristianos o musulmanes de Carcabuey, Pedro Manrique salió en solitario para localizar al grupo. Al llegar a la zona indicada se vio rodeado por un grupo de unos 40 caballeros musulmanes comandados por Aliatar. Como ambos caballeros se conocían de combates anteriores, se saludaron. El alcaide moro le dijo a Manrique que le entregara sus armas y que le acompañara en calidad de rehén hasta Carcabuey; también le comentó que se había escondido allí para evitar que le capturase el conde de Cabra, que le había estado persiguiendo con muchos más caballeros.

Para evitar encontrarse con la mesnada del Conde de Cabra, Aliatar decidió coger la senda de las Navas; se trata de un recorrido muy estrecho, abrupto y peligroso que por causa de las lluvias se había vuelto muy resbaladizo. Para evitar despeñarse todos desmontaron de sus caballos y avanzaron al paso, cuidadosamente. El jefe moro Aliatar y Don Pedro marchaban en vanguardia del grupo, charlando sobre otros encuentros bélicos.

En un momento dado, ambos se adelantaron al resto del grupo, circunstancia que aprovechó Don Pedro para darle un empujón a Aliatar; éste cayó por el terraplén rodando hasta una zona con una vegetación muy densa. Don Pedro bajó detrás de él, le arrebató su puñal y se lo puso en el cuello, ordenándole que guardara silencio —pues de lo contrario lo mataba—. Cuando llegaron a su altura el resto de los musulmanes y comenzaron a buscarles entre la maleza, hizo aparición el conde de Cabra y sus caballeros; esto motivó que los guerreros musulmanes interrumpieran la búsqueda y huyeran.

Reunidos el conde de Cabra, Aliatar y Manrique se pusieron a hablar de lo ocurrido y de pasados encuentros; el caudillo moro se quejó de que sus acompañantes hubieran huido sin combatir, y comparó esa actitud cobarde con la nobleza de su caballo llamado «Leal» (que se había quedado en las inmediaciones, esperando a su dueño). Aliatar también se lamentó de que —al ser su prisionero— perdería para siempre a su querido caballo. La conversación se volvió tan sentimental que tanto Manrique como el conde de Cabra decidieron devolver la libertad a su prisionero, autorizándole a volver a Loja con su querido caballo. Todos montaron con el fin de salir del intrincado lugar en que se encontraban; Aliatar abría el camino para el gran grupo de caballeros. En un momento dado se encontraron con un río muy crecido y peligroso; pero cuando se disponían a cruzarlo por un determinado vado, el caballo Leal sorprendió a todos negándose a pasar por ahí y empeñándose en dirigirse a otro lugar para atravesarlo. Resultó ser mejor y por allí cruzaron todos; y a partir de ese momento lo denominaron “El vado del moro”.

Cuando llegaron al lugar en que debían de separarse para seguir hasta sus respectivas fortalezas, un Aliatar emocionado por el comportamiento de los cristianos le dijo a Don Pedro que le agradecía tanto su gesto que había decidido regalárselo como recuerdo de aquel día. Don Pedro le dio entonces el suyo, como intercambio. El alcaide musulmán volvió a su fortaleza y Manrique regresó a su casa montando a Leal. En los días siguientes Leal se negó a comer, muriendo de pena. ¿Cuanto hay de verdad y cuanto de exageración o de invención? ¿Es imaginable renunciar a un rescate tan jugoso como el de Boabdil por un gesto de caballerosidad? ¿Puede un caballo saber mejor que su jinete por donde cruzar un río?


lunes, 23 de enero de 2017

Doña María Coronel y el rey Pedro I.



Pedro I de Castilla (1334 – 1369) ha sido uno de los reyes más polémicos de la historia de España. Como a muchos otros monarcas poderosos de la turbulenta Edad Media, se le atribuyen numerosas muertes. Aunque hay que reconocer que a él se le hace responsable de una cantidad bastante mayor; además, se significó por ajusticiar a importantes personajes históricos.

