viernes, 4 de octubre de 2024

Un encuentro inesperado



Era una tarde como cualquier otra, con el sol descendiendo lentamente, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados. Caminaba por las calles empedradas del centro, sumergido en mis pensamientos, cuando una figura familiar captó mi atención a lo lejos. No era posible. Hacía años que no la veía, y todo indicaba que nuestras vidas habían tomado rumbos completamente distintos.

Mis pasos vacilaron un segundo, pero la curiosidad fue más fuerte. La reconocí al instante: el mismo cabello rizado que siempre bailaba con el viento, los mismos ojos que alguna vez habían sido testigos de nuestras conversaciones interminables. Era Marta.

Me acerqué lentamente, sin saber si debía llamarla o simplemente dejar que el pasado siguiera siendo pasado. Sin embargo, antes de poder decidir, ella levantó la mirada y nuestros ojos se cruzaron. Hubo un instante de incertidumbre, un segundo eterno en el que ninguno de los dos sabía qué decir o hacer. Pero luego, algo cambió. Sus labios se curvaron en una sonrisa, y fue como si el tiempo no hubiera pasado.

—No puedo creer que seas tú —dijo ella con una mezcla de asombro y alegría.

Nos saludamos con un abrazo torpe, casi como dos viejos amigos que intentan recordar cómo se sentía esa cercanía. Hablamos de lo que había pasado en nuestras vidas desde aquella última vez. De los lugares que habíamos visitado, las personas que habíamos conocido, y las lecciones que habíamos aprendido.

El encuentro fue breve, pero suficiente para recordarme lo impredecible que es la vida. A veces, cuando menos lo esperas, las piezas del pasado regresan para recordarte que, aunque todo cambie, hay cosas que siempre permanecen en algún rincón de tu memoria, esperando ser redescubiertas.


 

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