Había una vez, en una remota montaña, una tarde de invierno que pintaba el paisaje con tonos suaves de blanco y azul. El sol comenzaba a declinar en el horizonte, arrojando largas sombras sobre la nieve recién caída. El aire estaba impregnado con la frescura característica de la estación, y el silencio reinaba en la montaña, solo interrumpido por el suave crujir de la nieve bajo mis pies.
Decidí aventurarme más allá de los senderos trillados y adentrarme en la naturaleza virgen que se extendía ante mí. La quietud del lugar era sobrecogedora, y el único sonido que rompía el silencio era el susurro del viento que acariciaba las ramas desnudas de los árboles. Las montañas se alzaban majestuosas, cubiertas de un manto blanco que parecía resplandecer bajo la luz tenue del sol
Caminé en solitario, disfrutando de la sensación de la nieve crujiente bajo mis botas y el aire fresco que llenaba mis pulmones. A medida que ascendía, el panorama se revelaba ante mis ojos, mostrando valles cubiertos de niebla y picos montañosos que se perdían en el cielo. La naturaleza parecía haberse detenido en el tiempo, como si la montaña guardara sus secretos en un eterno abrazo invernal.
En algún momento, decidí sentarme en un promontorio rocoso y contemplar el espectáculo que se desarrollaba ante mí. El sol, ahora más bajo en el horizonte, teñía el cielo de tonos cálidos y dorados. Las sombras de las montañas se alargaban, creando un juego de luces y sombras que confería al paisaje una magia única.
Mientras observaba el atardecer, una familia de ciervos cruzó en silencio el claro frente a mí. Sus elegantes siluetas contrastaban con el blanco del entorno, y por un momento, el mundo pareció detenerse mientras contemplábamos mutuamente nuestras presencias efímeras en aquel rincón remoto de la tierra.
A medida que la tarde avanzaba hacia la noche, decidí emprender el regreso. El cielo se teñía de tonos morados y rosados, y las estrellas comenzaban a asomar tímidamente en el firmamento. La montaña, ahora envuelta en la oscuridad, revelaba una belleza diferente, llena de misterio y quietud.
Al llegar al refugio, llevé conmigo el recuerdo de esa tarde mágica en la montaña. Una tarde de invierno donde el silencio, la nieve y la majestuosidad del paisaje crearon un cuadro inolvidable en el lienzo de mi memoria.
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