lunes, 4 de marzo de 2013

LA BANDA DE PACO EL SASTRE







Como cualquier viernes, Manuel se levantaba más contento que otros días ya que este era el del comienzo del fin de semana y tras las tediosas clases, vendría el carruaje habitual para llevarle a él y a su hermano Paco, a la finca que tenía su padre en Valdemoro.

Lo que Manuel no sabía es que este viernes iba a ser diferente a otros tantos.

El calor ya era latente, siendo Mayo y las clases cada vez le resultaban más pesadas, pero tenía la suerte de estar cerca de una ventana y a veces se perdía en el movimiento de las ramas de los árboles, hasta que el prior, entraba en la clase para avisar de que ya estaba el carruaje en la puerta esperando a ambos hermanos.




Curiosamente hoy el carruaje se había adelantado unos minutos, cosa que agradecían en suma.
Corriendo, casi perdiendo el contacto con el suelo en las empinadas escaleras. entran en el carruaje que ya les espera con la puerta abierta, de un salto, el prior, con algún cocido de más en su ancho cuerpo, suda la gota gorda para llegar a la puerta, para poder comprobar que motaban en el, como le había prometido a su padre el Marqués de Gaviria haría.



Tras un acalorado recorrido, cuando por fin llega a la calle sin poder mediar palabra, solo puede ver como el carruaje corre por la adoquinada calle de Hortaleza.

Resoplando, apoyado en el quicio de la puerta, comprueba extrañado que el carruaje gira a la izquierda al final de la calle, en vez de a la derecha como era menester.

Dubitativo por no saber si informar de este hecho al Marqués, decide librarse de culpa, acercándose a su casa.

De camino, decide parar en la tasca, para tomarse un refrigerio antes de continuar camino.
En esta, mientras se sienta en busca de su pañuelo para secarse el sudor, escucha en la mesa de al lado, a dos hombres de charla animada.

- Qué si te digo, que el Paco el Sastre se ha escapado de la cárcel – Increpa el más mayor al joven mientras le golpea amistosamente con el anverso de la mano el pecho.
- No puede ser, no te creo! La cárcel del Saladero tiene unos muros enormes! ¿Cómo van a poder salir de allí? Es imposible! – Responde negando con cabeza y mano.




Mientras, Manuel y su hermano juegan en el interior de carruaje haciendose cosquillas uno a otro.

- ¡Déjame Paco que me vas a matar de risa! Jajajaja
- ¡Nooo, te reirás y reirás hasta que se te salga la lengua entera! jajajaja

De repente, el carruaje se detiene casi en seco y el conductor se gira bruscamente.

- ¡Como no os calléis yo si que os voy a cortar la lengua!

Sorprendidos los niños callan de inmediato, hasta que Paco, no puede evitar sacar su rabia adolescente.

- ¡Pues cuando lleguemos a la finca le voy a decir a mi padre lo que nos has dicho!
- ¡Mira niño, hoy no vas a ver a tu padre! – Dice mostrando una gran navaja bajo su poco lavada camisa.

Paco, al verla, empieza a entender lo que está pasando.



Manuel no puede evitar intentar saltar del carruaje, pero en poco tiempo este coge velocidad y se hace muy peligroso el apeo.

En estas están, cuando el prior llega a la casa del Marqués donde este sale extrañado de su visita.

- Qué ocurre? Como tan apurado llega prior?
- ¡Ay señor marqués, que creo que sus hijos no han ido a la finca de Valdemoro!

Justo en ese momento, llega el carruaje que había enviado el Marqués a sus hijos, bajándose el conductor y explicando que, al llegar vio que tardaban en bajar y subió a preguntar, allí le dijeron que los niños ya habían salido en otro carruaje.

Los habían secuestrado.

El Marqués de Gaviria, persona inmensamente rica había sido objeto de secuestro, pero lo que no sabían los secuestradores es que este también estaba caracterizado por una increíble persistencia y más si se trataba de su sangre.

Puso en su búsqueda a toda su gente sin resultado inmediato, hasta que al día siguiente llego una mala nueva, con carta y mensajero en forma de pastor del pueblo de Manzanares, quien al parecer se encontró con Paco el Sastre y le entregó esta.
En ella pedían la nada despreciable suma de 3000 onzas de oro por la vida de los niños.

No tardó el Marqués, en imaginar que estos estaban en las inmediaciones La Pedriza, por lo que puso su interés y esfuerzo en este lugar para que fueran buscados allí.
Para acelerar la búsqueda el Marqués ofreció una recompensa a quien encontrase a los niños y diera cuenta de los bandidos.
El rumor sobre esta, no tardo en inundar el pueblo y sus alrededores, consiguiendo que mucha gente, se apuntase al suculento premio.

Pasaron varios días de activa búsqueda y mientras Manuel y Paco, habían conocido más a fondo a sus secuestradores y estos a ellos, consiguiendo cierta empatía unos por otros y que ya no se sintieran tan mal en su compañía.

Algunos dicen que el lugar donde estos tenían el campamento tiene algo de mágico y que estar cerca de él hace a la gente mejor.
Un lugar diferente y único en La Pedriza que no se sabe muy bien de donde o como llegó hasta allí. Esta roca la llaman El Tolmo.