La mayor parte de los monarcas de la época evitaron cebarse con los consanguíneos y nobles (a muchos de los cuales les acababan perdonando); la ejemplaridad y la crueldad las solían reservar para los más débiles. En cambio, Pedro I hizo más bien lo contrario, protegió a la burguesía y las minorías, ganándose el apoyo de judíos, musulmanes y burgueses en su enfrentamiento con su numerosa familia bastarda y con una nobleza altamente levantisca.

El hecho de que le sucediera en el trono su mortal enemigo –su hermanastro Enrique de Trastámara– puede explicar que la historiografía le haya calificado como “El Cruel”.De haberle sucedido uno de su sangre seguro que el apelativo hubiera sido más suave. Desde el reinado de Felipe II —admirador de su antecesor— algunos cronistas e historiadores le han denominado “El justiciero”, denominación que no ha conseguido imponerse. Con parecido criterio, cada vez más historiadores le llaman del mismo modo. Esta historia nos dará que pensar, aportando argumentos a unos y otros.

El origen del dramático problema familiar fue la pasión del rey Alfonso XI de Castilla por Leonor de Guzmán, su barragana (denominación que recibían las amantes oficiales de los reyes y magnates). Esa relación afectó enormemente a la reina legítima —María de Portugal—; especialmente hiriente fue el hecho de que Leonor le dió al rey Alfonso 10 hijos bastardos. Para la reina legítima supuso una tremenda humillación, pues el insólito número de hijos ilegítimos demostraba lo poco que le importaba al rey su esposa María de Portugal y la tremenda pasión que mantenían por su amante. Según fueron creciendo los bastardos, a tan numerosísima prole hubo que irla colocando en cargos y darles los medios de vida propios de los hijos ilegítimos de los reyes: las hembras se solían internar en los conventos o casar con nobles, en tanto que los varones recibían algún título de la corona o cargo en una orden militar, pudiendo también recibir algún cargo episcopal. De algún modo, se estaba creando una gigantesca estructura de influencias e intereses a la que unir la propia parentela nobiliaria de Leonor de Guzmán y sus numerosos amigos colocados por ella en cargos de alto rango. La activa e inteligente Leonor era consejera habitual de su amante del rey Alfonso, y formó en su Sevilla natal una auténtica Corte paralela de la que formaban parte numerosos familiares e importantes linajes como los Lara, los Enriquez y los Coronel.

María de Portugal y su hijo Pedro fueron conscientes de que se había formado un auténtico “partido” capaz de arrebatarle el poder al joven. Tras morir en 1350 el rey, Leonor de Guzmán trató de mantener su infuencia, llegando a tomas audaces decisiones, como hacer que prestase su propia alcoba para que su hijo Enrique se acostase con su prometida —Juana Manuel, hija del infante Don Juan Manuel— para precipitar ese matrimonio que tanto le convenía. Eso causó un gran escándalo en la Sevilla de aquel entonces. Leonor fue llevada presa al castillo de Talavera de la Reina, donde fue ejecutada por orden de la reina madre María de Portugal.

El siguiente paso de Pedro y su madre para tratar de eliminar las amenazas que pendían sobre l joven rey fue reducir el poder de los numerorísisimos nobles que habían alcanzado gran poder y riqueza gracias a Leonor de Guzmán. Uno de estos fue Alfonso Fernández Coronel, que fue capturado tras el asalto a su castillo de Aguilar de la frontera (Córdoba), el 2 de febrero de 1353. Inmediatamente después de hacerse con el fue condenado por traición en un juicio sumarísimo, para a continuación ser ejecutado y su cadáver fue a continuación quemado para que ni siquiera fuera posible que su familia tuviera donde visitarlo y recordarlo. Esta macabra ceremonia se celebró ante los cuatro hijos del reo, incluida su hija María Coronel.


Otra de las hijas que presenciaron esa ejecución era Aldonza Coronel, esposa de Don Alvar Pérez de Guzmán —personaje que, habiendo intrigado contra el Rey— se vio obligado a huir por lo que fue declarado traidor. A raíz de este suceso Aldonza Coronel se refugió en el convento sevillano de Santa Clara. Ante la continua eliminación de enemigos del rey, Aldonza decidió salir del convento para suplicarle al Rey el perdón para su marido. (No tenemos noticia de si lo consiguió, pero lo que es seguro es que sus naturales encantos suscitaron el interés del Rey).

