Dicho Rey se llamaba Olias Rey del Mar, o así al menos le conocían.
Olias tenia la fortuna de estar casado con una bella esposa, que no era del todo humana, puesto que su raza era la de hada de los bosques, y hacia ya mas de veinte años que mantenían una relación de amor y devoción el uno por el otro.
Él, humano y ella hada, eran la pareja más dispar que existía en su reino, pero todos los hombres del país aceptaban de buena fe su relación.
La reina Marigold, pues ese era su nombre, era extremadamente amable con sus súbditos, regalando y ofreciendo todo lo que a su alcance tenía, para hacerles la vida un poco más fácil.
El destino les había obsequiado con tres bellísimas hijas, a cada cual mas hermosa, con tan solo un año de diferencia entre ambas.
La mayor tenia 18 años de edad y su cabello era como la seda, con labios carnosos y facciones dulces. Sus padres la habían puesto por nombre Daliena, que en el idioma de las hadas significaba fortaleza.
La mediana tenia 17 años de edad y su pelo largo y ondulado le caía por la espalda como cascada, con ojos del color del mar y mejillas siempre sonrosadas. Ella se llamaba Iris, en el dialecto de las hadas significaba gran belleza.
La mas pequeña de las hermanas tenia 16 añitos recién cumplidos y su cabello era dorado como el sol, fino y liso, tan largo que debía tener cuidado de no enredarlo con el movimiento, poseía labios de un rojo natural, que deslumbraba a cuantos se acercaran, y un profundo color azul oscuro en los ojos. Su nombre era Ahmis, que significaba sabiduría.
Todo en la vida de palacio era felicidad y armonía, las tareas de las princesas solo cesaban para dar paso al juego y la algarabía de sus tardes.
Las princesas tenían una peculiaridad inquietante, a causa de la mezcla en su árbol genealógico, un padre humano y una madre hada, tenían que ocasionar algún final inesperado.
A la corta edad de los cinco años, cada una de las princesas respectivamente, había experimentado un cambio en su aspecto físico, dejando asomar unas pequeñas marcas en sus espaldas, que con el crecimiento de sus cuerpecitos, se habían transformado en unas alas preciosas, de colores pasteles y tacto de seda.
Nada más lejos de la realidad, el que estos ornamentos, fueses desagradables a la vista, al contrario, las ofrecía un aspecto mucho más dulce y tierno.
Las alas de las muchachas no servían para mucho, eran un simple adorno.
Un día paseaban por el jardín del castillo, agarrados del brazo, el Rey Olias y su hija mayor Daliena, encaminando sus pasos por debajo de los rosales en flor, disfrutando del día en compañía el uno del otro, cuando un acontecimiento al parecer no tan liviano, los sorprendió, un pétalo de rosa cayo de su sitio, para estrellarse en la cabeza de la princesa, esta de inmediato cayo al suelo por el golpe y se desmayo.
Pensareis que fue una reacción un tanto exagerada, pero es que se me olvido decir que las princesitas eran muy delicadas.
Rápidamente la llevaron a la enfermería del palacio y allí pudieron comprobar que en su frente había un gran bulto, ocasionado por aquel fatídico pétalo de rosa.
Después de algunos días hospitalizada, se recupero, pero en el corazón del Rey se había hospedado el más negro pesar, puesto que su hija mayor jamás volvería a ser la misma después del fatídico accidente.
La consternación llego hasta lo más remoto del reino, haciendo que todas sus gentes, sintieran la preocupación por el Rey y su hija.
Pasaron los meses en el palacio, hasta que una mañana oscura y triste, todo el castillo despertó con el grito mas desgarrador, era la voz de Iris, que se alzaba alto desde sus aposentos. En una fracción de segundo todos los súbditos y el Rey y Reina, llegaron a la recamara de su hija mediana, para comprobar que era lo que sucedía.
Los gritos de la princesa eran de dolor, de un dolor punzante que se localizaba en su espalda, un poco más abajo de sus pequeñas alitas. Creyeron que quizás eran estas mismas las causantes de aquel sufrimiento, pero al levantar sus ropas, vieron que en realidad la herida rosada de su piel, no tenía nada que ver.
El doctor la reconoció y conjeturo que debía de tratarse de algo que se ocultara en su lecho. Las sirvientas movieron, buscaron e inspeccionaron toda la cama, pero después de muchos minutos sin respuesta, comprobaron que lo único que podía haber causado aquello, era una pequeña arruga en sus sabanas. Y así lo descubrieron, la princesa había sido herida, por una simple arruguita en la suave tela.
Después de muchos días de curas y ungüentos, la princesa se recupero, pero en el corazón del Rey había un gran pesar, puesto que su hija mediana jamás volvería a ser la misma después de aquella desgracia.
El Rey Olias, temía por la vida se su ultima hija sana, su pequeña y frágil Ahmis, que era entre las tres la mas desvalida.
A pesar de las negativas y peleas de su hija pequeña, el Rey decidió poner fin a su sufrimiento y encargar una urna de cristal, donde salvaguardar a su inocente niña.
Eran en verdad una urna muy fastuosa, con grabados en los bordes y colores relucientes, pero la princesa no mostraba un gran entusiasmo.
Pasaron las semanas, y el verano llego, y con el las flores, el verde y los animales, incluidos los bichitos mas pequeños. Uno de estos pequeños mosquitos, se coló dentro de la urna, en el mismo momento que una doncella, llevaba la comida a la princesa encerrada. Pero nadie se dio cuenta de la entrada del intruso.
El mosquito se acerco a la princesa y se posiciono delante de su hermoso rostro, y con el aleteo de sus alitas, hizo llegar una minima corriente de aire hasta la joven, para con ese acto, hacerla estornudar.
La princesa Ahmis, cayo enferma por un terrible resfriado, y al comunicarle a su padre, que había sido producido por un mosquito, el Rey entro en cólera.
La princesa sin duda se recupero, pasadas unas semanas, pero ya os puedo decir, que el Rey comprobó que su hija pequeña, jamás volvería a ser la misma después de aquel inconveniente tan desafortunado.
Y así termina la historia, con un Rey y una Reina, sumidos en la desesperación de nunca llegar a saber, cual de sus tres hijas, era en verdad la más delicada.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.