La mayor parte de los monarcas de la época evitaron cebarse con los consanguíneos y nobles (a muchos de los cuales les acababan perdonando); la ejemplaridad y la crueldad las solían reservar para los más débiles. En cambio, Pedro I hizo más bien lo contrario, protegió a la burguesía y las minorías, ganándose el apoyo de judíos, musulmanes y burgueses en su enfrentamiento con su numerosa familia bastarda y con una nobleza altamente levantisca.
El hecho de que le sucediera en el trono su mortal enemigo –su hermanastro Enrique de Trastámara– puede explicar que la historiografía le haya calificado como “El Cruel”.De haberle sucedido uno de su sangre seguro que el apelativo hubiera sido más suave. Desde el reinado de Felipe II —admirador de su antecesor— algunos cronistas e historiadores le han denominado “El justiciero”, denominación que no ha conseguido imponerse. Con parecido criterio, cada vez más historiadores le llaman del mismo modo. Esta historia nos dará que pensar, aportando argumentos a unos y otros.
El origen del dramático problema familiar fue la pasión del rey Alfonso XI de Castilla por Leonor de Guzmán, su barragana (denominación que recibían las amantes oficiales de los reyes y magnates). Esa relación afectó enormemente a la reina legítima —María de Portugal—; especialmente hiriente fue el hecho de que Leonor le dió al rey Alfonso 10 hijos bastardos. Para la reina legítima supuso una tremenda humillación, pues el insólito número de hijos ilegítimos demostraba lo poco que le importaba al rey su esposa María de Portugal y la tremenda pasión que mantenían por su amante. Según fueron creciendo los bastardos, a tan numerosísima prole hubo que irla colocando en cargos y darles los medios de vida propios de los hijos ilegítimos de los reyes: las hembras se solían internar en los conventos o casar con nobles, en tanto que los varones recibían algún título de la corona o cargo en una orden militar, pudiendo también recibir algún cargo episcopal. De algún modo, se estaba creando una gigantesca estructura de influencias e intereses a la que unir la propia parentela nobiliaria de Leonor de Guzmán y sus numerosos amigos colocados por ella en cargos de alto rango. La activa e inteligente Leonor era consejera habitual de su amante del rey Alfonso, y formó en su Sevilla natal una auténtica Corte paralela de la que formaban parte numerosos familiares e importantes linajes como los Lara, los Enriquez y los Coronel.
María de Portugal y su hijo Pedro fueron conscientes de que se había formado un auténtico “partido” capaz de arrebatarle el poder al joven. Tras morir en 1350 el rey, Leonor de Guzmán trató de mantener su infuencia, llegando a tomas audaces decisiones, como hacer que prestase su propia alcoba para que su hijo Enrique se acostase con su prometida —Juana Manuel, hija del infante Don Juan Manuel— para precipitar ese matrimonio que tanto le convenía. Eso causó un gran escándalo en la Sevilla de aquel entonces. Leonor fue llevada presa al castillo de Talavera de la Reina, donde fue ejecutada por orden de la reina madre María de Portugal.
El siguiente paso de Pedro y su madre para tratar de eliminar las amenazas que pendían sobre l joven rey fue reducir el poder de los numerorísisimos nobles que habían alcanzado gran poder y riqueza gracias a Leonor de Guzmán. Uno de estos fue Alfonso Fernández Coronel, que fue capturado tras el asalto a su castillo de Aguilar de la frontera (Córdoba), el 2 de febrero de 1353. Inmediatamente después de hacerse con el fue condenado por traición en un juicio sumarísimo, para a continuación ser ejecutado y su cadáver fue a continuación quemado para que ni siquiera fuera posible que su familia tuviera donde visitarlo y recordarlo. Esta macabra ceremonia se celebró ante los cuatro hijos del reo, incluida su hija María Coronel.