Heredero de los libertinos instintos de su padre, por aquel entonces Pedro I tenía a su esposa encerrada en el castillo de Arévalo (Ávila) y mantenía públicamente como barragana a María de Padilla; y aunque esta le había dado varios hijos, eso no resultaba un obstáculo para que Pedro se procurase amantes adicionales cuando surgía la ocasión. Al gustarle la mujer, a partir de entonces el Rey comenzó a visitar a Aldonza en el convento; finalmente esta acabó cediendo a sus pretensiones, y Aldonza Coronel se convirtió en la segunda amante del rey, quien la instaló en una habitación de la Torre del Oro.

Otro foco de suspicacias era el marido de Maria Coronel; Juan de la Cerda era descendiente de la familia real de León y potencial candidato a la corona real de ocurrirle algo a Pedro. Y, aunque el suegro de María había reconocido a Alfonso XI su derecho al trono, Juan permanecía bajo sospecha. Juan de la Cerda acabó por comenzar a intrigar también contra el Rey, quien acabará ordenando que Juan sea encerrado en la Torre del Oro —de donde había sido trasladada previamente su cuñada Aldonza, cuando fue trasladada a la vecina Carmona—. Ante el grave peligro que acechaba a su marido, Maria Coronel viajó desde Sevilla a Tarazona (Zaragoza) para suplicarle personalmente al rey el perdón; lo obtuvo, pero para cuando volvió a su ciudad, se encontró que Juan de la Cerda ya había sido ejecutado. Desolada, María se encerró en el convento de Santa Clara; posteriormente María se ordenó monja.


El Rey ya le tenía echado el ojo a María; y al igual que hizo con su hermana, la reclamó a su presencia. Ella no acudió y el rey Pedro I fue a buscarla personalmente al convento. Ante la llegada del Rey, María consiguió esconderse de él, tapando su escondrijo con unos palos y ramas pero el Rey volvió pronto, cogiéndola esta vez por sorpresa. María reaccionó echándose encima un aceite hirviendo que la dejó desfigurada. A partir de ese momento, el Rey la dejaría en paz.


Algunos cronistas han afirmado que María de Padilla —la amante favorita del rey, que ejercía de reina de facto, por la prisión de Blanca de Borbón— al enterarse de lo ocurrido con aquella mujer, la mandó llamar a su palacio. Al verla con la cara abrasada, la Padilla se levantó, la abrazó, se quitó la corona (no debería de llevar corona siendo solo barragana, pero hagámonos los tontos/as), y le colocó dicha corona sobre la cabeza de la monja, diciendo: “Vos María merecéis corona y debéis llamaros coronada”.

Al morir Pedro I a manos de su hermanastro Enrique, el nuevo rey ordenó que se le devolvieran sus bienes a las hermanas Coronel. Con la fortuna recuperada María y Aldonza fundaron el convento de Santa Inés en el solar del antiguo palacio de su padre; allí se trasladaron en 1376 con las monjas del convento de Santa Clara.

Maria Coronel fue la primera abadesa del nuevo convento. Se cree que María falleció el 2 de diciembre de 1411, a los 77 años de edad.

En 1626, al realizarse el traslado de sus restos, se encontró su cuerpo incorrupto, con el rostro y el cuello marcados por las quemaduras. Cada dos de diciembre, aniversario de su muerte, en la sevillana iglesia de Santa Inés se expone al público su cadáver.


¿Y el perejil? pues no sabemos. En Sevilla a esta historia o leyenda se le llama La leyenda del perejil, pero dicha planta no aparece por parte alguna. ¿Pudiera haberse asociado a las plantas que cubrieron a Maria Coronel en su primera escapada del rey? Tendría que haber sido muchísimo perejil… Tal vez ese es el mayor misterio de esta leyenda, todavía por descubrir.



viernes, 20 de enero de 2017

Alonso Pérez de Guzmán llamado Guzmán el Bueno



A finales del siglo XIII el Estrecho de Gibraltar era muy disputado por los tres reinos ribereños: el reino nazarí de Granada, el reino bereber de Fez (de los llamados “benimerines” que dominaban el Magreb) y el reino de Castilla. Alternativamente luchaban y se aliaban entre sí, apoyándose en renegados de todos los contendientes.

