martes, 23 de junio de 2015

4- Visita sorpresa



                                                                         





Jaime enviaba fotos del viaje para la página web. Martina no dejaba de pensar lo que se estaba perdiendo. Lugares increíbles, fiestas únicas. Le bastaba con mirar a Leo para que esa sensación se mitigara o al menos para dejar de pensar en ello. Solo habían pasado dos semanas y su ausencia era cada vez más insoportable. Por la mañana esperaba su llamada, solía llamar desde la habitación del hotel. Utilizaban una aplicación en la que podían verse. Cansado, intentaba contarle con una sonrisa cómo era la ciudad dónde estaba, como había ido el bolo. Al final siempre lo mismo, la pose de normalidad desaparecía.

—Os echo de menos. Los viajes ya no son lo mismo sin ti revoloteando a mi alrededor—Martina lloraba—. No llores Tina, no me lo pongas más difícil.

Ella sonreía forzada y se despedían. La casa se volvía más y más grande. Sandra iba los fines de semana, el resto de tiempo se sentía muy sola. De vez en cuando quedaba con Nahuel. Le entretenían sus charlas ecológicas y sus discursos sobre cómo había que cambiar el mundo.

Gabriela preparaba café cada mañana. Sabía que Martina se despertaba temprano para hablar con Jaime. Sabía también, que el rato después de hablar con él estaba particularmente sensible. Le dejaba preparado el café y encendía la radio. Apenas hablaba, tantos años trabajando de interna en diferentes casas habían conseguido que se volviera invisible, era muy reservada, escuchaba pero no opinaba. Martina necesitaba compañía y la actitud de Gabriela hacía que se sintiera más sola todavía.

Sentada en el porche, saboreaba el café y disfrutaba del paisaje.  Sonó el teléfono y se sobresaltó. “¿Quién llamaba tan temprano?”

—Cancela todos tus planes. Las niñas pasan el día con su padre y he decidido ir a verte. Sabes cómo tengo la agenda y todavía no he visto cómo has dejado la casa, así que no quiero excusas.
—Buenos días para ti también Claudia—. Su hermana. Tan irritante como siempre—Ven cuando quieras.

Por increíble que pareciera, tenía ganas de verla. “Será la maternidad”
Pasaron dos horas, hasta que su hermana entró por la puerta despotricando como siempre.
— ¡Pero por dios Tina! Esto está lejísimos. La carretera es malísima—Exageraba.

Conducía un coche descapotable, con un pañuelo en la cabeza y unas “mega gafas” tamaño XXL. Era la viva imagen de portada de una revista vintage. Tan discreta como siempre, el  coche de color rojo, para no pasar desapercibida.
— ¿Y ese coche?
— ¿Te gusta? Es nuevo, ahora te cuento, he decidido dejar de ser tan austera y darme algún que otro capricho.
“¿Austera? ¿Sabrá está mujer lo que significa eso?”

Entraron en la casa y dijo:
—Te confieso que cuando he visto el aspecto rural del exterior no tenía muchas esperanzas, pero debo reconocer que tu amiga lesbiana tiene un gusto exquisito para la decoración. La recomendaré entre mis amistades.
—Se llama Sandra y lo sabes.
—Eso, eso.
— ¿Y qué es eso que tienes que contarme?
—Prepárame un café y te lo cuento. ¿Dónde está el angelito?
—Se lo ha llevado Gabriela a dar un paseo.
—Así no nos interrumpen.