Otra de las hijas que presenciaron esa ejecución era Aldonza Coronel, esposa de Don Alvar Pérez de Guzmán —personaje que, habiendo intrigado contra el Rey— se vio obligado a huir por lo que fue declarado traidor. A raíz de este suceso Aldonza Coronel se refugió en el convento sevillano de Santa Clara. Ante la continua eliminación de enemigos del rey, Aldonza decidió salir del convento para suplicarle al Rey el perdón para su marido. (No tenemos noticia de si lo consiguió, pero lo que es seguro es que sus naturales encantos suscitaron el interés del Rey).
Heredero de los libertinos instintos de su padre, por aquel entonces Pedro I tenía a su esposa encerrada en el castillo de Arévalo (Ávila) y mantenía públicamente como barragana a María de Padilla; y aunque esta le había dado varios hijos, eso no resultaba un obstáculo para que Pedro se procurase amantes adicionales cuando surgía la ocasión. Al gustarle la mujer, a partir de entonces el Rey comenzó a visitar a Aldonza en el convento; finalmente esta acabó cediendo a sus pretensiones, y Aldonza Coronel se convirtió en la segunda amante del rey, quien la instaló en una habitación de la Torre del Oro.
Otro foco de suspicacias era el marido de Maria Coronel; Juan de la Cerda era descendiente de la familia real de León y potencial candidato a la corona real de ocurrirle algo a Pedro. Y, aunque el suegro de María había reconocido a Alfonso XI su derecho al trono, Juan permanecía bajo sospecha. Juan de la Cerda acabó por comenzar a intrigar también contra el Rey, quien acabará ordenando que Juan sea encerrado en la Torre del Oro —de donde había sido trasladada previamente su cuñada Aldonza, cuando fue trasladada a la vecina Carmona—. Ante el grave peligro que acechaba a su marido, Maria Coronel viajó desde Sevilla a Tarazona (Zaragoza) para suplicarle personalmente al rey el perdón; lo obtuvo, pero para cuando volvió a su ciudad, se encontró que Juan de la Cerda ya había sido ejecutado. Desolada, María se encerró en el convento de Santa Clara; posteriormente María se ordenó monja.
El Rey ya le tenía echado el ojo a María; y al igual que hizo con su hermana, la reclamó a su presencia. Ella no acudió y el rey Pedro I fue a buscarla personalmente al convento. Ante la llegada del Rey, María consiguió esconderse de él, tapando su escondrijo con unos palos y ramas pero el Rey volvió pronto, cogiéndola esta vez por sorpresa. María reaccionó echándose encima un aceite hirviendo que la dejó desfigurada. A partir de ese momento, el Rey la dejaría en paz.
Algunos cronistas han afirmado que María de Padilla —la amante favorita del rey, que ejercía de reina de facto, por la prisión de Blanca de Borbón— al enterarse de lo ocurrido con aquella mujer, la mandó llamar a su palacio. Al verla con la cara abrasada, la Padilla se levantó, la abrazó, se quitó la corona (no debería de llevar corona siendo solo barragana, pero hagámonos los tontos/as), y le colocó dicha corona sobre la cabeza de la monja, diciendo: “Vos María merecéis corona y debéis llamaros coronada”.
Al morir Pedro I a manos de su hermanastro Enrique, el nuevo rey ordenó que se le devolvieran sus bienes a las hermanas Coronel. Con la fortuna recuperada María y Aldonza fundaron el convento de Santa Inés en el solar del antiguo palacio de su padre; allí se trasladaron en 1376 con las monjas del convento de Santa Clara.
Maria Coronel fue la primera abadesa del nuevo convento. Se cree que María falleció el 2 de diciembre de 1411, a los 77 años de edad.
En 1626, al realizarse el traslado de sus restos, se encontró su cuerpo incorrupto, con el rostro y el cuello marcados por las quemaduras. Cada dos de diciembre, aniversario de su muerte, en la sevillana iglesia de Santa Inés se expone al público su cadáver.
¿Y el perejil? pues no sabemos. En Sevilla a esta historia o leyenda se le llama La leyenda del perejil, pero dicha planta no aparece por parte alguna. ¿Pudiera haberse asociado a las plantas que cubrieron a Maria Coronel en su primera escapada del rey? Tendría que haber sido muchísimo perejil… Tal vez ese es el mayor misterio de esta leyenda, todavía por descubrir.
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