En 1275 se formalizó una alianza según la cual los benimerines apoyaban a los granadinos a cambio de la entrega de la fortaleza de Tarifa y algunas otros castillos. En sentido contrario, algunos famosos caballeros cristianos —entre ellos, Alonso Pérez de Guzmán— habían ido a luchar a África como mercenarios al servicio de los benimerines. Por esta razón los caballeros musulmanes y cristianos tenían un buen conocimiento unos de otros, pues muchos habían combatido juntos o entre sí a lo largo de los últimos años.

Poco a poco los benimeríes habían ido ampliando sus plazas y extendiéndose en Andalucía y comenzaron a ser un peligro para los granadinos. Por eso los nazaríes de Granada llegaron a la conclusión de que los castellanos habían pasado a ser un mal menor para ellos. Hacia 1292 los granadinos se aliaron con los castellanos para tomar varias fortalezas de los benimerines.

El rey Sancho IV de Castilla dirigió en persona el asedio a Tarifa. La lucha fue muy dura y en ella participó heroicamente su hermano, el Infante Juan de Castilla; durante uno de los asaltos éste fue gravemente herido en la cara por azufre hirviendo. Finalmente, el 21 septiembre de 1292 los castellanos consiguieron forzar su entrada por un postigo de la parte este de la fortaleza, que a partir de entonces se llamó “de Santiago” (el patrón de los caballeros castellanos, al que se le invocaba en el grito de guerra durante los asaltos).

El rey Sancho había prometido devolver Tarifa a los nazaríes, a cambio de que estos le ayudaran a conquistar Algeciras y otras plazas; pero una vez la fortaleza estuvo en su poder el rey de Castilla cambió de opinión, incumpliendo el compromiso. Ante el incumplimiento del pacto los granadinos respondieron recuperando su alianza con los benimerines. Dado que era seguro que antes o después la alianza de los reinos musulmanes iba a tratar de recuperar una fortaleza tan estratégica, el rey le encomendó la defensa de Tarifa a los caballeros más prestigiosos: la Orden de Santiago. En julio de 1293 el rey Sancho alcaide de Tarifa a Alonso Pérez de Guzmán, buen conocedor de los benimerines ya que había combatido a su servicio en África.

Antes de continuar la historia, conviene que entendamos las complicadas relaciones familiares de Sancho IV con su hermano menor, el infante Juan de Castilla. El rey Sancho IV ha pasado a la historia como “El Bravo” a causa de su fuerte carácter y agresividad que incluso le llevarían a rebelarse contra su padre, el rey Alfonso X el Sabio; cuando éste trató de legar algunos de sus territorios a otros miembros de la familia. Entre los principales beneficiarios de ese reparto era su hermano el infante Juan, a quien su padre había tratado de legar los reinos de Badajoz y Sevilla. El reparto motivó un perdurable y enconado enfrentamiento entre el primogénito Sancho y su hermano el infante Juan. Después de su heroico comportamiento en la conquista de Tarifa el infante Juan conspiró contra su hermano, por lo que acabó teniendo que exiliarse en Portugal. De allí Juan pasaría a Tánger, donde se puso al servicio del sultán benimerín. En su periplo por reinos extranjeros Juan llevaba consigo a Pedro Pérez de Guzmán, segundo hijo del alcaide de Tarifa. En 1294 el Infante Juan volvió a la Península para organizar el asedio de Tarifa, pero en esta ocasión a favor de los musulmanes granadinos y marroquíes.

El infante intentó convencer al alcaide Alonso Pérez de Guzmán para que entregara la plaza y el alcaide se negó. El infante Juan, aprovechándose de que tenía en su poder a Pedro —el segundo hijo del alcaide— le amenazó con matarlo si se obstinaba en no entregarle la plaza.


Desde lo alto de la torre albarrana Pérez de Guzmán le respondió que podían matar a su hijo y a otros cinco más si es que los hubiera tenido, pues en ningún casi le entregaría el castillo. Y se ha escrito que a continuación les gritó: “Si no tenéis un arma para consumar la iniquidad ahí tenéis la mía” lanzándoles su daga. Los sitiadores allí mismo degollaron a Pedro ante la mirada de su padre. Hay fuentes que añaden que —para amedrentarle— le lanzaron la cabeza de su hijo con una catapulta. En el mes de agosto se acercaron refuerzos cristianos a Tarifa, por lo que los musulmanes comandados por el infante Juan debieron de levantar el asedio, retirándose al reino de Granada.