Se sentaron en el jardín y Claudia se puso solemne.
—Juan ya no vive con nosotras. Un día desayunado con unas amigas en el club, una de ellas se desahogó con nosotras. Harta de soportar y tapar las infidelidades de su marido por mantener su estatus, nos contó que ya no podía más e iba a divorciarse. Fue una conversación intensa, donde nos desahogamos todas. Él y yo llevábamos tiempo haciendo vidas por separado y no soportaba tenerle en casa ni un segundo más. Así que nos hemos separado. Papá y mamá están de acuerdo y mantenemos una relación cordial por nuestras hijas.
—Pero, ¿Por qué no me lo has contado antes?
—Pues porque ya tenías bastante. Embarazo, parto, mudanza. Poco podías hacer por mí. He contado con apoyo y las niñas están yendo a uno de los mejores psicólogos especializado en separaciones. No ha sido fácil, pero ha sido liberador. Ahora estoy centrada en la empresa y en mí. Me he hecho unos arreglillos en la cara y en el cuerpo. Me he comprado un deportivo rojo y salgo con mis amigas separadas a bailar. Solo me falta un buen maromo que termine de quitarme las penas, porque a los sitios que vamos, solo ligamos con maduritos separados y yo quiero carne fresca, hermana—. Martina soltó una carcajada.
—La verdad es que estás fabulosa—En ese momento se le ocurrió una idea. —Voy a invitar a un amigo a comer con nosotras, si no te importa. Así te alegras la vista.

Llamó a Nahuel que aceptó la invitación encantado. Llegó Gabriela con el niño y jugaron con Leo en el jardín el resto de la mañana.

Nahuel cerró la tienda al mediodía y puso rumbo a casa de Martina. Le había sorprendido la llamada. Ella se mostraba distante, aunque no habían hablado de ello, se notaba que solo quería un amigo. Ni una señal. Acababa de ser madre y aunque su pareja no estaba, no le seguía el juego. Había descartado tentarla, pero no podía ignorar que le gustaba. Tenía algo diferente. Al llegar a la puerta se fijó en el deportivo. “Parece que tiene visita”

Martina presentó a Claudia y a Nahuel, mientras sonreía por dentro. Él la misma cara de empanado de siempre, pero ella le miraba como si tuviera delante un pastel de chocolate.

—Bueno, sentémonos. Gabriela nos ha preparado una delicia de las suyas—.Tuvo que insistir hasta que consiguió que se sentara con ellos a comer. Al final cedió cuando Martina le dijo que así le ayudaba con Leo.

Claudia y Nahuel se enzarzaron en un debate sobre la conveniencia o no de comer carne, los pesticidas y las conspiraciones de los gobiernos mundiales. Martina observaba las señales que Claudia enviaba a Nahuel. Así como observaba también la indiferencia que él demostraba. No había dado resultado su experimento. Gabriela se llevó a Leo a dormir la siesta y Martina preparó café. Cuando estaba en la cocina, Claudia entró corriendo.
—Es demasiado hippie para mi gusto pero tiene un buen revolcón.
—Jajaja. Ya he visto el coqueteo, sí.
—Tendrá que ser otro día. Me tomo el café y me voy. Tengo planes para esta noche.
— Quién me iba a decir que acabarías teniendo más vida social que yo—. Claudia sonrió con satisfacción.

Nahuel volvió a la tienda, Claudia se marchó y Martina aprovechó para trabajar un rato. "¿Qué haría el resto de semana?"

En ese momento el nombre de Sandra parpadeó en la pantalla del teléfono.
—Te aburres tanto que se te está poniendo cara de seta. ¿Verdad?
—Verdad. Qué bien me conoces.
—Prepara la maleta. Tengo billetes de avión para mañana por la tarde. Viajecito corto. Tú, yo, la cajita de ritmos y tu adorable niñera. Me he ocupado de todo,  Hay cuna y esas cosas. Dejáis el coche en el garaje de mi edificio, me presta la plaza un vecino. No admito un no. Ropita de playa.
—¿Pero dónde vamos?
—Es una sorpresa. Vuelo corto, no sufras. No te lleves el carro ese. Tenemos dissponible uno en nuestro destino. Mañana nos vemos. Os espero en casa antes del mediodía. Beeesos.

Colgó sorprendida. Un viaje a la playa, con todo organizado y sin saber dónde.
—Gabrielaaaaa





lunes, 22 de junio de 2015

Cuando el tunkuluchú canta… Leyenda Maya



En El Mayab vive un ave misteriosa, que siempre anda sola y vive entre las ruinas. Es el tecolote o tunkuluchú, quien hace temblar al maya con su canto, pues todos saben que anuncia la muerte.