Estando una tarde, aun con luz, mientras Paco el Sastre enseña a Manuel el arte de manejar la navaja, las voces de algunos cazarecompensas pone en alerta a Paco el Sastre y su banda, haciendo que huyan dejando a los niños en el campamento que tenían bajo la gran piedra, despidiéndose, con dos regalos a Manuel, su impresionante navaja y una sonrisa.

Un año después, Paco ya casi ha olvidado lo sucedido, pero Manuel, no y aun guarda la navaja de El Sastre bajo el colchón y de vez en cuando saca para observarla y acordarse de lo aprendido.

Esa misma tarde, el padre les informa de que han cogido a Paco el Sastre, le iba a ejecutar en el patíbulo de los Pontones cerca de la Pureta de Toledo y que irían a verlo.

Manuel, a pesar de estar bastante lejos del condenado, intenta con este contactar con la mirada, antes de que sea ejecutado para devolverle la sonrisa y enseñarle la navaja que se ha llevado escondida bajo la camisa.



Pero El Sastre está cabizbajo y no levanta la mirada.
Finalmente, Manuel no puede reprimirse y le llama con una voz ante la sorpresa de su hermano y padre.

- Sastreee, aquíii…Soy Manuel, me recuerdas?


Paco El Sastre, levanta la mirada y estira el cuello buscando con los ojos el lugar de donde provenía la voz.
Por fin coinciden y ambos sonríen, haciéndose cómplices por un momento antes de la despedida final.




martes, 26 de febrero de 2013

Entre pinos me vi un día



Cuando los leñadores creyeron que mi tronco ya era seco apuntaron amenazantes con su hacha, sentí el primer golpe y la herida desparramó trozos de corteza.

Una y otra vez alternaron el viaje con su herramienta, sin remordimiento tasajearon mi lineal figura y horadaron cerca de la raíz. El fin era inminente y pronto los fragmentos de mi otrora corpulenta estructura estarían apilados en un lado de la caballeriza. La rama vecina más cercana al espigado y redondo troncón se cimbraba quejumbrosa simulando un azoro poco usual.

Mi llanto chorreaba en forma de gotas de trementina pegajosa y tres veces me llegó el deseo de embarrar la cara y los cabellos del par de despiadados taladores, tan cuidadosos que limpiaban la transparente y melosa brea cuando se acumulaba en el grueso metal. Y las tres veces me quedé con las ganas, por supuesto. Al parecer no estaba tan maduro. Grité desaforado suplicando compasión pero de los nudos no salió un solo tono.

Acaso los únicos ruidos fueron los secos, sordos porrazos disminuyendo poco a poco el grosor de la viga: taz, taz, taz, podía oírse a diez potreros a la redonda pero no vislumbraba auxilio por ninguna parte.

Los minutos eran eternos. La escasa vida ahuyentaba los alientos, que parecían elevarse en una vegetal plegaria a la diosa de las coníferas, que cerró sus oídos aceptando mi impotencia. Qué descanso. El sudor mojaba la frente de los humanos y yo exhalaba dificultosamente aprovechando el tiempo en que desdoblaban el paliacate colorado y el instante en que lo guardaban en la bolsa trasera de su pantalón de mezclilla.

Y disfrutaba los minutos que tardaban en absorber el humo de unos tubos cilíndricos y blancos, apestosos como la boñiga de las vacas que habían hecho de mi poca sombra su lugar de momentáneo reposo en tanto que rumiaban placenteras. Antes, en la mocedad, mi cuerpo apenas tomaba forma y los humanos de corta edad me doblaban, groseros, casi hasta el suelo, pero la delgada vara que era mi tronco parecía chicle.

Me acuerdo complacido que en más de una vez devolví con furia un recto a sus espaldas en venganza por la crueldad con que me trataban. Y fui creciendo, anillo tras anillo, año tras año, en un olvidado rincón del potrero de la siembra. En los otoños mis agujas caían formando un colchón de suave hojarasca, todas las temporadas, empujadas por las otras, verdes y nuevas, prestas a estrenar con júbilo cada invierno.

La fría temporada en Wachochi trajo consigo, en la vuelta de los años, verdaderas avalanchas de limpios copos de nieve que acumulándose en mis ramas dormían de noche para seguir su destino en el más próximo mediodía: caer de súbito humedeciendo la tierra. Y fui produciendo wícharas, piñas pues, aportando cuando debía la semilla para nuevos congéneres, que brotaban insignificantes y flacuchos abrazando mi reducido pero compatible espacio.

Taz, taz, taz. La abertura en forma de ve empequeñecía con cada hachazo la esperanza de seguir plantado, pegado a una tierra que por años, décadas, me dio alimento. Los atinados golpes dejaban acumular una gruesa capa de cáscaras alrededor mío y presentía que el punto de apoyo debilitaba mi fuerza y doblaba mi estructura.

Cuando llegó el momento y las hachas dejaron de penetrarme percibí un preciso empellón y caí cuan largo era, al tiempo que quieto reposaba de la brutal estremecida. Creyendo que los hombres aquellos continuarían con su despiadada tarea resignado esperé minuto a minuto, día a día y nada.

Allí quedé tendido, con la fortaleza de antaño hecha trizas, viendo con cierta nostalgia cómo las ramas fueron secándose en un acto de solidaridad envidiable.

Que una parte de mí muriera y las demás decidieran hacer lo mismo tranquilizó mis angustias y convencido de mi utilidad como alimento para las estufas vecinas me abandoné en el llano de los olvidos.