En el corazón dorado de la vasta sabana africana, donde el horizonte se extiende hasta fundirse con el cielo anaranjado, vivía un majestuoso elefante llamado Tembo. Sus orejas eran tan grandes como las hojas de una acacia, y sus colmillos, curvados y brillantes, narraban historias de muchas estaciones pasadas. Pero lo que realmente distinguía a Tembo no era su tamaño ni su fuerza, sino su corazón bondadoso y su profundo respeto por cada criatura que compartía la llanura con él.
Tembo era considerado el sabio guardián de la sabana. Los antílopes acudían a él cuando las lluvias tardaban en llegar, las jirafas le pedían consejo cuando las hojas altas se secaban, y hasta los leones, con su rugido imponente, lo respetaban. Sin embargo, Tembo tenía un secreto que lo inquietaba: soñaba con ver el océano. Había oído hablar de él por aves migratorias que cruzaban el cielo, describiendo un horizonte interminable de agua azul y salada.
Un día, mientras la sabana se bañaba en los tonos dorados del atardecer, un pequeño suricato llamado Kibo se acercó a Tembo con una noticia urgente.
—¡Tembo! —exclamó Kibo—. El río se está secando. Los peces se están muriendo y los flamencos están abandonando sus nidos.
El elefante, con su mirada profunda y sabia, asintió lentamente.
—Es hora de buscar respuestas —dijo con voz grave.
Juntos, Tembo y Kibo emprendieron un viaje hacia las montañas lejanas, donde nacía el río. Durante su travesía, enfrentaron desafíos: atravesaron terrenos áridos, sortearon tormentas de arena y se encontraron con cazadores furtivos que intentaban dañar la fauna. Pero Tembo, con su imponente presencia y astucia, siempre encontraba una forma de seguir adelante.
Al llegar a las montañas, descubrieron la verdad: un enorme muro de tierra y rocas había bloqueado el cauce del río. Sin dudarlo, Tembo utilizó su fuerza para romper la barrera, permitiendo que el agua fluyera nuevamente hacia la sabana.
El regreso fue triunfal. Los animales celebraron con cantos y danzas mientras el agua devolvía la vida al paisaje seco. Sin embargo, Tembo sabía que su viaje no había terminado.
Una mañana, mientras el sol nacía, Tembo se despidió de sus amigos y comenzó su camino hacia el océano. Nadie sabe con certeza si logró llegar, pero las aves migratorias aún cuentan historias sobre un elefante que camina junto a las olas, mirando el horizonte infinito con los ojos llenos de paz.
Y así, la leyenda de Tembo, el elefante de la sabana, vive en cada rincón de aquella tierra dorada.
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