Al finalizar el cerco la noticia de la actuación de Alonso pronto alcanzó la corte de Toledo. Alonso salió de Tarifa recibiendo toda clase de homenajes por su responsabilidad. El rey Sancho —no pudiendo acudir a recibirle— le escribió una carta en la que le decía: “Mereces ser llamado “El Bueno”, y ansí vos lo llamo, y vos ansí vos llamaredes de aquí en adelante”. Así el relato sobre Alonso Pérez de Guzmán se transformó en la historia de Guzmán el Bueno.


jueves, 19 de enero de 2017

Alcaide leal hasta la muerte




Durante el turbulento siglo XIII la lealtad al “señor natural” resultaba cada vez más rara. Las intrigas y ambiciones de los herederos de los monarcas y de los magnates motivaron continuos cambios de lealtades, perjurios, guerras civiles y asesinatos.

A finales del reinado de Alfonso X el Sabio, el príncipe Sancho se había sublevado contra su viejo padre. Fernando de la Cerda, hijo primogénito del rey Alfonso, había muerto en 1275 y su hermano Sancho alegaba que, según los usos y costumbres de Castilla, debía reinar el segundo hijo. Sin embargo, la legislación de las llamadas Siete Partidas, finalizada en 1265 por el propio Alfonso X y basada en el derecho romano, establecía que debía ser el hijo del primogénito (si lo hubiere) el heredero. Fernando había tenido un hijo, Alfonso de la Cerda, y el “Rey Sabio” defendía el derecho de éste a la corona.

Para el año 1282, Sancho había conseguido atraerse a una gran mayoría de la nobleza y tenía prácticamente acorralado a su padre en la ciudad de Sevilla.

Más tarde se dirigió a la cordobesa villa de Carcabuey, todavía leal a su padre. Pedro Nuño Tello, alcaide de su castillo, manifestó a Sancho la lealtad a su padre y su negativa a entregarle la plaza. Después de evaluar las posibilidades de atacar la fortaleza con los medios de que disponían, el príncipe llegó a la conclusión de que su mejor opción era provocar una salida de los defensores. Pedro de Mendieta, lugarteniente de Sancho, informó a su señor de que uno de sus vasallos, el caballero Álvaro Lara, había enamorado a la hija de Pedro Nuño Tello.

Además le dijo que, a pesar del bloqueo de la fortaleza, ambos se comunicaban ya que el galán se acercaba por las noches a la muralla y conversaban. Sancho llamó a Lara y le dijo que propusiese a su enamorada fugarse juntos pero si ella se negaba a abandonar a su padre él nunca volvería a verla. De esta forma pretendían provocar una salida de Nuño Tello en persecución de su hija, o incluso un canje (la hija a cambio de la entrega de Carcabuey). Lo cierto es que Lara convenció a su amada y una noche la joven se descolgó de la muralla donde le esperaba su amado con un caballo. Un vigía dio la alarma y la guardia se dispuso a perseguir a los jóvenes que ya cabalgaban hacia el campamento de Don Sancho.


Cuando ya estaban bajando el puente levadizo Don Pedro Nuño pensó que podía ser una trampa y ordenó que volvieran a subirlo. Uno de sus vasallos le interrumpió, avisándole de que quien había huido era su hija, por lo que había que perseguirles. Sin embargo, el alcaide se mantuvo en su decisión de permanecer en la fortaleza. Al día siguiente Don Pedro recibió una carta por la que se le instaba a ceder la plaza si quería volver a ver a su hija. En su contestación expresaba que se había sentido traicionado por ella, que ya no tenía hija, y que se mantenía firme en su decisión de defender la fortaleza. Poco después, Sancho levantaría su campamento y se retiraría, junto con el caballero Lara y su amada.