Algunos dicen que lo hace por maldad, otros, porque el tunkuluchú disfruta al pasearse por los cementerios en las noches oscuras, de ahí su gusto por la muerte, y no falta quien piense que hace muchos años, una bruja maya, al morir, se convirtió en el tecolote.

También existe una leyenda, que habla de una época lejana, cuando el tunkuluchú era considerado el más sabio del reino de las aves. Por eso, los pájaros iban a buscarlo si necesitaban un consejo y todos admiraban su conducta seria y prudente.

Un día, el tunkuluchú recibió una carta, en la que se le invitaba a una fiesta que se llevaría a cabo en el palacio del reino de las aves. Aunque a él no le gustaban los festejos, en esta ocasión decidió asistir, pues no podía rechazar una invitación real. Así, llegó a la fiesta vestido con su mejor traje; los invitados se asombraron mucho al verlo, pues era la primera vez que el tunkuluchú iba a una reunión como aquella.

De inmediato, se le dio el lugar más importante de la mesa y le ofrecieron los platillos más deliciosos, acompañados por balché, el licor maya. Pero el tunkuluchú no estaba acostumbrado al balché y apenas bebió unas copas, se emborrachó. Lo mismo le ocurrió a los demás invitados, que convirtieron la fiesta en puros chiflidos y risas escandalosas.

Entre los más chistosos estaba el chom, quien adornó su cabeza pelona con flores y se reía cada vez que tropezaba con alguien. En cambio, la chachalaca, que siempre era muy ruidosa, se quedó callada. Cada ave quería ser la de mayor gracia, y sin querer, el tunkuluchú le ganó a las demás. Estaba tan borracho, que le dio por decir chistes mientras danzaba y daba vueltas en una de sus patas, sin importarle caerse a cada rato.

En eso estaban, cuando pasó por ahí un maya conocido por ser de veras latoso. Al oír el alboroto que hacían los pájaros, se metió a la fiesta dispuesto a molestar a los presentes. Y claro que tuvo oportunidad de hacerlo, sobre todo después de que él también se emborrachó con el balché.

El maya comenzó a reírse de cada ave, pero pronto llamó su atención el tunkuluchú. Sin pensarlo mucho, corrió tras él para jalar sus plumas, mientras el mareado pájaro corría y se resbalaba a cada momento. Después, el hombre arrancó una espina de una rama y buscó al tunkuluchú; cuando lo encontró, le picó las patas. Aunque el pájaro las levantaba una y otra vez, lo único que logró fue que las aves creyeran que le había dado por bailar y se rieran de él a más no poder.

Fue hasta que el maya se durmió por la borrachera que dejó de molestarlo. La fiesta había terminado y las aves regresaron a sus nidos todavía mareadas; algunas se carcajeaban al recordar el tremendo ridículo que hizo el tunkuluchú. El pobre pájaro sentía coraje y vergüenza al mismo tiempo, pues ya nadie lo respetaría luego de ese día.

Entonces, decidió vengarse de la crueldad del maya. Estuvo días enteros en la búsqueda del peor castigo; era tanto su rencor, que pensó que todos los hombres debían pagar por la ofensa que él había sufrido. Así, buscó en sí mismo alguna cualidad que le permitiera desquitarse y optó por usar su olfato. Luego, fue todas las noches al cementerio, hasta que aprendió a reconocer el olor de la muerte; eso era lo que necesitaba para su venganza.

Desde ese momento, el tunkuluchú se propuso anunciarle al maya cuando se acerca su hora final. Así, se para cerca de los lugares donde huele que pronto morirá alguien y canta muchas veces. Por eso dicen que cuando el tunkuluchú canta, el hombre muere. Y no pudo escoger mejor desquite, pues su canto hace temblar de miedo a quien lo escucha.