En Pardesoa, Tierra de Montes, en una aldea en la que sólo había cabras y ovejas contrataron a un pastor para que las guardase a todas juntas.
El pastor contratado salía para el monte con el día y regresaba con la noche.
Volvía con la noche y con todas las ovejas y las cabras que había llevado -y con alguna más si es que había parto en esa jornada, y el rebaño iba aumentando y las ovejas y las cabras se veían gordas y brillantes.
Llevaba en el morral un cantero de pan, queso y tocino y una bota de vino, y con unas pesetas que le pagaban por mes, se daba por satisfecho y se sentía feliz.
Pero sucedió que una jornada volvió con dos ovejas menos, y otra con una cabra menos, y otra echó en falta tres ovejas.
Cada día faltaba algo, y el rebaño disminuía a ojos vistas.
Decidieron vigilarlo. Al otro día salió el hombre más fuerte de la aldea detrás del pastor, a cierta distancia, para observar lo que hacía con el rebaño.
El fortachón llegó al monte, se escondió y aguardó.
Al cabo de un momento oyó un fuerte silbido y vio una cobra enorme, de muchos metros de largo y gruesa como un brazo, que se lanzaba sobre las ovejas y las agarraba por el pescuezo.
El pastor, que estaba atento, se resistió y se le opuso.
Iniciaron una larga disputa, cuerpo a cuerpo.
La cobra lo quería envolver en sus anillos y él aplastarle la cabeza, y ninguno de los dos podía.
Duró mucho la pelea, y ya los dos contendientes se mostraban cansados, y decía la cobra:
Si tuviese una fuente no salías del monte.
Respondía el pastor:
Pues si yo tuviese un vaso de leche a mano
y un pedazo de pan
y el beso de una doncella, te tumbaba, cobra vieja.
Y la lucha continuaba, ora con ventaja para la cobra, ora para el rapaz.
El fortachón, que lo veía todo, corrió espantado hacia la aldea, buscó pan y leche, se hizo acompañar de una hermosa moza de la vecindad y volvió al monte.
Seguían allí peleando los adversarios, y tan cansados estaban, que se apartaron para descansar un instante, cada uno por su lado.
La muchacha le dio al pastor pan y leche, que él comió y bebió, y un sonoro beso.
Con eso venció fácilmente a la cobra que, derrotada, se transformó en una hermosísisma dama, pues resultó que era una mora encantada con figura de serpiente y el pastor había roto el encantamiento.
Pasado un tiempo prudencial, se casaron y fueron muy ricos, que parece que la mora tenía ocultos muchos tesoros, o sabía de ellos, que viene siendo lo mismo.
Pero, a pesar de tener todo cuanto quería, el antiguo pastor siguió tomando cada día unas migas de pan y un vaso de leche.
En cuanto a los besos de la doncella, eso es otra cosa.
Pero si usted va a Pardesoa, quizá ella esté aún y usted pueda probarlos.
Saben a manzana con queso.