Al cabo de dos años, en 1484, muere el rey Alfonso y Sancho sucede a su padre. El nuevo rey concederá una amnistía a los nobles que habían sido leales a su padre. Sancho siente especial interés en atraerse a Nuño Tello y, admirado por su comportamiento, le envíó un mensajero ordenándole que acudiera a la Corte, le rindiera pleitesía y se reconciliaran.

Al recibir la misiva, Don Tello sintió una enorme amargura, al recordar la pérdida de su hija y la vil añagaza empleada por el rey para hacerle renunciar a su deber.


Escribió una carta al rey en la que le expresaba el dolor que le había provocado la huida de su hija y la deshonra de su familia, manifestándole además que como “con el espíritu no podría serle leal” había decidido suicidarse. Finalizaba su carta con un “le envío mi humanidad, única parte de mi que nunca supo rebelarse”.

Los vasallos de Don Pedro Nuño Tello, emocionados, siguieron las instrucciones de su señor y enviaron el cuerpo y la carta al rey. Y esta es la leyenda de Carcabuey, o del alcaide de Carcabuey.

miércoles, 18 de enero de 2017

El duelo entre piratas de Ibiza



La isla de Ibiza, como casi todo el litoral Mediterráneo, fue asolada por ataques de piratas y corsarios entre los siglos XV y XIX. Los llamados `piratas de Ibiza´ eran barcos dedicados a capturar otros barcos amparados por una “patente de corso” de la corona española; tenían derecho a enarbolar su bandera y obtener cobijo en sus puertos a cambio de entregar una parte del botín a la autoridad que le “legitimaba”. Entre los siglos XV y XVIII los corsarios que atacaban las costas españolas mediterráneas solían ser mayoritariamente norteafricanos, autorizados por los gobernadores del imperio turco. Su impunidad llegó hasta el punto de que islas como Cabrera y Formentera llegaron a quedarse despobladas a causa de los secuestros de pobladores y la evacuación de los restantes; la población de Baleares y de las demás costas se refugiaba en pueblos fortificados en los montes del interior, manteniendo vigías en las torres costeras para avisarles de los navíos que aparecieran en el horizonte.

Con el declive de los ataques otomanos en el siglo XVIII les relevaron en el saqueo de las Baleares los ingleses y franceses. Los baleares también se dedicaron al corso, atacando a los barcos ingleses y franceses que comerciaban con la isla de Menorca (que estuvo casi todo el siglo XVIII en manos de esas potencias); también se fueron aventurando en las costas del norte de África asaltando a los barcos y poblaciones de argelinos y tunecinos. Por ello, comienzos del siglo XIX los combates en los mares de las islas Baleares eran generalmente entre barcos españoles, ingleses y franceses. Pero la supremacía en aquellos mares la tenía el bergantín Felicity, armado por el navegante italiano Michelle Novelly, tenía base en Gibraltar y pabellón inglés. Por su origen y su prepotencia, Novelly era conocido con el sobrenombre de “El Papa”.


En la mañana del 1 de junio de 1806, el bergantín Felicity se presentó ante Ibiza, dando varias lentas y amenazadoras pasadas delante de las murallas de la ciudad, pero sin llegar a ponerse a tiro de sus cañones.

En el puerto de Ibiza se encontraba a la espera de limpiar sus fondos, el jabeque —pequeña embarcación de estilo argelino dotada de velas latinas y remos—San Antonio y Santa Isabel. A pesar de tan religioso nombre, se trataba de una pequeña nave corsaria, propiedad del marino ibicenco Antonio Riquer. Al ver evolucionar el buque rival Riquer se dio cuenta que la ausencia de viento le daba ventaja a una nave movida a remo, por lo que convocó a sus hombres; rápidamente prepararon una buena cantidad de “frascos de fuego” (que contenían líquidos inflamables) y se pertrecharon de numerosas armas de fuego y ganchos de abordaje. Embarcaron en su jabeque y se dirigieron remando hacia el navío enemigo, mucho más grande y dotado de artillería muy superior. Su audacia les cogió por sorpresa a la tripulación de la Felicity, que sin suficiente viento para maniobrar no consiguió ponerse en posición para cañonearles a distancia. Riquer maniobró su embarcación, consiguiendo acercarse con ventaja a la Felicity, y lanzarle los “frascos de fuego”. Esto provocó un incendio en la Felicity y les permitió a los ibicencos abordar el bergantín, entablando una lucha con los tripulantes del navío que no se había tirado al mar huyendo del fuego. Todo el combate duró tan solo unos veinte minutos, con el balance de 11 muertos y 22 heridos ingleses, y 5 muertos y 22 heridos ibicencos; uno de los fallecidos fue el padre de Antonio Riquer. La lucha tuvo lugar ante la asombrada población local, que desde las murallas contempló entusiasmada como la embarcación más pequeña volvía remolcando a remo el temido barco corsario.


Las autoridades españolas recompensaron la hazaña de Antonio Riquer con el nombramiento de capitán de fragata de la Real Armada. La captura del Felicity —un buque mucho más apropiado para el combate— animó a Riquer a hacer más salidas en busca de corsarios enemigos; solo quince días después puso en fuga a otro bergantín inglés en las aguas de la Isla de Tabarca, en la costa de Santa Pola (Alicante). Dado que Menorca ya había sido recuperada por España y el tráfico inglés se redujo mucho, los ibicencos se dedicarían al corso hasta 1830, cuando los franceses dominan toda la costa de Argelia y se les acaban los enemigos susceptibles de ser asaltados.

Por suscripción pública, en 1915 se erigió debajo de la catedral de Ibiza un obelisco en recuerdo de Antonio Riquer y sus compañeros corsarios. En Ibiza se afirma que es uno de los pocos monumentos dedicados en el mundo a un corsario; no es del todo cierto, véanse los múltiples monumentos erigidos en Gran Bretaña a Francis Drake, que incluso fue ennoblecido. En cualquier caso, resulta muy curiosa la historia de los corsarios de Ibiza.





martes, 17 de enero de 2017

La conquista de Menorca y el Tratado de Cap de Pera.



A comienzos del siglo XIII las islas Baleares eran parte del Imperio Almohade, cuya capital estaba en Marruecos y que se extendía por toda la costa norte del Magreb y la mitad sur de la Península Ibérica.

Después de varios fracasos durante los reinados anteriores, el rey Jaime I de Aragón concibió la conquista de Mallorca como una gran expedición; solo posible con la participación de numerosos señores feudales, obispos y ciudades de la corona, así como las ciudades aliadas de Marsella, Génova y Pisa, órdenes militares y personas particulares —especialmente judíos— que invirtieron dinero en el proyecto. Sus intereses económicos por conseguir botín se reflejaron por escrito con el fin de regular como se iba a repartir la tierra y el botín que se consiguiera. El objetivo de acaparar todo el rendimiento posible propició que la conquista de Mallorca fuera extremadamente violenta; los participantes no permitieron que el rey pactara capitulaciones de rendición con los musulmanes porque esto impediría incautarse de sus propiedades. Por ello durante los tres años que duró la conquista de la isla de Mallorca, los musulmanes que habitaban la isla fueron matados, esclavizados, huyeron a Menorca o al norte de África.


Después de una campaña tan larga y dura el rey necesitaba volver a la Península con el fin de planificar la próxima campaña contra los almohades de Valencia. Por ello sus consejeros aconsejaron a Jaime I buscar otras alternativas a la invasión de la vecina Menorca. Esta isla estaba gobernada desde la ciudad de Medina Menurka (actual Ciudadela) por el gobernador Abdala Mohamed; éste era auxiliado por el almojarife —jefe militar y de recolección de impuestos— Utman Said. Éste joven había nacido en la Península y era un dirigente extremadamente brillante que había venido ocupando diversos cargos para varios emires almohades del norte de África; además, era un conocido poeta y el propietario de una importante biblioteca.

En 1231 los responsables de Menurka recibieron un mensaje del rey Jaime I; en él, el monarca aragonés les conminaba a rendirse para evotar ser invadidos yq eu se produjera un gran derramamiento de sangre y la pérdida de las pertenencias de los vencidos (como era habitual en aquella época). A partir de ahí se entablaron unas negociaciones. Por parte de los almohades Utman Said tuvo un especial protagonismo, insistiendo en la necesidad de alcanzar un acuerdo. Habiendo llegado el verano (la mejor época para una campaña militar) y no habiéndose alcanzado un acuerdo, el rey aragonés pensó que debía de aumentar la presión. Optó por inducirles a pensar que en cualquier momento iniciaría la conquista de Menorca y su oferta ya no sería válida. Por ello en junio ordenó que por las noches se encendieran unas trescientas grandes hogueras en la costa norte de Mallorca, de modo que desde Medina Menurka sus contendientes intuyeran que les quedaba muy poco tiempo. Para alimentar tantos fuegos ordenó que se cortasen grandes cantidades de ramas y madera, y se acumularan en las alturas que dan al canal de Menorca, en los alrededores del cap de pera (cabo de piedra, en catalán). Durante varias noches esa multitud de hogueras produjo la impresión de que miles de guerreros estaban acampados a la espera de cruzar el canal.


Finalmente, dadas las escasas probabilidades de recibir una ayuda desde África, los líderes musulmanes tomaron la decisión de actuar autónomamente del Imperio Almohade, buscando su propia solución. Cruzaron el canal hasta la Cala Ratjada y se dirigieron a la Torre de Miguel Nunis en Cap de Pera; allí se entablaron unas negociaciones que culminaron el 17 de junio de 1231 cuando en ese castillo se firmó el llamado Tratado de Cap de Pera. A resultas de éste los musulmanes menorquines dejaron de ser parte del Imperio almohade pasando a convertirse en un Reino Taifa vasallo del reino de Aragón, al que pasaban a pagar todos los años el tributo que antes mandaban a los almohades; también aceptaban tener en su capital un contingente de guerreros aragoneses. A cambio, gozaban de la independencia y de la protección de Aragón.

El nuevo rey taifa Abu Abdala Mohamed sería destronado tres años después por su almojarife Abu Utman Said. Éste formó una brillante corte de artistas y estableció un estricto cumplimiento de la ley islámica ejecutando a quienes bebían alcohol; también cumplió escrupulosamente el Tratado de Cap de Pera al que se había comprometido.

Al morir en 1276 el rey Jaime I en su testamento se estableció que la soberanía de Menorca pasó a su hijo Jaime II de Mallorca, desligándose por ello la isla de Menorca de la corona de Aragón. En 1282 falleció Abu Utman Said siendo sucedido por su hijo Abu Umar ben Said. Poco después de acceder al trono se produjo la inesperada visita del rey Pedro III de Aragón —del que ya no dependía jerárquicamente por ser ahora vasallo del reino de Mallorca—; Pedro III y sus caballeros se dirigía hacia la isla de Sicilia con una flota de invasión, pero debió de arribar a Menorca para refugiarse de una tormenta. El rey moro de Menorca les acogió hospitalariamente, comprometiéndose además a mantener la confidencialidad de los motivos de su viaje. Pero antes de que los aragoneses reembarcaran, envió un barco a Sicilia para alertarles de que iban a ser invadidos.


En 1285, después de haber rechazado una invasión francesa a la que había contribuido los mallorquines, el rey Pedro III ordenó a su heredero el príncipe Alfonso que invadiera Ibiza. Al año siguiente, siendo ya el rey de Aragón e Ibiza Alfonso III, éste invadió Mallorca para expulsar del trono a su tío. La última isla fuera de su control era Menorca.

El reino taifa menorquín era aliado del reino de Túnez y por ese cauce venía apoyando al rey de Francia. Por ello Alfonso III tenía decidido conquistar la isla cuanto antes. El 22 de noviembre de 1286 cien naves con unos veinte mil combatientes zarparon de Salou para transportar el ejército aragonés a Mallorca. Allí descansaron hasta el 17 de enero del año siguiente en que desembarcaron en Mahón (Menorca).

El rey taifa menorquín y sus tropas mercenarias tunecinas fueron derrotadas por los aragoneses, refugiándose en el castillo de Santa Agüeda, donde tres días después se rindieron. A cambio consiguiendo la autorización para marcharse con algunos de sus bienes, sus cincuenta concubinas y doscientos seguidores, así como con el cadáver de su padre Abu Utman Said. El barco genovés que transportaba la Familia Real de Menorca hacia África naufragó, pereciendo todos.